LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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sábado, 26 de septiembre de 2015

El Retriñón

Viernes 28 Agosto 2015               
Solo
Pico Retriñón (1.862 m) desde Felechosa

Nueva salida a caminar de viernes tarde. Solo. A entrenar.

Asturias ofrece montañas a montones. No hace falta estar en primera línea de Cordillera para entrenar bien. En este caso, al Retriñón desde Felechosa:1.200 metros de desnivel directo para las piernas atravesando brañas preciosas.
Después de consultar varios libros de referencia, me quedo con la descripción de Robin Walker en su muy buen libro “Por la Cordillera Cantábrica”. Esta guía de montaña ofrece un montón de rutas a lo largo de la cordillera, con recorridos circulares en muchas de ellas, bastante recias en general: no he hecho muchas de ellas completas, más bien parciales, pero sí he constatado que sus descripciones son buenas, y sus tiempos de referencia ajustados (diría que duros). La ruta planteada ascendía al Retriñón desde Felechosa por el valle de Fresnedo, para después bajar dando un buen rodeo por la llamada Ruta de las Brañas. La primera parte, de ascenso, es bastante directa: en apenas siete kilómetros asciendes 1.200 metros de desnivel, especialmente duros los últimos 560, desde la collada de Valencia a la cima. La segunda parte, de bajada, es un recrearse enlazando brañas de pastores con preciosas cabañas, cruzando pequeños collados, para terminar en el tramo final por una pista ya menos atractiva hasta el pueblo. La guía marca 16 km, 1.350 m de desnivel y entre 7 y 8 horas.
Intentar hacer excursiones de día completo en una tarde es ambicioso, pero a recortar el recorrido siempre iba a tener tiempo: sobre el mapa parecía que había opciones. Controlando los tiempos parciales podía decidir qué hacer.
Las dos de la tarde. 27 grados y bochorno, voy a sudar como un pollo. Cojo 1.5 litros de agua, un plátano y una barrita.
Delante de la ermita de las Angustias hay un panel explicativo de la ruta que quiero hacer: indica unas 7 horas pero sin hacer la cumbre del Retriñón. Bueno, esta referencia quizá es más relajada.



Arranco por el valle agradeciendo la sombra inicial de los árboles a la orilla del río. A la media hora ya estoy expuesto al sol sudando la gota gorda.
En las cabañas de la Mayaína paro a echar un trago a la sombra de los árboles. Saludo a un pastor que, echado a la sombra, controla su ganado con prismáticos. De ahí salgo hacia la collada la Felguera y de esta giro a la derecha hacia la collada Valencia. Creo que este tramo podía haber recortado un poco, pero estoy siguiendo las marcas del PR y es lo que tiene.









En la Valencia, a las tres y veinte, me tiro debajo de un único y solitario arbolín para descansar, beber y mentalizarme de la parte dura de la ascensión: dice Robin en su libro:
“son 560 m de ascensión en 1.200 m de progresión, no da tregua”
Hasta aquí he venido recortando tiempos a la guía, aunque no demasiado. Apenas un cuarto de hora. Me tiro ladera arriba a ver qué puedo hacer contra los 70-80 minutos de la guía: si no recorto voy a tener que abortar la misión de la ruta circular.
Me intento evadir del latir de sienes, el arder de las piernas y el bufar de respiración recordando vivencias: me vienen a la mente fotogramas de las veces que caminé por estos valles de pequeño, con el grupo de montaña del colegio, Codema Aire Libre, como por ejemplo en la clásica travesía Felechosa-Caleao; recuerdo caminar de bien niño, apenas diez años, junto a mis amigos Cosme, Ocáriz y Alejo, jugar al balón en estas camperas. Por entonces venía el abuelo de Alejo, “el Boti”, ya muy mayor de aquella, pero que siempre había sido un apasionado montañero y escalador de nuestros montes, en unos tiempos por cierto en que todo era mucho más difícil…




Hago cumbre a las cuatro y cuarto: 55 minutos desde la collada. Bien (bien de tiempo, bien machacado físicamente).
Me tiro al suelo a echar un trago, una mirada circular reconociendo algunos perfiles y cumbres, y dudando con otros muchos. Una autofoto para los amigos que están hoy por los Picos y salgo pitando ladera abajo.




