La niebla reducía mi mundo a unos doce metros a la
redonda. El gris me envolvía. Apoyado en la caliza en silencio, recuperando el
resuello, esperaba a que llegara el colega. Hacía muchos años que no salíamos
de monte juntos. Me refiero a salir al monte por deporte, porque él, igual que
otros de mis amigos, eligieron hace tiempo dónde y cómo querían vivir, y era en
estos valles y montañas, y por aquí hemos compartido muchas jornadas. Pero lo
de subir a una cumbre por el mero placer de hacerlo, hacía mucho que no lo
practicaba. Se animó esta mañana cuando le comenté que iba a dar una vuelta más
tarde. Ahora remontamos juntos los tramos finales de trepada, por entre estas
llambrias y zócalos de roca, a escasos metros de la cima.
El que no sabe es como el que no ve. El toro tenía para
mí una planta tremenda; una cabeza poderosa, la musculatura marcada en pecho,
lomo y cuartos delanteros y traseros, mirada tranquila y un par de huevos de a
kilo. Pero él me decía que no, que era muy mejorable. Era de raza Limousin (limusina
para los de aquí), a diferencia de las vacas con las que comparte las breves
praderas alrededor del bebedero y a las que se monta en cada celo. Según me
cuenta, es habitual elegir esta raza para los toros: es una garantía para la
calidad de los jatos. No es que salgan espectaculares, pero la media es buena y
las estadísticas hablan de buenos ratios, de pocos partos complicados. Y claro,
a la larga interesa más. Cuando estás metido en esto, buscas sacarle algo de
rentabilidad e intentas huir de los problemas. “Seguro que con Asturiana de los
Valles puras iban a salir culones más guapos, pero no compensa”, me explica.
El calor de ayer era asfixiante. Afortunadamente hoy está
mejor. La densa capa de nubes bajas nos ha protegido del sol desde los primeros
tramos de subida de pista, donde el desnivel es mayor. Esto no quita que
llevemos la camiseta totalmente empapada en sudor. Antes, mientras pasábamos en
el collado por entre las vacas de Adolfo, me decía “esa tuvo una cesárea hace
poco, ¿ves las marcas?” El bicho estaba a unos treinta metros. Es increíble
cómo se agudiza el sentido para reconocer de lejos a los animales, incluso los
que no son tuyos.
Me he vuelto a adelantar un poco y he llegado a la cruz
de la cima. Por costumbre miro el buzón: destapo el bote de carrete fotográfico
(qué pronto nos hemos olvidado de aquello) y saco la tarjeta de cumbre. Sin
prestar mucha atención miro la fecha, 18 de Julio 2012, un grupo de Laviana. Me
la meto en el bolsillo. De pie en camiseta, sudando y con bastante calor, miro
hacia la arista que une con la otra cumbre y me la imagino bien nevada: puede
ser una actividad muy guapa, me la apunto. Cuando llega, nos estrechamos la
mano. Me ha gustado venir con él. Es la quinta o la sexta vez que hago esta
cumbre, aunque por circunstancias varias, antes siempre había venido solo. Me
ha gustado por el hecho de volver a hacer montaña con él, de compartir una
cumbre después de tantos años.
La niebla se abre un poco, lo justo para dejarnos ver el
espectáculo que nos rodea: aristas, camperas, bosques. Hacia Picos no se ve
nada, pero su cercana presencia, su dominancia casi se nos hace palpable. Las
voces del pueblo se reciben cercanas: no obstante, en línea recta no hay gran
distancia. Mirando dirección a Carombo, vemos una manada de unos quince rebecos
que corren saltando entre las rocas. Corren por afición, porque en el Parque
campan a sus anchas sin miedo a nada. Hay muchos, igual que jabalíes, corzos y
venados, y su presencia es cada vez mayor y más cerca de los pueblos. El claro
sólo dura unos minutos y la nube se vuelve a cerrar.
“Si quisieras vivir de esto en exclusiva, harían falta
unas ochenta como mínimo. Ochenta vacas se dice rápido. Eso para carne. Si es
para leche el tema se complica, necesitas mucha más inversión inicial para
poder sacarle rendimiento, y terminan pagándotela muy barata”. La perspectiva
es complicada, no invita a meterse en estos líos.
Volvemos a estar envueltos en la nube: mientras
destrepamos me dice que él no le ve sentido a arriesgar escalando, que subir
montes así como este muy bien, pero que más difícil no. Empezamos a trepar
juntos de chavales y compartimos cuerda en Picos, aunque él lo fue dejando
pronto. Yo le digo que sin arriesgar de más se pueden hacer muchas montañas. A
media arista me señala por dónde sale el Travesedo, esa senda de pastores
colgada a media peña, otra cosa guapa para hacer. Algunos tramos de la bajada
son bastante aéreos y hay que prestar atención.
Más abajo, me indica el pequeño valle donde tiene sus
vacas, en la dirección de la Pica la Plana, es decir, el Frailón. Allí se ven
algunas desperdigadas. No son muchas, unas catorce.
Ya en la pista de nuevo, charlando despreocupadamente,
vuelvo a sacar la tarjeta de cumbre que llevo en el bolsillo y me fijo que
marca dos mil trescientos y pico metros en la altura de la cumbre, eso es mucho
más que la altura de la que hemos hecho: cuando la leo con atención veo que es
de la Torre de los Traviesos. Me río para dentro, parece que no soy el único
aficionado a cambiar de cumbre las tarjetas que encuentro…
Hoy día queda poca gente viviendo en el pueblo: en verano
van a la hierba cuatro, literalmente cuatro. La edad media es muy avanzada y la
falta de gente que trabaje y mantenga las cosas hace que el bosque vaya
cerrando el cerco, recuperando su espacio, comiéndose los prados… Es el retorno
de la selva. A diferencia de su hermano, que cree que la gente volverá a los
pueblos a buscarse la vida en la tierra como antaño, él no lo ve claro: vivir
así es muy duro y la gente ya no está acostumbrada a rigores y estrecheces. No
sé, le digo, también en las ciudades se pueden sufrir muchas estrecheces.
Llegando al pueblo vemos por entre los árboles el gentío
en la bolera: hoy era el campeonato de los niños y se han juntado unos cuantos.
Estamos en agosto, las fiestas cercanas y el ambiente está animado. Una vez
entre la gente nos separamos cada uno a sus cosas, pero creo que repetiremos
pronto.
Ha sido una escapada breve (apenas tres horas en total),
a una cumbre muy repetida, y además con un cielo que no dejó ver apenas nada,
pero ha servido para cargar las pilas, aprender algunas cosas y para hacer
nuevos planes. Me ha venido bien.
Estos días he terminado un libro inspirador: "Los viajes de Júpiter", de Ted Simon. Todo un descubrimiento gracias a la recomendación de Nando.
Soto (950 m)- Peña Beza (1958 m) - Soto (950 m) 3 horas