LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Vuelta al Mampodre en BTT - 25 Sep 10


Juan y Juacu Piñera
Los planes originales de subir a escalar a Picos, primero una pared grande, luego otra más modesta, se fueron modificando hacia la BTT por la meteorología. Ese mismo cambio me hizo pensar en distintos compañeros, de Luque pasé a los Piñera, todos ellos tan presentes en mis salidas al monte desde hace tantos años.
Después de jugar con el mecano de meter tres bicis dentro de un Megane (y que luego entren tres tíos), salimos de Gijón algo después de las ocho, con lluvia pero con la esperanza de que el tiempo mejore. Subimos hacia San Isidro, a ver si por León estaba mejor, aunque la nube era continua y nos seguía mojando mientras encajábamos de nuevo las piezas del mecano en Puebla de Lillo, que si esta rueda es tuya, que si pásame el sillín…
El plan estaba más que nada pendiente del cielo: arrancamos hacia Cofiñal sin saber cuándo nos daríamos la vuelta. Con esfuerzo coronamos el puerto de Las Señales con lluvia fina, viento frío y sensaciones incómodas, tiramos por la misma carretera hacia Tarna. Ya en el puerto, con el viento norte dejándonos helados, consultando entre tembleques el mapa informativo, mirando el bar de reojo, decidimos coger el PR que baja a Maraña, por matar el día.
Después de Riosol y de un pequeño collado, mientras nos acercamos al macizo del Mampodre, el cielo nos da alguna tregua. A ratos por pistas anchas, a ratos por estrechos senderos, comentando las muchas opciones que ofrece este grupo de montañas tan interesantes, esquí, caminar, escalar…
En Maraña se plantea otra vez la opción de entrar al bar, señal de que tenemos frío y pocas esperanzas, pero decidimos seguir hasta Acebedo: el camino cruza ahora enormes praderías donde centenares de ovejas pastan, y los mastines nos miran de lejos con desinterés. Aunque nos demos la vuelta aquí ya habrá merecido la pena, la luz de montaña, el frío pasado y las duras pedaladas compartidas me hacen sentir muy vivo…
Al llegar a Acebedo el cielo parece que clarea. El bar que encontramos abierto nos ofrece un café con gotas para entrar en calor (aunque de entrada las rechazamos, luego todos nos echamos un lingotazo), y las amables explicaciones del paisano, que nos invita a tirar hacia Lois por el collado de las Cerezales: “en hora y media estáis allí”. Es temprano, apenas la una y media, así que decidimos intentarlo.
La pista perfectamente señalizada nos sube, entre imponentes hayas aún verdes, hasta la collada a más de mil seiscientos metros. A costa claro está de apretar los pedales. Saco la cámara para tirar alguna foto ahora que la luz es buena, pero estoy sin batería… A ratos te sobra toda la ropa, a ratos necesitas el chubasquero. En la bajada, los robles, los roquedales de cuarcita, los arroyos… Una pasada de descenso bajo un cielo amenazante.
Lois es un pueblo encajado entre cordales, con casas de piedra muy arregladas y una pedazo iglesia de mármol rosa que luego sabremos que es catedral: las detalladas explicaciones de la señora que actúa como guía nos dejan claro en la breve visita que aquí había mucha pasta, ya en mil setecientos y pico se empezó la obra a costa de una familia de potentados. Nos quedamos asombrados de tanta riqueza cultural y monetaria. Orientarse para salir del pueblo exigió de nuevo preguntar en un bar ¿dónde si no?, cargando pilas con otro café: son las tres de la tarde y queda mucho que ciclar…
Nuestro objetivo es Solle, y para llegar tendríamos que coronar de nuevo varias colladas en torno a los mil quinientos metros. El cielo aguanta excepto por ligeras rachas de lluvia. Nos retorcemos sobre las bicis en las intrincadas curvas de las cuestas, los kilómetros pasan factura. También nos relajamos en las bajadas y los terrenos sube-baja: puertos con praderías, las dudas en los cruces y las portillas de cierre para el ganado se alternan mientras va pasando las horas. La belleza del paisaje no decae.
Finalmente divisamos casas a lo lejos, la bajada es larga y para cuando llegamos nos damos cuenta de que no espasmo en Solle sino en Reyero: en alguno de los muchos cruces tomamos el ramal izquierdo en lugar del derecho… No importa, sólo queda pedalear carretera, eso sí, más de diez kilómetros.
Los tramos finales, con el Susarón en frente, se me hicieron realmente duros: el viento en contra, la deshidratación de todo el día por beber poco con el frío, la falta de entreno… Yo llegué al coche con la luz de la reserva encendida y la aguja abajo del todo.
Manguerazo a las bicis en la gasolinera, un bocado de empanada sobre el capó del coche y de vuelta para casa, con lluvia casi todo el camino.
Sin GPS, sin conocer casi nada del recorrido, sin info previa, sin cámara de fotos(las mostradas son de otra salida por San Isidro años atrás)… a la antigua. Calculamos a ojo que serían unos sesenta kilómetros, de los que bastante más de la mitad fueron por pista en un paisaje espectacular. Hemos disfrutado mucho de la ruta, que sin duda se convertirá en una clásica de nuestras salidas de BTT del año.
Puebla de Lillo-Cofiñal-Puerto Las Señales (1625 m)-Puerto Tarna (1492 m)-Maraña-Acebedo (1100 m)-Collada Cerezales (1550 m) -Lois-Collada Lois-Reyero-Puebla de Lillo.
8:15 h Gijón
10:00 h Puebla de Lillo
10:15 h Inicio pedaleo
13:15 h Acebedo (1.100 m), café con gotas
15:00 h Lois, visita catedral, café, indicaciones
17:30 h Reyero
18:00 h Puebla Lillo
20:00 h Gijón

