LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

jueves, 26 de diciembre de 2013

El viaje a ninguna parte

Diciembre 2003
José Antonio Estévez, Estivi.
Intento al Whymper a la Verte (4.122 m), Chamonix

Su llamada de teléfono para felicitar las fiestas me trajo recuerdos de una década atrás.
Nunca sobró el tiempo, pero tampoco nunca faltó la ilusión. Un viaje de cinco días a los Alpes da prueba de ello.

Al salir por la mañana de la Gité, con los plumas abrochados hasta las orejas, gorro y guantes puestos, nos sentamos en el coche un rato con el motor en marcha. Mientras se calienta la mecánica y se derrite la capa de hielo que acoraza todas las ventanas, la mirada no puede evitar dirigirse a la pantallita que indica la temperatura: -17ºC. Pero a dónde vamos con este frío… En realidad está asumido, y no nos coge de sorpresa, lo que pasa es que no somos polacos, kazajos o rusos, sino de la cálida España, así que a mí se me estira la piel de la cara hasta que parece que se me vaya a romper. Además, confiamos en que parte de esta cifra se deba a la inversión térmica en el valle.



He visitado los Alpes en casi todos los meses del año. Excepto noviembre, enero y febrero, en todos. En casi todos he podido escalar, obviamente más en los de verano. En esta ocasión, nos íbamos para allá en diciembre, cuando los días son los más cortos del año, y el frío muy intenso. El caso es que teníamos la opción de ir unos pocos días, y no la queríamos dejar pasar.



Para mí ir a los Alpes significa ir a subir montañas, a intentarlo al menos (esto no es así para todo el mundo, ni mucho menos). Ir en esta época del año supone asumir un riesgo mayor al habitual respecto a la posibilidad de volver de vacío, sin haber hecho nada. Aún estando en forma, haciendo bien las cosas, partiendo de una buena previsión meteorológica, las condiciones de la nieve puede que no permitan hacer nada.
El caso es que así nos fuimos para allá, repitiendo por enésima vez los muchos kilómetros que separan nuestra casa de la capital del Alpinismo europeo, Chamonix. Como siempre, con la ilusión en niveles máximos.
La temporada de esquí está aún empezando, y salvo algún que otro inglés que ya está aquí para pasarse varios meses disfrutando las pistas, apenas hay turistas. Tampoco vemos alpinistas. No nos preocupa, venimos con la mente abierta, si no escalamos, caminaremos.
En cuanto dejamos atrás los edificios de la estación superior de Montenvers y enfocamos el macizo, la soledad nos saluda. Es una sensación especial, a la vez atrae y rechaza. Adentrarse en las montañas nevadas, sin más compañía que la del colega, hacia una zona del macizo que no conocemos, hace que te sientas pequeño.
La mochila pesa. Subimos a un refugio no guardado y en condiciones invernales. Esto nos ha hecho juntar más cosas de las habituales. Sí que pesa. El glaciar es bastante plano, pero los leves repechos nos hacen resoplar. Aunque hace frío, está agradable para caminar. Y el sol, si bien apenas calienta, se agradece.
No tenemos prisa. Lentamente, a paso de caracol, vamos progresando hacia la curva de la Mer de Glace a la altura de Renquin, donde vamos a abandonarlo dirección Sur, hacia Couvercle, nuestro refugio objetivo. Tenemos claro que no hemos localizado el camino marcado (qué empanada, siempre igual…), que supera tramos de escaleras en las paredes más bajas junto al glaciar. Ahora tendremos que dar un rodeo importante, remontar zonas de morrena desagradables, y luego navegar a nuestro criterio hasta localizar el enorme bloque de granito que da resguardo al refugio. 



