La previsión era de tiempo
despejado y frío, tal y como venía en los últimos días. La opción de esquiar la
había descartado por los comentarios de los amigos respecto a la nieve muy helada,
demasiado. Como lo que queríamos era pisar un poco de nieve y pasar el día en
el monte, la opción de ir hasta el lago Ausente me pareció perfecta.
Se trata de una excursión corta,
sin apenas desnivel, pero que nos lleva hasta un paraje muy guapo, especialmente
en invierno. Se puede acceder directamente desde el aparcamiento superior de la
estación, o bien, salir desde la parte baja y añadirle algo más de recorrido
por lomas suaves con buenas vistas.
Salimos de casa sin prisa, a eso
de las once de la mañana. El trayecto hasta el puerto es cómodo y a pesar de
que había tráfico, en poco más de una hora estábamos aparcando en Salencias. Dos
días antes yo había subido por la tarde al Toneo con Luque, de pinchos desde el
coche, y a tramos muy duro. Me daba un poco de respeto la nieve helada, y
consciente de que resbalar en una pala es muy fácil, coger velocidad y hacerte
daño si pegas con algo, también. Las botas de Paula y los niños son muy
sencillas, blandas, y cantear es complicado. Si le añades el no haberlo hecho
antes, pues más aún.
Por si acaso se complicaba la
cosa, nunca se sabe, había cogido unos crampones, un piolet y un cordino por si
tenía que amarrar a alguno para cruzar un tramo delicado. Todo esto oculto dentro
de la mochila para no alarmar a la madre de las criaturas…
Arrancamos con calma y nada más
empezar nos toca un primer obstáculo inesperado: cruzar un arroyo con bastante
caudal, pisando sobre piedras resbaladizas y con las orillas heladas. Los
ánimos están altos y una vez superado, no sin ciertas dificultades, las
posteriores laderas de pendientes suaves de nieve con escobas intercaladas se
suceden sin problemas, al revés, con disfrute.
Jimena va con su santa calma,
acompañada de su madre, hablando sin parar, haciendo numerosas paradas para
tirarse en la nieve a hacer ángeles, a lanzar nieve en polvo al aire, a
escribir mensajes… Javi en cambio va por delante, en modo explorador, buscando
el mejor trazado, atento a mis advertencias sobre las zonas más heladas (hay
muchas de hielo vivo), y a las numerosas huellas de animales marcadas por todas
partes (por cierto que algunas de ellas estamos convencidos de que eran lobos).
Al sol se está muy bien, pero se
nota el frío. Cuando nos acercamos a la pista que viene de Cebolledo, por la
que normalmente se va al lago, la sombra de la vertiente norte nos enfrenta a
nieve aún más dura y zonas de hielo. Hay que andar con cuidado. Nos cruzamos
bastante gente, de los cuales muchos no han llegado al lago por precaución.
Apenas hay desnivel, y no llevamos mucho caminando, pero es mediodía y el hambre empieza a apretar. En un parche de sol justo debajo de la dura rampa final al lago se me rebelan las tropas: hay que sacar un tentempié o no se avanza más. Aprovechamos la parada para preguntar tiempos a alguna gente que está bajando: apenas son diez minutos.
Una vez recargados los depósitos
remontamos por la empinada ladera (el camino normal está muy helado) y llegamos
finalmente a la soleada cuenca en la que se aloja el lago. Está totalmente
helado. El paisaje es precioso.
Comemos algo más ahora
reconfortados por el sol. Los niños exploran la orilla, se tiran resbalando por
las laderas…
Ha merecido la pena el esfuerzo
final, me reconocen todos. No siempre consigo convencerles y en ocasiones nos
perdemos el premio final.
El camino de regreso vuelve a ser
cómodo y disfrutón. Incluso el cruce del arroyo casi para llegar al coche nos resulta
ameno. Llegamos a casa para merendar.
Hemos aprovechado bien el día y las tropas están contentas.
Seguro que les quedará buen recuerdo y este me ayudará a fututas convocatorias. Tendré que andar fino para mantener el nivel…