viernes, 24 de septiembre de 2010

Primeros Pasos - Domingo 19 Septiembre 2010

Esta semana, Javi, mi hijo, el que llegó hace tan poco, al que sigo llamando bebé muchas veces, ha empezado a caminar por su cuenta.
Llevaba meses caminando cogido de la mano, pero nunca solo. Nos parecía que estaba tardando mucho.
El domingo pasado por la tarde, en el parque, ante nuestro asombro, se lanzó a caminar... y no parará más.
La vida ha cambiado totalmente para él y también para nosotros. Ha sido un gran día que recordaré siempre.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El Zapato Volador - Pájaro Negro a Peña Santa Castilla

27 Agosto 2010
Bene Santos

  • Fotograma 1: saco los zapatos de la mochila y paso el mosquetón de una express por los lazos de los cordones
  • Fotograma 2: sujeto la express y suelto los zapatos
  • Fotograma 3: un zapato rebota en el suelo, botando a cámara lenta empieza a alejarse hacia el borde de la terraza
  • Fotograma 4: el zapato, después de varios botes, se precipita al vacío
Pensamiento inmediato: una gran agonía me espera para el resto del día… Joder. Mierda.
Salimos de Gijón a las tres de la tarde, la furgoneta de estreno copaba las conversaciones; que si la potencia, que si el consumo, el ruido de la baca, las comodidades de viaje… Llegamos a Cangas y nos enfilamos al Pontón con veintisiete grados fuera de los cristales.
En Soto, después de aparcar en la Plaza, comparamos las mochilas, tan dispares en tamaño como en peso: yo he comprimido al máximo y me arreglo con la de 35 litros que llevo en las salidas de un día, aunque la cuerda y el casco vayan fuera. Bene ya parte con desventaja con el kilo y medio de cámara, pero “el que por su gusto corre, jamás de la vida cansa”… Silvia y Nerea llevan lo normal para pasar la noche y salir a caminar.
Afrontamos con resignación las tres horas mínimas de pateo hasta Vega Huerta: el encanto y la tranquilidad de este sitio vienen precisamente de este aislamiento. Hace calor pero se ven nubes de evolución en altura, de momento el bosque nos refresca. Para cuando salimos de los árboles en el Frade, la humedad de la nube hace que el calor anterior se haya esfumado, de hecho empezamos a tener frío en brazos y piernas. Las zetas de la canal de Perro nos elevan hasta el collado: la peña Santa está cubierta por la nube.