Ya llevamos unas horas, y el cansancio se empieza a notar. Me enfrento a un tramo de morrena cubierto de nieve, parece corto. Como la cosa está tiesa, hemos sacado una cuerda, y aunque yo no creo que me pueda asegurar a nada, al menos el segundo sí puede subir más tranquilo. Resoplando por el esfuerzo y recordándome prestar atención a cada paso, voy ganando metros hasta coronar. Un resbalón me llevaría hasta la base, cuarenta metros más abajo, rebotando con los bloques. Este terreno de morrena es desagradable y muy peligroso. Recupero la cuerda sobrante y aseguro a Estivi.
El resto del camino hasta el refugio se nos hace ciertamente duro: ya lo vemos desde hace rato, pero parece alejarse conforme nosotros avanzamos. Después de otra hora y media, finalmente llegamos. Yo estoy reventado.



En el mítico refugio no hay nadie. La zona abierta para invierno es muy confortable, comedor, dormitorios, mantas, gas para cocinar, comida de reservas de emergencia… Un refugio como debe ser. La noche ha llegado y después de cenar y preparar las cosas para mañana nos vamos al saco, no sin antes echarnos unas mantas adicionales por encima.
El despertador nos vuelve a sacar al mundo del frío. El vapor de la respiración se convierte en una niebla permanente en el chorro de luz de la frontal, que nos enturbia la visión mientras nos vestimos y calentamos algo para desayunar. Ponerse el arnés y los crampones dentro del refugio es a la vez muy cómodo y muy raro. Sin muchos miramientos pisamos los tablones del suelo con los pinchos puestos mientras recogemos cosas aquí y allá. Las marcas delatan que no somos los primeros ni mucho menos. De momento no nos vamos a encordar, pero estamos preparados para hacerlo en cuanto sea necesario.
Salimos al exterior: el frío de la noche estrellada, el crujir de la nieve bajo los pies, la inquietud en el estómago y la ilusión se combinan en un cóctel de sensaciones. Imagino que son parte de la respuesta a la reiterada pregunta de por qué vamos a las montañas.
Nuestro objetivo es la Aiguille Verte por el corredor Whymper. La Verte es una cumbre majestuosa, de 4.122 metros, que se proyecta aislada entre los valles glaciares de la Mer de Glace y de Argentiere. Es la última cumbre de la cuerda que viene desde el Mont Dolent, el Triolet, las Courtes y las Droites, asomada ya sobre el valle y colgada encima del afilado Dru.
Aunque la cumbre es espectacular, nuestro corredor es un objetivo muy modesto. No es que nosotros seamos modestos, sino que estas montañas son enormes, y uno se va encogiendo frente a su dimensión, acomodando los objetivos. El propio nombre del corredor, la vía elegida, ya denota nuestra modestia (véase acongoje). Ese apellido, Whymper, suena a pionero, a alpinismo romántico, a piolet de metro y medio, alpenstock, botas de clavos, sombrero de ala. Su primera ascensión, a cargo del propio Edward Whymper y otros dos personajes, tuvo lugar en junio de 1865.
Aquí estamos nosotros, siglo y medio después, e impresionados. Menudos pringaos.
El corredor tiene unos seiscientos metros, de inclinación suave, que la gente baja esquiando alegremente todos los años. En realidad, si consigues cruzar la rimaya, no presenta problemas: lo normal es que en poco tiempo alcances la arista y de allí a la cumbre.
Faltan varias horas para que amanezca y el recorrido se nos hace laborioso. El glaciar se eleva y se fractura de forma caótica. Encordados a unos ocho metros, remontamos lomas, rodeamos grietas, nos paramos a interpretar el mejor camino a seguir. Las frontales sólo ayudan en la distancia corta, las estrellas apretadas y la claridad que se empieza a intuir nos ayudan en el resto.


Luz de amanecer en el glaciar, detrás la Aiguille du Moine y el Mont Blanc
La luz aumenta, el amanecer va llegando y se empieza a sentir ese típico viento frío que lo acompaña. Llevamos varias horas, más de las que esperábamos, y aún nos queda lejos la entrada al corredor.
El pateo de ayer se nota en las piernas, vamos cansados. Disfrutamos el paisaje espectacular que nos rodea, los cambios de colores en las palas de nieve, los perfiles de las agujas, la omnipresente mole del Mont Blanc… El aire frío ya empieza a ser más fino, estaremos algo por encima de los tres mil trescientos metros.


