LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

viernes, 29 de julio de 2011

Peña Beza rápida

Sábado 23 Julio
Soto Sajambre (950 m) -  Peña Beza (1963 m) – Soto Sajambre
1 h 50 minutos

En el curro, con toda la tarde por delante para estar sentado delante del ordenador, y el resto de la semana parecido (y dando gracias, que no está la cosa como para quejarse…), la perspectiva hace que la mente se escape hacia las cosas que me gustan.


El pasado fin de semana estuvimos en Soto. El sábado por la mañana fuimos hasta Vegabaño: subir con Javi a la espalda, cuarenta y cinco minutos para arriba, jugar un rato en la pradería y otros cuarenta y cinco para abajo, con sus doce kilos y pico más la mochila, unos catorce totales, sirven de recordatorio de lo que es portear mochilas. La vida es entrenar: entre semana tuve con Luque una buena sesión de escalada en la Manzaneda, a pesar de la lluvia, hoy en cambio toca cargar mochila, y luego por la tarde quizá correr un poco. 




Hay muchísima gente paseando por todas partes, hoy el ambiente está muy agradable, la temperatura suave, el verano está retrasado (si sigue así vamos a pasar al otoño directamente) y el verde es aún primaveral.



Por la tarde, charla animada con Pedro que anda de paseo con su niño, Marino, casi igual que Javi: comparamos progresos.
Hacia las siete me cambio y salgo de casa cuesta arriba con intención de subir a Peña Beza, como tantas veces. Subo el primer tramo de pista hasta Los Collaos a buen ritmo, aunque regulando el esfuerzo. Una vez fuera de la pista, los lirios azules destacan entre la hierba y los arbustos, y distraen la mente de las sienes palpitantes, de los muslos que se quejan, y de la respiración acelerada. También están esos cardos azul eléctrico tan guapos.



En lo alto de la Canal de Misa (1700 m) miro el reloj, cincuenta minutos. Desde el pueblo hasta aquí la verdad es que nunca consigo correr demasiado, apenas algunos tramos aislados de pista, el resto es caminar rápido, pero es que el desnivel es demasiado para mí. Continúo ahora hacia arriba por la arista levantando manadas de cabras que, sorprendidas, salen corriendo en todas direcciones. Las trepadas finales se agradecen, ir a cuatro patas relaja el ritmo cardíaco y distrae.

Cumbre, miro el reloj, una hora y siete minutos: ocho menos que el mejor tiempo que recuerdo. Mirada rápida alrededor, los Picos no se dejan ver, cubiertos por una densa nube, de la costa se acerca una niebla rápida que sube trepando desde Amieva. Miro el buzón por costumbre, recojo una tarjeta de una gente que subió cinco días antes, y sin más arranco hacia abajo.



De tanto en tanto me recuerdo prestar atención a los destrepes: a esta altura de la tarde, con poco más de una hora de luz por delante, en camiseta y sin nadie por aquí,  un percance puede ser un buen lío, aunque sólo sea torcer un tobillo...
Entre jirones de niebla y vacas impasibles que me miran trotar cuesta abajo llego de nuevo  a lo alto de la Canal de Misa: una hora y veintiún minutos. Sin parar sigo canal abajo, y desde su base derivo hacia la izquierda buscando el camino más directo para enlazar con la pista hacia Valdelosciegos. Como siempre, equivoco algún giro, y tengo tramos de cotolla.
Una vez en la pista, la cabeza ya puede relajarse y dejarse ir, el correr ya es más automático aquí, y el nivel de atención para sortear los pocos baches y las piedras sueltas se rebaja. Entro en el pueblo por en medio de los árboles de la fuente, con la luz ya baja, paro el crono en el puente: una hora cincuenta minutos. Cuarenta y tres minutos de bajada desde la cruz de la cumbre hasta la fuente. En el tiempo total diez minutos menos que mi mejor registro, pero es que la temperatura fresca de este mes de julio, que más parece octubre, unido al recorrido seco y sin excesiva vegetación, todo ha contribuido. Mil metros de desnivel para arriba y para abajo, en menos de dos horas, pienso lo mismo que antes, todo es entrenar. A ver si se nota en alguna escalada rápida este verano y en alguna carrera este otoño. Estiramientos delante de casa. 