Me quedo hipnotizado mirando esas flores de un color azul eléctrico intenso, que cada pocos pasos rompen el tono monótono de gris niebla y gris caliza: parecen desprender luz desde sus púas afiladas.
A pesar de estirar el paso y acelerar el ritmo, no consigo ninguno de los dos objetivos marcados: llegar a la vega en las tres horas, o conseguir que las chicas dejen de hablar sin parar…
La humedad es total en la luz mortecina de la tarde, la niebla invade la vega: no parece haber demasiada gente, cruzamos a una pareja que sube hacia la cueva. Nos acercamos al refugio, recién levantado de sus escombros. Para nuestra sorpresa está vacío, tenemos las cuatro literas para nosotros: no lo dudamos y nos instalamos cómodamente (a pesar de las literas de cemento vivo).
Una cena rápida y sin lujos (no hay hornillos) y pronto estamos acostados.
La noche transcurre variada, el calor, la dureza del apoyo, la falta de costumbre… Lo que no tengo presente es la inquietud típica que otras veces me acecha el día antes de una escalada, señal de que no estoy afrontando retos serios últimamente… Suena el despertador a las siete y media y nos ponemos en movimiento.


En veinticinco minutos estamos poniéndonos el casco en el pie de vía: con el arnés puesto, pero aún sin sacar material empezamos a trepar a las nueve.




La canal muestra los efectos de los inviernos; roca machacada por el hielo, enormes bloques inestables y llambrias pulidas.


El ambiente es algo tétrico, intimidante, aunque en movimiento apenas aprecias los detalles. El primer obstáculo en forma de bloque desplomado nos hace sacar la cuerda.

Una vez resuelto seguimos caminando en busca del inicio real de la escalada; nos lo indica a lo lejos una reluciente reunión de dos parabolts con argolla: Bene toma el liderazgo y resuelve rápidamente el largo a pesar de la roca dudosa que se escacha y de la falta de seguros fijos.