La rimaya, demasiado para nosotros
Ya estamos cerca de la entrada al corredor, nos falta remontar unos metros de glaciar para llegar a la rimaya, pero lo que vemos desde aquí no nos gusta mucho: parece que está muy abierta. Los metros finales y una breve exploración nos hacen convencernos de que no vamos a poder pasar: hay un buen corte, y la nieve de enfrente tiene aspecto poco consistente. Lo miramos bien pero no vemos por dónde intentarlo siquiera. 
Vaya chasco. Por un lado es una decepción: la Verte es una cumbre deseada por mí casi desde la primera visita al macizo. Sentarte a primera hora de la mañana, con todo el día por delante, con un cielo azul espectacular, sabiendo que no hay nada que hacer, no nos sienta bien. Por otro lado, nos relajamos: la tensión de la escalada por delante, de las dificultades a afrontar, los horarios a cumplir, la incertidumbre de la bajada… todo queda apartado. Nos sentamos a descansar. 


Todo el día por delante. Nada que hacer. Simplemente estar allí

Contemplamos el paisaje imponente. La mañana avanza y los perfiles se contrastan: la luz invernal aporta esa nitidez extra. El azul del cielo parece más profundo, más oscuro de lo habitual. Mientras comemos un bocado, comentamos la jugada. Incluso no pudiendo hacer una cumbre, el hecho de estar aquí sentados ya merece la pena. Los glaciares, las agujas, la perspectiva lejana de los valles. Además estamos solos: no hay señales de vida alrededor…


Bajo la rimaya. Estivi, con la sonrisa siempre presente
Al fondo, preside el paisaje la cumbre redondeada del Mont Blanc. Recordamos cuando estuvimos juntos allí varios años antes. En aquella ocasión subimos rápido desde Gouter, desencordados, adelantando a muchísima gente en la arista. Fue una buena ascensión, intentando aprovechar las pocas horas de buen tiempo antes de la llegada de un frente. Íbamos con la intención de bajar por los Cuatromiles, pero el aspecto del cielo en la cumbre nos hizo regresar por donde habíamos subido. La bajada hasta les Houches fue una paliza importante. 
En aquella ocasión, habíamos llegado a Chamonix sólo un día antes, con el objetivo de escalar en roca. Nada más llegar fuimos directos a ver la previsión en la Casa de la Montaña: marrón inmimente. Hicimos cumbre y al día siguiente nos fuimos para Pirineos, donde sí pudimos escalar por varios sitios y subir al Aneto, que yo no conocía. Fue una visita relámpago. Aquella vez tuvimos suerte, hoy quizá estemos compensando la balanza…

Recorremos con la mirada la leve línea de huellas que hemos dejado hasta aquí, serpenteante, sobre el blanco paisaje ondulado, fracturado. Nos regodeamos en la dimensión.



La bajada de vuelta al refugio también resultó laboriosa. La nieve ahora no está tan crujiente como al subir, aunque se camina muy bien. Volvemos sobre nuestros pasos, repitiendo los giros, los rodeos de grietas. Ahora vemos su verdadero tamaño: algunas de ellas son inmensas bocas, de profundidad insondable, que nos enseñan las entrañas del glaciar.






A media tarde nos entretenemos alrededor del refugio, mordisqueando galletas y trozos de salchichón, primero en forro, luego con los plumíferos cerrados a tope. Aprovechamos los rayos de sol. Sacamos fotos al paisaje y a nosotros mismos: en una de ellas, Estivi me retrata junto a la puerta del refugio, con la mítica norte de las Grandes Jorasses de fondo. Esta foto (que no encuentro por más que busco entre las cajas de diapos...) es evidente cuando estás allí: es réplica mítica de una de Rebuffat. Imagino que igual que yo, se la habrán sacado cientos de personas. Estamos en los Alpes, en el macizo del Mont Blanc, cuna del alpinismo.



