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martes, 28 de enero de 2014

Esquí de montaña en los Picos: la Torre de los Traviesos

14 Febrero 2009
Torre de los Traviesos (2.390 m). Macizo Cornión. Picos de Europa
Juaco, Rosa, Salva, David


Aunque no de forma intensiva, llevo bastantes años esquiando por el monte. Cada temporada son unas pocas salidas que, sumadas, son unas cuantas ascensiones y travesías disfrutadas con los amigos. Este día es sin duda uno de los que mejores recuerdos me trae: fue una excursión alucinante.

Los Traviesos
La cumbre de la Torre de los Traviesos se asoma al Jou Santu, delante de la norte de Peña Santa, en el corazón del Cornión. Habiendo subido varias veces en invierno, nunca antes me la había planteado en esquís, pero era el objetivo del día. El recorrido propuesto me apetecía mucho, ya que la mayor parte no la conocía: desde el lago Ercina saldríamos por el valle de Aliseda, para dejarlo después hacia la derecha hacia la majada del Tolleyu. Pasaríamos más tarde por debajo de cumbres características como la Verdelluenga o la afilada Robliza para ir acercándonos después hacia la cima por palas y canales abiertas.



El día espectacular, la nieve buena, la compañía inmejorable. Como siempre que me junto con Rosa, éramos un grupo variado y alegre.





Toda la jornada disfrutamos de los paisajes tremendos, de la nieve increíble, de las risas. Las cuestas eran largas, no obstante ganas prácticamente 1.300 metros de desnivel. Íbamos alternando la cabeza de huella más por las paradas a tirar fotos que por otra cosa.  En algún tramo algunos nos quitamos los esquís y nos pusimos los pinchos.





Rosa con Peña Santa de Enol de fondo, como un polo
En la cumbre, sin viento ni frío, una vez reagrupados, comimos tranquilamente un bocado, disfrutando las vistas espectaculares de cumbres afiladas y mar cantábrica, tan especiales y características de los Picos.


La Norte de Peña Santa de Castilla
Las Marías, la Torre de Enmedio, la de la Horcada y la Sta María
El esquí no es mi fuerte. No me siento muy seguro y me daba cierta aprensión salir desde la misma cima sobre las tablas, pero después de ver a Rosa y algún otro disfrutar de los primeros giros y dejar buena huella, me animé a salir antes de quedarme el último. Con el estilo agarrotado que me caracteriza pude bajar hasta el primer reagrupamiento sin mayores problemas. Estaba la nieve fácil de esquiar, hasta yo encadenaba algunos giros...

Salva tras los giros de Rosa
Juaco disfrutando
Rosa y Salva más abajo
Hasta yo me lo pasé bien!


Desde allí seguimos alternando las palas y pequeños tubos con algunas zonas más llanas y de remar. Incluso había alguna pequeña subida, aunque siendo corta, no volvimos a poner las pieles más.
Sin prisa, íbamos disfrutando del día: no siempre coge uno esta nieve espectacular en este paisaje alucinante, bajo un cielo azul perfecto.

David surfeando

Ya afrontábamos claramente el último descenso, apenas a cien metros la nieve empezaba a escasear y, como en la mañana, tocaba poner las tablas en la mochila para un corto tramo caminando hasta el coche. La vertiente aquí estaba en sombra desde hacía rato y la nieve era distinta. Después de parar a mirar qué pinta tenía, la gente continuó por delante de mí y yo copié a los demás. De repente la tabla de arriba resbaló y empujó al aire a la tabla de abajo. Y yo entero me lancé a por esa última pala de la peor manera posible…

Oírte gritar a ti mismo como fondo de la escena es de lo más desagradable. Sobre todo cuando el  grito es el reflejo involuntario del pánico en el que estás entrando anticipando el golpe.
No me di ni cuenta de qué fue lo que pasó. De repente estaba echado bocabajo sobre la superficie helada deslizando cada vez más rápido, sin opción a nada. Acelerando cada vez más hacia las rocas del final de la pala.