El domingo amanece lluvioso, a jugar con Javi, un plan difícil de mejorar...

domingo, 17 de julio de 2011

Poltergeist y "El Reino de León" a Peña Santa de Castilla, Agosto 1999

La impresionante pared Sur de Peña Santa de Castilla

1 Agosto 1999
José Antonio Estévez
Peña Santa de Castilla, 2596 m, "El Reino de León" 600 m, 6c, 6a obligado

Poltergeist, según la Wikipedia y mi traducción del inglés, es un fenómeno paranormal que consiste en eventos que aluden a la manifestación de una entidad imperceptible. Dicha manifestación incluye objetos inanimados en movimiento o siendo lanzados, así como ruidos repetidos, y en algunas ocasiones, ataques físicos contra aquellos testigos del fenómeno. 

Nuestra experiencia, desde luego no encaja exactamente con la definición, pero desde el momento en que la vivimos, para mí quedó grabada en la memoria como nuestro Poltergeist de Picos.

Estivi y yo somos amigos desde hace muchos años, buenos amigos creo. Últimamente la vida nos está separando, pero en aquella época, y durante bastantes años más, pasábamos mucho tiempo juntos; entre semana entrenábamos, salíamos a tomar cervezas, veíamos diapositivas… Los fines de semana salíamos sistemáticamente de monte a escalar, a caminar, en bicicleta, a pisar nieve. Viajes varios a Alpes y Pirineos. Con él he compartido muchos de mis mejores momentos en montaña: espero que volvamos a vivirlos. 
El episodio del Poltergeist en Peña Santa es sin duda uno de ellos.

En esta ocasión, como cada fin de semana de verano, nos dirigíamos a Picos; esta vez al Cornión, a Peña Santa, era la cita de cada verano con este destino. Vega Huerta es un sitio mágico que exige un pateo de unas tres horas para alcanzarlo, por eso nunca hay demasiada gente. La pared de la cara Sur de Peña Santa de Castilla es una de las mejores de Picos, con una dimensión y un ambiente de montaña grande, de escalada de envergadura. Probablemente todo esto haga que sea mi sitio favorito de Picos: Peña Santa desde su vertiente Sur.

Nuestro objetivo es una vía muy reciente, 600 m de dificultad sostenida y en aquel momento con muy pocas repeticiones: “El Reino de León”.

Soto de Sajambre es un precioso pueblo de montaña, al que estoy muy unido, tengo suerte de que Paula tenga casa aquí. Además sus primos son mis amigos desde hace muchos años y pasan aquí todo su tiempo libre. Aparcamos junto a la bolera y nos echamos las mochilas al hombro, nos espera un buen porteo.
La sombra del bosque de Cuestafría nos protege del sol de agosto, pero aún así sudamos bastante. Charlando de mil cosas alcanzamos el límite de los árboles y salimos a la dura luz de la tarde, las cuestas nos frenan, haciendo eses vamos ganando altura. Después de unas tres horas soltamos el peso en las praderías de la Vega. Plantamos la tienda, cenamos y nos tiramos a dormir pensando en la vía de mañana.

Tras un desayuno rápido, mochila al hombro y media hora de aproximación a la base de la pared. Los nervios afloran, la zona de la entrada tiene algo de tétrico y el grado obliga a apretar desde el principio: hemos optado por la entrada directa. La inclinación de la tapia se trasmite directamente a los antebrazos. Poco a poco, largo a largo, la sensación mejora. 
En un superestético largo de canalizos de 6a, con sólo tres chapas, me tengo que parar en una de ellas a enfriar la cabeza: esto me fastidia, pero ya tendré tiempo de volver a encadenarlo en otra ocasión. Más arriba, el largo del camello, V+, chorrea mucha agua y la tensión es alta. Después de la pirámide, en el del pilar, con un muro de 6c, tampoco me  recreo y acero para acabar lo antes posible.
El cielo está tranquilo y vamos ganando altura sin más contratiempos que los lógicos de interpretación del recorrido, de sopesar si el siguiente distanciado es asumible, si tendré pila para alcanzar la reunión… Ir siempre de primero estresa, pero al mismo tiempo te da el cien por cien de la satisfacción del descubrimiento. A mí me gusta escalar, y creo que, estando en forma, no hay mejor modo de disfrutarlo que este. No obstante, también los embarques son todos tuyos; en un muro del largo doce o del trece, me confundo; no tomo la fisura correcta y termino teniendo que rapelar unos quince metros, abandonando un fisurero, para retomar el buen camino.
El cansancio va calando, los largos finales parecen interminables y la ansiedad por terminar aumenta. Por fin salimos a la arista, y después de una corta trepada hacemos cumbre. Son las siete de la tarde. 

