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jueves, 26 de marzo de 2020

Espolón Walker Express

Espolón Walker – Grandes Jorasses




En estos largos días de encierro obligado por el coronavirus, la mente de la gente se evade con las cosas que nos gustan. La mía (¡cómo no!) viaja a las montañas. Uno piensa en los planes que tenía para estos días, también en otros para el verano y más allá. Como no podía ser de otra forma, la mente viaja en los recuerdos de vivencias pasadas.  Me parece que el encierro se va a prolongar, y voy a poder relatar alguno más de esos recuerdos…

Dentro de tres meses se cumplen quince años de un día muy especial para mí: la escalada junto con Javi Sáenz del Espolón Walker de las Grandes Jorasses.  Esta fue sin duda para mí una gran experiencia que me marcó.
La cara Norte de las Grandes Jorasses es una de las llamadas Tres Nortes Clásicas de los Alpes (junto con la del Eiger y la del Cervino). Y dentro de esta cara Norte, una de sus vías míticas (porque tiene muchas) es el Espolón Walker: esta fue la primera vía escalada de la pared, allá por 1938 por una cordada liderada por el fortísimo italiano Ricardo Cassin.



La Norte de las Jorasses es una pared relativamente lejana y aislada (en la escala de los Alpes). La vía tiene unos 1.200 metros de recorrido (40 largos), prácticamente entera de roca (depende de las condiciones, normalmente el último cuarto tiene nieve y hielo), de dificultades medias pero sostenidas, con pocos seguros fijos y mala retirada. Un porcentaje muy alto de gente que la hace pica vivac (nosotros la hicimos en el día). Además tiene un descenso muy largo y nada sencillo por la cara Sur. Todo esto la convierte en una actividad de envergadura.


Cuando el croquis no cabe de una vez...
Con todo no deja de ser una vía abierta hace 82 años (por poner las cosas en perspectiva, porque hay gente que hoy día todavía sale en los periódicos y tal).
Nosotros tuvimos buena suerte con las condiciones de la vía, sin frío, sin apenas hielo. Por otro lado, fuimos en uno de los días más largos del año, seleccionamos bien el material y escalamos rápido.
Con los años olvidamos cosas y los recuerdos se deforman. Afortunadamente, en su momento escribí un resumen de mi experiencia con esta escalada, y la compartí con algunos amigos. 
Para referencias técnicas, mucho mejor consultar el excelente blog de Carlos Gallego:  Montana y Alpinismo Clásico. Muchas gracias por las fotos Carlos.
Rescato ahora aquel relato:


Junio 2005
Javier Sáenz
Espolón Walker, 1.200 m, MD+, 60º, V, A1 (6a)
Punta Walker Grandes Jorases 4.208 m

El murmullo de las olas por encima del griterío de los niños se mezcla con la agradable sensación del sol sobre el cuerpo después del largo invierno. La playa de Estaño parece tan distante de lo vivido esta semana que me cuesta creer que ha sido realidad: si no fuera por las agujetas punzantes y perennes, las uñas negras de los pies, o la fea postilla en el dedo índice de la mano izquierda, podría llegar a pensar que todo ha sido un sueño… 

Una semana antes...

Es domingo por la tarde, hace sol y la ilusión y los nervios me llenan la cabeza. Recojo a Javi en la “Pink House”, en Santander: nuestra cita anual para escalar en los Alpes esta vez tiene un objetivo claro, al menos para mí: “Javi, mañana y pasado dan buen tiempo, ¿nos vamos a la Walker?” A Javi no hace falta demasiado para convencerlo: desde el kilómetro uno del viaje tenemos el objetivo decidido.

Después de conducir hasta las dos de la mañana, dormir tirados al lado del coche en un área de descanso, y de nuevo conducir desde las siete y media hasta las dos de la tarde, por fin llegamos a Chamonix: mil cuatrocientos kilómetros completos conduciendo son duros en sí mismos. Con urgencia vamos a comprobar la meteo en la Casa de la Montaña. Se confirma lo que yo había leído en Internet: hoy hará buen tiempo, mañana también hasta última hora de la tarde, cuando hay posibilidad de tormenta. No hay más dudas, tenemos que preparar las mochilas a toda velocidad y tirar para la estación a coger el último tren cremallera a Montervers. 


