Sábado 1 marzo 2025
Con Rubén
Peña Santa de Castilla (2.596 m),
canal Estrecha.
Vaya día de curtir estamos teniendo. Salimos a las seis de la mañana de Vegarredonda con el cielo muy cerrado, a ratos nevando fuerte. A la luz de la frontal siguiendo huella de días previos hemos pasado el collado de la Fragua sin darnos cuenta. Con la luz del día las nubes abren un poco y aparece la alpina Torre de Santa María con nuestro objetivo del día, la Pili Cristina, pero no lo vemos claro para una escalada tan técnica (incluso con buen tiempo sería un reto serio para nosotros) y con este cielo de nubes entrando y saliendo, copos cayendo por ratos, la temperatura friísima y viento intenso del NE. El resto de vías de la misma torre aparecen en buenas condiciones, pero Rubén ha estado hace unas semanas por aquí y nos apetece otra cumbre.
Decidimos seguir hacia el Jou Santu a ver la Peña Santa. La vista de la Norte tampoco nos convence. Apenas la vemos por momentos; si bien las líneas principales parecen formadas, pero está super expuesta a un viento continuo y muy intenso por momentos. Las nubes circulan veloces de izquierda a derecha barriéndola.
Nos queda como última opción ir hacia la Canal Estrecha o la Escalonada, más recogidas en estas condiciones. Con esfuerzo llegamos al pie: nieve profunda y pesada.
Hacemos la canal en las mismas condiciones de nieve pesada pero con buenos resaltes de hielo. Hay coladas continuas de nieve polvo sobre nosotros, viento, ambiente duro, alpino.
Llegamos a la Brecha Norte hacia las 12 menos cuarto. En ese momento el día nos da una tregua, nos da el sol y se calma algo el viento; justo lo que necesitamos para en lugar de dar vuelta para abajo, decidir continuar a por la cumbre...
La travesía de las llambrias tiene tramos bien expuestos, la nieve no es la mejor, pero llegamos bien.
A la una y veinticinco estamos en el vértice geodésico. Mucho frío. Mucho viento. Nubes que nos envuelven por momentos, vistas parciales a las erizadas cumbres del Cornión. No podemos ni comer. El agua de las botellas prácticamente congelada. Somos conscientes de nuestra posición de total aislamiento, a la vez estamos muy contentos.
Tras unos metros de arista nos tiramos en rápel hasta las travesías, volvemos a montar reuniones, a deshacer nuestros pasos por las llambrias expuestas.
Llego yo al rapel que nos enfocaría a la Brecha Norte y a la Estrecha, terreno ya pisado hoy. Pero cuando llega Rubén al collado encima de mí me comenta la opción de la canal Ancha; lo vemos más corto y rápido y decidimos bajar por ella. Todo va bien, bajamos con 2 rápeles a tope de cuerda separados por un largo destrepe intermedio.
Ya estamos “en el suelo”, todo correcto, recuperamos las cuerdas y las guardamos en la mochila. Son las tres y media de la tarde. Estupendo. Ahora solo queda “andar” las dos horas hasta Vegarredonda, allí recoger los sacos y en otra hora más aproximadamente, coche y para casa. Todo ha salido estupendamente. Una escalada en un ambiente tremendo y condiciones duras, estamos muy contentos.
En estas estamos de charleta animada buscando la mejor bajada para llegar a
nuestra propia huella de esta mañana, apenas cien metros por debajo.
Vamos caminando, Rubén delante de mí unos ocho o diez metros, asomando a las
canales y tubos comentando para ver la mejor opción.
De repente todo cambió.
Todo el suelo se pone en movimiento. Como a cámara lenta, Rubén que iba muy
cerca del borde, se ve envuelto en una masa de bloques de nieve que lo tumban,
lo giran, da unas leves voces, y sale volteado resalte abajo…Yo estoy apenas a
diez metros, pero a mí no me afecta: mi suelo sigue quieto. Primer pensamiento:
se va a hacer daño.
Unos pocos segundos y se para la nieve. Con el corazón acelerado busco
ángulo y me asomo: lo veo, está bastantes metros por debajo, sentado con nieve
hasta la cintura, pero está braceando como si estuviera apartándola de
alrededor. Le doy una voz. Me responde, pero en medio
del viento reinante no le entiendo. Parece que no está mal, pero estamos aún
muy separados para entendernos. Empiezo inmediatamente a destrepar pero me paro en
seco y me digo, ojo amigo por dónde vas, no vayas a repetir lo mismo. Observo
la nieve y me parece que por donde acaba de bajar la avalancha puedo destrepar
bien. Arranco toda leche cara a la pared, aunque por ángulo no hace falta. Voy
perdiendo altura rápido y hacia la mitad de recorrido me vuelvo a parar a
intentar hablar con él: me dice que llame al 112. Me pongo a sacar el móvil,
pero me lo vuelvo a guardar: primero he de llegar a él, evaluar la situación,
intentar ayudarlo y luego ya llamar pudiendo explicar bien las cosas.