La intimidante Norte de las Grandes Jorasses
Dent du Geant, Rochefort, Grandes Jorasses: ¡qué encadenamiento!


Al día siguiente recogemos las cosas con pereza. No nos apetece irnos, pero nuestra visita es corta, teníamos un único cartucho para ayer, y hoy tenemos que bajar. Sin prisa recorremos de vuelta el camino hacia Montenvers. Como siempre, intento grabar en la memoria los paisajes, las sensaciones. En parte lo he conseguido: aún tengo frescos algunos fotogramas, pero las diapositivas me ayudan.



Con la perspectiva de los años, me doy cuenta de que quizá hubiera sido mejor opción entrar por el norte desde Grand Montets, al corredor Cordier o al Couturier. La logística es mucho más sencilla. Pero si el Whymper nos daba respeto, los corredores de la Norte ya era miedo directamente...
Al final, no hemos escalado nada, no hemos subido a ninguna cumbre. Hemos hecho un viaje a ninguna parte… y a todas. Las experiencias y los momentos en el monte van dejando poso, van calando dentro de nosotros. Cada pisada de crampón, cada decisión a la luz de la frontal, las cuestas compartidas, el té con sabor a la sopa de la noche anterior, todo cuenta. 
Hay que aprender que algunas veces no depende directamente de uno el poder o no poder hacer algo.. Ya sea en la montaña o en la vida en general. Cuanto más claro lo tengas, mejor. Eso sí, la paliza de coche de vuelta se hace mucho más pesada cuando vuelves en blanco…

domingo, 15 de diciembre de 2013

En la blanca cochambre y encantados

Jueves 5 de Diciembre 2013
Mampodre, Peña Mediodía (2.180 m), Intento a "La dama blanca", III/4 600 m
Fernando Calvo
Martín Moriyón

No sé si apuntarlo como la última retirada de 2013 (espero que sea la última), o la primera de la temporada invernal que acaba de empezar... De lo que estoy seguro es de que lo pasé fenomenal.


Sin duda, cada día lo hago mejor.
En mi presente espiral acelerada y sin remisión hacia la más grande decadencia de forma hasta la fecha, hay sin embargo otros aspectos que tengo muy pulidos. Casi rozo la perfección. De siempre me he rodeado de compañeros competentes. En una suerte de selección natural, he conseguido amarrarme a gente que andaba de bien a muy bien. El rizo lo empecé a rizar cuando un buen día me amarré a Javi, guía profesional, y repetí unas cuantas veces (estoy deseando repetir de nuevo!). Más tarde, de cuando en cuando, empecé a hacer lo mismo con Martín. Pero es que el pasado jueves, no contento con ese estatus de "clientequenopaga", ¡¡me conseguí amarrar a dos guías a la vez!!

Corte Alpino Cantábrico con mayúscula
Aquí tenía que haber gato encerrado. No parecía razonable que el mismo lunes día 2 me llegasen aviso por separado de dos colegas, Iñaky y Mon, que iban a ir el jueves (día laborable para mí) a probar suerte a la Peña del Mediodía, en el Mampodre. Cuando al día siguiente Martín me dice que piensa ir ese mismo día con Fer al mismo sitio, el mosqueo es total. Esta norte es de esas que se ponen en condiciones raras veces, y vaya, cuando de tres partes te invitan a ir, será que el tema está fetén...
A tope de curro en estos días, lo tenía muy complicado y así se lo dije a los tres. Sin embargo, a fuerza de rucarme con perder las condiciones del año, apuré a tope el miércoles y a última hora conseguí pillarme el día siguiente de vacaciones.