Hemos conseguido completar sin mayores problemas la tercera o cuarta repetición de una vía potente, que los años convertirán en una clásica de Picos, una clásica de escalada moderna. La he tirado entera delante y estoy muy contento. En aquel momento me pareció más dura que "Rescate Emocional" o que "Manantial de la Noche", y también más dura que "Leiva", "Murciana" o "Rabadá" al Picu, o las "Placas" a la Olvidada. 
Tengo muchas ganas de volver a repetirla (esta vez a largos), a ver si le quito algún acero o reposo, o si por el contrario me doy cuenta de que estaba como una moto...

Estévez, asegurador atento ...y yo doy fe
La escalada nos ha llevado unas diez horas, es domingo a media tarde y aún tenemos que bajarnos de aquí, recoger la tienda y los trastos y pegarnos el pateo hasta Soto, una vez allí otras dos horas de coche hasta casa: está claro que vamos a llegar tarde. 
Comemos algo y bebemos lo que nos queda de agua, el calor ha apretado y apuramos la botella resignados a seguir con sed. Nos sacamos una foto de cumbre, en la vía apenas hemos tirado alguna (no tengo copia de ninguna, todas las que pongo son de otras ocasiones).
Recogidas las cosas arrancamos por la arista dirección a la brecha Norte. Estivi viene algo retrasado, y yo destrepo más rápido, no paro a esperarlo y decido continuar hasta el primer rápel de la Estrecha. 

En 2007 en la Sur Clásica, en el día Gijón-Gijón
Una vez allí, y a pesar de que yo siempre destrepo la canal para ganar tiempo, sabiendo que Estivi prefiere rapelarla, instalo mi cuerda en la reunión, estirando sus treinta metros, y me recuesto a esperarlo en la terraza.

Estivi destrepando, años después, a la Brecha Norte
El tiempo pasa y aquí no aparece nadie. Me parece que ya ha pasado un buen rato y sin embargo no se oye nada: doy unas voces llamándolo. Nada. “Joder, a ver si ha resbalado en un destrepe y está por allí con un pie roto…” Espero unos minutos más y nada. Decido subir algo, dando voces de nuevo. Sin respuesta. Ya me estoy poniendo nervioso. Tiro para arriba y llego hasta la Brecha Norte. Nadie responde a mis llamadas, esto es rarísimo. Estamos solos en la montaña, no hay nadie más, es domingo por la tarde y los móviles aún no existen, al menos para nosotros. La incertidumbre me invade, no sé qué hacer, sigo dando gritos sin resultado.
Ya es hora de bajar, si no aparece tendré que ir a buscar ayuda. Aprovecho la cuerda instalada y rapelo de la primera instalación. Después destrepo el resto de la Canal tan rápido como puedo. Alcanzo el nevero de la Forcadona y, bufando por el esfuerzo, con los ojos rojos de la luminosidad del día, los hombros cargados con la mochila con la mitad del material, con la sed resecando la boca y la mente gastada por la escalada y la inquietud, remonto hasta la collada. Desde la Forcadona me lanzo pedrera abajo a toda velocidad. Atajando las zetas alcanzo el camino que viene de Fuente Prieta, y por fin ya entre algo de hierba, continúo corriendo hacia Vega Huerta.
Los nervios bombean la adrenalina que me permite ir más rápido de lo que las piernas quisieran. Por fin, de repente, a lo lejos, veo una figura caminando a buen ritmo en la ladera de hierba cerca de la zona donde plantamos la tienda. A estas horas no hay ya casi nadie por aquí, espero que sea Estivi o alguien que lo haya visto. Al ir acercándome, mis esperanzas aumentan, doy unas voces y la figura se para, me contesta voceando también: ¡sí, es Estivi, menos mal! La tensión afloja y el nudo del estómago desaparece.
Los últimos cientos de metros hasta alcanzarlo en la tienda voy pensando qué puede haber pasado: “tiene que haber bajado por los Llastrales, no queda otra opción, es imposible que haya bajado por la Estrecha y que no nos hayamos visto… “
Cuando por fin nos encontramos, no damos crédito cada uno a la versión del otro: hemos bajado los dos por la canal Estrecha, Estivi no me ha visto a mí, ni ha visto la cuerda que yo instalé en la primera reunión nada más llegar, yo no le he visto a él, no le he oído mover ni una piedra, él no ha oído mis gritos… Esto es muy raro, cualquiera que conozca la Canal Estrecha sabe que hace honor a su nombre, no hay apenas espacio para pasar sin tropezar con quien esté por allí…
Concluimos que lo único que puede haber pasado es que mientras yo sacaba la cuerda para colocarla en el primer descuelgue, él llegara al paso, que no viéndome destrepara el largo y siguiera hacia abajo. En el tiempo que yo le esperé en silencio, y al no verme, él siguiera a toda velocidad intentando alcanzarme a mí, que sin embargo estaba sentado aún allí arriba. Para cuando yo empecé a gritar, Estivi ya no pudo oírme, y continuó hacia Vega Huerta. Ha sido esto… o un Poltergeist.
Mi cansancio por un lado y su concentración en el destrepe por otro nos jugaron una mala pasada. Él, que siempre rapela, tuvo que destrepar (renegando imagino), yo que siempre destrepo acabé rapelando… Manda huevos. Entre risas y cansancio, pasadas ya las diez de la noche salimos de las praderías de Vega Huerta. 
Con los petates cargados, bajo la oblicua luz dorada del final de la tarde, vamos remontando las cuestas que nos separan del Collado del Burro (como burros venimos cargados nosotros). En el Frade nos envuelve la niebla y en el bosque la oscuridad de la noche se hace más intensa. Como zombis vamos dando tumbos entre los árboles. Dejamos atrás Vegabaño bañado ahora por la luz de la Luna, sin tiempo ni gana para contemplaciones. 
Tres horas después de salir de Huerta y dieciséis horas desde que empezamos la caña del día, por fin alcanzamos Soto. Ese fin de semana adelgacé tres kilos. 

