27 Agosto 2010
Bene Santos
- Fotograma 1: saco los zapatos de la mochila y paso el mosquetón de una express por los lazos de los cordones
- Fotograma 2: sujeto la express y suelto los zapatos
- Fotograma 3: un zapato rebota en el suelo, botando a cámara lenta empieza a alejarse hacia el borde de la terraza
- Fotograma 4: el zapato, después de varios botes, se precipita al vacío
Pensamiento inmediato: una gran agonía me espera para el resto del día… Joder. Mierda.
Salimos de Gijón a las tres de la tarde, la furgoneta de estreno copaba las conversaciones; que si la potencia, que si el consumo, el ruido de la baca, las comodidades de viaje… Llegamos a Cangas y nos enfilamos al Pontón con veintisiete grados fuera de los cristales.
En Soto, después de aparcar en la Plaza, comparamos las mochilas, tan dispares en tamaño como en peso: yo he comprimido al máximo y me arreglo con la de 35 litros que llevo en las salidas de un día, aunque la cuerda y el casco vayan fuera. Bene ya parte con desventaja con el kilo y medio de cámara, pero “el que por su gusto corre, jamás de la vida cansa”… Silvia y Nerea llevan lo normal para pasar la noche y salir a caminar.
Afrontamos con resignación las tres horas mínimas de pateo hasta Vega Huerta: el encanto y la tranquilidad de este sitio vienen precisamente de este aislamiento. Hace calor pero se ven nubes de evolución en altura, de momento el bosque nos refresca. Para cuando salimos de los árboles en el Frade, la humedad de la nube hace que el calor anterior se haya esfumado, de hecho empezamos a tener frío en brazos y piernas. Las zetas de la canal de Perro nos elevan hasta el collado: la peña Santa está cubierta por la nube.
Me quedo hipnotizado mirando esas flores de un color azul eléctrico intenso, que cada pocos pasos rompen el tono monótono de gris niebla y gris caliza: parecen desprender luz desde sus púas afiladas.
A pesar de estirar el paso y acelerar el ritmo, no consigo ninguno de los dos objetivos marcados: llegar a la vega en las tres horas, o conseguir que las chicas dejen de hablar sin parar…
La humedad es total en la luz mortecina de la tarde, la niebla invade la vega: no parece haber demasiada gente, cruzamos a una pareja que sube hacia la cueva. Nos acercamos al refugio, recién levantado de sus escombros. Para nuestra sorpresa está vacío, tenemos las cuatro literas para nosotros: no lo dudamos y nos instalamos cómodamente (a pesar de las literas de cemento vivo).
Una cena rápida y sin lujos (no hay hornillos) y pronto estamos acostados.
La noche transcurre variada, el calor, la dureza del apoyo, la falta de costumbre… Lo que no tengo presente es la inquietud típica que otras veces me acecha el día antes de una escalada, señal de que no estoy afrontando retos serios últimamente… Suena el despertador a las siete y media y nos ponemos en movimiento.
En veinticinco minutos estamos poniéndonos el casco en el pie de vía: con el arnés puesto, pero aún sin sacar material empezamos a trepar a las nueve.
La canal muestra los efectos de los inviernos; roca machacada por el hielo, enormes bloques inestables y llambrias pulidas.
El ambiente es algo tétrico, intimidante, aunque en movimiento apenas aprecias los detalles. El primer obstáculo en forma de bloque desplomado nos hace sacar la cuerda.
Una vez resuelto seguimos caminando en busca del inicio real de la escalada; nos lo indica a lo lejos una reluciente reunión de dos parabolts con argolla: Bene toma el liderazgo y resuelve rápidamente el largo a pesar de la roca dudosa que se escacha y de la falta de seguros fijos.