Primeras goulottes desencordados
Cuatro de la mañana en pie. A esa hora aún están desenrollando las carreteras y colocando las farolas. Cuando hay ganas no ves problema. Sentado en el coche esperando por Martín, subo el volumen de la radio para espabilar con el ritmo de Green Day: acaban de poner "When I come around". El ritmo vivo de la canción me acompañará el resto del día (menos mal que esta me gusta, otras veces se te engancha cada vodrio…).


Nos juntamos en Llovio: el sitio se me hace raro para ir al Mampodre. Coincidir con Fer después de años sin vernos, un tío encantador y además conduce hasta Maraña. Charla animada, miradas al termómetro: Pontón -1, Lario -3, Maraña -6...
Nos preparamos a la luz de la frontal y arrancamos sobre la nieve crujiente. Al poco de salir vemos unas frontales en el pueblo. Ahí va otro de los equipos, pero ya no nos cogen.


Martín en el primer largo encordados
Ya durante la aproximación la nieve no auguraba las mejores condiciones. En las laderas por encima de la laguna había que abrir huella, a ratos profunda. Yo, en mi rol de “clientequenopaga”, no abrí huella ni un triste metro. O bien iba el último, o bien entre los dos colegas. Disimulando, atechao. En realidad, no es tanto que me quisiera escaquear, como que con el ritmo que llevaban estos dos máquinas no fui capaz de ponerme delante. Así llegamos hasta debajo de la entrada de la escalada propiamente dicha.

Por debajo veíamos a las otras tres figuras madrugadoras avanzando sin prisa.
Mientras nos preparamos, comimos y bebimos algo. La temperatura está fresca. Al vestirnos para escalar nos damos cuenta que parece que nos hemos puesto de acuerdo: los tres llevamos chupa verde, pantalón negro y las mismas botas (casi de estreno ellos, de puro estreno yo).  


En el zócalo de entrada la nieve se deshacía inconsistente. Martín buscaba delante el mejor recorrido mientras nos íbamos encajonando en los corredores, hasta que todo parecía recomendar sacar las cuerdas y montar algo. El tema llevó su tiempo porque la roca no ofrecía demasiado. Una vez amarrados, siguió trepando, buscando gancheos, pinchando donde se dejaba, saneando bastante, hasta estirar las cuerdas casi enteras. Los segundos íbamos hablando sin parar, comentando mil cosas, y sobre todo pasándolo muy bien a pesar de las condiciones claramente “mejorables”.

Levitando en la inconsistencia
La segunda tirada era por un terreno sin apenas referencias, sin roca aflorando, pero fácil en apariencia, casi tumbado. Motivado por ese ambiente de alpinismo y por mis compañeros, saliéndome de mi papel de “clientequenopaga”, propuse tirar yo: MEEEECCCCC!!! ERROR. A los pocos minutos estaba semienterrado en una cochambrosa masa inconsistente, más tiesa de lo que me hubiera gustado, y sin opción a colocar seguros… Pinchando tapines, golpeando roca por error, escarbando en busca de algo firme. A ratos me veía escalando sobre una “nieve con cámara de aire”, esto es, una capa fina que se rompía nada más tocarla, que dejaba debajo un hueco enorme por el que veía una mezcla de roca rota, hierbajos y tierra. En uno de esos huecos, cuando ya estaba a unos cuarenta metros de los chavales, conseguí construir un dudoso emplazamiento para un friend a base de sacar piedras, musgo y tierra de entre dos bloques. Mejor eso que nada. Al menos para la cabeza. Por delante más de lo mismo: pinchar en tapines de hierba semi-helada y abrir zanja en nieve a 60º. Seguí subiendo, cada vez con mayor incertidumbre, hasta que de repente, en una roca descubierta unos cinco metros a mi derecha descubrí un spit con un mosquetón. ¡Menos mal! Fer y Martín se partían de risa mientras recorrían el largo viendo el surco que abrí. Cabrones.


