LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

martes, 27 de mayo de 2014

Tajahierro Peña Vieja, la arista quirúrjica

Viernes 16 Mayo 2014
Martín Moriyón
Intento integral Ajujas Tajahierro-Peña Olvidada-Peña Vieja (2.613 m)

Ultimo punto alcanzado, a punto de retirar
Las agujas de Tajahierro te saludan altivas nada más salir del teleférico. Son la bienvenida a los Picos desde esta entrada cántabra, la más cómoda: estás casi a 1.900 metros. Por detrás de ellas se eleva Peña Olvidada, una gran mole que se solapa con Peña Vieja, hasta sus más de 2.600 metros. En la vertiente Este, la de Áliva, destaca especialmente el farallón de Peña Vieja, de considerables dimensiones, por donde se elevan vías clásicas imprescindibles como el Espolón de los Franceses. En la vertiente Oeste, la de Lloroza, es aún más impresionante, pero en este caso es la Olvidada la protagonista, con una tapia compacta de más de 400 metros.
Habiendo escalado en ambas vertientes y por varias vías en cada una, me llamaba la atención desde hace años hacer la cresta que las une, y que comienza casi desde el mismo camino. El filo arranca en la maraña de agujas y torres de Tajahierro: Ostaicoechea, Sin Nombre, El Cuarte, y la Punta Covadonga. Después hay que navegar en terreno de arista cada vez más fina conforme avanzas hacia Peña Vieja. Un recorrido sin duda muy alpino.



El día antes había mandado un mensaje a Javi, por si estaba libre y quería apuntarse con nosotros. Me llamó para decirme que curraba, pero que nos veríamos por allí a primera hora. Estuvimos un buen rato al teléfono poniéndonos al día, últimamente hablamos poco. Y así fue: nos vimos ya en la cola del teleférico, qué alegría coincidir con él: alegre, compacto, incombustible, inconfundible.


Javi Sáenz, guía de montaña
Vamos ligeros de equipo: una cuerda simple de 9.2 mm, 8 express alargables, 6 fisureros, 4 friends y 4 clavos por si acaso. Llevamos piolet y crampones.
En el pie de vía el aire era fresco, aunque no hacía frío. Casi ideal para escalar. Después de echarnos unas fotos con el Gallo, arranqué por la normal de Ostaicoechea, una de mis primeras vías en Picos allá por el 92, junto con Rubén y Ramonín Juidía. También recuerdo hacerla años después con Miguel, pero aquella vez los dos sin cuerda. Con estos pensamientos alcancé la primera reunión y pronto llegó Martín para relevarme. Y al rato también llegó Javi, que venía con un cliente, dando formación.
El último largo de esta aguja ya lo evitamos, despidiéndonos de Javi y cruzando por terreno sencillo hacia el collado con la siguiente torre. Amarrados en corto, fuimos navegando por entre bloques, resaltes y pequeñas chimeneas para colocaros debajo de la Torre del Cuarte.



Me tocaba de nuevo a mí tirar delante cuando parecía que teníamos encima un largo más continuo, así que Martín se paró en una repisa para darme más cuerda y asegurar lo que parecía un tramo más tieso y largo que los anteriores. La roca no era para nada compacta, pero dos clavos casi seguidos parecían confirmarnos que íbamos bien dentro de las aparentes múltiples opciones. A la altura del segundo clavo me encontré en un paso atlético, casi desplomando, con muy buen canto pero con muy mala roca: buenas presas si es que no te quedabas con ellas en la mano… después de mirarlo un poco me remonté con tiento en el bloque y ya estaba saliendo del paso cuando a medio movimiento sentí que algo se había desprendido debajo de mi pie derecho, algo grande... La mirada se me fue automáticamente a Martín, que estaba unos diez metros por debajo y justo en mi vertical, y por tanto en la trayectoria del misil… En los segundos siguientes, el bloque estalló a su lado en mil pedazos. Me quedé helado e inmóvil mientras él se recuperaba del susto y me confirmaba nuestra suerte: muy buena porque a él no le había ni rozado, muy buena porque yo no me había ido para abajo, pero ya no tan buena porque nuestra única cuerda había quedado “algo tocada”: estaba seccionada totalmente en un punto a unos cuantos metros del cabo que subía hasta mí, el corte era limpio, quirúrgico. También tenía varios toques más en otros puntos. Bueno, luego lo analizaríamos, ahora lo importante era salir del punto en el que estaba yo, montar una reunión y ver nuestras opciones.


