LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

viernes, 23 de noviembre de 2018

Endurance con Miguel

Era finales de noviembre, o primeros de diciembre, y daban mala previsión de tiempo, pero había muchas ganas. 


Como no teníamos claro qué podríamos hacer, metimos en el coche el material de escalar (objetivo prioritario) y también las bicicletas. Gente necia. 

Salimos de casa a intentar escalar una vía de largos. Tiramos hacia las Peñas del Prado. Cuando llegamos allí después de una hora de coche, empezó a llover, así que tuvimos que pensar un plan alternativo. 
De allí condujimos hacia otros valles roqueros para ver si teníamos más suerte, pero ni en Vegacervera ni en Pedrosa estaba el tema para pies de gato, así que seguimos conduciendo. 
Y seguimos conduciendo, seguramente charlando de mil historias de montaña. Especialmente de planes, porque Miguel era un tío siempre lleno de planes, que no perdía tiempo pensando en hazañas pasadas. Para él esas cosas eran mucho menos interesantes que las que tenía por delante.
Y el cielo seguía feo, y la carretera seguía mojada, y seguimos conduciendo hasta San Isidro, y hasta las Señales, y hasta Tarna. Allí bajamos dirección a Bezanes, desde donde ya teníamos urdido el plan para hoy. 





Íbamos a intentar hacer la circular al Canto del Oso, subiendo a Brañagallones, después a Valdevezón, para seguir girando hacia la Vega del Pociello y desde allí de vuelta al pueblo de Tarna y por carretera hasta Bezanes. Bastantes kilómetros, bastante desnivel y malas condiciones climáticas. ¡Pero algo había que hacer! 
Para cuando salimos pedaleando cuesta arriba, la mañana ya estaba mediada... La cosa arranca bruta y los primeros kilómetros remontan mucho desnivel. Más tarde, la pista suaviza y permite ir más relajados y hablar. Como tantas veces que salía con Maikel, estábamos solos. No había nadie por allí. 





Llegamos a Brañagallones bajo la lluvia y un cielo opresivo. Después de comer algo, sin perder demasiado tiempo para no enfriarnos, continuamos cuesta arriba hacia Valdevezón. La pista aquí está menos definida, empieza a abundar la hierba y a aparecer la nieve, y el rodar se hacía más laborioso. Con esfuerzo alcanzamos esta nueva braña. El cielo continuaba cerrado, y la luz mortecina invitaba a espabilarnos. 








Ahora teníamos que remontar hasta el último collado del día, el Collado Arenas, a casi 1.700 metros. La pista ya había desaparecido y empezamos a enfrentarnos al típico terreno que cuando caminas no hay mayor problema, pero que para la bicicleta empieza a ser malo: senda profunda, acanalada, rodeada de cotollas, y para más emoción, nieve cada vez más abundante… 









La visibilidad es muy baja, una mezcla de nubes y niebla meona no nos deja coger referencias. La cosa empezó a obligar a echar la bici al hombro en tramos cada vez más continuos. Habíamos coronado el collado y empezamos a bajar, pero el terreno se mantenía complicado, entre bosque a ratos, con bastante nieve y agua saturando el suelo. 




En un momento dado, en un pequeño prado nos encontramos una antigua construcción humana hecha con piezas grandes de madera. Se trata de un ingenio hidráulico que, usando un pequeño arroyo iba cargando una tolva que cuando alcanzaba un peso x, descolgaba bruscamente la viga que golpeaba con otra pieza causando un ruido fuerte y seco. A continuación volvía a la posición inicial y se repetía el inicio de la secuencia. Servía para espantar a las alimañas, especialmente a los lobos. Hay que ver cómo pensaban los antiguos… 




Teníamos los pies mojados después de al menos una hora caminando. Las dudas de si llegaríamos a buen término empezaron a aflorar… 