Con mi amigo Estivi en una foto de aquellos años mágicos, en la cumbre de la Canalona, tras encadenar tres vías seguidas en tres cumbres distintas
Sin perder un minuto arrancamos para Oseja, desde donde llamar por teléfono a casa para decir que todo está bajo control, que “sólo” se nos ha hecho un poco tarde. Nos pasamos el viaje de vuelta comentando sin creernos aún lo que para nosotros pasará a ser nuestro personal Episodio Paranormal de Peña Santa, nuestro Poltergeist de Picos. 
Llegamos a casa hacia las tres y media de la mañana, yo aún soy estudiante (mi último verano) y al día siguiente puedo folgar, pero Estivi curra… 

domingo, 3 de julio de 2011

Piz Badile, Arco di Trento, Dolomitas 2011

19-26 Junio 2011
Pablo Luque

Piz Badile 3308 m, Val Bregaglia, Suiza, "Nordkante" Espolón Norte, 1000 m V


Arco di Trento, Dolomitas di Brenta, "Pantarei", 180 m 6b+


Tercera Torre Sella, 2696 m, Grupo Sella,  Dolomitas, Cara Oeste "Vinatzer" 350 m, V+


Una vez más, de viaje a los Alpes. Una vez más, pero en esta ocasión de forma distinta: nada de paliza de conducción, nada de dormir tirado en áreas de descanso de la autopista con el oído atento al coche, no te vayan a robar… Esta vez en avión desde Santander a Bérgamo.

Dejar a Paula y a Javi en casa me ha costado bastante, es normal, desde que nació el niño no me había separado de ellos más de dos días.
El trayecto en coche a Santander es de charla animada y una vez llegamos al aeropuerto,  después de ajustar los pesos de las mochilas para no pasarnos con ninguna, embarcamos y en poco más de dos horas estamos en Italia. Son las doce de la noche: cogemos un taxi al hotel reservado, mañana recogeremos el coche de alquiler y esta combinación todavía nos sale más barato que recogerlo al llegar. Perfecto.
El hotel nos sorprende por el nivel para el precio que vamos a pagar: tiene hasta hidromasaje! Aunque Luque se lleva un chasco cuando después de llenar la bañera se da cuenta de que no funciona… Inaceptable!
El Lancia Epsilon no va ni cuesta abajo, pero así vemos mejor el paisaje del lago de Como. En Lecco, pueblo mítico de escaladores legendarios como Ricardo Cassin, paramos a comprar comida y gas, y seguimos hacia Suiza. 