Tenemos media hora para seleccionar el material para la vía más importante de mi vida (hasta la fecha): “Joder la ligereza Javi, pero si no llevamos nada: cuatro friends, cuatro tornillos de hielo, cuatro barritas energéticas, pero si llevo más para subir al Tesorero…” No hay nada que hacer, la cosa es así y él manda. Una vez en el tren repaso que no me falte nada: piolets sí, crampones sí, saco sí, hornillo sí. ¡Menudo muerto de mochila de “estilo ligero” para levantarse por semejante tapia!


La estación superior de Montenvers está llena de turistas que esperan el último tren para bajar a la civilización: como siempre, nos quedamos solos encarando la montaña. Bajamos al glaciar y comenzamos la aproximación de casi cinco horas hasta la base de la tapia: Mer de Glace y glaciar de Leschaux. Estoy nervioso, pero todo está pasando tan rápido que apenas tengo tiempo para pensarlo. Además, tengo mucha confianza en que podemos hacerlo bien.


La cena tampoco ha sido para tirar cohetes, un sobre de pasta a medio cocinar (hay que masticar fuerte para tragar estos tortellinis) con el hornillo posado sobre el hielo del balcón que es este rellano del glaciar, en la fuerte pendiente que lleva a la base de la pared. Con las muchas horas de coche, las prisas y la pateada hasta aquí, estoy hecho polvo: vamos, lo ideal para la vía de mañana... En poco más de veinticuatro horas he pasado de una placentera tarde de domingo en la playa, a estar tirado en un glaciar en el corazón de los Alpes debajo de una pared inmensa. Y no, no he venido en avión, ni en helicóptero precisamente… 

¡¡Cracckkk!! Algo debajo de mí me ha despertado de repente. “¿Qué coño ha sido eso?” A mi izquierda Javi duerme más cómodo que en su casa de Santander; ni se ha enterado el tío… Está claro que el glaciar ha restallado por debajo de nosotros. Claro, el glaciar está vivo, se desplaza a un ritmo lentísimo, pero se desplaza, y cada trozo de hielo que nace aquí arriba, con el tiempo acaba en la morrena terminal…Pero no pasa nada, ayer cuando nos instalamos a dormir estaba claro que este rellano era seguro, voy a dormir otro rato… ¡¡Craacckkk!! “Joder Javi, esto cruje, a ver si vamos a colarnos por una grieta y desaparecemos para siempre, y…” “qué va hombre, qué va, duérmete” dice a la vez que se gira arrebujándose en el saco y reanuda los ronquidos, el muy cabrón. ¿Dormir? ¿Quién puede dormir con esta sensación? Pues ya no dormí más. Suerte que ya eran cerca de las dos de la mañana, y a las tres nos íbamos a levantar igualmente…

Por fin suena el despertador: esto es el comienzo de uno de los días más largos de mi vida. Hacemos un desayuno rápido a la vez que nos vestimos y vamos recogiendo las cosas. Me separo unos metros, pocos, no vaya a terminar resbalando, para echar una cagada antes de arrancar: el alpinismo tiene momentos muy íntimos. Finalmente nos echamos las mochilas a la espalda, son las cuatro y media. Comenzamos a hacer eses sorteando los tramos de grietas y seracs, a la luz de las frontales, camino al pie de vía que parece ahí al lado. La realidad son cuarenta y cinco minutos de remontar cuestas glaciares. Finamente, a las cinco y media, la rimaya nos saluda; nos encordamos y exploramos la zona del puente de nieve para cruzar a la pared Norte de las Grandes Jorasses: ¡Joder, qué ilusión!


Voy bastante abrigado, incluso llevo puesto el pantalón ligero de gore sobre las mallas, las manos desnudas no acusan frío, así que pronto me sobrará ropa. Javi remonta rápido las primeras torres de roca descompuesta, para alternar con campas de nieve tumbadas. Vamos encordados en ensamble a unos veinte metros y sin crampones, Javi con dos piolets y yo con uno, todo sea por  aligerar. De repente resbalo en la nieve y bajo tres metros hasta una repisa. “Vamos bien, faltan mil doscientos metros de vía y ya me estoy resbalando…”. Esto sirve para empezar a meter algún seguro y montar alguna reunión. Cambiamos las botas por los pies de gato, a pesar de que tenemos que cruzar manchas de nieve de cuando en cuando, la dificultad de la roca nos hace ir mejor así. Esto también hace que la mochila aumente de tamaño y sobre todo de peso. 