A estas alturas seguramente fuera más corto seguir adelante que dar la vuelta, pero no estábamos seguros de estar en el buen camino para Vega Pociello, y no nos gustaría que nos cogiera la noche intentando encontrar la salida al laberinto bajo la aguanieve... A pesar de que no nos gustaba retirarnos a ninguno de los dos, decidimos dar la vuelta a lo malo conocido. 
Volvimos a ganar el collado y empezamos a bajar hacia Valdevezón. Una vez en pista, aunque haya agua y nieve, las bicis hacia abajo iban solas, y en poco tiempo llegamos a Brañagallones. Y desde aquí, cada vez más veloces, pista abajo hacia el pueblo. 



Era media tarde y no quedaba mucha luz. No habíamos encontrado a nadie en todo el día (no es de extrañar), pero cuando más rápidos íbamos por la pista hacia el túnel del Crestón, adelantamos a una pareja caminando, que nos saludaron. Su voz conocida nos hizo pegar un gran frenazo: casualidad, eran José Moriyón y Susan: quién más iba a andar por estos lares que gente con semejante afición a la montaña! Charlamos un rato y continuamos hacia abajo. 
Desde aquí ya hubo poco misterio, prácticamente dejarse caer hasta el pueblo. Llegamos mojados, fríos y derrotados, pero felices. 


Huellas de lobo alrededor de los mordisqueados restos de un ciervo
Gente necia, quizá también algo recia, con R, pero especialmente con N. Y es que cuando te gusta el barro… 
Se te echa de menos amigo.

domingo, 28 de octubre de 2018

Un alemán en el Picu

Viernes 5 Octubre 2018
Alberto Boza, Món Turrado
Picu Urriellu (2.519 m), Vía Schulze (450 m, V)

A veces se dan combinaciones inesperadas. Había hablado con Boza para ir a hacer algo juntos. Dos semanas antes había escalado con Mon. Y plas: nos terminamos juntando los tres.


Tanto Boza como Mon son apasionados escaladores y grandes conocedores de Urriellu, a donde van con asiduidad. Yo pasé años muy centrado allí, hasta que me saturé un poco y además terminé con lo que me interesaba por entonces: lo que me quedaba ya empezaba a ser mucho bacalao y me aparté.

De entre las otras muchas cosas que dejé pendientes allí (muchas sures por ejemplo) se me había quedado la Schulze a la Norte. La Schulze es una vía especial por varios motivos: es histórica por ser el segundo recorrido abierto en el Picu, en un lejanísimo 1906. Es una vía especial por haber sido escalada por un solitario, y que además fue el primero en rapelar por la cara Sur (por donde hoy circula la Teógenes). 



Hay que ser un tío muy bravo para plantearse subir al Picu en solitario, hace 112 años. Gustavo Schulze lo hizo abriendo vía, que diríamos hoy, por donde le dio a entender su instinto que era lo más lógico. No creo que tuviera mucha información de la vía de sus predecesores un año antes (desde luego nada en línea a lo habitual hoy día). Después de explorar y observar los puntos débiles del Picu, se decantó para empezar por la parte derecha de la cara Este, al pie de la característica “Y”.


Empezó su escalada por lo que hoy día conocemos más por ser la entrada de la Cepeda, Este clásica por excelencia (otra vía intrépida abierta por visionarios allá por 1955, pero que pisaba tres tiradas al menos con casi 50 años de historia ya por entonces… ojo al parche).

Cualquiera que haya escalado estos tres largos, además de la increíble calidad de la roca, se da cuenta de que por ahí hay que saber trepar bien, que cada largo tiene su aquel, y que destrepar en caso de necesidad no debe resultar fácil en ningún caso. Pues por ahí se levantó el geólogo alemán a su aire, sin nadie con quien compartir sus afanes o miedos (que imagino tendría). Por supuesto, sin nadie tampoco en los alrededores. Lo que viene siendo solo de verdad. Además lo hizo un día 1 de Octubre, con lo que eso significa de horas de luz disponibles. Un gallo. 
Un estudio exhaustivo del personaje por Elisa Villa.