El Piz Badile y el Piz Cengalo a la izquierda, con mucha nieve aún
Nuestro destino está en Val Bregaglia, un valle alpino precioso, con bosques densos y montañas afiladas. Entre ellas nuestro objetivo, el Piz Badile. Al llegar a Bondo, el último pueblo, por fin lo vemos, y se nos cae el alma a los pies: está totalmente blanco desde nuestra perspectiva. La vía pretendida, la Cassin, es totalmente roquera y de placa, con lo que directamente no se puede hacer. Después de pensarlo, nos decidimos a subir para verlo de cerca. Peaje para una pista entre pinos y luego porteo de hora y pico por un camino con un desnivel tremendo, en medio de un calor húmedo tropical.

Refugio SASC Fura
Después de una gran sudada llegamos al refugio Cabaña SASC Fura que está cerrado, pero la cabaña de invierno tiene de todo, cocina de leña, literas con colchones y mantas, platos, tazas… y nosotros porteando como burros.
Mucha más nieve de la esperada
Tiramos los trastos y salimos hacia arriba con las botas y el piolet para ver de cerca el espolón norte, Nordkante, que se eleva altivo hasta la cumbre: es una vía sencilla, pero una opción interesante en las condiciones alpinas en las que está, con campas de nieve a varias alturas, con rimaya de acceso, con cornisas en la arista hacia cumbre... Tendremos que llevar botas duras, crampones y piolet. La línea es muy llamativa y quedamos contentos con el nuevo objetivo, a pesar de haber rebajado el reto.
De vuelta en la cabaña,nos encontramos a dos puretas suizos con la misma idea para el día siguiente: ambos la han hecho varias veces, así como también la Cassin, de la que nos confirman que hemos venido con unas cinco o seis semanas de adelanto… La ignorancia es lo que tiene.
Nos acostamos temprano y en mitad de la noche llegan otros dos tíos que se acomodan como pueden en los bancos y en el suelo. A las cuatro nos levantamos, desayunamos y a las 4:40 salimos hacia el monte.

El vecino Piz Cengalo al amanecer, con su atrayente espolón norte

La hora y media larga de aproximación, de crampones en la parte final, nos colocan en el collado desde el que se entra al espolón y a la Cassin: podemos ver que la vira de entrada a esta última está delicada y expuesta a lo que va soltando la pared desde arriba.
Sacamos el material, nos encordamos e iniciamos la escalada en ensamble y con botas en los primeros cuatro o cinco largos, en los que sorprendentemente hay bastantes seguros. En un paso fino de placa me cambio de botas a gatos y nos montamos en el filo del espolón. Desde aquí vamos alternando la cabeza, empalmando largos y estirando las tiradas a 90, 100 o 120 metros. La roca tiene una calidad excelente, llevamos por encima a las otras dos cordadas que han escalado sin cuerda bastantes largos, y que siguen de botas, gente muy fina. Una vez más compruebo cómo los locales nos marcan la diferencia en los terrenos sencillos, los de botas, donde se nota la experiencia de vivir estas montañas todo el año.



La vía es interesante, moviéndonos a un lado y otro del filo, cuando estamos a la sombra el frío se nota, aunque son momentos breves. Estamos en el día más largo del año y el sol va muy alto, nos va dando casi todo el tiempo a pesar de la orientación 100% norte. En la Cassin, mucho más Noreste, por la mañana no hay ni una sombra.
Hacemos un flanqueo bajo un desplome hacia la sombra, donde pisamos nieve, desde aquí Pablo tira el único largo de V de la vía.
Tramos mixtos, buscando clavos no tapados, sobre roca mojada
Seguimos veloces hacia arriba, a veces montando algunas reuniones que están tapadas por la nieve, intentando evitarla con flanqueos y escalando otras veces sobre roca mojada de deshielo. Estamos disfrutando mucho la vía.


Alcanzamos y superamos la salida a la arista de la vía clásica de Cassin, y continuamos otros cuatro largos aproximadamente hasta la antecima; aquí decidimos dar la vuelta ante el mal aspecto de la nieve inestable que hace falta cruzar hacia la cumbre. Estamos literalmente al lado, pero está delicado. 