En la terraza nos desplazamos unos metros hasta la base del famoso Pilar característico: el largo, que marca 6b+ en unas guías, o incluso 6a+ en otras, esta vez igual que la anterior hace seis o siete años, me obliga a acerar después de intentar forzar y sentir como las lajillas de manos se parten y los pies patinan… Es un paso de bloque corto y concentrado. A parte de esto, los tres parabolts relucientes dan una confianza que quizá Udaondo no aprobara; lo cierto es que la roca está muy machacada en las fisuras de tanto clavar. En pocos minutos aseguro a Bene que me alcanza y continúa hacia arriba, empalmando largo y medio y montando reunión sobre un clavo en una repisa.
Son las once, apenas llevamos una hora encordados. A esta hora Paula estará saliendo de Gijón con Javi, camino de Soto, donde nos veremos esta tarde: es la primera vez que organizamos un fin de semana combinado familia-montaña y quiero que salga bien.
Después de recuperar cuerda y mientras se prepara para asegurarme, de repente: clin, clin, clin…. Se le ha caído la placa! El ruido ha parado cerca de mí, después de buscar un rato entre las canales, la encuentro y se la subo mientras me asegura con un dinámico. Mal rollo que se te caiga justo la pieza clave para asegurar y rapelar, pero son cosas que pasan.
De nuevo delante, tiro los pasos de V de placa para llegar al descuelgue que nos posa de nuevo en la canal en un corto rápel de seis metros. Caminamos otra vez hasta localizar el pie del siguiente largo: Bene sale hacia el IV+, la roca cochambrosa obliga a navegar con atención, buscando las zonas sanas para tirar de los cantos, y para colocar los seguros. Estoy mirando al valle cuando un grito me sobresalta: “Voy!!!” De la que miro para arriba y recupero la comba veo a Bene medio cayendo: se ha parado con el típico estruendo de material sin llegar a tensar la cuerda. “Estás bien?” entre bufidos por el susto me contesta “sí, bien” . Yo creía que lo había parado un seguro al que se había cogido, pero fue que se agarró a una presa a la vez que se iba… “Menos mal, una ostia con la terraza de debajo y ya la tenemos armada”. Tras unos segundos de reponerse continúa el largo hasta la reunión. Cuando yo paso por él veo la roca chunga por la que ha pasado (no había mucha opción), y cómo incluso las presas que parecen netas a veces pueden saltar.
Empieza ahora lo que yo recuerdo como la parte más difícil de la vía, como siempre se trata de terreno clásico donde los antiguos nos pulen claramente: chimeneas. Estamos en el largo seis, nos quedan tres, a unos cuatrocientos metros del suelo con mala retirada… Empiezo escalando con la tensión típica de los largos que no te gusta la pinta. Evito la chimenea inicial por el pilar de la derecha, está bien tieso: coloco con dificultad un camalot del 3 y agarro la atlética laja por la que me levanto con tensión, pongo un allien, (santos alliens!) y continúo empotrado ahora sí ya dentro de la chimenea. Sin distraer la atención ni un segundo me vuelvo a salir al pilar derecho y remonto sobre lomillos hasta chapar un clavo, la cosa afloja algo, y por fin alcanzo la repisa con dos clavos que, una vez reforzados con un camalot y un fisurero, forman la reunión. Toda esta emoción para lo que el croquis considera un V, ni siquiera tiene el +, ¡un V! Yo he apretado algo más, eso seguro…
Con la mochila y la cámara Bene sufre bastante, así que el siguiente también lo tiro yo: este es el que recuerdo de mi anterior escalada como el más duro de la vía. Al menos no empieza en chimenea, sino en un diedro bastante tieso con tres clavos seguidos (mala señal): es atlético pero me coloco bien, lo malo es tener que tirar fuerte de unos bloques con resonancia de guitarra: confío en lo que hay y salgo bien. Después sí entro en otra chimenea, aunque por esta voy mejor. Estiro el largo hasta un puente de roca y un clavo. Este largo lo marcan de V+, y seguro que lo es, pero a mí me resultó más duro el anterior…
La cosa está hecha, nos queda un largo diagonal de IV+ hasta una vira, y luego parece que termina la escalada: trepar hasta la arista y luego cumbre. Bene se anima con la perspectiva y vuelve a liderar. Rápidamente me asegura desde la vira. Estamos contentos, llevamos un buen horario, apenas cuatro horas y media: la confianza aumenta, “habría que hacer cumbre a las dos” digo, “así haríamos la vía en cinco horas”. Ambos sabemos por experiencias previas que Peña Santa suele reservar sorpresas para estas zonas “finales” antes de coger la arista, incluso sobre la propia arista, a veces tienes que volver a sacar cuerda, poner gatos… pero la euforia se está apoderando de nosotros, la dificultad está superada y una relajación involuntaria me invade…
“Podíamos sacar los playeros de la mochila, los colgamos cada uno del arnés, y así es más rápido el cambio” dice Bene. “Descarao” digo yo, y abro la mochila al momento para sacarlos.
“¡No! ¡No! ¡Nooo!!!!” Me quedo mirando como tonto.
El primer impulso de levantarme y correr tras el zapato se ve frenado por la prudencia (afortunadamente).
Un golpe suave y sordo, cercano, otro golpe más suave y mucho más lejano. Nada más.
“Vamos a montar un rápel, igual lo localizamos” “que va hombre, aquí esto corta en vertical cientos de metros…”
La suerte está echada. La perspectiva de lo que tengo por delante me golpea de repente: me he quedado sin un zapato en una de las cumbres más remotas de Picos. Toda la arista hasta la cumbre, la arista de bajada hasta la Brecha Norte, la bajada de la Canal Estrecha, remontar la Forcadona, bajar la Forcadona hacia el Sur, cruzar hasta Vega Huerta…. ¡Todo esto para llegar a Vega Huerta! que está nada menos que a tres horas de pateo hasta el coche. Hacer todo esto con un gato me hace imaginar un pie desollado de ampollas y heridas, hinchado, dolor en las rodillas, en las piernas, ¡dolor hasta en los ojos!
El fin de semana combinado familia-montaña empieza a torcerse.
“¡Ostia!, Nerea subió chanclas!!” acabo de recordar vérselas anoche; incluso comentar con ella entre risas los lujos que se permite, porteando chanclas… ahora esas chanclas pueden ser mi salvación! Bene saca el móvil para intentar llamarlas, que me acerquen la chancla hasta la base de la Estrecha, o a la Forcadona… nada, no hay red.
No es momento para lamentaciones, ya habrá tiempo para reflexionar, porque esto hay que meditarlo (fíjate si tendrás tiempo mientras bajas caminado con un zapato y un gato…). Desde luego la cosa cambia; al menos desde Huerta podré ponerme una chancla para caminar. Aún así, ya me duele el pie pensando en los pedreros de la Forcadona, en el nevero…
Sin más empiezo a trepar por las canales de salida que nos llevarán en dos largos a la arista. Desde ahí, en otros doscientos metros aproximadamente hacemos cumbre, donde hay cuatro tíos al sol. Son las dos y media, hemos echado cinco horas y media aún con los varios percances, no está mal para los ochocientos metros que marca la guía. Por primera vez en el día desde el desayuno comemos algo, la flojera ya está asomando. La nube nos rodea unos seiscientos metros por debajo.
Hemos sido la única cordada en toda la pared: todo un lujo inexplicable en un día de agosto soleado como hoy. La única respuesta posible es que cada vez se escala menos en el monte, incluso cada vez se camina menos por el monte, sólo hay cuatro tíos aquí… Esta teoría la arrastro desde hace tiempo y cada vez estoy más convencido: no hay relevo.
No quiero perder tiempo así que, después de una foto de recuerdo salimos hacia la brecha norte. Aquí, el hecho de llevar un gato apenas se nota, hay que destrepar y a veces incluso ayuda. Pero el pie se queja de la presión comparado con el izquierdo, cómodo dentro de su calcetín. Pasada la Brecha Norte, entramos la Estrecha, montamos el primer rápel en simple a sesenta metros y me tiro abajo, Bene destrepa. Los dos últimos resaltes los rapelamos a treinta metros. En poco tiempo estamos en la base y flanqueamos llambrias hacia la Forcadona: en el pedrero nos mantenemos altos agarrados a la roca, evitando la nieve al máximo, apenas hay huella. Coronamos la horcada y continuamos bajando. Bene me espera en las zonas de mucha piedra suelta, se me llena el pie de chinas a cada paso, pero parece que vamos bien. El resto de la bajada hasta Vega Huerta se me hace rápida, no voy nada mal la verdad.
No paro de pensar en la torpeza demostrada. Estos fallos no se pueden tener.
Algo antes de las cinco de la tarde llegamos al refugio, Silvia y Nerea no están, pero la cosa no pinta mal. Al rato aparecen, les contamos cómo nos ha ido en la vía, y el “despiste” del playero: me pruebo la sandalia, y aunque me queda pequeña, así bajo perfectamente. Nos relajamos al sol comiendo y bebiendo. A las seis arrancamos a caminar. A las ocho y cuarenta llegamos a Soto. La bajada ha ido bien y no les he hecho perder demasiado tiempo.
Al final no ha sido para tanto. En la plaza, mientras descargamos las mochilas, empiezan a aparecer conocidos, de repente llega Paula con el niño saludando. Me apresuro a sacar a Javi de la silla, enseñarlo a mis amigos, achucharlo… Pasa un rato en el barullo, y Paula termina marchándose a casa con el guaje, cerca ya de la hora crítica de baño-cena-cuna.
Más tarde, repasando la situación, me doy cuenta de lo torpe que soy: no he hecho las presentaciones mínimas, Bene, Silvia y Nerea por un lado, y Paula por otro, todos mirando mientras yo paseo al guaje y le enseño los caballos, los perros, la mula… todo menos hacer lo que tenía que hacer, que era presentarlos y hacer que se conozcan: soy un torpe en toda regla. Espero hacerlo mejor la siguiente oportunidad.



