Junio 2003
Petites Jorasses 3.650 m– Vía Contamine (750 m V+)
Javier Sáenz
El tren de cremallera traquetea por entre los pinos. Nos estiramos buscando el ángulo en que el Dru se deja ver: la impresionante aguja nos enseña su cara oeste por la que discurre la Directa Americana. También el Pilar Bonatti se recorta contra el cielo azul. Son unos breves segundos.
Vamos caminando sin crampones sobre la gravilla del suelo, el hielo agarra bien así y es más cómo de caminar. En las zonas sin grietas los ojos se elevan a las agujas que nos rodean: Grand Charmoz, Grepon, Fou… También diviso la zona de Envers des Aiguilles donde disfruté hace años con Juaco de excelentes escaladas en roca. Vamos sin prisa, disfrutando del sol. A la altura de Renquin debemos abandonar la Mer de Glace para cruzar a la izquierda hacia la morrena terminal del glaciar de Lexchaux. El caminar de morrena siempre da inquietud, es peligroso en sí mismo, avanzas tranquilo por encima de bloques que en realidad están en un precario equilibrio sobre una cama de hielo vivo, esperando esos pocos kilos de más de tu peso para salir disparados pendiente abajo contigo encima como un surfero con mochila.
El glaciar de Lexchaux describe una curva a derechas muy amplia, pero es por culpa de unos contrafuertes que no recuerdo cómo se llaman por lo que tiene esa curvatura. Los mismos contrafuertes nos ocultan la vista de una de las paredes norte más famosas del planeta: las Grandes Jorasses. Expectantes vamos caminando, a ratos hablando, a ratos ensimismados en nuestras cavilaciones, quizá con un estribillo de canción de moda enganchado en el ritmo del caminar, que no hay manera de soltar por mucho que te disguste.
Nos preparamos una zona lo más lisa posible, colocamos las mochilas y los sacos dispuestos para el vivac, son las seis de la tarde. La cobertura total de móvil me permite charlar con Paula, es una sensación rara pero reconfortante: rodeados por cumbres sobrecogedoras, tirados a dormir sobre un río de hielo de dimensiones enormes, en mitad de la nada, sin nadie (o con muy poca gente) en kilómetros a la redonda, hablo con Paula como si estuviera a cinco minutos de casa. Acostados en nuestros sacos, con las gafas de sol puestas, los horarios de los Alpes son así: a dormir pronto, que mañana tenemos una vía de setecientos metros de escalada.
Al fondo la pared oeste de la Petites Jorases
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La noche anterior en el albergue en Chamonix, desde el otro lado de la mesa del comedor, él comentaba con Javi las últimas actividades, las suyas y las nuestras. Sus ojos azules y la mirada tranquila, transmitían confianza y cercanía, pero sobre todo pasión por lo que hacía. Las arrugas de la cara delataban los muchos años que llevaba a cuestas: a cuestas por los Alpes, por los Andes, por los Pirineos y sobre todo por los Picos, nuestros Picos. Su apellido aparece unido a grandes primeras, pero quizá precisamente por eso, su ilusión estaba por encima de cualquier orgullo o arrogancia: disfrutaba la montaña por encima de todo. Nos iba preguntando por lo que habíamos hecho, y a la vez contando sus experiencias, siempre desde la mayor amabilidad. Así era Pedro Udaondo, historia viva del alpinismo, que seguía practicando de forma intensa a sus setenta años cumplidos. Bajaban de hacer la Bionasay. Un placer hablar con él. Unos pocos años después de esta conversación, Pedro, con las botas puestas, nos dejó después de un resbalón tonto en el hielo duro del Cornión: yo había pasado por el mismo sitio sólo dos días antes y aquella media ladera de la Cemba Vieya estaba como el cristal.
Primeros largos de la mañana
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A la luz de la frontal el pie de vía parece que se aleja a pesar de nuestro paso vivo. Llevamos hora y media cuando alcanzamos la rimaya; las dimensiones de los Alpes engañan. Después de asegurar las mochilas y las botas a un anclaje, arranca Javi el primer largo por una canal de roca fácil, sin problemas. A mí el comienzo alpino me impresiona. A continuación, comenzamos a alternar los largos y vamos ganando altura a la vez que el día se despierta. La roca es de buena calidad, y a pesar de los escasos seguros, progresamos ligeros. El recorrido describe una curva que nos dirige a una barrera de techos: una de las zonas clave de la vía. Posteriormente deriva hacia la izquierda en una diagonal de varias tiradas, escalada exterior de placa en un ambiente excepcional. No hay muchas referencias así que básicamente navegamos por los muros, aunque al ser grados fáciles, no hay problema.
Paso clave en la barrera de techos, V+, más aparente que difícil
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Las Grandes Jorasses siguen viéndose enormes a pesar de la altura ganada. Eso sí, se ve la inclinación de la pared, que parece menos vertical que la nuestra.