Finalmente lo alcanzo: está sentado tapado de cintura para abajo, atrapada la
pierna derecha y la otra ya fuera: esta es la herida, el tobillo. Está entero, salvo
ese pie no hay nada más roto aparentemente. Está muy nervioso y dolorido. Trato
de calmarlo, le ayudo a desenterrar la otra pierna, clavada en nieve a tope.
También un piolet que enganchado a la goma está a más de un metro de
profundidad… Quitamos toda la nieve posible a su alrededor, me saco mi
plumífero de la mochila y se lo pongo. En cuanto me confirma que la lesión es
el tobillo izquierdo, pero que lo demás está bien, respiro aliviado. No podemos
salir de aquí solos, estamos en un sitio remoto y aislado, pero no hay nada
realmente grave… Milagroso: todos esos metros de bajada, rebotando entre la nieve
y cortados, con dos piolets en las manos, crampones en los pies...
Realmente una suerte.
Desde su posición mi móvil no me da red, pero en cuando me muevo unos cien
metros hacia el Boquete cojo cobertura. Son las cuatro en punto cuando hago la
llamada a Emergencias: primero me cogen en Cantabria, explico la ubicación, me
derivan a Asturias, vuelvo a explicar ubicación y situación general, pero me
derivan a Castilla y León. Hablo con la persona, le explico la situación de
nuevo, me pasa con la médico, le comento el alcance de la lesión. Me da
instrucciones de abrigarlo, intentar protegerlo del viento, darle un analgésico
si tenemos… De vuelta con el técnico me pide que le comparta las circunstancias
del accidente y la ubicación exacta de GPS; me pasa un número de móvil, lo
guardo y le mando por WhatsApp la ubicación. En contra de mi opinión (estaba
equivocado por unos 200 metros) estamos en León, nos corresponde el rescate del
equipo de Castilla León. Esto no me suena nada bien e intento convencerlos de
que me deriven a la Morgal, ellos están a veinte minutos de vuelo y controlan
la zona al dedillo… No hay nada que hacer. Les corresponde a ellos. Ponen en
marcha el operativo: me dicen que pueden tardar una hora. Nosotros por ahora estamos
al sol pero con bastante viento y un frío intenso. Por debajo hay mar de nubes.
Me dice que si no pudiera entrar el helicóptero se activaría el rescate por
tierra: pienso para mí que mejor que llegue el pájaro o vamos a pasar mucho
frío…
Vuelvo con Rubén, está temblando violentamente, quizá entrando en
hipotermia. Le ayudo a quitarse nieve de encima, a sentarse sobre las cuerdas
para aislarse. Le doy un ibuprofeno 400 que trae en su mochila. Saco una manta
de emergencia, aunque realmente no sirve de mucho, pero algo de viento le
quitará. Está nervioso, pero intento transmitirle calma: el helicóptero nos
sacará. No viene de Asturias, que habría sido mucho mejor por tiempo y por
logística general, pero eso ahora es lo de menos.
La espera se nos hace larga. Le doy algo de comer. El agua de las botellas
está prácticamente congelada. Llevamos todo el día bajo cero: en cumbre daban
las previsiones a medio día 15 negativos. Calculamos por sensaciones que ahora
aquí al sol podemos estar a diez negativos. El viento continuo aumenta la
sensación de frío. Rubén se echa, se incorpora, está muy dolorido e incómodo,
pero es un tío duro. Los nervios de antes están más controlados. Él ya está en
sombra así que decido intentar moverlo unos metros para aprovechar más el sol
que aún queda. Así además vemos realmente cómo está del resto. Se incorpora
apoyándose en mí, a la pata coja puede caminar así: remontamos unos metros y se
vuelve a sentar de cara al sol declinante que en breve desaparecerá por la
Forcadona y el Torco. Últimos minutos antes de entrar en sombra y que la
temperatura se desplome. Hablamos analizando la situación. Está controlada.
Vuelvo al collado a llamar de nuevo a preguntar cómo va la cosa: me informa
la misma persona (todo muy profesional): el pájaro está en el aire, a la altura
de Velilla del Río Carrión me dice, y que le calcule unos diez minutos más.
Al cabo de un rato más oímos finalmente el helicóptero. Son las cinco y
cuarenta. Asoma por la Forcadona. Yo en el collado con los brazos en Y. Ellos se
arriman, acerca un patín a tierra y se baja un bombero rescatador y una
sanitaria. Vienen con mochila.
Hablan con Rubén, analizan cómo está para sacarlo. Yo me separo con el
bombero y las mochilas. En una maniobra corta de torno la sanitaria saca a
Rubén. Se separan, entran dentro del aparato y vuelven a por nosotros. El
bombero me explica que bajaron con mochilas por si tenían que abortar misión y
quedarse en tierra con nosotros… Me une a él con mosquetón de seguridad y
cinchas, igual con las mochilas. El pájaro vuelve, el viento muy intenso con
nieve me obliga a cerrar los ojos. Unos segundos más y estoy sentado al borde
de la cabina colocándonos para entrar. Nos quitamos los crampones y nos
sentamos relajados. Se acabó el lío. Santos helicópteros.
