Impresionante documental.
El otro día no me resistí más,
pagué en la plataforma de turno y compré la película. Dinero bien gastado.
Me lo habían dicho mis amigos
David y Rubén y es verdad que hay que verlo. Se te caen las pistolas...
Es difícil, incluso para un escalador y alpinista (aunque uno lo sea de andar por casa), poner en contexto el nivel de las actividades hechas por Marc André Leclerc. Las mostradas en este documental y otras casi ni siquiera mencionadas de pasada.
El reportaje va de menos a más.
Las escaladas en roca, siendo impresionantes, me resultan fáciles en
comparación a las mixtas y las de hielo. Y estas, a pesar de lo evidente del
riesgo asumido, también me parecen menos tremendas que las realizadas en
montañas remotas. Acometer en solitario y en invierno La Emperor face al monte
Robson, o la Torre Egger en Patagonia, simplemente son otra escala.
Las tomas desde dron, acercándose
y alejándose, girando, dan una perspectiva que las películas tradicionales o
una GoPro no consiguen ni de lejos.
Hay partes del documental en las
que se muestra de forma totalmente cruda secuencias de escalada a pelo simplemente
sin retorno. Tanto en mixto, en drytooling o en hielo. Algunas en las que todo
(la vida del protagonista) depende literalmente de unos pocos milímetros de
acero apoyados en leves muescas de roca, o clavados en fráfiles formaciones de
hielo. Cambios de posición, piolet al hombro o dejado apoyado en la roca,
gancheos imprevisibles, simplemente espeluznantes. Un fallo mínimo y no habría
vuelta atrás.
Cuando veo cosas como estas,
intento huir de conclusiones fáciles del tipo “este tío está loco”. Aunque como
a los demás, es lo primero que me viene a la mente. Una vez lo analizas, lo que
demuestra es un grado de excelencia en su disciplina que simplemente roza la
perfección. Un piloto de motociclismo, echándose al suelo para trazar una curva
a doscientos kilómetros por hora lo que demuestra no es locura, sino
perfección. En el alpinismo, a diferencia de otros deportes o disciplinas en
las que la velocidad extrema es la protagonista, aquí las cosas suceden
despacio (aunque esta gente vaya a toda caña). Cada movimiento y cada paso está
meditado, sopesado, razonado. Hay tiempo para esto. Y es precisamente ese
tiempo disponible el que todavía hace más impresionante el proceso. Sobre todo
porque también el tiempo de exposición a la situación estresante también es muy
prolongado.
Dejando de lado estas secuencias,
la dificultad pura, la fuerza y la técnica de los movimientos requeridos para
estas ascensiones, lo más impresionante para mí es la parte relativa al
aislamiento, a la lejanía, a la exposición enorme que suponen estas actividades
realizadas en solitario y en invierno en macizos y cumbres tan remotas.
La sensación de estar solo en la
montaña en invierno es aplanante. La presencia enorme del poder de la
naturaleza, omnipresente, circundante, mostrada en forma de su escala, de los
fenómenos meteorológicos y de la exposición total a los mismos, la
vulnerabilidad absoluta, total, ejerce una presión que te lamina. Te sientes
diminuto. Fuera de sitio. La fuerza mental requerida para sobrellevar todo esto
es simplemente tremenda.
Estas cosas también se sienten
cuando se va acompañado. Pero no es comparable. Con un compañero se comparten
las decisiones, las penurias y los miedos. Y eso lo hace infinitamente más
fácil, más llevadero. Desde el punto de vista mental y por supuesto desde el
punto de vista físico: compartes cargas, largos, vivacs... Nada que ver.
Siendo escalador y alpinista,
habiendo enfrentado solo y en invierno la montaña algunas veces, habiendo
escalado en solitario y sin cuerda en ocasiones, salvando las distancias por
supuesto, a uno le cuesta concebir el grado de control, valentía y maestría
aquí mostrados.
Preparación exhaustiva,
entrenamiento sistemático, selección minuciosa de material, evaluación de las
condiciones de la montaña y la vía, elección del momento, capacidad de
concentración, ejecución precisa, sin fallo, sin flaquear. Todo esto no es lo
que hace un loco. Sino un maestro.
Cuando hace unos años vi la
película de la escalada de Honnold al Capitán (quien por cierto sale hablando
varias veces en este documental), me quedé convencido de que esa era la
escalada en roca más impresionante de todos los tiempos. Algo realmente
estratosférico. Y lo sigo pensando (la película en sí también me pareció de una
calidad excepcional). Pero como bien dice Honnold, al fin y al cabo la roca es
roca. Es sólida, es fiable. Es estable. El medio en el que se movía Marc André Leclerc
es mucho más variable, efímero e impredecible. Y además mucho más remoto.
La fuerza mental necesaria es
tremenda. Si este hombre hizo esas cosas con la cámara grabando, qué no habrá
hecho sin ella delante…
Es una pena que, como tantos
otros como él (Lama, Lafaille, Steck, o recientemente Korra Pesce), se haya ido
tan joven. Y como muchos de estos, por un riesgo objetivo y fuera de su
control, pero que también forma parte del juego. Una parte importante.
Qué difícil tiene que ser
levantar el pie del pedal a tiempo. Y aquí pienso en los Bonati, Twight, House,
Messner, Blanchard, Anker, y otros que han sabido sobrevivir a su propia
maestría, y pese a ella, saliéndose de la ruleta antes de acertar con la bala.
Volviendo al documental en sí, gran trabajo de grabación y fotografía.
Buena narración. Sin duda alguna, es una película imprescindible.
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