Martín en la terraza donde aterrizó el bloque
Ahora todas las presas me daban mal rollo, todos los cantos me parecían malos: es verdad que seguía sobre roca sospechosa (bastante), y después de este susto ninguno me parecía valer. Escalé otros diez metros y monté reunión sobre dos friends y un fisurero. Martín se ató a nuestro nuevo cabo de cuerda (nada deshilachado, sino un corte limpio que parecía hecho con un cúter) y recogió el desastre de la otra mitad. Una vez reunidos, aún algo nerviosos, celebramos nuestra suerte y continuamos para arriba en busca de terreno más amable: Martín siguió encontrando por encima reuniones y clavos viejos, así que estaba claro que estábamos en la vía.

Al fondo Javi y su cliente en la Ostaicoechea
Cruzadas unas voces con Javi, en la cumbre de la Ostaicoechea (que nos llamó animales y también nos dio las gracias por “sanear”), avanzamos ahora hacia la Punta Covadonga, su cumbre bastante por encima de nosotros. Esta tampoco la hicimos sino que flanqueamos por su vertiente Este. No llevábamos croquis ni información más allá de cuatro frases cruzadas con Fer y con Javi, así que nos dejábamos guiar por nuestro instinto. El terreno era fácil, II y III grado, con algún paso suelto, y roca variada.


Altiva Punta Covadonga, detrás la Olvidada
III grado con mucho aire...

Encordados a unos diez metros fuimos avanzando hasta alcanzar el collado entre la Covadonga y la Olvidada. Aquí, al pie de un nevero, hicimos un análisis más serio de la situación: teníamos unos 25 metros de cuerda sana, y en el otro tramo cuatro toques muy importantes, alguno casi de sección completa. Desde este punto podíamos hacer la cumbre de la Olvidada, trepada fácil en teoría, y retirarnos para abajo por la normal de esta (tiene 3 rápeles, pero ya nos buscaríamos la vida). También podíamos continuar a por nuestro objetivo inicial, Peña Vieja, y ver qué nos deparaba el recorrido: creíamos que apenas tendríamos tramos serios, que necesitaran encordarse, aunque tampoco estábamos seguros. Como era temprano y de momento el recorrido era el mismo, nos pusimos las botas y salimos a por la arista.


Momentos de análisis y reflexión


Nos paramos a observar los muchos fósiles de animales marinos que tapizan las rocas. Alcanzada la arista nos pasamos a la vertiente de Aliva, que caía vertiginosa por debajo, pero que hacia arriba permitía trepar desencordados, buscando un poco el recorrido.



En la antecima de la Olvidada nos encontramos con unos rebecos aparentemente menos miedosos de lo habitual: el motivo de que no huyeran es que una de ellos acababa de parir una cría que apenas se tenía en pie. Con la placenta medio colgando aún, nos miraba con miedo mientras rodeaba a su cría. Nunca había visto un rebeco tan joven: calculábamos que tenía unas pocas horas a lo sumo. Acababa de venir al mundo a unos 2.400 metros de altura, en una soleada mañana de mayo. Le sacamos unas cuantas fotos.


La vida se renueva
Poco después de esta positiva visión cogimos ángulo para ver un buen tramo de la arista hasta Peña Vieja y con nuestro perenne optimismo, ya olvidado el percance de la cuerda, nos centramos en acelerar el paso para intentar completar el objetivo.
Hicimos la cumbre principal de la Olvidada y seguimos por el filo, a ratos muy afilado ahora, hacia el Norte. Las trepadas eran sencillas en general, pero hay que estar atento: a ambos lados y especialmente hacia Áliva el vuelo potencial era digno de salto base.



En un momento dado nos enfrentamos a una torre, un gendarme afilado que se eleva en mitad del paso: por la derecha imposible librarlo, desploma, por la izquierda parece muy poco probable. Exploramos un rato ambas vertientes hasta que de repente encontramos una reunión con tres clavos y unos cordinos que, en la base misma del gendarme, están enfocados hacia la vertiente de Áliva. Nos asomamos para ver un volao bastante tieso, que calculamos (tiramos alguna piedra para hacernos una idea) tendrá unos treinta metros hasta tocar unas llambrias que se unen al nevero del corredor que nos llevaría hasta la arista de Peña Vieja, ya cerca entonces de la salida de Franceses y de la cumbre.


Ultimo punto alcanzado y rápel y corredor a seguir
Sopesamos nuestras opciones: son las tres de la tarde, el último cable es a las seis, pero ya dejando el teleférico a un lado y pensando solo en la escalada, las dudas nos invaden: deberíamos rapelar montando un tinglado de cordelé con el tramo roto de cuerda, para poder recuperarla, esto para llegar a un terreno en sombra bastante aéreo y compacto por el que circular hasta tocar la nieve de un corredor de unos doscientos metros, con varios agujeros y cortes de rimaya. Parece cercano a la salida del espolón Don Valentín. Una vez completado este, estaríamos en la arista de Peña Vieja, en terreno conocido aunque no sus condiciones, para hacer la cumbre y bajar luego por la Normal hacia la Canalona, después a la Vueltona y por último bajar a Fuente Dé por el Achero o por la Jenduda, en ambos casos otros mil metros de desnivel… Nos preguntamos si, caso de no ver claras las condiciones del corredor, seríamos capaces de remontar de vuelta el largo de escalada del rápel: es tieso a tope.
Una vez más, toca retirar.


