Sábado 19 Marzo 2011
Bene Santos
Realmente crujiente. Una sensación increíble, no por muchas veces repetida menos motivante: ese tacto de la nieve helada en la que apenas queda marca al progresar, en la que los crampones me transmiten seguridad y la progresión es rápida. Es sin duda, una de mis sensaciones favoritas en montaña.
Bene Santos
Realmente crujiente. Una sensación increíble, no por muchas veces repetida menos motivante: ese tacto de la nieve helada en la que apenas queda marca al progresar, en la que los crampones me transmiten seguridad y la progresión es rápida. Es sin duda, una de mis sensaciones favoritas en montaña.
El tacto de la caliza en las manos, la sensación de colocar un fisurero de libro, el hacer sitio al compañero recién llegado a la reunión, el reordenar el material en el arnés para la siguiente tirada, el lanzar las cuerdas para rapelar... Escalar, en su conjunto, me encanta.
Por segunda vez en el invierno, la norte de Ubiña rechaza mi intento, a pesar del aparente ímpetu desplegado.
Hace un mes fue el ir solo, más lo escaso de la nieve, lo que hizo que después de reiteradas pruebas por distintas opciones de entrada a la Elixir de la Suerte, en las que apenas progresé unos metros en cada una, me tuviera que retirar.
Después de levantarme varias veces agarrando la roca descompuesta con los pies sobre nieve inestable. "No es el día", pensé en su momento. Detrás de mí entraron varias de las cordadas a las que yo había adelantado en la aproximación a pesar de la ventaja que me sacaban: no termino de entender esa estrategia en la que malgastan tiempo precioso que quizá echen en falta más tarde en la vía o en el descenso. Entonces, para aprovechar el día subí al Prau y a los dos Fontanes, con un ambiente espectacular y sin nadie alrededor: de crampones, hasta las cumbres sencillas me encantan.
Sentado sobre la mochila junto al buzón del Fontan Norte, con la capucha puesta para protegerme del viento, y comiéndome el bocata, reflexionaba sobre lo adecuado de la decisión: en una vía que ya he hecho varias veces, alguna de ellas también en solo, simul-solo como dicen, con Miguel, no tiene sentido apurar. En realidad, concluía, no tiene sentido apurar casi nunca. A la bajada observaba cómo las cordadas que yo crucé en el pie de vía apenas habían levantado dos largos en todo este tiempo...
Hoy la cosa parecía diferente, -2 grados en el pueblo a las ocho de la mañana, había más carga de nieve y además crugía prometedora en las rampas desde que adandonamos la pista de Yandanay. Hoy también adelantábamos a grupos de gente que habían dormido en Torrebarrio, o incluso en una tienda al pie del espolón oeste, pero que desplegaban un ritmo de caracol incomprensible para mí, y también para Bene, que hoy era mi compañero. Grupos de dos y de tres, que además hacían cosas extrañas como remontar la enorme loma helada sin crampones ni haber sacado el piolet.... Prácticas poco recomendables, pensaba para mí.
Clavo recuperado con la mano en un resalte de roca |
Después de levantarme varias veces agarrando la roca descompuesta con los pies sobre nieve inestable. "No es el día", pensé en su momento. Detrás de mí entraron varias de las cordadas a las que yo había adelantado en la aproximación a pesar de la ventaja que me sacaban: no termino de entender esa estrategia en la que malgastan tiempo precioso que quizá echen en falta más tarde en la vía o en el descenso. Entonces, para aprovechar el día subí al Prau y a los dos Fontanes, con un ambiente espectacular y sin nadie alrededor: de crampones, hasta las cumbres sencillas me encantan.
Sentado sobre la mochila junto al buzón del Fontan Norte, con la capucha puesta para protegerme del viento, y comiéndome el bocata, reflexionaba sobre lo adecuado de la decisión: en una vía que ya he hecho varias veces, alguna de ellas también en solo, simul-solo como dicen, con Miguel, no tiene sentido apurar. En realidad, concluía, no tiene sentido apurar casi nunca. A la bajada observaba cómo las cordadas que yo crucé en el pie de vía apenas habían levantado dos largos en todo este tiempo...
Observando las marcas de avalanchas |
Vamos de nuevo hacia la Elixir como mejor opción. La nieve fue bien hasta la base de la aguja, aquí empezó a degenerar: cambió de la estupenda masa sólida, dura y compacta, a una variable de costra húmeda con nieve sin transformar debajo. Empezamos a ver marcas de corte en las palas, la cosa empeoraba.
El sonido hueco en la nieve no es nada bueno, conforme remonto hacia el segundo largo de la vía, superada la primera reunión de tres clavos a nuestra derecha, las dudas me saturan el cuerpo: miro atrás y cruzamos pocas palabras, esto no está para nada. Pensamos en los flanqueos de más arriba y en las grandes marcas de avalancha que se aprietan en bloques blancos en el fondo de la cuenca, en las líneas de corte de las palas... Hoy tampoco toca, hoy también hay que retirar.
Cada vez me cuesta menos tomar estas decisiones; quizá interpreto mejor las señales, quizá soy más consciente de mis circunstancias, a lo peor soy más cobarde... Destrepamos con cuidado, espetando los piolets hasta la cabeza en esta masa inestable, medio costrosa en la que las huellas de hace un minuto no ayudan, sino que terminan siendo una auténtica zanja a sesenta grados...
Las cordadas que adelantamos hace tanto rato apenas están llegando ahora y después de cruzar impresiones siguen hacia arriba: todos queremos ver las cosas por nosotros mismos. Les deseamos suerte y Bonne course, como dicen los vecinos. Seguro que algunos de ellos habrán hecho la vía.
La bajada se hace me corta hablando de libros, de cine, de música. También, cómo no, de montañas.
Suerte que nos trajimos unos pies de gato y podemos aprovechar el día con algo de roca: apenas son las once y media. Por despiste no hemos traído la guía, así que nos decantamos por la peña Pincuejo en Caldas de Luna; yo conozco casi todas sus vías, y eso unido a su comodidad, aproximación nula, y que Bene no ha escalado nunca aquí, la convierten en la mejor opción.
Hacemos tres vías, con sus rápeles correspondientes, "El placer", "La línea blanca" y "Luna de octubre", todas entre IV y 6a+, con chapas pero con más autoprotección, con una temperatura excelente para marzo. En el último rápel se nos va el sol, perfecto, recogemos los trastos y nos vamos para el coche. Charla cordial con una pareja madrileña afincada en Gijón, gente maja. A las cinco y media arrancamos de vuelta a casa.
Ha sido un día bien aprovechado, completo, de reencuentro con la roca, de crujir de crampones y de decisiones tomadas con buen criterio, quiero pensar.