"At either end of the social spectrum there lies a leisure class”
Hay alguna gente, poca, tan
valiente que es capaz de bajarse de la rueda del hamster en que vivimos.
Conocí a Emilio desde el
principio de mi trayectoria escaladora. De guaje en la playa, en las travesías
de búlder. En aquellos momentos, para mí él era otro más de los extraños
ejemplares de la especie escaladora, singular, como tantos otros. Siempre andaba
por allí con su calma, con gana de charla, con sus interesantes conversaciones.
Con el tiempo lo fui conociendo más, y desde siempre me cayó bien. Claramente
estaba a otra velocidad.
Hace mucho ya que consiguió
salirse de la norma, dar la espalda al sistema, y vivir con menos. Aprendió a
optimizar los recursos al máximo. Supo exprimir cada euro hasta su último
céntimo, y disfrutar de aquello que es realmente incomprable, impagable. De
agudo ingenio, maestro en la reparación del material, en la optimización de los
medios, en sacar el máximo provecho a cada objeto, y disfrutar de la vida a su
manera. Involuntariamente se adelantó décadas a las teorías de reducir tu
huella. Buscó la riqueza de disponer de tiempo, de estar cerca del suelo, de la
huerta. Y le dedicó ese tiempo disponible a las cosas que le gustaban y que
realmente le importaban.
Emilio, “el Evidente”, como
pronto aprendí que lo llamaban, por su expresión cuando orientaba al primero de
cuerda en momentos de duda escalando en el monte, con esa instrucción casi
siempre acertada: “¡por lo evidente!”.
Con su aspecto de hippy, su
mirada intensa, siempre en bicicleta, siempre con su sonrisa socarrona, con sus
teorías para el debate. Aprendiz de mucho, maestro de algunas cosas, practicaba
la espeleología, la escalada, el ciclismo; disfrutaba mucho la montaña.
Emilio para mí además estaba en
una categoría especial, la de los amigos íntimos de Miguel. Esa categoría, por
el mero hecho de pertenecer a ella, lo colocaba en un nivel seleccionado para
mí. Pocos accedían a la misma. Especialmente en los últimos años de Miguel, junto
con Larry, Dani y algunos más, él era uno de sus compañeros en las andanzas,
escaramuzas y aventuras varias. De hecho, me consta que era de los que le
ponían un poco de cordura a las ideas y propuestas de "el de la gorra", que buena
falta le hacía, por geniales que parecieran. Lo recuerdo muy triste el día de
su funeral. Nos tomamos juntos una cerveza con Estivi y Javi, al pie del árbol
plantado por Miguel en el Agero.
Esos días de su fallecimiento me llegaron varias
anécdotas de amigos sobre él. Y comentarios cariñosos de gente muy variada del
mundo de la montaña local. Eso es sin duda la mejor señal. Muchos de sus amigos
no llegaron siquiera a enterarse a tiempo de su enfermedad y su fallecimiento.
Así de discreto fue hasta el final.
Un recuerdo especial también para
Julia, con quien estuvimos charlando un rato Estivi y yo en esos momentos tan
duros, recordándolo sin escatimar risas, que es lo mejor.
Por lo que ella nos confirmó
Emilio irá a unirse a la montaña para siempre en un sitio especial para él: los
puertos de Agüeria, en Quirós. Un sitio realmente mágico que en adelante tendrá
para mí una nueva significación adicional.
Con su discreción y su bajo
impacto, se le echará de menos.
Que bonita entrada! En la trave de la Lloca queda un hueco inocupable con su ausencia
ResponderEliminarGracias amigo. Es cierto, para algunos veteranos, él y alguno otro más siguen allí presentes. Abrazo
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