En la terraza nos desplazamos unos metros hasta la base del famoso Pilar característico: el largo, que marca 6b+ en unas guías, o incluso 6a+ en otras, esta vez igual que la anterior hace seis o siete años, me obliga a acerar después de intentar forzar y sentir como las lajillas de manos se parten y los pies patinan… Es un paso de bloque corto y concentrado. A parte de esto, los tres parabolts relucientes dan una confianza que quizá Udaondo no aprobara; lo cierto es que la roca está muy machacada en las fisuras de tanto clavar. En pocos minutos aseguro a Bene que me alcanza y continúa hacia arriba, empalmando largo y medio y montando reunión sobre un clavo en una repisa.
Son las once, apenas llevamos una hora encordados. A esta hora Paula estará saliendo de Gijón con Javi, camino de Soto, donde nos veremos esta tarde: es la primera vez que organizamos un fin de semana combinado familia-montaña y quiero que salga bien.
Después de recuperar cuerda y mientras se prepara para asegurarme, de repente: clin, clin, clin…. Se le ha caído la placa! El ruido ha parado cerca de mí, después de buscar un rato entre las canales, la encuentro y se la subo mientras me asegura con un dinámico. Mal rollo que se te caiga justo la pieza clave para asegurar y rapelar, pero son cosas que pasan.
De nuevo delante, tiro los pasos de V de placa para llegar al descuelgue que nos posa de nuevo en la canal en un corto rápel de seis metros. Caminamos otra vez hasta localizar el pie del siguiente largo: Bene sale hacia el IV+, la roca cochambrosa obliga a navegar con atención, buscando las zonas sanas para tirar de los cantos, y para colocar los seguros. Estoy mirando al valle cuando un grito me sobresalta: “Voy!!!” De la que miro para arriba y recupero la comba veo a Bene medio cayendo: se ha parado con el típico estruendo de material sin llegar a tensar la cuerda. “Estás bien?” entre bufidos por el susto me contesta “sí, bien” . Yo creía que lo había parado un seguro al que se había cogido, pero fue que se agarró a una presa a la vez que se iba… “Menos mal, una ostia con la terraza de debajo y ya la tenemos armada”. Tras unos segundos de reponerse continúa el largo hasta la reunión. Cuando yo paso por él veo la roca chunga por la que ha pasado (no había mucha opción), y cómo incluso las presas que parecen netas a veces pueden saltar.
Empieza ahora lo que yo recuerdo como la parte más difícil de la vía, como siempre se trata de terreno clásico donde los antiguos nos pulen claramente: chimeneas. Estamos en el largo seis, nos quedan tres, a unos cuatrocientos metros del suelo con mala retirada… Empiezo escalando con la tensión típica de los largos que no te gusta la pinta. Evito la chimenea inicial por el pilar de la derecha, está bien tieso: coloco con dificultad un camalot del 3 y agarro la atlética laja por la que me levanto con tensión, pongo un allien, (santos alliens!) y continúo empotrado ahora sí ya dentro de la chimenea. Sin distraer la atención ni un segundo me vuelvo a salir al pilar derecho y remonto sobre lomillos hasta chapar un clavo, la cosa afloja algo, y por fin alcanzo la repisa con dos clavos que, una vez reforzados con un camalot y un fisurero, forman la reunión. Toda esta emoción para lo que el croquis considera un V, ni siquiera tiene el +, ¡un V! Yo he apretado algo más, eso seguro…
Con la mochila y la cámara Bene sufre bastante, así que el siguiente también lo tiro yo: este es el que recuerdo de mi anterior escalada como el más duro de la vía. Al menos no empieza en chimenea, sino en un diedro bastante tieso con tres clavos seguidos (mala señal): es atlético pero me coloco bien, lo malo es tener que tirar fuerte de unos bloques con resonancia de guitarra: confío en lo que hay y salgo bien. Después sí entro en otra chimenea, aunque por esta voy mejor. Estiro el largo hasta un puente de roca y un clavo. Este largo lo marcan de V+, y seguro que lo es, pero a mí me resultó más duro el anterior…
La cosa está hecha, nos queda un largo diagonal de IV+ hasta una vira, y luego parece que termina la escalada: trepar hasta la arista y luego cumbre. Bene se anima con la perspectiva y vuelve a liderar. Rápidamente me asegura desde la vira. Estamos contentos, llevamos un buen horario, apenas cuatro horas y media: la confianza aumenta, “habría que hacer cumbre a las dos” digo, “así haríamos la vía en cinco horas”. Ambos sabemos por experiencias previas que Peña Santa suele reservar sorpresas para estas zonas “finales” antes de coger la arista, incluso sobre la propia arista, a veces tienes que volver a sacar cuerda, poner gatos… pero la euforia se está apoderando de nosotros, la dificultad está superada y una relajación involuntaria me invade…
“Podíamos sacar los playeros de la mochila, los colgamos cada uno del arnés, y así es más rápido el cambio” dice Bene. “Descarao” digo yo, y abro la mochila al momento para sacarlos.