Mirando otra arista: la Madejuno-Llambrión
Tomada la decisión todo es fácil. Echamos un vistazo a ver si podemos destrepar hacia la base de la Vía de los Cántabros de Peña Vieja, y de ahí hacia la Vueltona, pero tampoco parece sencillo, así que nos damos la vuelta hacia la Normal de Peña Olvidada.
Antes de empezar la bajada, paramos a comer un bocado y disfrutamos de la compañía de un Treparriscos muy guapo, con su elegante plumaje negro, gris y rojo se va colando por los huecos de la roca que tenemos detrás, ajeno a nuestra presencia.
Siguiendo los hitos de la normal de Olvidada alcanzamos el primero de los tres rápeles que debemos hacer para llegar al nevero. Aquí se pone en marcha la eficiencia del profesional: Martín extiende el tramo sano, bloquea con un nudo y mosquetón, y empalma el tramo roto (está roto en otros tres puntos) anudando los trozos para que nos sirva de cordelé para recuperar el bueno.
Los veinticinco metros de rápel nos dejan llegar a un nevero encajonado y orientado al norte, bastante duro, que nos obliga a poner crampones y a sacar el piolet, ronda los 40º de inclinación.



Nuevo tramo de destrepe hasta el segundo rápel, repetir operación.
El último rápel es más corto y podemos hacerlo en simple con el tramo de cuerda sana. Alcanzado el nevero nos tiramos deslizando hacia la Vueltona, y de allí caminando a Fuente De.


La cuerda, "algo" tocada
En el viaje de vuelta a casa en coche no podemos dejar de comentar lo vivido, lo aprendido, y las ganas de volver a completar esta fantástica arista. Además de la escalada, hemos disfrutado de cosas pequeñas como un rebeco recién nacido, los fósiles marinos, la compañía del Treparriscos, y por supuesto de la del Rabadilla!
Suerte además que el cumpleaños de Martín es pronto y ya se ha pedido una cuerda idéntica…
Volveremos.

viernes, 23 de mayo de 2014

Otura revival

En las últimas semanas he hecho un par de salidas breves a trepar deportiva, y ambas han sido a Otura. Las dos veces he disfrutado como un enano.
Esta escuela, que ya tiene unos cuantos años de historia, la he visitado muchas veces; es un sitio tranquilo, en un valle con vistas, donde los buitres te hacen compañía.
Casi siempre la he considerado como zona una ideal cuando vas con gente que está empezando, o cuando quieres rodar en grados fáciles, pudiendo escalar vías de varios largos e incluso cacharrear en sus muchas fisuras y agujeros. También cuando dispones de poco tiempo, ya que está muy cerca de casa y aproximas muy rápido.

 En "Festival de cantos" acmpañados por los buitres
Esta opción por supuesto sigue ofreciéndola, pero es que desde hace una temporada para acá, y gracias al trabajo incansable y generoso de gente incombustible como Javier López y compañía, se ha abierto un nuevo y enorme abanico de posibilidades en grados y estilos variados.
Así han nacido sectores enteros nuevos, y también se han completado los existentes, añadiendo líneas nuevas paralelas a algunas que ya tienen casi veinte años, y que estando a escasos metros de estas, no se habían equipado.
En estas dos últimas visitas he escalado a vista (o al flash) vías muy variadas, lo mismo desplomes que placas, vías largas o muy largas (más de 45 metros). Todas me han gustado. También he repetido vías que hacía mucho que no escalaba, y me han sorprendido por lo buenas que son.
Además, he coincidido con amigos que hacía tiempo que no veía como Cristina, Miguel y Ana, Pochacu y otros, echando unas buenas risas con ellos.
Me quedan por probar un montón de vías nuevas en los sectores de siempre, y además cercarme a conocer los nuevos.