Hemos tardado cuatro horas para los mil metros de vía, son las once menos cuarto: comemos y bebemos algo e iniciamos lo que será una enorme secuencia de destrepes y rápeles de vuelta abajo. 


En la antecima
En los rápeles, algunos van perfectos, otros con leves atascos, y alguno con atasco serio de cuerdas, aunque nada que no se resuelva con algo de paciencia e imaginación. Algún rápel lo montamos sobre cintas en dientes de roca, al tapar la nieve las instalaciones fijas. 



Un error mío con una cuerda enganchada nos hace desviarnos del espolón por tres largos, nos buscamos la vida por la Noreste con instalaciones menos fiables. Una corta trepada posterior nos pone de vuelta en el espolón: no hemos perdido demasiado tiempo, porque los suizos están aún al lado.


Con algunos tramos de destrepe llegamos a la base de la vía a las cinco horas de empezar el descenso: nos ha llevado una hora más que la escalada. Son las cuatro de la tarde.
Aquí tendré que volver para hacer la clásica de Cassin, que se ve muy guapa, y la cumbre, que ha quedado pendiente.

Luque, que también vino, aunque no salga en las fotos
Como hemos decidido quedarnos a dormir aquí (para mañana dan mal tiempo), nos tomamos la tarde con calma, charlamos en el refugio con los suizos y con la otra cordada que llega más tarde, y que resultan ser dos aspirantes a guía austriacos haciendo méritos: no hemos ido mal pensando con quién nos comparábamos…
El miércoles amanece feo, conseguimos llegar al coche sin mojarnos, pero desde ahí, el resto de la jornada está lloviendo sin parar o muy nublado. Una pena porque estamos pasando por sitios muy guapos: San Moritz, el paso Bernina, o Madonna di Campiglio, donde apenas podemos entrever las enormes paredes y torres de los Dolomitas del grupo Brenta. Seguimos hacia Arco di Trento, una zona de escalada mítica de los 80, más lejos de la montaña y donde la meteo da mejor previsión. Arco es un sitio muy bueno para estos periodos entre ventanas de buen tiempo en el monte. Dentro de unas semanas se celebrará aquí el famoso master de escalada en el que participan gallos de la compe y la deportiva de nivel mundial.

Gente ordenada, escrupulosa  y preocupada por la imagen

Nos informamos de las opciones y nos vamos a un camping. En este valle estamos al pie de un mogollón de roca y paredes, con vías de todos los tamaños y estilos. Nos compramos una guía para aclararnos. Hay un montón de escaladores, pero también muchas familias con críos, gente con bicis a montón… sobre todo alemanes.


El jueves amanece muy nublado pero temprano nos vamos a trepar: salimos caminando desde el camping y en quince minutos estamos al pie de la vía elegida, “Concordia”, siete largos bien asegurados y bastante directos, para poder rapelar en caso de lluvia. Tal cual, cuando estoy llegando a la cuarta reunión me empieza a llover torrencialmente: rápeles y al suelo. Hace un calor tremendo y la roca seca rápido, así que esperamos un rato y volvemos a trepar otras cuatro vías, esta vez levantamos como máximo segundos largos, plaqueros y de mucha calidad, hasta 6c/6c+. 


La tormenta anunciada vuelve, esta vez mucho más intensa. Volvemos al camping y el resto de tarde, sin lluvia ya, nos la pasamos paseando por las calles y plazas del pueblo, entrando en las muchas tiendas de montaña, algunas exclusivas como la de La Sportiva, o una de Salewa.  Paseando por las calles y plazas, mientras intento robar conexión WiFi a algún incauto, voy pensando que por estas mismas sitios se habrán paseado Edlinger, Legrand o Moffat, o más recientemente Andrada o Sharma. No nos aburrimos.

Los montajes en el camping son espectaculares: autocaravanas con avances, mesas, parrillas, parabólicas. Por debajo de estos la categoría de las furgonetas, también con múltiples anexos, dispositivos, accesorios. Todos ellos con bicicletas, algunos con motos incluso. Luego están los que vienen en coche, pero con buenas tiendas chatet, con mesas para comer o jugar a las cartas... Por último estamos nosotros: todo está empapado de la última tormenta, no tenemos nada. Para cenar nos sentamos en el suelo sobre la bandeja del coche (esto fue idea de Luque, que está muy viajao), y miramos con tristeza nuestro hornillo con tortelinis, mientras nos llegan los olores de las barbacoas circundantes. Tenemos una cuchara para los dos, todo sea por la ligereza... La gente al pasar nos mira y nos sonríe, con una mezcla que yo interpreto como de educación, pena y de incredulidad ante lo precario de nuestra situación. Somos los parias del camping...
Cada día hablo con Paula y me cuenta cómo se las arregla para lidiar sola con el niño y el resto de cosas.