Teóricamente he de derivar al Sur para enfocar la majada de Otero, pero las cotoyas y los brezos me llevan de nuevo a la muy empinada ladera por la que subí. Involuntariamente estoy rodeando frente a lo indicado por la guía, soy consciente pero no consigo evitarlo. Cuando llego a la braña del Otero, nueva parada a beber, me planteo seguir o no el PR. Decido continuar hasta las siguientes cabañas, Sordaliegas se llaman. Allí me encuentro con otro pastor dando sal a las vacas. Saludo y le pregunto por el camino a seguir: el PR sube un collado detrás de nosotros, y me dice que luego baja a Cuevas (aunque el recorrido de la guía se escapa antes). Decido que es demasiado largo para mí hoy,  así que le pregunto por otra senda que se intuye entrando en una garganta, más en la dirección que me interesa y sin tener que subir  Sí, me dice, se une con “la pista” y ya está. Pues para allá voy.
Lo siguiente es un interesante recorrido por una ladera súper alpina, faldeando por una estrecha senda de arena blanca de cuarcita, y que tras varias subidas empieza a bajar finalmente a coger la pista hormigonada. Al llegar a ella, después de pensarlo un rato, cogí erróneamente hacia la izquierda porque a la derecha subía… El caso es que por esta decisión, terminé la excursión con unos cuantos kilómetros de pista de más, a mitad de los cuales identifiqué el punto donde empalmaba el PR original (por tanto seguramente me habría dado tiempo a hacerlo…): tendré que volver a darle otro pegue…



Al llegar al coche me fui al bar a tomar un Aquarius para rehidratar. Me quedó sin duda una buena tarde de pateo, un entreno decente, y la sensación de que tenemos infinitos cordales por los que caminar…

Felechosa (690 m) 14:00 h
Cumbre Retriñón (1.862 m) 16:10 h
Braña El Otero 17:00 h
Enlace Pista 17:40 h
Felechosa 18:45 h

Aproximadamente 16 kilómetros, 1300 metros desnivel positivo, 4 horas 45 minutos

lunes, 14 de septiembre de 2015

Norte de San Carlos

Invierno de 2001
Joaquín Piñera, José Antonio Estévez
Torre de San Carlos (2.390 m), Corredor Norte (300 m, III, 2+)

Como siempre me pasa, en el verano echo de menos la nieve… Las viejas diapos escaneadas me trasladan a inviernos lejanos.

Estivi y Juaco en la "Era de los Púlsar"
Hubo un tiempo en que apenas había guías publicadas de actividades invernales en los Picos. Por entonces tampoco existía Internet (o aún estaba naciendo) con todo su chorro de información, fiable y no. En aquella época, que obviamente duró mucho, la información se obtenía de la gente, ya fuera en un vivac arrebujados en el saco, en un refugio, o en la barra de un bar. Podía ser a través de la palabra o con un croquis dibujado con mayor o menor arte (a veces en una servilleta del bar, y no lo digo en broma). Era una transmisión del conocimiento mucho más cercana a lo que el hombre había hecho desde la época de las cavernas (algunos de los que te contaban cosas, aún parecían vivir en ellas…). Había que filtrar bien lo que te contaban; era necesario hacer un análisis pormenorizado, empezando por pensar quién era el que te lo contaba… si tenía experiencia o no, si sabía de lo que hablaba o no, si se estaba adornando… Para las actividades invernales, en las que las condiciones cambian tan rápido y pueden variar tanto de un invierno a otro, pues mucho más. 
De estas descripciones, a veces nacían las leyendas y algunas vías se podían convertir en verdaderos cocos…
En este caso, la Norte clásica del San Carlos, una ascensión muy sencilla, a nosotros nos la recomendaron Cholo y Javi, personas totalmente fiables respecto a su nivel y competencia (muy altos ambos), y que nos conocían bien a nosotros y sabían de nuestro nivel y competencia (reguleros ambos), así que nos fuimos para allá bien tranquilos.


La cara Norte de la Torre de San Carlos, en el macizo Central de Picos de Europa, es accesible de forma rápida. Desde la estación superior del teleférico de Fuente Dé, si la nieve está helada, no está a mucho más de hora y media. El tema es que los horarios del teleférico no están ni mucho menos orientados a los alpinistas (casi ni a los esquiadores ni excursionistas); empiezan demasiado tarde. Así las cosas, una opción era subir en el último de la tarde el día antes y dormir en el chabolo que había abierto justo al lado. No sé cómo fue la cosa, pero lo cierto fue que terminamos subiendo caminando por el Hachero. Es decir, que lo de la entrada cómoda a los Picos se había sustituido por una entrada normal: casi mil metros de desnivel con el petate de invierno.