Largas travesías en muros sin referencias
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Disfrutamos cada largo y nos vamos acercando a la cumbre, que nos va a deparar una sorpresa: es una arista afiladísima que separa Francia de Italia. Tan afilada es que no podemos ni ponernos de pie sobre ella: la última reunión estamos sentados a caballo entre los dos países.
En la arista, la línea del mapa entre Francia e Italia, penúltima reunión
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Fotos de rigor y para abajo: aún nos esperan unos cuantos rápeles, y ya se sabe que mejor contar con tiempo por si hay atascos de cuerdas, y demás imponderables. El día es azul y no hace frío, al ser una cara oeste el sol nos dará todo el descenso, pero por si acaso iniciamos las maniobras. Bajamos por otra vía distinta, Anouk, de Michel Piola que tiene una pinta buenísima; para otra vez. Vamos bajando sin mayor problema. Al cabo de una hora y media estamos de nuevo en la rimaya donde nos esperan las botas y las mochilas.
La afilada cumbre de las Petites Jorases
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De nuevo sobre crampones descendemos el glaciar por el que esta mañana circulamos a oscuras: las grietas dan más miedo cuando las ves. Javi baja delante y yo le sigo a unos ocho metros de cuerda pisando sobre sus pasos. Recogemos los sacos y el material de vivac de la morrena donde dormimos anoche y tomamos el camino de Montevers con el decaer de la tarde. Una última mirada de despedida a la Walker. Esta escalada me ha servido para hacerme una idea real del tamaño y lo intimidante de esa famosa pared.
El camino de vuelta es entretenido, las vistas de las agujas y de la Verte me hacen seguir soñando: aquí tengo escaladas para el resto de mi vida. Las horas van pasando y el cansancio y la sed van apareciendo. Está claro que no llegamos para el último tren cremallera, y no teniendo prisa nos demoramos en la Mer de Glace, solos como estamos en mitad de este paisaje sobrecogedor. Por fin alcanzamos la zona de escaleras para remontar a Montenvers. Los escalones metálicos son un buen agarre, pero verticales, y la mochila insiste en recordarnos a Newton, tirando de nuestros hombros hacia el vacío. Finalmente llegamos al sendero de arriba, aquí hay hierba e incluso algún matorral, la vida reclama su zona.
La estación está totalmente vacía: el agua de los baños calma nuestra sed de horas de esfuerzo. Después de apartar alguna colilla, nos tiramos en los sacos justo debajo de la ventanilla de las taquillas. Sin transición aparente, de repente me despierto sobresaltado por el ruido de los turistas: el primer tren acaba de llegar. Como tantas veces, nos miran como si fuéramos extraterrestres. Recogemos las cosas sin prisa y después de un café caro, rápido y servido con desgana por una camarera con sueño, nos vamos al tren. Aquí en cambio, el revisor nos invita a subir sin pagar billete; quién sabe si le damos pena, o si él mismo es alpinista y le caemos en gracia. Esperemos que sea lo segundo.
La mirada no quiere separarse de las agujas, la Blaitiere y la Plan son lo último que veo de estas montañas por esta temporada.
Una vez más retomamos la carretera hacia España: este viaje ha sido bueno, hemos hecho dos vías grandes y con ambiente, el Frendo a la Aiguille de Midi y la Contamine a las Petites Jorasses, la primera en la fachada del macizo, pero la segunda en lo más profundo. Estoy muy contento y me llevo la cabeza llena de nuevos objetivos y sueños para el año siguiente.
Referencia:
"El Macizo del Mont Blanc, las 100 mejores ascensiones" Gaston Rébuffat
Petites Jorasses, Cara Oeste: Nº 85
Muy bueno Diego. Reconforta leerte. Si tenemos en cuenta tu juventud, se aprecia que no perdiste el tiempo.
ResponderEliminarUn saludo.
Mon, es verdad que tuve unos cuántos años intensos, ahora voy algo más flojo, y además en dos meses me caen 36 tacos! Pero ilusión la misma, me alegro de que te guste la narración, un saludo
ResponderEliminarNo fastidies con la edad Diego, me gusta mucho tu blog. Enhorabuena por lo que escribes y como lo escribes. Un saludo.
ResponderEliminarBoza, gracias, yo también te leo y me gustan tus relatos, a ver cuando coincidimos trepando o echando una carrreruca, pero de tranqui eh, que tú andas en otra liga...
ResponderEliminarCuando quieras Diego, yo todos los fines de semana ando cruzado por el monte, mi correo personal es acboza@gmail.com y estoy conectado casi siempre. Escalar, correr...menos nieve y hielo...que vendí y regalé todo el material y no lo pienso volver a comprar, lo que sea. Un saludo.
ResponderEliminarla escale con 20 años,preciosa
ResponderEliminar23 años tenía yo entonces Anónimo, y también la recuerdo preciosa,
Eliminarun saludo