El vuelo es breve, paisajes espectaculares, charla acelerada por nuestra parte, los nervios. El bombero nos saca fotos…
Aterrizamos en Riaño en el campo de fútbol, apenas a 50 metros del centro de salud: trayecto de medio minuto de ambulancia y estamos entrando, Rubén en silla de ruedas. El médico lo revisa con calma y determina que no puede saber si tiene algo roto. Hace falta una placa. Nos llevarían en ambulancia a León. Lo pensamos, y les decimos que preferimos coger un taxi hasta Arriondas, que la logística es más sencilla (el coche está en los Lagos, la familia en Gijón…).
Una hora y cuarenta y cinco minutos de taxi, puerto del Pontón, desfiladero
de los Beyos, Cangas de Onís, finalmente Arriondas. En el trayecto revisamos lo
sucedido.
Ha sido la rotura de placa de viento: no muy gruesa, quizá unos treinta o
cuarenta centímetros de espesor, y de unos treinta metros de ancho. Yo me quedé
fuera (pura suerte). Esto es algo difícil de controlar, casi imposible de
anticipar. Realmente fuera de nuestro control. Especulamos mucho con otras
cosas que podrían haber pasado. Casi todas peores.
Rubén no se cayó por un fallo suyo. Él no hizo nada mal. Es prácticamente
imposible anticipar la situación ¿Y qué? En el fondo da igual; el accidente lo
tienes. Y eso es lo que hay.
Concluimos que, en realidad, no deberíamos estar allí de cualquier manera: la montaña estaba muy cargada, reciente. El día estaba perro, nubes, viento, nieve, frío intenso. Tuvimos suficientes señales a lo largo del día como para habernos dado la vuelta. Abortar la misión. Salimos del refugio con otros tres, y había otra gente por encima, pero ninguno de ellos pasó del Boquete. Nevaba a menudo. Estábamos solos en una de las mayores montañas de Picos de Europa y a ratos no veíamos apenas a cincuenta metros. A ratos sobre hielo, a ratos abriendo huella profunda. Aun así, continuamos hacia arriba. Escalamos bien, resolvimos los problemas que se presentaron con eficiencia, hicimos cumbre seguros y nos bajamos. Todo en buen horario.
Llevamos más de treinta años en el negocio, y atados
juntos muchísimas veces. Eso se nota. Pero también para mal: juntos apuramos en
ocasiones en las que ya no deberíamos hacerlo. Esto es algo fácil de decir desde casa y
quizá no tan fácil de evitar cuando eres alpinista y estás en la montaña.
En los días siguientes, hablando con amigos alpinistas y bomberos de Asturias, me explican que ese helicóptero que nos sacó, solo uno da cobertura a toda Castilla León, algo increíble para semejante superficie. Además, su base está al sur de Valladolid, muy lejos de los Picos. Está claro que los repartos de los rescates tienen su lógica política, geográfica y económica, y que las lesiones de Rubén no eran críticas, pero la cosa es que nuestra posición a unos 300 metros en línea recta a la frontera cambió un rescate desde Asturias y en unos veinte minutos desde la llamada, a una hora y media larga. Incluso a nivel de costes del vuelo, la diferencia parece enorme. Luego la bajada a Riaño (centro de salud) en lugar de directos a Arriondas (hospital), aunque esto es ya realmente secundario.
Los chicos del teléfono, el helicóptero, la ambulancia, el centro de salud, todos encantadores y muy profesionales. Un diez.
Recuerdo cuando bajaba conduciendo el coche de Rubén por la carretera de los Lagos, a las diez de la noche, total soledad obviamente. Y pensar que podría estar haciendo este trayecto hacia casa, pero con una noticia mucho peor y definitiva…
Rubén tuvo mucha suerte (yo mucha más). No hubo rotura. Fue un esguince muy
fuerte. Se quedará en unas semanas de muletas, rehabilitación y muchas
complicaciones de trabajo. Ser autónomo tiene peajes.
Después de conversaciones con varios colegas alpinistas que han vivido experiencias similares de avalanchas, ya sea escalando, esquiando o caminando, todos llegamos a la misma conclusión: difícil de prever, una cuestión de estadística, y la única opción para reducir riesgo pasa por elegir bien el día. Evitar las condiciones dudosas y caso de estarlo, simplemente no ir. Porque si vas, aunque haya señales, terminas metiéndote más de la cuenta.
Esperamos haber aprendido algo de todo esto. De eso se trata en el fondo, de
aprender e intentar seguir adelante, recordando que el alpinismo es
intrínsecamente peligroso, y en último término, algo simplemente absurdo.
Le hemos visto muy bien las orejas el lobo en esta ocasión.
“Evitar las condiciones dudosas y caso de estarlo, simplemente no ir. Porque si vas, aunque haya señales, terminas metiéndote más de la cuenta.”
ResponderEliminarMuy muy de acuerdo con estas líneas. Estando allí, a casi todos nos cuesta “demasiado” renunciar y darnos la vuelta… a mi el primero!