El plan para el viernes es escalar por la mañana y salir a medio día dirección a Dolomitas para escalar el sábado, que es cuando escampa el cielo. Así lo hacemos, madrugamos y a primera hora y con mucho calor escalamos la “Pantarei” en la pared de San Paolo: seis largos variados de hasta 6b+. Muy guapa. Hoy podemos acabarla sin mojarnos y volvemos al camping a por una ducha antes de coger el bólido.

Tres horas de carretera hacia el norte nos llevan hasta Bolzano y de allí a Wolkenstein, un sitio donde ya se te caen las pistolas al suelo con el paisaje de Dolomitas: enormes macizos de caliza con tapias impresionantes, rodeados de valles idílicos de prados y bosques, con instalaciones de esquí alucinantes, pueblos impecables… Esto es precioso.

El valle hacia Wolkenstein y Bolzano

Impresionante Sassolungo

La tapia por la que discurre la Miccelucci

La carretera es una pasada y riadas de motos fluyen continuamente arriba y abajo. Subimos al Passo Sella, donde tenemos localizada nuestra cumbre objetivo: la Tercera Torre Sella. La torre en concreto es muy guapa, tiene una buena pared y la ventaja de una aproximación ridícula de veinte minutos. Otros objetivos que hemos comentado, la Marmolada o el Lavaredo, tienen demasiada nieve para la primera experiencia de Dolomitas, y para los días disponibles (y dan miedo).
La vía elegida es una clásica de los años treinta (ojo al dato), la “Vinatzer” tiene unos 350 metros, máximo V+. El descenso tiene algo más de incertidumbre, con destrepes y rápeles, y esperemos que sin nieve porque aquí vamos de playeros.

La Tercera Torre en el centro de la imagen, la vía por el centro de la pared
Bajamos a dormir a Canazei no sin parar varias veces por el camino a admirar las tapias del Sassolungo, el resto del grupo Sella, la Miccelucci, el Cattinaccio, a lo lejos, muy nevada, la Marmolada… Esto es enorme. En el pueblo buscamos el camping, que se llama “La Marmolada” y salimos a pasear un rato mirando al cielo, confiando que no vuelvan las tormentas. Aún así nos caen algunas gotas sueltas. Los moteros lo tienen invadido todo, parece que regalasen las bemeuves de mil.
Sábado: seis de la mañana en pie, salimos del camping y conducimos hasta el collado mirando el termómetro: cuando cogemos las mochilas marca 1ºC. En la misma carretera hay otras dos cordadas cogiendo los trastos, salimos delante para ganar la posición. A medio camino de las torres nos cruzamos a dos fulanos que vienen de vuelta, se retiran por el frío… Luque y yo nos miramos desde debajo de la capucha y con los guantes puestos. Seguimos hacia el pie de vía.
Cruzar de playeros el empinado nevero de la base exige atención; está helado y la rampa de doscientos metros no apetece patinarla a esta hora. En la terraza encontramos un clavo y empezamos a mirar los 3 croquis que traemos sin encontrar similitudes entre lo que vemos en la roca y en el papel. Esperamos a los italianos que llegan, y que conocen la vía, les dejamos ir delante. Van muy lentos, pero los tenemos de referencia todo el rato.

En una reunión con Luccio, treinta y pico años escalando en Dolomitas
La vía va pasando por las zonas lógicas de una apertura de la época, diedros, fisuras. Es bastante aérea pero fácil en general y se asegura muy bien. Hay clavos de cuando en cuando, que parece ser lo único que chapan los italianos; nosotros metemos cosas por el medio. La roca es una caliza muy vieja y gastada, con aspecto desagradable y fracturado en muchos sitios, sin embargo en realidad es muy sólida. 
Algún resalte y desplome y otras tiradas más nos dejan en la vira intermedia por la que va el descenso.
En frente, en la segunda torre, observamos a varias cordadas progresar por vías como el Spígolo Demetz o la Messner, y alguna más: es un espectáculo verlos escalar.