Fueron unos cincuenta metros. Quizá incluso menos. Al poco de caer pasé por entre dos de mis compañeros, que bajaban dos giros por delante. En medio del descontrolado resbalar, ya a gran velocidad, me sentí chocar con el muslo derecho contra alguna de las piedras que asomaban por encima del hielo, y que me hizo rotar hasta quedar de espaldas a la caída. Gracias a ese giro impacté con la mochila contra el bloque que finalmente me paró. Si llego a dar de morros, hubiera sido todo bastante peor. Pero uno tiene suerte.
A los pocos segundos llegó veloz Juaco, derrapando en la pendiente. Fue el primero del grupo en llegar hasta mí. Me quitó con cuidado las gafas y mirándome a los ojos me empezó a hacer preguntas básicas para ver si regía. Estaba bien, no había sido nada serio.

Tenía un buen golpe en el muslo derecho. También una dolorosa quemadura en el pulgar de la mano izquierda, causada al deslizar sobre el hielo y tras haberle hecho un buen agujero al guante. Los dos esquís habían salido volando y estaban tirados entre las piedras. La talonera de la fijación de uno de ellos rota. La cámara de fotos tenía alguna pieza desmontada, pero funcionaba. A parte de esto, un siete en el pantalón y un susto de los buenos, pero nada más.


Pude llegar al coche porteando mis cosas, renqueante y cojeando sí, pero con dignidad.

Entre las distintas charlas animadas del resto de la gente, mi cabeza volvía una y otra vez a la escena.
Pensaba cómo puede torcerse totalmente un gran día en el último momento. 
Pensaba que yo, en esa misma nieve helada (casi hielo directamente), de haber ido caminando o simplemente con menos gente alrededor, me habría puesto los crampones con toda seguridad. 
Pensaba que no he de dejarme llevar por lo que hagan los demás. En ningún caso, pero menos aún si no dominas la disciplina, como es mi caso con los esquís. 
Pensaba en la importancia de atender a tus sensaciones, las tuyas, sin dejarse llevar por el grupo.
Pensaba que hay que prestar atención a esa leve percepción, ese runrún indirecto, que es como si vieras algo por el rabillo del ojo, u oyeras algo en sueños, que es el aviso de que algo no está bien del todo…esa especie de sexto sentido que te previene, y que yo tuve entonces justo antes de resbalar, aunque no le hice caso.
Pensaba en que, una vez más, había tenido mucha suerte… 

Al llegar a casa, Paula se empeñó en que fuera a urgencias a mirar lo de la pierna. Lo previsto, nada grave, Trombocid durante unos días y listo.

Ni antes ni después de aquel día me he vuelto a caer en la nieve (ni ganas). Ni en esquís ni caminando (obviamente en esquís me he caído muchas veces, pero me refiero a caída descontrolada). Desde siempre estoy totalmente convencido de que, caso  de resbalar en nieve muy dura o helada, las posibilidades de autodetención son casi nulas. Por eso me recuerdo continuamente no despistarme y prestar atención. Como casi siempre, uno sólo escarmienta en carne propia.


Dos semanas después ya estaba de vuelta en los Picos, esta vez para escalar en el corredor clásico del Friero. Gran día también. Ese día, el dedo rezumaba en la quemadura aún no cicatrizada y molestaba con el guante (me ha quedado una cicatriz bastante curiosa), pero fuera de esto, todo bien. 

A pesar del susto, esta es sin duda una de mis mejores jornadas de esquí.

3 comentarios:

  1. Dieguín,
    Muy interesante reflexión. Yo también he hecho el canelo con los esquís, simplemente por dejarme llevar por los que tienen más nivel que yo. Normalmente no pasa nada, pero...
    Vaya fotazas. Otro ejemplo más de nuestro increible Paraíso Natural.

    Abrazos desde la oh milagro! soleada Germania

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    1. Hola máquina, ayer mismo me la aplicaba bajando detrás de los colegas de al lado del Valmartin en Sanisidro; me sacaron un buen rato en la bajada, y eso que era corta... Eso sí, a cumbre llegué el primero!
      Esquiar fuera de pista tiene mucha incertidumbre, así que siendo un chepu como yo, hay que amarrar a tope.
      Un abrazo desde el temporal (verías las fotos de las olas no?)

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  2. Jalam muntanna dep unchepú gaia

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