El resto del fin de semana transcurrió felizmente: jugar con los niños, Javi por un lado, Santi y Carmen por otro, los niños de María que vinieron con Paula, Esther por otro… No hubo tiempo para aburrirse. La recolección de moras no tuvo éxito, no así la de manzanas del Juntanal, ácidas como debe ser.
Este fin de semana he recordado dos cosas importantes:
  • La primera es que hay que ser minucioso, preciso, prestar atención a los detalles, un despiste pequeño puede transformar las cosas drásticamente. En el monte la fuerza de la gravedad está más presente que en la vida diaria. Un despiste como este en invierno implicaría directamente al helicóptero. Ni pensar en sitios más remotos.
  • La segunda es que tengo que conseguir acercar mi familia, lo más importante, a mi afición por la montaña, hasta ahora están bastante separadas y yo soy el principal culpable. Y viene de largo. También aquí sólo se trata de cuidar los detalles.
8:30 h Vega Huerta
9:00 h Pie de Canal
14:30 h Cumbre
17:00 h Vega Huerta
20:40 h Soto

viernes, 10 de septiembre de 2010

Kuffner al Mont Maudit, Septiembre 2006

Juaco y Juan Piñera - Septiembre 2006
Aiguille d´Argentiere (3.900 m) - Normal
Mont Maudit (4.465 m) - Arista Kuffner, III/D

