LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

viernes, 12 de junio de 2015

Caza mayor

Ya van tres semanas seguidas.
Es cierto que la hora es la más propicia, pero aun así...
Siguiendo con la dinámica del microentreno, buscando los huecos que me quedan en el día, en las últimas semanas estoy cogiendo la bicicleta algún día a las nueve de la tarde. Ya digo tarde y no noche, porque siendo los días tan largos, apenas hace falta encender la linterna a la vuelta. Digamos que no salgo con nocturnidad como otras veces.
Las dos primeras semanas iba solo, y me pasó en la misma pista y casi en el mismo tramo. El primer día estaba medio lloviendo y yo subía. El segundo estaba de regreso y acababa de encender la lámpara. Las dos veces el corzo se quedó parado mirándome unos segundos antes de saltar en medio de la espesura del bosque y desaparecer.



Esta tercera semana me ha sucedido por dos veces, y las dos venía Nando. Las dos veces nos pasó cuesta arriba (y las dos iba él delante tirando de mí…). El lunes fue en la misma pista de las semanas anteriores, pero en esta ocasión no fue un corzo sino una jabalí con cinco o seis rayones pequeñucos. Venían bajando por la pista apenas veinte metros por encima de nosotros, hasta que nos vieron y la madre se desvió a la derecha. Los rayones la siguieron disciplinados. Pasamos por el punto dando voces y atentos, no fuera a ser que la madre asustada nos embistiera…
El miércoles nos volvió a pasar. Esta vez fue en otra pista distinta, aunque con características similares: con bosque alrededor pero limitada por carreteras y casas por todas partes. Era la tercera subida de la sesión y yo ya iba fundido. Intentando no descolgar del todo del colega, que subía hablando. Esta vez fueron jabalíes de nuevo, pero tres y grandes, grandes. Igual que la otra vez ellos venían bajando por nuestro camino y se pararon en seco cuando nos vieron. Uno se metió para un lado y otro lo siguió. El tercero optó por la otra dirección pero luego volvió a cruzar siguiendo a sus compañeros. Y ahí vimos lo gordo que era el bicho. Pasamos también dando silbidos y voces, avisándoles de que llegábamos, para evitar asustarlos.
Cuando llego a casa son las diez y cuarto aproximadamente; apenas una hora de entreno, menos de veinte kilómetros y entre trescientos y cuatrocientos metros de desnivel positivo, según el circuito. 


Llego cansado pero sobre todo llego contento: seguramente serán las endorfinas por el ejercicio, pero también el pensar que saliendo de casa en mitad de la ciudad, pedaleando apenas veinte minutos me pasen estas cosas. Me encanta. No sé si los que tienen fincas estarán tan encantados…