La subida por el Hachero es espectacular tanto por el paisaje físico como por el humano (o lo que queda del mismo): los restos de cabañas e instalaciones mineras colgados de la ladera en posiciones de vértigo te hacen pensar lo bien que vivimos hoy día comparado con generaciones no tan lejanas. Ejemplos como este se encuentran en muchos otros sitios de Picos y de la Cordillera Cantábrica, pero quizá este llame la atención especialmente por lo dramático del emplazamiento. Lo cierto es que a pesar del duro remontar de desnivel, el pateo es una pasada.



Subiendo el día antes podíamos madrugar lo que quisiéramos (tampoco mucho). Esta escalada también se ataca muy bien desde Verónica o desde los vivacs de Horcados, pero en este caso concreto nosotros lo hicimos desde el Cable.
La escalada de esta Norte por su línea clásica es sencilla (porque tiene otras varias más difíciles), y si está en buenas condiciones muy disfrutona. Se trata de una serie de corredores abiertos que enlazan entre sí con algún paso estrecho. 


Como siempre en estas cosas, dependiendo de la carga y las condiciones del hielo o la nieve, el mismo resalte puede casi no existir o convertirse en un obstáculo infranqueable. Nosotros la cogimos bien, aunque el día estaba nubladete y algo desagradable.


Fuimos montando largos, alternando la cabeza de cuerda, desde que el ángulo nos hizo pensar que ya estábamos metidos en la escalada, algo que puede ser engañoso en vías de este tipo, en las que la aproximación se difumina en su parte final y no hay rimayas que indiquen la frontera. Estivi tiró los resaltes más tiesos con soltura, uno de ellos en torno a 80º, y Juaco y yo le seguimos con la confianza de la cuerda por arriba.

Estivi en el resalte
En la parte final, algo más mixta en la arista, el viento nos azotó un poco. Eso siempre le da ambiente al tema. Una foto de cumbre arriesgando que la cámara se fuera ladera abajo, y después descender por la normal hacia la canal de San Luis.
En poco tiempo estamos de vuelta en la zona del teleférico, recogemos los aperos del vivac y para abajo.


Una clásica esta Norte del San Carlos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

El fogonazo

Dos semanas y media después aún tengo alguna herida supurando, pendiente de cicatrizar.
Ya hacía tiempo que no me caía.
Puede que lo peor sean esas décimas de segundo que estás en el aire y que eres consciente de que te vas a dar un buen leñazo.
Bueno, qué coño, en realidad es mucho peor el leñazo, para qué nos vamos a engañar.
O quizá peor incluso que el leñazo en sí, que al fin y al cabo es sólo un rato (jodido, pero un rato), son los días siguientes de dolores varios.
En cualquier caso es verdad que esos breves instantes en el aire anticipando el golpe son de lo másdesagradables.

Lo más peligroso en todo es el exceso de confianza. Te hace bajar la guardia y es cuando te la das. Por supuesto, con la atención al cien por cien,también puede ser que algo falle y te caigas. Siempre hay imponderables, pero así es mucho menos probable. El caso es que en esta ocasión, al igual que la última vez que me había caído en bici o en esquíes (hablo de caídas dolorosas), la bajada en el nivel de atención estuvo muy presente.
Me viene a salir una ostia cada seis o siete años. Ni tan mal.