El coche devora kilómetros en mitad de la noche. Juaco me ha dado el relevo al poco rato de cruzar la frontera de Irún y ahora descanso en el asiento del copiloto, mientras Juanín duerme con el cuello dislocado en el asiento de atrás. Hablamos locuazmente, comentando lo que andamos haciendo, lo que queremos hacer, lo que otros hacen o dicen que hacen y nosotros no nos terminamos de creer: vaya, criticando, lo habitual. De repente, Juaco queriendo poner las largas, pero poco habituado a mi coche, lo que hace es apagar totalmente las luces: a ciento treinta por hora en mitad de una recta de autopista francesa pisa el freno con el reflejo del miedo, se activa automáticamente la intermitencia del warning de emergencia y acabamos parados en el arcén mientras nos adelantan sorprendidos los pocos que circulan a estas horas de la noche.
Estamos, como tantas veces, camino de los Alpes para intentar realizar alguna ascensión o escalada que complete el año. Para mí, que cada vez salgo menos al monte, esta cita anual cobra una importancia muy grande, y deposito muchas esperanzas en que el cielo y las condiciones de la montaña nos dejarán apuntarnos alguna actividad. Ahora nos toca buscar un área de descanso de la autopista donde podamos dormir unas horas para mañana continuar temprano y llegar al Valle a mediodía.
El cielo está muy gris, desde aquí deberíamos ver la Bionasay y el Mont Blanc, pero un macizo de nubes plomizas tapan la vista. Hemos parado en una gasolinera a preparar las mochilas en previsión de tener que salir corriendo a la estación nada más llegar: se nos han echado encima las horas y no quiero perder la subida de hoy. Viniendo con los días tan contados, no podemos perder ni una tarde. Organizamos el material, sopesando lo que hará falta y lo que puede sobrar: el primer objetivo es aclimatar subiendo a dormir a Argentiere para ascender mañana temprano a la Aiguille d´Argentiere por la vía normal, una cumbre fácil de tres mil ochocientos metros. En la Casa de la Montaña nos informan de que el tiempo estará revuelto pero sin grandes precipitaciones, así que el plan sigue en marcha. Es tarde, salimos corriendo al coche para recorrer lo que falta de valle hasta la estación del teleférico que nos permitirá subir hasta los tres mil doscientos metros de Grand Montets, si conseguimos llegar al último teleférico. Y sí que llegamos, pero por los pelos. 

Bajando al glaciar con la Aiguille de Chardonnet delante

En apenas veinte minutos pasamos de la vida normal, de los coches, las casas y la gente del valle al mundo inhóspito de la montaña. El Dru nos saluda entre jirones de niebla. La Verte se alza altiva. Nos calzamos los crampones e iniciamos el descenso al glaciar. Una vez abajo, rodeados de las sobrecogedoras caras norte de Les Droites, Les Courtes, Triolet, el Mont Dolent… nos sentimos pequeños. Vengo como líder de cordada, y esto me hace rebajar el listón de mis objetivos, acomodándome a esta circunstancia y a mis compañeros. El paseo se hace pesado hasta el refugio. Por fin lo alcanzamos y nos acomodamos. Hay más gente, pero es muy grande y no nos estorbamos.
Cena rápida y a dormir. Mañana madrugamos como procede: nuestro objetivo es la Aiguille D´Argentiere, por su normal. Una cumbre de 3.900 metros, fácil pero muy guapa.

Amaneciendo entre nubes amenazadoras

Ayer no nos acercamos a mirar la zona de la morrena, ahora vemos nuestro error al deambular por este caos de bloques a la luz de la frontal e inmersos en una densa niebla. Es por estas cosas por las que se estropean las actividades aquí: escalar es igual que en otros sitios, pero las aproximaciones y los terrenos intermedios se comen las horas y las energías. Finalmente encontramos el paso y nos remontamos por el glaciar mientras la luz del amanecer se va colando tímidamente por entre la densa niebla. A ratos nieva, pero creemos que irá mejorando, además el terreno es sencillo así que seguimos subiendo, sorteando las grietas del glaciar. Poco a poco la pendiente se va pronunciando, nos colamos en un corredor que sortea la parte más aérea del resalte y al cabo de un rato estamos en la arista camino de la cumbre, donde el sol nos da a ratos y un espectro de Broken se proyecta.