“¡No! ¡No! ¡Nooo!!!!” Me quedo mirando como tonto.
El primer impulso de levantarme y correr tras el zapato se ve frenado por la prudencia (afortunadamente).
Un golpe suave y sordo, cercano, otro golpe más suave y mucho más lejano. Nada más.
“Vamos a montar un rápel, igual lo localizamos” “que va hombre, aquí esto corta en vertical cientos de metros…”
La suerte está echada. La perspectiva de lo que tengo por delante me golpea de repente: me he quedado sin un zapato en una de las cumbres más remotas de Picos. Toda la arista hasta la cumbre, la arista de bajada hasta la Brecha Norte, la bajada de la Canal Estrecha, remontar la Forcadona, bajar la Forcadona hacia el Sur, cruzar hasta Vega Huerta…. ¡Todo esto para llegar a Vega Huerta! que está nada menos que a tres horas de pateo hasta el coche. Hacer todo esto con un gato me hace imaginar un pie desollado de ampollas y heridas, hinchado, dolor en las rodillas, en las piernas, ¡dolor hasta en los ojos!
El fin de semana combinado familia-montaña empieza a torcerse.
“¡Ostia!, Nerea subió chanclas!!” acabo de recordar vérselas anoche; incluso comentar con ella entre risas los lujos que se permite, porteando chanclas… ahora esas chanclas pueden ser mi salvación! Bene saca el móvil para intentar llamarlas, que me acerquen la chancla hasta la base de la Estrecha, o a la Forcadona… nada, no hay red.
No es momento para lamentaciones, ya habrá tiempo para reflexionar, porque esto hay que meditarlo (fíjate si tendrás tiempo mientras bajas caminado con un zapato y un gato…). Desde luego la cosa cambia; al menos desde Huerta podré ponerme una chancla para caminar. Aún así, ya me duele el pie pensando en los pedreros de la Forcadona, en el nevero…
Sin más empiezo a trepar por las canales de salida que nos llevarán en dos largos a la arista. Desde ahí, en otros doscientos metros aproximadamente hacemos cumbre, donde hay cuatro tíos al sol. Son las dos y media, hemos echado cinco horas y media aún con los varios percances, no está mal para los ochocientos metros que marca la guía. Por primera vez en el día desde el desayuno comemos algo, la flojera ya está asomando. La nube nos rodea unos seiscientos metros por debajo.
Hemos sido la única cordada en toda la pared: todo un lujo inexplicable en un día de agosto soleado como hoy. La única respuesta posible es que cada vez se escala menos en el monte, incluso cada vez se camina menos por el monte, sólo hay cuatro tíos aquí… Esta teoría la arrastro desde hace tiempo y cada vez estoy más convencido: no hay relevo.
No quiero perder tiempo así que, después de una foto de recuerdo salimos hacia la brecha norte. Aquí, el hecho de llevar un gato apenas se nota, hay que destrepar y a veces incluso ayuda. Pero el pie se queja de la presión comparado con el izquierdo, cómodo dentro de su calcetín. Pasada la Brecha Norte, entramos la Estrecha, montamos el primer rápel en simple a sesenta metros y me tiro abajo, Bene destrepa. Los dos últimos resaltes los rapelamos a treinta metros. En poco tiempo estamos en la base y flanqueamos llambrias hacia la Forcadona: en el pedrero nos mantenemos altos agarrados a la roca, evitando la nieve al máximo, apenas hay huella. Coronamos la horcada y continuamos bajando. Bene me espera en las zonas de mucha piedra suelta, se me llena el pie de chinas a cada paso, pero parece que vamos bien. El resto de la bajada hasta Vega Huerta se me hace rápida, no voy nada mal la verdad.