Ha amanecido y nuestro ritmo aumenta, Javi estira largos de sesenta, setenta, ochenta metros. La dificultad es creciente, la roca súper compacta y los seguros fijos muy escasos, algún clavo aislado. Vamos ganando altura y nos esforzamos por seguir el itinerario sin despistes. Superamos tramos famosos sin apenas notarlo, bastante tengo con seguir el ritmo del amigo… El cielo no está claro del todo, de hecho de cuando en cuando nos envuelven jirones de niebla: esto nos hace correr todavía más: ensamblamos muchos tramos ahorrando reuniones. 


Llegamos a un punto en el que de acuerdo a nuestro croquis, ya roto y sucio de tanto sacarlo, tenemos que hacer un rápel pendular. De mano parece que tienen que ser unos diez o quince metros, pero terminan siendo unos treinta. Ver alejarse a Javi hacia abajo, hasta una repisa nevada es una sensación extraña, yo sólo quiero subir, ganar altura para poder evitar la amenaza de tormenta de esta tarde.


Después de retirar el rápel aún nos movemos otros dos largos casi en horizontal hacia la derecha, hasta que alcanzamos otro espolón sobre el que empezamos de nuevo a ganar altura remontando largos de cuarto grado en ensamble, siempre con pocos seguros emplazados.


“Menudo gallo el amigo Cassin”, “ya te digo”. Es mediodía, por primera vez desde las cinco y media de la mañana nos hemos parado a comer y beber algo. Estamos en el nicho del segundo vivac de los primeros ascencionistas. Empezamos a creer que podemos hacer la vía en el día: esto que podría ser un gran éxito para mí, para Javi era el objetivo desde el principio, y como él dice, “es lo suyo hoy en día; poco mérito tendría repetirla con un vivac…” Pero lo cierto es que el noventa por ciento de las cordadas pican una noche, por lo menos.


“Ostia, ¡pero si está nevando!” “Joder, ¡mierda!, hay que correr, tenemos que salir de aquí”. Estamos a unos diez largos de la cumbre, la nube nos ha envuelto sin darnos cuenta, avanzamos por largos fáciles hacia el característico nevero triangular del tercio superior de la pared. De vez en cuando se oyen voces lejanas por encima: una cordada que entró el día antes.


Las Chimeneas Rojas son el último tramo difícil que nos falta, siempre he leído sobre estos largos cubiertos de verglás, y lo cierto es que cada vez tenemos más hielo alrededor y la roca está mojada en general. 


Después de dos tiradas escaladas por Javi con atención pero muy rápidas, ahora me espera en una incómoda reunión colgando debajo de un desplome que tiene la placa de la base cubierta de hielo. Del labio superior del desplome gotea a ritmo el desagüe del deshielo. Arranca de nuevo y supera el desplome con maestría. Continúa unos cuantos metros y me avisa de que ha montado reunión y puedo salir. La mochila tira de mí hacia atrás, el desplome es mayor de lo que parecía, el agua helada me entra por el cuello. La tensión de las cuerdas recuperadas por Javi me obligan a entrar al paso más de frente de lo que quisiera, estoy tirando con fuerza de una laja para poder alcanzar el borde superior. De repente, me veo en el aire, la laja ha saltado convertida en un bloque de unos quince kilos que sostengo en las manos y que me golpea fuertemente en el muslo derecho cuando la cuerda se tensa y quedo colgando como un jamón. “¡No pasa nada, todo bien, me ha saltado una laja!” Me repongo y resuelvo los pasos que me faltan hasta la reunión, a la que llego con las manos heladas. Javi me mira con aire serio un corte que tengo en la mano izquierda, en el dedo índice, y que no tiene buena pinta: saco un pañuelo de papel, le doy dos vueltas de esparadrapo y por primera vez en el día, me pongo el guante encima. Parece que lo que queda es una trepada muy fácil. Envueltos en la nube, con la luz de la tarde declinando, con el cansancio en las piernas, en los brazos, y en la cabeza, continuamos trepando en esta escalada que me parece infinita.

Me llegan de arriba gritos de júbilo, Javi está en la cumbre: la vía termina justo en la cima de la Punta Walker de las Grandes Jorases, 4208 metros. Son las 8 y media de la tarde, llevamos quince horas escalando sin parar casi ni para mear. Javi está eufórico; yo sólo estoy reventado. En mitad de la nube nos sacamos en autorretrato dos fotos y miramos al abismo de la vertiente sur hacia el que nos tenemos que tirar en la decreciente luz de la tarde. 