Dejamos a Boza el privilegio de escalarlos delante (cosa que ya habrá hecho docenas de veces). Mientras tanto, Mon y yo disfrutamos del momento, del sol que nos llegaba y de la espectacular luz otoñal.



Después de estos tres primeros largos, el alemán derivó hacia la derecha en busca del mejor acceso a la terraza intermedia que ofrece esta cara Noreste. Yo, que conocía tanto la parte baja de la vía de varias veces, como también la parte final por compartir recorrido con la Pidal-Cainejo (1905, ole sus huevos!), les pedí a mis colegas que me dejaran escalar delante esta parte.



La escalada, siendo fácil de grado, es especialmente estética y bonita. Estiro una tirada a sesenta metros superando el espolón que se levanta de la rama derecha de la “Y” y apuro cuerda hasta montar una reunión en un cómodo nicho sobre Friends y fisureros.


Después de este largo, una vez llegan los colegas, vuelvo a salir delante y en pocos metros llego a la terraza y camino por ella hasta acabar la cuerda otra vez. La siguiente tirada también es de caminar y me lleva, con un corto ensamble de los colegas, hasta la reunión de la Pidal que da acceso a las chimeneas y fisuras superiores. La parte intermedia de la vía se ha terminado.



Cuando llegas a este punto, si uno se pone en la piel del Cainejo, de Pedro Pidal, o de Gustavo Schulze, y simplemente flipa. Con el gas que hay a nuestra derecha, que la pared cae a plomo hasta la base de la Bermeja, no queda más que alucinar con la valentía de estos tipos, que querían de verdad llegar arriba y que escalaban tan tan bien. Si nos centramos en el alemán, que además iba solo, entonces ya no hay palabras.



A Mon le toca el tercio final por reparto: sale para arriba con la velocidad y soltura de quien lleva mucho tiempo escalando en el monte, está en forma, y al que además esto se le da muy bien. Apurada la cuerda a tope, un par de voces y arrancamos Alberto y yo. Cada pocos metros yo me paro, miro cómo estoy colocado mientras saco un friend y pienso en estos tipos. Tremendo.
Repetimos la secuencia tres veces. Escalada vertical por la que los pioneros encima bajaron destrepando. Alucinante.


Cuando la cosa afloja nos desencordamos, pero mantenemos los gatos para la trepada final, unos cien metros, que nos deja en la misma cumbre.


El sol nos da de nuevo después de unas horas a la sombra de la Norte. No hay nadie más. Esto es un lujo total. 
Nos deleitamos con el momento, con las vistas, tanto de perfiles alpinos como de playas, con las sensaciones (no por repetidas menos disfrutadas). Comemos, bebemos y nos sacamos fotos de recuerdo con la nueva Virgen que subieron este verano. A ver lo que dura.


Aquí arriba me pongo a pensar:
* Hace 26 años desde mi primera ascensión al Picu (con Rubenín)
* Hace 25 años desde mi primera Oeste (con Elías y Miguelón)
* Hace 20 años desde que subí y bajé solo y sin cuerda por la Sur,
* Y estoy en mi enésima escalada (no llevo la cuenta).


Volver a estar aquí arriba después de escalar una vía nueva para mí es todo un lujo. Compartir esto con dos colegas como Boza y Mon, un auténtico privilegio.
Simplemente no me canso de esta sensación.



Después de rapelar y recoger las cosas, a sugerencia de Boza decidimos bajar por un camino distinto del tedioso recorrido normal por Vallejo. Desde lo alto de la canal de la Celada nos desviamos a la derecha a los pies de las paredes de la Torre del Carnizoso, y después de Peña Castil, vamos enlazando collados hebosos, en el camino que lleva hacia la majada de las Moñas, para terminar con una vertiginosa bajada hacia el collado de Pandébano. 




