LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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domingo, 18 de septiembre de 2022

Soledad embarrada

En estos tiempos que todo se mide, se contabiliza, se parametriza, ¿cómo conseguir medir mis sensaciones atascado en mitad de aquel barrizal? ¿cómo transmitir mis contradictorios pensamientos?, por un lado renegando, insultándome a mí mismo, y por otro encantado de lo que estaba pasando. No es fácil de explicar.
De cara a una excursión larga en bicicleta en poco más de una semana con unos amigos, había decidido por mi propio bien cambiar una tarde es escalada deportiva por una salida en bici a rodar un poco más de lo habitual, a acumular kilómetros y desnivel, a percibir sensaciones. Salí de casa con el recorrido en la cabeza, pero sin tener claro si lo iba a hacer entero o lo iba a recortar en algún punto intermedio. La cosa era salir dirección Deva, subir por alguna de las pistas del camping a la Olla, desde allí remontar al Curviellu, bajar a Peón perdiendo casi todo el desnivel ganado, luego coger la carreterita que lleva al Alto de la Cruz. Desde ese punto recorrer el Cordal de Peón, con sus continuos subebajas hasta la Collada Fumarea, remontar hasta el Fario y desde este punto culminante, bajar por el bosque de pinos dirección Caldones y terminar retornando a casa por la senda de la Camocha. Los primeros tramos, los habituales en mis salidas cortas, se sucedieron sin incidencias. La tarde está con nubes que entran y salen, amenaza lluvia. No hay nadie. En el Curviellu me tiro por la trialera que baja al fondo del valle de Peón. Desmonto en algún tramo por respeto. Abajo, en Casa Pepito empieza a llover, con ganas por momentos. No hago caso y sigo dirección a la subida de la Cruz. Este puerto es precioso, corto pero continuo, de carretera estrecha con un paisaje muy guapo. Se me hace largo, especialmente en el tramo final. En los últimos kilómetros adelanto gente caminando, peregrinos dirección a Covadonga imagino. Ni una bici. Coronada la Cruz giro a la derecha hacia el Cordal. En la primera encrucijada cometo el error del día: en lugar de seguir de frente por la pista principal, me decido por una a su derecha, ya recorrida anteriormente. La cosa no arranca mal, pero poco a poco va habiendo más barro. Se nota que han estado trabajando los madereros, y después se ha adecentado con palas. El barro que inicialmente me dejaba ciclar, en el desarrollo más corto de la bici a pesar de ser casi llano, poco a poco me va agarrando cada vez más, hasta que me obliga a posar pie y continuar caminando. Lo razonable habría sido dar la vuelta y coger la pista correcta. Pero algo me impulsa a continuar. Cada vez a más barro, cada vez peor, y sin embargo, sigo.
En estas situaciones llega el punto en que te paras, miras atrás, miras alante, y valoras qué hacer. A mí este punto me llegó atascado en barro consistente, hundido hasta cerca de las rodillas, con la bici al hombro (ni siquiera podía llevarla rodando, atascaban los pasos de rueda con tacos consistentes de barro).
Allí solo, atascado, en mitad del ambiente brumoso, rodeado de árboles, huellas de animales alrededor, con muchos cientos de metros recorridos, y aparentemente con cientos de metros similares por delante, renegaba de mí mismo. La bicicleta pesaba varios kilos más de lo normal: barro denso agarrándose a la horquilla, al cambio, a los discos de freno...
Momentos de zozobra. Y seguir adelante. A ratos me cuesta enormemente sacar el pie de la masa marrón, tengo miedo de dejarme la zapatilla atascada en el fondo. El peso de la bicicleta clavado en el hombro,el sabor del barro en la boca... Aproximadamente una hora para un tramo que en condiciones normales se rueda en cinco minutos... Pies mojados, barro denso por todo el cuerpo. Cuando se termina por fin el tramo "arreglado" por la pala, después de sacudir los tacos gordos adheridos al cuadro, por fin me subo de nuevo a la bici.
Continúo por pista boscosa, con charcos profundos, zonas rápidas y otras no tanto. Enlazo con la pista principal. Rodar cansino de subebaja hasta alcanzar el bebedero de ganado donde paro a lavarme a mí y a la bici, a conciencia. Veinte minutos restregándome, me quedo algo frío con tanta agua que me he echado por encima... Sigo desde aquí pedaleando hacia la Fumarea. Sin ver a nadie. Llego a la collada: miro la hora y sopeso darme la vuelta por el valle de Peón, o continuar hacia el Fario. La nube cubre totalmente la cumbre. Decido seguir para arriba: remontar hasta las antenas me exige apretar los dientes. Llevo acumulados kilómetros, desnivel, e incertidumbre.
En las antenas, punto culminante del día, bajo la nube densa, enfría. Paro y me pongo el chubasquero. Como las últimas gominolas y echo un trago de agua.
La bajada del bosque de pinos está preciosa, luz mágica de sol colándose por entre las ramas, atento al suelo con mucha piedra suelta, voy recorriendo estos tramos tantas veces disfrutados. Sigue sin haber nadie. Gijón, doscientas ochenta mil personas, numerosas tiendas de bicletas, y nadie de nadie. Todo esto para mí. El resto del descenso, por la Llomba, Granda y luego la senda de la Camocha,llego a casa encantado. Me meto en la ducha con la ropa puesta, y con las zapatillas en la mano. El agua corre marrón durante minutos. Cuarenta y cinco kilómetros, mil metros positivos, unas cuatro horas. Esos son los datos medibles.
Una pequeña aventura solitaria en el patio de atrás de casa, en una tarde nublada de viernes. Eso es lo que no es medible, y que cuenta mucho más.

6 comentarios:

  1. Me gusta cómo transmites tus experiencias. Recuerdan a ciertos blogs de alpinistas británicos. Sigue así compañero!

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    1. Buf, no sé si me acercaré yo mucho a la Flema británica! A mí me encanta cómo transmiten algunos de ellos... Gracias en todo caso por tu opinión. Un Saludo

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  2. Jejejeje...como mola un buen tratamiento de barro para la piel

    Nando

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