La reunión del rápel/destrepe

La continuación ahora era un flanqueo descendente a derechas, más aéreo de lo deseable en esta nieve sin transformar. Fer salió hacia allá sin pasar por la R, estiró otros buenos cincuenta metros y se encontró de nuevo con el montaje de la reunión asomando por entre la nieve: Otra vez, ¡qué chorra! Marto y yo rapelamos hasta él. La pared coge aquí patio: por debajo está tieso, pero parece que de esta reunión podríamos bajarnos sin problemas, así que seguimos para arriba. La vía está cogiendo un ambiente muy guapo.


Fer saliendo de la secuencia tiesa

Por encima se ve un largo muy estético, bastante tieso a ratos. Sigue delante Fernando, reclamando que el largo anterior más o menos lo hizo con la cuerda por arriba. Después de unos cuarenta metros sobre nieve chunguilla el tema se pone fino: 80º y con pocas opciones de asegurar. El croquis marca dos spits. Con elegancia, más aún dadas las condiciones, Fer resuelve la sección y apura los 60 metros de cuerda hasta un nuevo relevo sobre dos clavos. La escalada es muy disfrutona, lástima que no esté helada. Aún así lo estamos pasando muy bien: vamos pinchando tapines, gancheando en roca, apoyándonos y tirando con cariño de la nieve. De segundo voy sin problema, otra cosa sería haber tirado esto delante…

Los pasos duros del largo de Fer: poca nieve y sin transformar
Hace rato que no vemos a los tres tíos que aproximaban antes. No sabemos dónde se han metido. Más tarde sabremos que eran Mon, Gelu y Luque, y que por entonces, ante la perspectiva, sabiamente ya se habían dado la vuelta. El frio se mantiene, seguro que estamos bajo cero: las manos me van pasando por ciclos de enfriamiento-calentamiento, aunque no muy agudos. Las botas van de lujo. 

Martín en los pasos de M-algo de su última tirada
Nuevamente en la reunión, cambio de cuerdas: Martín se cuelga los trastos y sale a por el sexto largo, que arranca con un resalte muy tieso nada más empezar. A la izquierda hay unos clavos que nos quedan muy altos, señal de que esto coge mucho más espesor y quizá se suavizarán algunos resaltes. Con unos pasos de mixto muy finos (de esos que yo no sé graduar), crampón monopunta en roca podre, piolets asentados con tiento, presas de mano, el tío se remonta sin pestañear hasta una nueva zona más tumbada. Sigue estirando cuerda, pero al rato se topa con una sección que no ve clara (ya será chunga la cosa…): tiene por encima un nuevo resalte a 80º o más, son unos cuantos metros a base de esta nieve posada sobre roca ciega… Está un buen rato pensando y buscando opciones en medio de la blanca cochambre reinante, hasta que le convencemos finalmente para que monte algo y se baje: esto se va a quedar para otro día.

Chupas verdes, gafas pajareras (Fer también las llevaba), risas continuas

Otro buen rato después consigue meter un par de clavos y empezar a rapelar. No está aún ni a mitad del rápel cuando se para buscando alternativas… Nos cuesta unas voces convencerle para que siga para abajo (no le gusta nada retirarse).


A partir de aquí hacemos tres rápeles largos, estirados casi a tope, alguno muy aéreo. Los guías estudian las maniobras, refuerzan los clavos, cambian los cordinos, abandonan maillones o mosquetones. Yo sigo muy concienciado interpretando mi papel de “clientequenopaga”: todo lo más, saco fotos…

El destrepe del zócalo de entrada lo hicimos con cuidado. Luego nos fuimos debajo de la Noreste a buscar un llano donde sentarnos a comer algo. Las vías de esta cara casi ni se reconocen: la pared está bastante espolvoreada, pero le falta mucha carga de nieve y que esta transforme para estar en condiciones.