Recorrido precioso. Mis colegas han tenido que parar a esperar por mí en repetidas ocasiones: tengo que ponerme en forma.
Llego al coche con un buen machaque general, arrastrando sensiblemente la pierna, pero más feliz que una perdiz.

Vía recomendable 100%. Gustavo Schulze, un máquina

Villaviciosa 6:00h
Arenas de Cabrales 7:00h
Inicio aproximación 8:00 h
Pie de Vía 10:15 h
Inicio Escalada 10:45 h
Cumbre 15:00 h
Pie de Vía 16:00 h
Coche 18:30 h
Gijón 20:30 h


martes, 9 de octubre de 2018

Arista Forbes a la Chardonnet

Miércoles 25 Julio 2018
Rafa Belderráin
Aiguille de Chardonnet (3.824 m), Arista Forbes


Sentados en el alféizar de la ventana del buró de cambio debatíamos la situación. Habíamos parado únicamente porque Rafa sabía que en el refugio de Valsorey había que pagar en metálico, y a poder ser en Francos suizos. Aquí, en la frontera, a media mañana y con un cielo incierto, yo analizaba el grado de cansancio de mis piernas, y me imaginaba esta misma tarde remontando los casi mil metros de desnivel para llegar al refugio, y pocas horas después y aún en la penumbra del amanecer, negociando roca inestable, cubierta de una buena capa de nieve fresca, en una arista hacia una cumbre de más de cuatro mil trescientos metros… Simplemente no lo veía claro.

Mira que me resultaba llamativa la arista del Meitin al Grand Combin. Sobre todo desde casa. Pero mi estado físico después de la paliza del día antes, y la incierta previsión meteorológica me decía que no. Tampoco ayudaba el comentario del guía vasco Aitzol dos días antes respecto a la baja calidad de la roca. A lo largo de los años he aprendido a escuchar mis sensaciones, y a hacerles caso. El tema es que Rafa también pensaba parecido (aunque estoy seguro de que su físico no iba a ser problema).

Un cuarto de hora después, con la decisión tomada, conducíamos de vuelta hacia el valle de Chamonix, confirmando las plazas en el Alberto Primero y llamando para cancelar al refugio suizo, cosa que no les hizo ninguna gracia. Nuevo objetivo, la arista Forbes a la Aiguille de Chardonnet.

Quince años habían pasado desde que subiera a esta montaña con Javi. Uno se da cuenta de lo rápido que va la vida cuando hace cuentas de este estilo. Entonces habíamos escalado el espolón norte, el Migot, con un tiempo inestable (truenos incluidos) que solo nos permitió hacer esta ascensión en aquella visita anual a los Alpes que parecía que teníamos en la agenda. Y con un canto en los dientes. Ya por entonces me había quedado con la copla de la arista Forbes: clásica, estética, elegante. Otra más para la lista de objetivos pendientes.

Gracias a mi insistencia, sacamos billetes hasta el Col du Balme (Rafa prefería la estación intermedia). La aproximación hasta el Alberto Primero se hizo reamente placentera. El refugio que yo había conocido en 2003 se queda casi como la caseta del perro al lado del nuevo mostrenco: es inmenso. Hay gente pero no demasiada, calculamos a ojo que estará a la mitad de capacidad. El refugio es como un hotel, una pasada.




Cuando nos registramos e indicamos a los guardas nuestra intención de hacer la Forbes, nos sugieren desayunar a las dos, a lo que nos negamos espantados y lo retrasamos a las tres y media. Con un par. Como siempre respecto a estas cosas desde mi primera visita a los Alpes… (y por el momento sin problema).



Tarde de relax, cena sabrosa y litera temprana. Alarma y en pie. Tras un desayuno no muy apetecido, salimos del refugio entre grandes grupos de gente que parecen ir todos con guía hacia alguna de las muchas cumbres sencillas pero bonitas que rodean el glaciar de Tour.

