Viernes 15 Abril 2016
Desfiladero de los Arrudos
Solo
Son las dos de la tarde y estoy en
La Felguera. Llueve. Después de currar he venido a recoger dos pares de pies de
gato que dejé reparando al zapatero (un artista). En el maletero la mochila con
los trastos de escalar. Miro el parabrisas salpicado de gotas: los planes de
trepar un rato se van al traste.
No me apetece nada ir al roco. Prefiero
ir a dar un paseo, que me dé un poco el aire. Pienso en dónde ir por aquí cerca. Tiene que ser zona baja porque no tengo botas. A poco más de media hora de
coche tengo el parque de Redes, un paraíso para caminar. Se me ocurre
rápidamente el desfiladero de los Arrudos. Conduzco hasta Caleao mientras
chispea lluvia.
Y llevamos casi tres meses así... |
Son las tres de la tarde cuando
salgo desde el mismo pueblo por el camino hormigonado. A los lados, en los
prados las vacas me miran impasibles. Me pongo la chupa porque gotea casi de
continuo, aunque no molesta. El río baja muy potente y se ve que el deshielo,
sumado a la lluvia de estos días, está haciendo que su caudal se multiplique.
El camino va serpenteando con el
río valle arriba, que se va cerrando cada vez más hacia el desfiladero. El río
aumenta de potencia, encajonado entre las paredes de roca. Hoy no me estoy tomando
la salida ni siquiera como entrenamiento. Simplemente vengo de paseo. Me paro
cada poco a tirar fotos. Aunque la luz es bastante pobre, y los colores aún son
muy invernales, lo cierto es que las estampas invitan a disparar: el agua
bramando entre los bloques bajo el cielo plomizo.
Restos de una gran avalancha de nieve |
El valle gira y el color de la roca
va cambiando del gris de la caliza a los verdosos y rojizos de la cuarcita: incluso
la misma vegetación parece variar. El andar es cómodo: a ratos se alternan
repechos más duros, incluso escalonados, con otros tramos suaves de ladera,
sobre buen camino. También hay pequeños tramos de bosque de hayas, aún
desnudas, con sus troncos tapizados de musgo acolchado. En el suelo, en estas
zonas, un profundo colchón de hojas marrones. Empiezo a pisar algún nevero, con
cuidado de no mojarme.
Mientras camino, voy pensando en la
última vez que había andado por aquí. Hace mucho tiempo ya. Fue también un día
lluvioso, que no estaba para nada más. Recuerdo con quién estaba
(eran Pablo y Juaco, con quienes sigo saliendo después de tantos años). Pienso
también que seguramente habría pasado antes por aquí, con el grupo de montaña
del colegio, de niño, en una de aquellas excursiones que tanto me gustaban y
que me engancharon al monte.
No tengo un destino definido:
simplemente camino por tiempo. Cuando den las cuatro y media me daré la vuelta.
Así que sólo me ocupo de disfrutar del paisaje y de la soledad total.Digo
soledad total porque no hay gente, ni tampoco animales. Bueno en realidad sí
que los hay, pero no a mi vista. Los huesos relimpios que me voy encontrando de
cuando en cuando por las cercanías del camino me hacen pensar en los lobos de
cacería, tras algún corzo o rebeco, flaco del invierno.
Cuando llega la hora prefijada
coindice que estoy en un cruce de caminos, relativamente cerca ya del lago
Ubales, aunque sé que me quedaría bastante desnivel por remontar. Me como media
chocolatina (lo único que he traído en la mochila), y echo un trago de agua directamente
del torrente que baja del Valmartín.
Hasta aquí, hora y media de subida.
A partir de aquí, otro tanto de bajada. No calculo bien la distancia, salen unos
seiscientos metros de desnivel.
Ni un alma. Apenas me ha llovido
con intensidad, así que he acertado con la decisión. Antes de las seis estoy en
el coche.
Escocia? No! Asturias! Redes! |
En el parking, sobre un montón de escombros, si nos diera igual para lo bueno... |
Contento, conduzco para casa
mientras pienso que barato me sale el tema: unas zapatillas, un chubasquero y
unos bastones. No necesito gran cosa para pasarlo bien (aunque a la vez, estoy
un poco cansado ya de tanta agua, necesito escalar de una vez!).
Otra vez más, una tarde de viernes
aprovechada.
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