Era finales de noviembre, o primeros de diciembre, y daban mala previsión de tiempo, pero había muchas ganas.
Como no teníamos claro qué podríamos hacer, metimos en el coche el material de escalar (objetivo prioritario) y también las bicicletas. Gente necia.
Salimos de casa a intentar escalar una vía de largos. Tiramos hacia las Peñas del Prado. Cuando llegamos allí después de una hora de coche, empezó a llover, así que tuvimos que pensar un plan alternativo.
De allí condujimos hacia otros valles roqueros para ver si teníamos más suerte, pero ni en Vegacervera ni en Pedrosa estaba el tema para pies de gato, así que seguimos conduciendo.
Y seguimos conduciendo, seguramente charlando de mil historias de montaña. Especialmente de planes, porque Miguel era un tío siempre lleno de planes, que no perdía tiempo pensando en hazañas pasadas. Para él esas cosas eran mucho menos interesantes que las que tenía por delante.
Y el cielo seguía feo, y la carretera seguía mojada, y seguimos conduciendo hasta San Isidro, y hasta las Señales, y hasta Tarna. Allí bajamos dirección a Bezanes, desde donde ya teníamos urdido el plan para hoy.
Íbamos a intentar hacer la circular al Canto del Oso, subiendo a Brañagallones, después a Valdevezón, para seguir girando hacia la Vega del Pociello y desde allí de vuelta al pueblo de Tarna y por carretera hasta Bezanes. Bastantes kilómetros, bastante desnivel y malas condiciones climáticas. ¡Pero algo había que hacer!
Para cuando salimos pedaleando cuesta arriba, la mañana ya estaba mediada... La cosa arranca bruta y los primeros kilómetros remontan mucho desnivel. Más tarde, la pista suaviza y permite ir más relajados y hablar. Como tantas veces que salía con Maikel, estábamos solos. No había nadie por allí.
Llegamos a Brañagallones bajo la lluvia y un cielo opresivo. Después de comer algo, sin perder demasiado tiempo para no enfriarnos, continuamos cuesta arriba hacia Valdevezón. La pista aquí está menos definida, empieza a abundar la hierba y a aparecer la nieve, y el rodar se hacía más laborioso. Con esfuerzo alcanzamos esta nueva braña. El cielo continuaba cerrado, y la luz mortecina invitaba a espabilarnos.
Ahora teníamos que remontar hasta el último collado del día, el Collado Arenas, a casi 1.700 metros. La pista ya había desaparecido y empezamos a enfrentarnos al típico terreno que cuando caminas no hay mayor problema, pero que para la bicicleta empieza a ser malo: senda profunda, acanalada, rodeada de cotollas, y para más emoción, nieve cada vez más abundante…
La visibilidad es muy baja, una mezcla de nubes y niebla meona no nos deja coger referencias. La cosa empezó a obligar a echar la bici al hombro en tramos cada vez más continuos. Habíamos coronado el collado y empezamos a bajar, pero el terreno se mantenía complicado, entre bosque a ratos, con bastante nieve y agua saturando el suelo.
En un momento dado, en un pequeño prado nos encontramos una antigua construcción humana hecha con piezas grandes de madera. Se trata de un ingenio hidráulico que, usando un pequeño arroyo iba cargando una tolva que cuando alcanzaba un peso x, descolgaba bruscamente la viga que golpeaba con otra pieza causando un ruido fuerte y seco. A continuación volvía a la posición inicial y se repetía el inicio de la secuencia. Servía para espantar a las alimañas, especialmente a los lobos. Hay que ver cómo pensaban los antiguos…
Teníamos los pies mojados después de al menos una hora caminando. Las dudas de si llegaríamos a buen término empezaron a aflorar…
A estas alturas seguramente fuera más corto seguir adelante que dar la vuelta, pero no estábamos seguros de estar en el buen camino para Vega Pociello, y no nos gustaría que nos cogiera la noche intentando encontrar la salida al laberinto bajo la aguanieve... A pesar de que no nos gustaba retirarnos a ninguno de los dos, decidimos dar la vuelta a lo malo conocido.
Volvimos a ganar el collado y empezamos a bajar hacia Valdevezón. Una vez en pista, aunque haya agua y nieve, las bicis hacia abajo iban solas, y en poco tiempo llegamos a Brañagallones. Y desde aquí, cada vez más veloces, pista abajo hacia el pueblo.
Era media tarde y no quedaba mucha luz. No habíamos encontrado a nadie en todo el día (no es de extrañar), pero cuando más rápidos íbamos por la pista hacia el túnel del Crestón, adelantamos a una pareja caminando, que nos saludaron. Su voz conocida nos hizo pegar un gran frenazo: casualidad, eran José Moriyón y Susan: quién más iba a andar por estos lares que gente con semejante afición a la montaña! Charlamos un rato y continuamos hacia abajo.
Desde aquí ya hubo poco misterio, prácticamente dejarse caer hasta el pueblo. Llegamos mojados, fríos y derrotados, pero felices.
Huellas de lobo alrededor de los mordisqueados restos de un ciervo |
Se te echa de menos amigo.
Me acordé de vosotros cuando hice esa ruta este verano...super dura, casi dos horas porteando entre subir y bajar...y eso que hacia un tiempo de cine, sol, buena temperatura..ni me imagino hacerla en vuestras condiciones.
ResponderEliminarVaya par de jabalíes..
Un abrazo
Nando
Me suelo rodear de jabalíes... Así que ya sabes lo que re toca!
EliminarGracias, saludos