A la luz de la frontal, después de un rato remontando en roca, entramos al glaciar: nos ponemos los crampones y nos encordamos a seis metros. Son las cinco de la mañana.

Rafa va delante, y de cuando en cuando mete una marcha más para adelantar a esos grupos de seis, u ocho enchorizados. En esas fases, con el aumento de ritmo y el salirse de la huella, se me pone el corazón en la boca a pesar de venir aclimatados del otro día… Apenas un minuto de reprís que tardo en recuperar otros cinco. ¡Justo para que Rafa repita la operación de adelantamiento al siguiente pelotón!

Al cabo de un rato, en la luz del amanecer, ya no tenemos a nadie por encima. Vamos derivando a la derecha hacia nuestra montaña, que preside majestuosa todo lo que nos rodea. Ya no tenemos huella que seguir, así que nos guiamos por la intuición para sortear un enorme espolón de roca y coger la vertical de una zona de seracs por la que creemos que tenemos que subir.

Cuatro diminutos puntos por encima de la barrera de seracs
Una vez cogemos ángulo, bastante altos por encima vemos inicialmente cuatro puntitos, que luego son seis: vamos a tener compañía en la arista. Esto no me preocupa porque, por el tipo de recorrido no resulta ningún problema adelantar y tampoco te pueden tirar nada. Además, ayuda a guiarnos. Con esfuerzo vamos remontando, esprintando bajo los seracs, cruzando con cuidado alguna grieta grande y haciendo travesías para terminar de remontar el tramo glaciar de nuestra ascensión. Hemos venido recuperando terreno a la gente que nos precede, y para cuando finamente llegamos a la roca apenas nos sacan un largo de cuerda.

Al tocar granito, sacamos los trastos y paso a ponerme delante yo. Hacemos un primer largo, aún de nieve, en el que sacamos el segundo piolet.


Monto reunión ya junto a las tres cordadas que habíamos visto de lejos: resultan ser todos ingleses, tres parejas tío tía, variados de edades y además muy majos. Charlamos alegremente mientras trepamos, pero me queda claro que los tenemos que adelantar cuanto antes mejor. En las siguientes dos tiradas cortas ya hemos pasado a dos de las cordadas. La escalada es muy guapa, trepadas fáciles de bloques, destrepes, sobre un granito dorado precioso.

Algo de tráfico británico
En un tramo más desagradable de bloques inestables intercalados con nieve adelantamos a la tercera cordada. Después de esto, la escalada vuelve a la tónica anterior: bloques, riscos, flanqueos… aunque también empezamos a encontrar algún pequeño rápel para bajarse de pequeñas torres intermedias. También hay algunos tramos de nieve en travesía que obligan a sacar el piolet.



Las vistas a la vertiente de Argentiere son espectaculares, con las nortes famosas de la Verte, Droites, Courtes, Triolet, Domino… todas bastante secas y en hielo negro. Por detrás asoman altivas las Grandes Jorasses por un lado, y el Montblanc por otro.




Alcanzamos ahora a otra cordada más, también de ingleses, también chico chica, pero que no tienen que ver con los anteriores. Nos confirman que no hay nadie más por delante, ya somos los primeros en la montaña (a pesar de desayunar hora y media más tarde….). Esto es, vamos recortando horario.


Venimos hace rato trepando sin guantes, primero con chupa y luego sin ella. Buena temperatura y nada de viento. Aunque las nubes, cada vez más amenazadoras, nos rodean a ratos y crecen espectaculares alrededor.
Tal y como anunciaba la previsión, se augura una tarde movida. Tenemos bastante incertidumbre con la bajada porque venimos con una sola cuerda, limitando por tanto nuestra longitud de rápel y duplicando el número de ellos. Estos dos factores me hacen ir aún más rápido y azuzar a Rafa a lo mismo.