Fer y Martín en "Il cavaliere"

Fer en "Il cavaliere"
En conclusión, con vías largas o muy largas, predominando la continuidad, calidad de roca y grados adecuados a mi estado de forma y al objetivo de mejorarlo, sin duda repetiré. 

viernes, 9 de mayo de 2014

Ese oscuro y esquivo objeto del deseo

Me llega un nuevo número de Alpinist, y como siempre me encuentro con artículos interesantes. De nuevo y como siempre, me gusta especialmente la forma de contar las cosas, la gran ausencia de esa marea de cifras, grados de dificultad, número de pegues, etcétera, a la que otros medios me tienen tan acostumbrado. En general se centran mucho más en relatar la experiencia (la alegría o el miedo), las sensaciones (el cansancio o los dolores), las motivaciones…
Si en el número anterior, el 45, Invierno 2014, fue con la odisea de Steck en la Sur del Annapurna y con la escalada por parte de los canadienses al K6, en este nuevo número que aún tengo a medias, hay ya varias cosas que me han cautivado: la historia del inglés Nick Bullock peleando con el miedo en una vía de Stevie Haston en UK, un repaso del estilo alpino de los Koreanos en su propio país, la historia de una escaladora que lucha con dolores varios de lesiones degenerativas, o un extenso artículo sobre la cordillera Darran en Nueva Zelanda.
Es precisamente en ese artículo sobre las montañas Darran, donde encuentro unos párrafos que me encantan:

In “Native Stones” (1996), the Scotish climber David Craig wrote that mountains and crags “act on us as the moon does on the seas, inert mineral masses exerting their force”. I like this analogy. It suggests an intangible, dreamlike essence to my need to climb. I am drawn forward –upward – first by a gentle curve of frozen snow, then by the sharpening edge of a buttress that rises for hundreds of meters. I seek the elusive, yearning for precious moments of flow, for that sense of weightlessness that sometimes comes as I search for a nick in the rock that might –just might – take protection, fingertips, anything. There are times when these moments pulse a kind of white light into my mind, a brightness reinforced by the distant, beckoning summit.

En “Native Stones” (1996), el escalador escocés David Craig escribió que las montañas y las paredes “actúan sobre nosotros como la luna lo hace sobre los mares, son masas minerales inertes que ejercen su fuerza”. Me gusta esta analogía. Sugiere una esencia intangible, de ensueño, para mi necesidad de escalar. Primero me siento atraído hacia delante – hacia arriba – por una suave pendiente de nieve helada, para después pasar al borde afilado de un espolón que se levanta por cientos de metros. Busco lo huidizo, deseando esos preciosos momentos de deriva, esa sensación de ingravidez que a veces llega mientras busco un corte en la roca que puede que sirva – simplemente puede – para colocar un seguro, o una presa, cualquier cosa. Hay veces en las que estos momentos encienden una especie de luz blanca en mi mente, una luminosidad reforzada por la cumbre, lejana y atrayente.

But other times, the reasons I return aren´t so endearing. Maybe this is because a particular range, mountain or feature has beaten me, either mentally before I try to climb it or physically when I´ve found that I´m not capable enough. In these instances, I am driven by the edginess of proving myself to myself. The mountains become an obstacle that I must be determined against. I don´t really understand this contradiction between a search for harmony and a drive toward conquest, between a desire to be one with the elements and to fight them – although I´ve seen the same dichotomy reflected in so many climber´s stories around the world.

Pero otras veces, las razones de que vuelva no son tan loables. Quizá sea porque una cordillera, una cumbre o una vía concreta me ha derrotado, ya sea mentalmente antes de intentar la escalada, o físicamente cuando he comprobado que no soy capaz. Las montañas se convierten entonces en un obstáculo contra el que estoy determinado. No consigo entender esta contradicción entre una búsqueda de equilibrio y un impulso hacia la conquista, entre un deseo de ser uno con los elementos, y el de luchar contra ellos – aunque he visto la misma dicotomía reflejada en muchas historias de escaladores de todo el mundo.

The why to our vertical explorations isn´t always important, or at least it shouldn´t be. But that assumption never stops me from questioning my motivations or decisions. And with the Darran Mountains, I´ve harbored a prolonged desire to know more about the history of this landscape, a place that has taught me so much about climbing and myself. By absorbing the stories of people who have passed through these mountains for centuries, I´ve hoped to understand more about my homeland, and my sense of place within it. This is a land still resonating with an untarnished vitality, but there´s a loneliness, also. There is history here, and a history yet to unfold.

El por qué de nuestras exploraciones verticales no es siempre importante, o al menos no debiera. Pero esa suposición no impide que yo me pregunte mis motivaciones o decisiones. Y con las montañas Darran, de siempre he albergado un deseo de saber más sobre la historia de este paisaje, un lugar que me ha enseñado tanto sobre escalada y sobre mí mismo. Empapándome de las historias de la gente que ha pasado por estas montañas a lo largo del tiempo, espero entender más sobre mi tierra, y mi lugar en ella. Esta es una tierra aún resonando con una vitalidad impoluta, pero también tiene soledad. Aquí hay historia, y también historia futura por delante.


A partir de aquí, el artículo se sumerge en esas remotas montañas, de cotas modestas pero tremendamente atrayentes. Me identifico con estos primeros párrafos, y eso me gusta mucho.