En unas cuarenta y ocho horas he pasado de mi casa a la cumbre de esta montaña, por en medio más de mil cuatrocientos kilómetros de coche, aproximación a lo largo de dos glaciares y una escalada de envergadura.
Hay mucha nieve, pero en principio tenemos huella de la cordada a la que casi alcanzamos y que habían entrado el día antes. Realmente lo hemos hecho muy bien, fenomenal, pero aún quedan casi tres mil metros de descenso hasta Courmayeur…

La cara Sur de las Jorasses, que bajamos casi entera de noche, entre truenos

En mitad de una niebla espesa, más bien inmersos en la nube, con truenos sonando a nuestro alrededor, comenzamos el descenso por unas palas de nieve profunda a casi cuarenta grados de ángulo. Pronto perdemos las huellas. Las grietas interrumpen nuestra línea de descenso de cuando en cuando, obligándonos a hacer travesías. De repente comienza a llover, esto se está poniendo desagradable. La pendiente aumenta y ahora montamos tres rápeles consecutivos a sesenta metros, abandonando otros tantos tornillos Black Diamond, de a sesenta euros unidad, en un couloir de hielo aguado. Hay que perder altura rápido. La noche se cierne sobre nosotros cuando alcanzamos un rellano en el glaciar. Ha dejado de llover pero los rayos centellean entre la nube. Ahora esto es más complicado, no sabemos hacia dónde ir… Guiados por la intuición avanzamos desencordados flanqueando zonas de seracs, otras de grietas, resaltes rocosos… Es medianoche y yo voy ciego. 

Vamos moviéndonos en travesía, flanqueando a la derecha para alcanzar lo que creemos que es el roñón rocoso que termina sobre el plató del glaciar que lleva al refugio de Boccalatte. Ahí se terminarán nuestros problemas, pero aún está lejos. Javi se ha quedado sin pilas en la frontal, así que para mayor emoción, le he dado la mía, ya que él va más fresco para guiarnos abajo. Ahora yo me tambaleo tres metros detrás de él, hundido por el peso de la mochila, deshidratado, famélico, pero sobre todo muerto de cansancio y sueño. De repente me cuelo en el suelo de nieve, quedo trabado por la mochila a la altura del pecho y siento cómo mis piernas se balancean libremente en un extraño vacío: “¡Joder Javi me he colado en una grieta!” Vamos desencordados para “ganar tiempo”, estoy asustado: con cuidado y agarrado por Javi que tira de mí salgo del agujero arrastrándome hacia lo que parece terreno más seguro. Nos encordamos a cuatro metros y seguimos avanzando. 

Estamos por fin sobre roca y me siento mejor al pisar terreno firme. Pero a las dos de la mañana, con crampones, sin luz y entre bloques sueltos voy tropezando continuamente. Mi avance es lamentable. Empiezo a implorarle a Javi que paremos a dormir un rato, pero él insiste en continuar perdiendo altura. Son las tres, mientras Javi está buscando una instalación de rápel para salvar un cortado, yo me siento en un bloque, y poco a poco me voy echando. 

Finalmente Javi se rinde a la evidencia, ya no consigue moverme más. Son las tres y media de la mañana, llevamos veintidós horas non-stop. Nos instalamos en una terraza inclinada, Javi saca el hornillo y la comida que nos queda. Para cuando ha fundido nieve para beber yo ya llevo un rato durmiendo: me despierta, bebo y como algo y me vuelvo a quedar dormido.


Es de día. Despierto con la espalda doblada entre piedras, con dolores varios, pero con mucha energía: son las siete y media y me encuentro bastante recuperado. Después de poco más de cuatro horas ya estamos en marcha de nuevo. El cielo plomizo amenaza descargar: al menos no nos hemos mojado mientras dormíamos. Vemos el refugio Boccalatte al fondo del glaciar, esto está hecho. Encontramos en seguida los rápeles que anoche no localizábamos, en dos tiradas  cortas estamos en la base del roñón de roca para entrar al último tramo de glaciar que nos queda. 

El roñón de roca donde está Boccalate
En una hora estamos tomándonos un café con galletas en el refugio, la gente se interesa por nosotros, les parece un buen horario para la Walker. Estoy ufano. De nuevo en marcha hacia el valle, ahora ya entre vegetación, vamos descendiendo los últimos mil metros de desnivel. Javi me espera cada poco, pero mi ritmo es lentísimo: las agujetas generales se ven incrementadas por el golpe de la laja en el muslo, que me hace cojear cada vez más intensamente. Cuando ya estamos relativamente cerca de la carretera, Javi se distancia más, yo sigo a mi máximo ritmo, el del caracol...