Cumbre de la Aiguille D´Argentiere 

El descenso se dio bien y a mediodía estamos en el refugio. El plan de intentar el espolón Norte de Les Courtes se desecha tan pronto como escuchamos las tremendas descargas que provienen de allí. Las nevadas de los últimos días están bajando en forma de avalanchas. Recogemos las cosas y nos volvemos a Chamonix: otras cuatro horas de pateo y alcanzamos el teleférico.

Llegando de vuelta al refugio de Argentiere, con Les Courtes en frente

El ritual se repite: nueva visita a la Casa de la Montaña para informarnos de la meteo y las condiciones. Vamos a intentar la arista Kufner al Mont Maudit: se trata de una actividad de alpinismo clásico, una larga y afilada asista que une la Tour Ronde con el Maudit, en un ambiente espectacular.
A la mañana siguiente cogemos el primer (o segundo) teleférico a Midi y emprendemos la travesía del Valle Blanco en dirección a nuestro objetivo. Los pilares Boccalatte y Gervasutti del Tacul, el Grand Capucin y la Tour Ronde nos vigilan mientras circulamos bajo un sol de justicia en esta olla sin oxígeno, buscando el mejor camino por entre las inmensas grietas del glaciar.

El Valle Blanco con su centinela: el Gran Capucin

A media tarde terminamos de plantar la tienda en el plató a una distancia aceptable de la arista. Nos encaminamos a ella: tenemos que escalar hasta su filo, donde se encuentra encaramado el refugio vivac Col de la Fourche.
“Subid vosotros, esto es muy difícil, yo me quedo aquí.” “Juan no me fastidies, el plan era venir a hacer esto juntos, ya verás como subes silbando”, después de unos cuantos rifirrafes, “o vamos todos o no vamos ninguno”, lo terminamos convenciendo y arranco de la rimaya hacia la pala de nieve-hielo. En dos largos llegamos a la arista y con otros treinta metros nos plantamos en la terraza de rejilla de la cabaña vivac: está a tope de gente, de casualidad sobran tres plazas de litera, pero para cocinar nos vamos a quedar fuera. Suerte que la temperatura es agradable y la vista tremenda: la luz rosada del atardecer ilumina las cumbres de El Cervino, Gran Paradiso, la vertiente Brenva del Mont Blanc… No hay mejor balcón, pero cuidado con las manos, si se te resbala algo bajará los cien metros que nos separan del glaciar, tintineando contra el granito.
Los cuchicheos se intercalaban con el silbido de los hornillos, calentando esas bebidas a horas intempestivas de los comienzos alpinos. Primero una cordada que se iba al Espolón de la Brenva del Mont Blanc, dos gallos claro. Después el grupo que seguiría la arista que nosotros queríamos hacer, y que nos abrirían huella para todo el día. Nos desperezamos cuando empezó a quedar sitio en el exiguo espacio del refugio. Desayuno rápido, recoger las cosas y ponerse los crampones para salir a la noche.
No hace frío, pero la escalada sobre la afilada arista nevada activa los nervios. Progresamos en ensamble sorteando los bloques ya por la vertiente francesa, ya por la italiana, cabalgando siempre sobre la línea negra del mapa.

Juanín disfrutando al amanecer de una arista increíble

Las luces de nuestros predecesores se elevan cerca de la Punta de Androsace, muy lejos y por encima de nosotros. No hay dificultades serias, y conforme vamos ganando luz del amanecer, nuestra confianza aumenta. Juan sonríe al darse cuenta de que no le engañaba: se trata de un recorrido de alpinismo clásico, elegante, aéreo y en altura (ya estamos cerca de los cuatro mil metros), pero nada que su dilatada experiencia en montaña no pueda acometer tranquilamente. La arista nos regala imágenes increíbles, alpinistas encaramados sobre cornisas colgadas sobre enormes platós glaciares, y de fondo, el Diente del Gigante, las Grandes Jorasses, ¿qué más podemos pedir?

