LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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viernes, 9 de septiembre de 2016

Como Reyes

Domingo 4 Septiembre 2016
Nando del Pozo
Circular al Morronegro (2.151 m), Babia, León  (25 km aprox)


A una hora de coche desde casa hay un territorio ideal para la práctica de la montaña en todas sus versiones: caminar, escalar, esquiar y muy especialmente para la bicicleta de montaña. Este territorio es la Babia.
La Babia es una comarca del norte de León que, como dice la Wikipedia, limita al Norte con Asturias. Al Este con la comarca de Luna. Al Sur con la comarca de Omaña y al Oeste con la comarca de Laciana.
Esta comarca es abundante en aguas y verdes praderas que desde siempre determinaron su principal riqueza: la ganadería. Tierra de tradición pastoril y marcada por la trashumancia, actualmente siguen subiendo rebaños de ovejas merinas a los puertos de Babia, que se arriendan para toda la temporada y que comparten los pastizales con el ganado vacuno y, también con el equino, en especial de la raza Hispano-bretona, siendo Babia el referente estatal de este caballo.


El dicho español «estar en Babia» hace alusión a esta comarca. Los reyes de León poseían un palacio en esta zona donde pasaban largas temporadas, sobre todo en la época estival. Sus súbditos justificaban la ausencia de sus monarcas diciendo que estaban en su residencia veraniega. El entorno babiano supuestamente producía un efecto relajante en los reyes que se aislaban allí de sus problemas y preocupaciones, del mismo modo cuando no querían recibir a alguien en audiencia decían que «estaban en Babia».[cita requerida]


También cuentan que al acabar el verano los pastores se dirigían en trashumancia con su ganado a Extremadura y cuando estaban por la noche todos frente al fuego, siempre había alguno que sentía nostalgia de la tierra hasta que otro se le acercaba y le decía «¡eh, despierta que estás en Babia!», su mente «estaba en Babia».[cita requerida]




Con el paso del tiempo el uso de esta expresión provocó su derivación en un dicho popular muy común que se aplica a la gente que esta ensimismada o despistada.
Hay estudios que señalan que fue Quevedo uno de los primeros en la utilización de la expresión, que equivale a estar descuidado, divertido o con el pensamiento muy distante de lo que se trata, según el Diccionario de la Lengua Castellana de 1822.


Pues eso, que nos fuimos un rato a disfrutar de esos parajes que ya se reservaban los Reyes para el verano.
Un café en San Emiliano en hora punta de excursionistas y ciclistas (una docena) y salimos hacia las nueve y media dirección el pueblo de La Majúa. Apenas tres kilómetros de asfalto y salimos a pista de tierra que recorre un valle dirección Noroeste. La cuesta es llevadera. Las vistas muy guapas. La soledad total (apenas alguna vaca a lo lejos).
Ganando altura suavemente vamos acercándonos a la cabecera del valle, que cierra contra cumbres calizas con buenas paredes. Aquí debemos remontar un par de repechos en los que bajamos desarrollos al máximo, y donde el abundante sudor no viene ya solo del calor del día, aún llevadero a estas cotas (estamos a unos 1.500 m).
El valle se estrecha, encajonado ahora entre lajas y vetas de cuarcita que, ortogonales a la caída del agua, generan preciosas pozas verdes en el arroyo del fondo. Apetece tirar la bicicleta y bajar a chapotear…


Superada la tentación acuática seguimos apretando los pedales girando hacia la derecha a por el punto más alto del día, el collado el Queixeiro (1.751 m). En este punto paramos a recuperar el resuello y a disfrutar del paisaje. A nuestra derecha el Morronegro (2.151 m) se levanta imponente. A nuestra izquierda las cumbres calizas de la peña del Solarco y por detrás la Calabazosa: justo tras ellas Somiedo y sus lagos.

En el collado el Queixeiro
Mientras nos deleitamos con las vistas, Nando aprecia el resonar de cencerros de oveja que rebota en la pared que tenemos encima. Muy numerosos. Estimamos que se trata de un buen rebaño, y por tanto calculamos un buen número de mastines asociados. Nando, que ha hecho este recorrido y otros cercanos muchas veces me cuenta sus batallas con los animalitos… Anticipamos una similar.


Tal cual. Nada más salir del collado hacia abajo divisamos las ovejas, unas doscientas. Tan pronto las vemos, los mastines nos ven y empiezan a ladrar y a correr hacia nosotros. Un rápido análisis de riesgos nos hace tirarnos hacia la ladera izquierda, perdiendo tramos ciclables muy chulos pero reduciendo la probabilidad de mordiscos y tal.


Después de lanzar algunas piedras gordas a los más chulos de los canes, que no asustados por nuestras voces llegaron a acercarse a nosotros unos diez metros y nos obligaron a apearnos y poner bicicletas de por medio, caminamos unos cientos de metros hasta poder volver a remontar a la senda.

Desde aquí el descenso es una gozada: una media ladera herbosa con apenas traza, pequeños saltos y cruces de regatos, donde yo poso pie sin vergüenza, especialmente después de que Nando primero y más tarde yo saliéramos volando sin consecuencias gracias a la reducida velocidad y el mullido suelo. Finalmente enlazamos pista ancha y podemos soltar los frenos hasta Torrestío.



Desde el pueblo y por asfalto vamos girando primero hacia el Este y luego hacia el Sur, cogiendo perspectiva al macizo de Ubiña. Abandonamos la carretera para volver a coger una nueva pista de tierra hasta Torrebarrio. Desde aquí ya sólo nos quedan unos kilómetros finales, llanos o en bajada hasta llegar al punto de partida.


En San Emiliano lavar la cara en el pilón y a por las cervezas. Para comer en casa. Buena forma de pasar la mañana, disfrutando de la Babia. Como reyes.