Había rodado el día antes, así que la salida era para un entreno corto, de una hora. Llegando arriba de la primera cuesta me reventó la cadena por desgaste (bueno, por desgaste y por falta de aceite). Resignado, sin troncha para repararla, me di la vuelta consciente de que algo iba a tener que remar, aunque tampoco estaba muy lejos.
La pista de bajada la conozco perfectamente, la utilizo de forma muy habitual en los circuitos de entrenamiento corto desde casa y solo este año habré pasado por ella decenas de veces. No tiene complicaciones ni riesgos especiales, es una pista de tierra ancha, quizá con bastantes piedras sueltas, pero nada más. Pero claro, bajando, aunque no vayas muy rápido, digamos a treinta por hora, si te caes, pues te rascas bien. Y eso fue lo que pasó.
Hacía poco que le habían dado algo de mantenimiento, arreglando algunos baches y asentando un poco los regodones gordos que tenía hace unos meses (y que te hacían frenar). Con esto, ahora podías ir más rápido. También habían arreglado las canales en diagonal para desviar el agua de escorrentía. Estas, canales, cada cuarenta o cincuenta metros, las hay que tener en cuenta para saltarlas o estar listo para absorber su impacto. Las primeras estuve atento, pero se ve que algo me hizo despistarme…
No hubo margen de reacción. De repente la bicicleta se puso casi paralela al suelo, y ahí, en ese instante es en el que piensas “mierda, vaya ostia me voy a calzar”. Lo siguiente fue el primer impacto con la parte baja de la espalda, luego roté (o reboté, no sé) y seguí arrastrando ya cerca del hombro y con la cabeza, para terminar después unos metros más de manos y codos.
Me levanté en estado de shock, respirando acelerado, bombeando adrenalina por un tubo, mareado del impacto y de la impresión. Me costaba caminar. Los primeros segundos (o minutos, no sé) son para intentar centrar el tiro, comprobar que no hay nada roto (de huesos) ni ningún corte complicado (de sangre). Me duele todo, pero especialmente la espalda: me llevo la mano atrás y noto el maillot y el culote destrozados, agujereados, ensangrentados, llenos de gravilla y polvo… En el lado derecho pero cerca del hombro pasa lo mismo: boquete y rasponazo con bastante sangre y suciedad en la herida. El codo derecho ídem,se le ve un agujero feo, ya está hinchado apenas un minuto después. Tambiénsangro por el otro codo, por las muñecas. En el tobillo derecho me he clavado cuatro dientes de catalina… Un cromo.
Menos mal que llevaba guantes y al menos las manos no habían sufrido apenas (el pulgar derecho me dolía por dentro como si lo hubiera doblado más de la cuenta…).
En total calculo que entre volar y arrastrar sumarían unos diez metros (los de volar no duelen, los de arrastrar sí).
Aun respirando acelerado me di cuenta de que no había nada grave, estaba entero y una vez más había tenido muuuuuuucha suerte.
En el bolsillo trasero izquierdo del maillot el móvil tenía la pantalla estallada en mil pedazos y estaba rodeado de un montón de piedrecillas y polvo. Intenté encenderlo y la batería empezó a echar humo negro, así que la quité. Como para necesitarlo para pedir ayuda, pensé.


En el bolsillo central llevaba la cadena rota, que en el impacto me había “amortiguado” el principal golpe contra el suelo: yo creo que me quedaron los eslabones en bajorrelieve en el llombu.
Del bolsillo derecho, casi inexistente ahora, sobresalía la bomba casi entera.
Debí de estar unos cinco minutos recomponiéndome antes de verme con ánimo de arrancar hacia casa. Ahora tenía que volver a subirme a la bicicleta (jaja), sin cadena (jaja), completar la bajada de la pista, y luego continuar hasta casa los seis kilómetros que me quedaban sin poder pedalear (más jaja…).











Por el camino, miradas curiosas de la gente con la que me cruzaba, atraídas ya de lejos por el gesto de ir impulsando la bicicleta sin pedalear. Luego de cerca veían al pringao ensangrentado y de ropas hechas jirones, y claro, eso aumentaba la curiosidad (putos morbosos…).
Al legar a casa Paula me mandó, acertadamente, al centro de salud a que me curaran (yo inicialmente no quería ir).
Después de que me curaran me hice un selfie, que están muy de moda, pero como tengo poca práctica me quedó muy oscuro.



La primera noche fue muy incómoda, sin haber tomado nada para el dolor y con la incomodidad al estar echado. Después de bajar la adrenalina, el cuerpo iba pasando factura: primero temblaba descontrolado de frío, luego sudaba como un pollo… Los siguientes días también me dolía el cuello (imagino que de la tensión en la caída).
Una semana de curas (gracias Begoña!), antibiótico para evitar infecciones, e ibuprofenos para los dolores.
Ya me estoy recreando… finalmente la cosa no fue para tanto.

A los dos días comprobé en el cuentakilómetros de la bici la velocidad máxima del día, que obviamente fue la del momento antes del cañonazo, y me sorprendí con unos 47 km/h! Esto es como 10 más de lo habitual para mí en esa pista. Es decir, que me despisté varios segundos para que cogiera semejante velocidad…



Desde entonces ya he salido un par de veces con la bici de nuevo, y es de coña verme bajar ahora: mi güela que cumplió este verano 90 tacos podría bajar más rápido que yo… Algunos cabrones se ríen claro.