No paro de pensar en la torpeza demostrada. Estos fallos no se pueden tener.
Algo antes de las cinco de la tarde llegamos al refugio, Silvia y Nerea no están, pero la cosa no pinta mal. Al rato aparecen, les contamos cómo nos ha ido en la vía, y el “despiste” del playero: me pruebo la sandalia, y aunque me queda pequeña, así bajo perfectamente. Nos relajamos al sol comiendo y bebiendo. A las seis arrancamos a caminar. A las ocho y cuarenta llegamos a Soto. La bajada ha ido bien y no les he hecho perder demasiado tiempo.
Al final no ha sido para tanto. En la plaza, mientras descargamos las mochilas, empiezan a aparecer conocidos, de repente llega Paula con el niño saludando. Me apresuro a sacar a Javi de la silla, enseñarlo a mis amigos, achucharlo… Pasa un rato en el barullo, y Paula termina marchándose a casa con el guaje, cerca ya de la hora crítica de baño-cena-cuna.
Más tarde, repasando la situación, me doy cuenta de lo torpe que soy: no he hecho las presentaciones mínimas, Bene, Silvia y Nerea por un lado, y Paula por otro, todos mirando mientras yo paseo al guaje y le enseño los caballos, los perros, la mula… todo menos hacer lo que tenía que hacer, que era presentarlos y hacer que se conozcan: soy un torpe en toda regla. Espero hacerlo mejor la siguiente oportunidad.
El resto del fin de semana transcurrió felizmente: jugar con los niños, Javi por un lado, Santi y Carmen por otro, los niños de María que vinieron con Paula, Esther por otro… No hubo tiempo para aburrirse. La recolección de moras no tuvo éxito, no así la de manzanas del Juntanal, ácidas como debe ser.
Este fin de semana he recordado dos cosas importantes:
- La primera es que hay que ser minucioso, preciso, prestar atención a los detalles, un despiste pequeño puede transformar las cosas drásticamente. En el monte la fuerza de la gravedad está más presente que en la vida diaria. Un despiste como este en invierno implicaría directamente al helicóptero. Ni pensar en sitios más remotos.
- La segunda es que tengo que conseguir acercar mi familia, lo más importante, a mi afición por la montaña, hasta ahora están bastante separadas y yo soy el principal culpable. Y viene de largo. También aquí sólo se trata de cuidar los detalles.
8:30 h Vega Huerta
9:00 h Pie de Canal
14:30 h Cumbre
17:00 h Vega Huerta
20:40 h Soto
Hola Diego. Interesante blog!! Que yo sepa eres el segundo que baja desde Peña Santa hasta Vegahuerta con un pié de gato y una zapatilla... A mi compañero Jesus se le rompió un mosquetón portamaterial y se le cayó una zapatilla a 3 metros de la arista cimera cuando escalamos Reino de León... Vaya bajadita!! que risas me eché...
ResponderEliminarSalu2 desde León y a seguir dandole caña
Manu,gracias por tu opinión, la verdad es que fue todo un shock ver caer la zapatilla allí arriba: casi veinte años escalando por el monte, prestando atención a los detalles... exceso de confianza quizá.
ResponderEliminarEl Reino de León, menudo vión, yo la hice en el año 99 y también tengo una anécdota buenísima, a ver si la cuento en una entrada específica: un fenómeno paranormal! saludos
Ese playero q perdiste lo encontré yo el año pasado enterrado entre un Pedrero jajaja. Menuda putada. De hey creo q tengo foto d el . Un saludo y enhorabuena.
ResponderEliminarJajajaj, fue toda una experiencia, para no repetir! Si tienes una foto me molaría por la vida! Un saludo
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