Las horas van pasando y la escalada se nos va haciendo larga, aunque venimos disfrutando enormemente. En una zona más aérea decidimos estirar largos de cuerda en lugar de movernos simultáneamente. Después volvemos a atarnos en corto.


El máquina de Rafa en la cumbre
Más y más pasos y finalmente alcanzamos la cumbre. Felices de llegar, comemos, bebemos y nos sacamos unas fotos. Estamos algo preocupados por las otras cordadas que vienen por detrás: calculamos que les pueden faltar unas dos horas para hacer cumbre, y por el estado del cielo, les puede coger la tormenta…

Después de leer una vez más las descripciones de la bajada, arrancamos ansiosos hacia la arista oeste. Pronto llegamos al corredor descrito y encontramos una primera instalación de rápel.


Empezamos una secuencia que repetiremos unas diez veces (o más): cada treinta metros vamos encontrando material del que descolgarnos. Los tramos de nieve intermedios, aunque fáciles, están bastante mal de condiciones como para destrepar, así que incluso aquí rapelamos.  Las nubes entran y salen. Suenan truenos lejanos alrededor.


En el tramo final para llegar al glaciar nos metemos en un corredor entre paredes que encauza el drenaje de todo el hielo y nieve superiores, así que hay un auténtico arroyo que empapa nuestra cuerda.
Debemos haber hecho una docena de rápeles cortos. De todo esto apenas recuerdo nada de la bajada con Javi después del Migot en 2003.


Por fin llegamos a la silla glaciar donde encontramos huella de días anteriores. A pesar de quedar tramos delicados, nos relajamos. Desde aquí ya no hay rápeles, sino más bien caminar y algún tramo corto de destrepe.
Hacemos una nueva parada para recoger el material de roca y comer algo más.
Rafa vuelve a liderar el tramo glaciar, siguiendo la huella y tirando de mí a ritmo (quizá en venganza por azuzarlo antes en la roca...). La aguja tiene ahora la nube enganchada, nuestros pensamientos vuelven a los ingleses…


No hay forma de relajar hasta el mismo refugio: un glaciar es un glaciar hasta que sales de él. Grietas a rodear, algún salto, respeto… En el tramo final empieza a llover, pero ni nos inmutamos.


Llegamos al refugio a las ocho y media de la tarde, unas quince horas después de empezar esta mañana.
Una jornada típica de Alpes.
Nos quitamos los pinchos y la mochila y subimos a avisar al guarda nuestra llegada e informarle de  cómo dejamos las cosas en la montaña. Nos comenta preocupado que una de las cordadas está bajando por la Charlet-Bettenbourg, una vía de invierno mucho más aérea.
Nos ponen una excelente cena tardía de pollo al curry con un montón de vegetales. Esto junto con una cerveza y el postre nos hace celebrar la ascensión por todo lo alto. Nos dan una habitación para nosotros dos solos y dormimos como troncos.

Finalmente los ingleses llegarían a la una y media de la mañana, sin más problema que haber estirado la jornada hasta casi veinticuatro horas. Esto nos lo contaron al día siguiente por la mañana. Contentos pero cansados física y mentalmente.



Nosotros bajamos a la estación intermedia del Col du Balme con una sonrisa de oreja a oreja. Hemos hecho una escalada clásica muy muy guapa. Con razón el señor Rebuffat la tiene incluida dentro de su lista de actividades seleccionadas del macizo del Montblanc.

Con la Aiguille TrelaTete nos ha quedado una visita muy completa. Yo firmo para las siguientes con que salgan igual de bien…
Con Rafa, como siempre, un placer.

Inicio aproximación 5:00 h
Inicio hielo 7:00 h
Inicio Arista 8:15 h
Cumbre 14:30 h
Silla glaciar 18:00 h
Refugio 20:30 h

Referencia:
"El macizo del Montblanc, las cien mejores ascensiones" Gaston Rébuffat, Actividad 28