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jueves, 8 de agosto de 2024

Placeres de altura

Julio 2024. Chamonix. Nando y Rubén.
Después de unos años de pausa, vuelvo a Chamonix. Esta vez con dos amigos con los que no había estado aquí antes. La verdad es que con la simple contemplación de las agujas desde el mismo pueblo se entiende por qué esto es una Meca del Alpinismo. Venimos como siempre con la mente abierta para elegir objetivos adaptándonos a las condiciones generales, a la meteo y a nuestras capacidades y sensaciones. Los croquis y las descripciones revisadas en casa pasan a segundo plano cuando lo tienes delante. La oferta es enorme.
Desde la misma llegada al valle me siento empapado en la historia del Alpinismo: demasiado tarde para encontrar alojamiento nos vamos hasta la Piedra de Orthaz, zona donde recuerdo vivaquear bastantes veces a lo largo de los años. Hay mucha gente con furgonetas y lo noto cambiado, pero separándonos un poco, ya dentro del bosque montamos la tienda cerca del gran bloque. Este sitio mítico fue campo base a lo largo de los años para rebaños de escaladores, especialmente en los años 70 y 80. Múltiples historias sobre harapientos que eran élite sobre la roca o el hielo, buscavidas asaltando los supermercados, fiestas memorables, hippies con arnés en busca de compañero… Muchas lecturas y relatos directos de amigos me lo corroboran. Me encanta dormir aquí, a pesar de la tromba de agua que nos cae en mitad de la noche. Por la mañana nos sorprende el tremendo calor en el asfalto, que parece fuera de lugar en este valle rodeado de glaciares. El estrés de la búsqueda de aparcamiento, rematar las mochilas descartando los últimos artículos prescindibles para intentar aligerar, las colas de gente para acceder a la cabina del teleférico... Por fin llegamos a la estación superior: en el pasillo de madera elevado en el vacío nos ponemos el arnés, las polainas, nos colgamos los zarrios básicos de seguridad, y arreglamos las mochilas con los últimos retoques mientras nuestras miradas se escapan a las tremendas vistas que tenemos a ambos lados. Los turistas se fijan en nuestro atuendo y mochilas, nos preguntan cosas y hasta nos sacan alguna foto, como si fuéramos astronautas. Nada más salir por el pasillo del túnel, en cuanto pisas la nieve de la empinada arista entras en ambiente de montaña. Salimos encordados cuesta abajo y nos cruzamos con gente que remonta esforzada la pendiente. Cosas raras: uno de ellos viene con un pie descalzo, sin bota ni calcetín, pero con el crampón amarrado… Fauna. Vamos cruzando con calma el Valle Blanco. Disfrutamos la travesía con paradas para sacar fotos, comer un bocado, echar un trago. No tenemos prisa. Observamos primero las cordadas sobre la rojiza roca de la sur de Midi, la huella hacia cuatromiles, los seracs de la temporada en el Tacul.
Luego los pilares y goulotes de su cara Este, después el Capucin y sus vecinos, a lo lejos la intimidante masa de las Jorasses, el dentado perfil de la cuerda Dru-Verte-Droites-Courtes y vecinas.
Repaso algunas pocas líneas ya escaladas y otras muchas que me gustaría escalar. Ha nevado mucho el pasado junio y el glaciar está bastante cerrado. Apenas hay un par de zonas de grietas abiertas. Eso sí, alguna de ellas realmente intimidante.
Este paseo, sin duda, ya es en sí mismo parte de lo que venimos a buscar. Estar en medio de este paisaje alucinante. Llegamos finalmente a nuestro destino: el Col de Flambeaux.
Estamos apenas a unos minutos del refugio de Torino, aunque no lo vemos desde aquí. Hay algunas tiendas cerca, más abajo, pero decidimos acampar en el mismo collado.
Plantamos las tiendas sobre la nieve. Colocamos piedras para sujetarlas. Tenemos zona de roca para estar sentados fuera del blanco. Es nuestro campamento para los próximos días. Aquí, a unos 3400 metros, disfrutamos de la vida en altura.
El fundir nieve para beber. Los madrugones. La siesta al sol al regreso de la escalada. La cerveza en el refugio. La contemplación de las cordadas evolucionando, de los erizados horizontes.
Nos encogemos asustados con el estruendo de tremendos desplomes de rocas. El vivac bajo las estrellas…
Cuando el aviso de mal tiempo nos pone en marcha de regreso, el trayecto a la Aiguille de Midi remontando más de quinientos metros nos lo tomamos como una ascensión en sí misma, a pesar del montaje en la cumbre; no todos los días sube uno a un pico de 3800 metros... Vuelve a ser puro placer (aderezado por el omnipresente peso de la mochila, pero placer igualmente).
Ya de vuelta en el pueblo, gité, paseos, escaparates, cervezas y pizzas con amigos. Todo esto es parte de la experiencia.
Son unos pocos días, pero que se me quedarán grabados en la mente.

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