Hace frío y llevamos puesta toda la ropa: aquí en la vira tenemos que esperar una hora hasta que los italianos resuelven el largo clave: una fisura de unos doce metros que termina contra un techito y sigue luego otra vez por fisura-diedro. Es V+, nada del otro mundo, pero estos bufan bastante: para cuando me toca a mí, estoy frío, pero en cuanto arranco lo veo fácil. Se asegura muy bien y tiene canto. Salgo tranquilo a la reunión, que aún tiene mucho tráfico. 





De ahí para arriba, otros cuatro largos de III y IV nos dejan en la cumbre. En el medio de esos cuatro largos, estando en una reunión asegurando a Luque, cojo el mosquetón de la cámara como tantas veces para tirar una foto y se me sale la cámara: vuela por muchos metros antes de pegar una, dos y tres veces, y vuela más hasta llegar al nevero de la base. Me cago en todo: todas las fotos de la semana (y algunas eran muy buenas) se han ido al garete. Aún así intentaremos buscarla para ver si la tarjeta de memoria no se ha roto…




Llegamos a la cumbre a las seis horas de empezar, mucho tiempo para 350 metros relativamente fáciles, pero el frío y el atasco de cordadas han hecho su parte. Hemos disfrutado mucho de nuestra primera vía de Dolomitas, desde luego un destino para repetir.



Sigue haciendo frío, así que iniciamos el descenso con un rápel a la vertiente contraria. Desde ahí, destrepes muy aéreos aunque fáciles nos van llevando a tornillo alrededor de la torre. Alcanzamos la vira sin rastro de los italianos por detrás y continuamos bajando. Cruzamos a dos ingleses que inician la retirada a media vía, han entrado muy tarde, pero también los dejamos atrás en cuanto cogemos los rápeles de la canal con la segunda torre. En cuatro rápeles estamos en el nevero de la base. Recogemos los trastos y gastamos una hora buscando la cámara: la encuentra finalmente Luque en la nieve, está reventada como era de esperar, y está casi todo menos la tarjeta de memoria. Una pena.



Cogemos el coche y nos despedimos de Dolomitas camino de vuelta a Arco: preferimos tirar unas horas de viaje para acercarnos a Bérgamo y evitar sorpresas el último día. 


Llegamos al camping a última hora de la tarde, nos registramos, montamos nuestro ínfimo campamento (se ve muy cutre al lado de los montajes de autocaravanas, californias, tiendas-chalet que dominan la zona), nos damos una ducha y de aquí nos vamos a cenar. La pizzería la Linterna está bajo las paredes, en la terraza disfrutamos de una pizza y un par de cervezas, el único lujo de la semana desde que dejamos el hotel de la primera noche, y es que Luque es un espartano de la leche.
El domingo por la mañana después de desmontar el chiringuito, les damos a la pareja alemana que tenemos acampados delante, y que también tienen un despliegue discreto, el cartucho de camping gas que nos va a sobrar y no podremos meter en el avión. Después de que se vayan hacia la piscina también les damos los dos paquetes de tortelini que nos van a sobrar (Luque tiene una obsesión con los tortelini y ha comprado paquetes como para parar un tren, pero cada uno tenemos lo nuestro...).
El viaje a orillas del lago di Garda es una pasada: yates, tablas de windsurf, pueblos con estilo, italianos conduciendo a su manera... Más tarde paseamos por el centro de Bérgamo, muy guapo. Nos comemos un bocata de tirados en un parquecillo, mientras nos preguntamos si tendremos un aspecto muy marginal para los locales…
Entrega de coche, facturación al límite del peso y embarque de nuevo consiguiendo las plazas de puerta de emergencia de mitad del avión (con alguna truñida por Luque que es grande). El vuelo sin problemas, Santander y coche de vuelta a casa en mitad de unos calores tremendos, atascos hasta Torrelavega, ha sido día de playa para los castellanos.
A las once de la noche en casa.
Un viaje perfecto (a excepción de la cámara), he disfrutado mucho tanto los destinos, como los estilos y la compañía: hemos escalado cuatro días de los seis posibles, a pesar de haber llovido tres de ellos.
La vuelta a casa y el reencuentro con la familia mejores aún, si es posible.