He llegado a la carretera pero no veo a este elemento por ningún lado. Sigo caminando, controlando a ver si lo localizo, pero empiezo a hacer autostop a todo el que pasa. A los pocos minutos, se para un Fiat Uno conducido por una amable señora francesa con sus hijos en los asientos traseros. Se ofrece a acercarme a Courmayeur. Hacen sitio en la plaza de delante y me acomodo a duras penas. Sé que tengo que oler muy mal, pero no parece molestar a la señora, que me va preguntando de dónde vengo, qué hemos hecho, y demás. Le va traduciendo a sus hijos lo que yo le cuento en inglés: estos valles son cuna de alpinistas, llevan la montaña dentro y forma parte de su cultura. Sabe lo que es la Walker.

Me bajo dando las gracias a mi benefactora en la plaza de la estación de autobuses de Courmayeur. Ha salido un poco el sol entre las nubes, miro alrededor pero no veo a Javi, así que me acomodo en una terraza y me tomo una gran jarra de cerveza con un bocadillo de queso con tomate. Al acabar me siento en un banco de la plaza, me quito las botas, me apoyo en la mochila y OFF: me quedo dormido automáticamente. Cuando me despierto ha pasado más de una hora, este tío no está, así que me voy a la taquilla a preguntar horarios para tirar en bus hacia Chamonix. Cojonudo, el último salió hace una media hora y hasta mañana no hay más. No sé qué hacer, ando pensando las opciones cuando de repente me suena el móvil: es Javi. “Imposible”, pienso, “pero si este dejó el teléfono en el coche (todo por aligerar claro)”. El tío llegó a la carretera, se tiró en un prado y se quedó dormido, cuando despertó como no me vio, hizo autostop y unos tíos lo llevaron hasta Chamonix… “Está chupao, tío, ponte y verás que en media hora estás aquí…”. Me pongo a hacer dedo en la salida del pueblo: ha empezado a llover cada vez con más intensidad. Paran varios coches, la gente es muy amable, pero nadie va hacia Chamonix. Cuando llevo una hora en remojo, reventado, vuelvo para el pueblo de Bonatti, busco una pensión, pido alojamiento y subo a la habitación a darme una ducha. No me puedo cambiar de ropa, no tengo recambio: de nuevo, todo por aligerar… Como tengo la malla mojada, no me queda más que el pantalón de gore, agujereado… Bajo al comedor y entre la cojera y las pintas, me mira todo el bar: me pido una cerveza, una pizza, y un tiramisú y me subo a dormir las diez horas más profundas que recuerdo.

Por la mañana cojo un bus y me reúno con Javi. Esta noche nos damos una cena de homenaje: hicimos una buena ascensión, en un estilo alpino rápido, a una vía famosa en una pared famosa. 

Nos planteamos la escalada de la forma más eficiente y rápida; Javi siempre delante, algo más ligero de mochila y ensamblando lo máximo posible, ahorrando maniobras a los cuarenta largos que marcaba el croquis, la estrategia funcionó bien. Llevamos muchas escaladas juntos, nos entendemos bien y eso se nota. 

Recogiendo para marchar, cojera impresionante
Al día siguiente preparamos las cosas y nos volvemos para casa. Otros mil cuatrocientos kilómetros al volante. El viernes estamos de vuelta, cinco días y medio después de salir. 

Se me caerán tres uñas de los pies, cojearé de agujetas toda una semana y tendré para toda la vida una pequeña cicatriz en el dedo índice de la mano izquierda: la Walker bien vale una cicatriz así.

Un recuerdo...
Siempre recordaré este viaje y esta escalada.

Resumen del viaje Alpes Express 2005:
Domingo 17:30 h Gijón
Lunes 14:30 h Chamonix (1.400 Km. al volante!)
Lunes 16:30 h Último Tren a Monentevers, de 17:30 a 21:30 h Aproximación: Mer de Glace, Glaciar Leschaux.
Martes 04:30 h Inicio aproximación, 05:30 h Rimaya, Inicio escalada, 20:30 h Cumbre (15 horas de vía)
Miércoles 03:30 h Vivac en el roñón rocoso (23 horas non-stop), 07:30 h En pie, 09:00 h Refugio Boccalatte, 14:00 h Coermayeur
Jueves 11:30 h Chamonix
Viernes 9:00 h Salimos de Chamonix, 21:30 h Gijón (1.400 Km. al volante!)

Grande Javi Sáenz, gracias!