Abrigados comemos, bebemos y nos reímos. De haber completado ese largo (creo que era el sexto) las opciones de salir por arriba eran bastante mayores. Por encima, según el croquis, parece que suaviza aunque aún quedan más pasos. Luego está la arista, que se me antoja larga... Quizá hubiéramos tenido problemas de luz. Estamos en los días más cortos del año. Creo que ha sido la decisión correcta. Tenemos que volver a la vía cuando esté en condiciones, que tiene un ambiente buenísimo.


Comentamos que de hecho, a pesar de las condiciones cochambrosas, de haber salido por arriba estaríamos encantados de la vida, y además lo habríamos pasado fenomenal. En realidad, ya lo hemos pasado fenomenal incluso teniendo que retirar. Está claro que nos gusta el barro…
En el camino de vuelta nos giramos cada pocos minutos a contemplar la pared: su magnetismo nos hace volvernos para mirarla sin cansarnos. Comentar la jugada una vez más.

Hay que volver...
Diez horas después de arrancar llegamos al pueblo.
La Peña del Mediodía es una montaña de cota modesta, pero recia. Su cara norte tiene un gran ambiente. A nosotros, como a tantos otros antes, "La dama blanca” nos ha cautivado. Y como para muchos otros antes, el primer intento ha terminado en retirada.

Volveremos: espero que estos dos me dejen seguir en mi rol. Me siento tan cómodo...

sábado, 7 de diciembre de 2013

Y volvió el blanco por fin

Domingo 1 de Diciembre
Pajares, Cellón (2.029 m)
Cris, Raquel, Carlos y Nando

Después de un excelente verano y de un otoño bastante cálido y estable, uno ya tiene ganas de que la cosa cambie, de que empiece el frío y de sacar la ropa y los trastos de invierno. Unas ganas locas.
No sé qué tiene la nieve que transforma tanto el monte, cualquier loma que en verano ni siquiera mirarías, en cuanto está nevada parece que tiene atractivo propio.


Ya habían pasado unos días desde que cayera la primera nevada. Algunos de los que íbamos ya estaban en su tercera o cuarta esquiada de la temporada. Para mí era la primera.
Hoy el día estaba azul, la carga de nieve era abundante, la compañía excelente y se anticipaba una buena esquiada, como finalmente fue.




No por muy repetida pierde atractivo esta ascensión: estando en Pajares, es la cumbre de la Cordillera a la antes accedo desde casa. Tiene poca pérdida incluso con mal tiempo (aunque hace unos veinte años me perdí por aquí con uno muy alto...). Técnicamente y a nivel de volumen es ideal para empezar la temporada, aunque yo casi nunca esquío más de dos o tres veces; en cuanto la cosa está para crampones por algún lado prefiero dedicar mis salidas a intentar escalar algo. Además, con la nieve, las condiciones nunca son dos veces iguales. Hoy estaba casi perfecta y el viento jugando con la nube, que entraba y salía, aportó el extra de atractivo.


Detrás de Raquel, cerrando el grupo
El día estaba fresco, la nube amenazante, el viento recordándonos que todo podía cambiar en unos pocos minutos. Pero aguantó bien y pudimos hacer la cumbre (o la antecima mejor dicho) y luego disfrutar de una nieve buenísima. Tan buena era que hasta yo conseguía encandenar los giros.






Desde el coche salen unos seiscientos metros de desnivel aproximadamente. Noto la falta de forma y un chirrido desagradable, pero algunas cosas las hay que asumir como vienen.
La cerveza en el puerto sentados al pie de la chimenea no hizo más que completar una excelente jornada.
Ya está aquí, un año más, la añorada nieve.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Los amigos y el barro

Noviembre 2008
Miguel Rodríguez, Bene Santos
Ubiña, Integral Tapinón (2.108 m)-Siegalavá (2.131 m)


A veces, cuando la meteorología es mala y ya lleva unos cuantos días en ese plan, todos los elementos indican que lo razonable es quedarse en casa. Sin embargo, si la perspectiva para el futuro próximo habla de más de lo mismo, y las ganas de ir al monte ya son muchas, uno termina buscando qué cosas se pueden hacer incluso en mitad del mal tiempo... 
Noviembre suele ser un mes típico de estas condiciones.
Buscas en la cabeza y en los libros esas cosas que encajen en el cuadro. Una vez que ya se te ha ocurrido, entonces toca engañar a dos amigos para ir a "fozar" un rato por el monte. Bueno, no es engañar porque en realidad les va el mambo como al que más. 