La cumbre, altiva y lejana

“Coño, ¡esta gente viene como locomotoras!” Cuatro elementos están alcanzándonos por detrás, llegan, nos pasan y desaparecen con la rapidez y eficacia del que se mueve por estos terrenos de forma habitual de muchos años. Son cuatro suizos que vienen de Cosmicos, con intención de ascender al Maudit, luego al Mont Blanc y continuar descendiendo hacia Bionasay…”menudos gallos”. Lo cierto es que en las zonas de escalar no son más rápidos que nosotros, es más bien en las zonas medias, palas heladas por ejemplo, donde los vemos tallar escalones como los antiguos, y escaparse de nosotros irremediablemente.

Rápel en el flanqueo de la Punta de Androsace

Superada la Punta de Androsace, que bordeamos por la vertiente italiana, y después de algún rápel corto en la arista, afrontamos una zona de escalada mixta, con resaltes grandes de roca, que nos van elevando poco a poco hacia el Epaule. Las muchas horas de actividad, en cotas superiores a cuatro mil doscientos metros ya (el Tacul se ha quedado por debajo de nosotros) van pasando factura y avanzamos lentos. Pero la cumbre ya se intuye cercana, afilada en su cuerno de roca. Esta media ladera está bastante empinada, el frío se hace cortante y parece infinita… Agachando la cabeza vamos superando estos últimos tramos.

La nieve se combina con la roca en un ambiente espectacular

Tramos de roca con trepadas sencillas

En la cumbre miramos la hora, hemos cumplido, aunque justo, el horario que Rebuffat da como referencia. Nos sentamos felices, comemos y bebemos, posamos para las fotos de cumbre que nos tiran los suizos a los que aún les quedan dos cumbres más. El día está espectacular y observamos a las cordadas de los Cuatromiles evolucionando por la huella.

En la cumbre con mis dos buenos y viejos amigos: Juaco y Juan

“Bueno, nos tendremos que ir bajando de aquí, que todavía tenemos un buen paseo…” Comenzamos a destrepar hacia la huella. Alcanzada con algunos contratiempos, avanzamos ligeros hacia el collado que cuelga sobre el plató del Tacul. Las cuerdas fijas y la instalación de rápel nos depositan bajo la zona más abrupta de seracs. Ahora volvemos a caminar sorteando grietas.

Rapelando al plató del Tacul

Alcanzado el llano del plató glaciar del Tacul, decidimos sentarnos a descansar y a fundir nieve para beber, ya que hemos terminado el agua y nos queda por delante un buen paseo todavía. Sentados en las mochilas con el hornillo encendido, disfrutamos del ambiente.
Una vez reanudada la marcha tenemos que remontar un collado, “¡cuesta arriba el paisano ya no va!” comenta Juaco. Lo cierto es que según van pasando las horas, es Juan el que va poniéndose en cabeza del grupo, abriendo huella en la nieve recalentada por el sol. Cansados de todo el día llegamos a la tienda, bajo el Gran Capucin y la norte de la Tour Ronde, cenamos y nos metemos en los sacos aún de día. Suena el helicóptero, que como ayer está bajando gente, más tarde sabremos que se trata de Alex Huber forzando una línea del Capucin.
A pesar de lo justo de la tienda para tres personas dormimos como lirones hasta bien entrada la mañana. “Qué, vamos hasta la Tour Ronde?” pregunto con poca fe, “hombre, todavía hay que volver a Midi, remontar la maldita arista con estas mochilas…” nos lo pensamos mejor y decidimos dejarlo para otra vez. El cansancio no nos dejó intentar otra cumbre más: estamos contentos con lo realizado. Recogemos con calma, mirando de reojo las moles que nos rodean, a las que cómo no, nos gustaría subir. Camino del teleférico el cielo se va cubriendo de nubes, al final todavía hemos hecho lo correcto.

¿Apetece subir a algún sitio...?

De vuelta en el pueblo nos preparamos para emprender el viaje de vuelta. Otro año más hemos podido escalar en estas montañas de ensueño. Ya se agolpan en mi cabeza objetivos para futuras visitas… El nudo infinito, como diría Kurt Diemberger…

Referencia:
"El Macizo del Mont Blanc, las 100 mejores ascensiones" Gaston Rébuffat
Aiguille D´Argentiere, Vía Normal: Nº 19
Mont Maudit, Arista Kufner: Nº 50