Inspirado por el malogrado Iñiguez, ya había intentado previamente la arista en solitario. Aquella vez hacía mucho mejor tiempo, pero no lo vi claro. Así que la tenía pendiente.

Esta arista en concreto no es el tipo de actividad que me suele hacer especial ilusión. Per se, no tiene gran atractivo. Es una arista fácil, no muy larga, entre dos cumbres bastante secundarias del macizo de Ubiña (con lo que eso conlleva respecto a la calidad general de la roca).

Sin embargo, si le ponemos algo de nieve, la envolvemos en nubes y niebla, de condiciones poco agradables, y por último y por encima de lo anterior, si uno se acompaña de los amigos adecuados, entonces la misma actividad puede dar un giro y transformarse en algo totalmente apetecible, y terminar siendo, como en este caso, una buena media jornada de montaña.

Como casi siempre, lo fundamental en último término son los amigos: hoy, con estos dos elementos no tenía ninguna duda de que la íbamos a hacer (salvo que el cielo se pusiera demasiado bruto). Pero además estaba seguro de que me iba a echar unas cuantas risas, como finalmente fue.


Bene con la reflex, para contrapesar la mochila
Salir de Tuiza (1.300 m) con ese cielo gris marengo ya anunciaba lo que después fue. Una mojadura de las buenas.
Condiciones atmosféricas de lo más desagradable que te puedes encontrar: temperatura baja, en torno a los cinco grados, nube cerrada y lluvia casi continua. ...A los que nos va el barro, es lo que tiene.


Meterte ochocientos metros de desnivel entre barro, hierba mojada, nieve blanda y una humedad tremenda... Mmm, qué guapo es esto del monte!

En la cumbre de Tapinón sigue la niebla. Dudas en el comienzo de la arista. Pronto, cuando el tema se pone aéreo, un par de rápeles cortos. Mientras tanto Miguel, en su línea habitual, lo destrepó todo. La roca típica del macizo, bastante rota.



La arista, típico terreno de montaña en Ubiña.

Mejor aquí que en el rocódromo...
Flanqueos por terrazas, esquivando la nieve poco consistente.

Michael con el bastón,  que ya es una persona mayor
Subidos en un filo en mitad de la nada, viniendo de la nada, dirigido hacia la nada. 



En este tipo de terreno, no sé cómo lo hace, Miguel siempre se me escapa...


Trepa, destrepa, remonta.
Disfrutando la sensación de los dedos fríos, la ropa mojada, del sinsentido de las cosas que nos gustan.




Finalmente, después de hacer la segunda cumbre, el Siegalavá, siempre en mitad de la niebla, comentamos brevemente la jugada (anda vámonos de aquí que menuda chupa llevamos...) y salir para abajo...



Llegando al pueblo a mediodía:  a comer a casa
Si no escoges bien los amigos, date por fastidiado. Vas a estar todo el día escuchando quejas de todo tipo: que si el frío, que si la lluvia, que si la nieve está blanda, que si la roca está mojada, o que si está rota, o que si con esta niebla no se ve nada… Vamos, un coñazo.

Está claro que cuando escojas tienen que ser amigos de esos a los que les gusta mucho el monte. De esos que lo pasan bien por ahí arriba en todas condiciones, casi en cualquier escenario. De esos que le ven la parte divertida a las cosas,  aunque sea como en este caso para reírnos de nosotros mismos y de lo capullos que podemos llegar a ser...

Como se suele decir coloquialmente, tiene que ser gente de esa a la que le gusta el barro.
Suerte que yo tengo unos cuantos amigos de estos (no abundan).