Antes de Pola de Lena un pitido me anuncia la entrada de
la reserva del coche, pero ahora no puedo perder tiempo parando a echar gasoil...
El puerto de la Cubilla se hace largo. Llegando arriba hay
un par de curvas típicas en las que con cuatro copos de nieve el puerto se
queda cerrado para los coches normales, pero hoy tengo suerte: no ha nevado lo
suficiente. Una vez en lo alto, cojo a la izquierda la pista hacia los puertos
de la Vallota. Aunque en general los prados están despejados, la nieve empieza a aparecer más, y en una
pequeña cuesta me atasco en un nevero formado por el viento: tiene unos treinta
centímetros de profundidad y ocupa el ancho de la pista. Voy justo de tiempo y
con esto puede torcerse el plan… Me bajo del coche de camisa y con zapatos de
calle, busco unas piedras y las coloco bajo las ruedas, prueba y error,
adelante y atrás, finalmente consigo sacarlo, pero he perdido un buen cuarto de
hora… Tiro otros cien metros hasta otro nuevo nevero, pero ahora ya no arriesgo
más, aquí ya no meto el coche, maniobro, le doy la vuelta y lo aparco.
Aún estoy lejos de la portilla que divide las
tierras, en el colladito que da a la
majada de las cabañas: ya son las cuatro y media. Por fin me cambio de ropa a
toda leche, agarro la mochila y salgo corriendo (literalmente) ladera arriba.
Si quiero hacer la vía tengo que espabilar: tengo poco más de dos horas de luz.
Paso las cabañas de pastores por encima, he
ido ganando altura, no hay nadie. Al alcanzar el collado, una bocanada de
viento frío me pega en la cara. La nieve acumulada por ese mismo viento tapiza
la pendiente, los playeros resbalan en mi trote hacia el pie de vía. Llego a la
base, con nieve sobre la gravera, y empiezo a sacar el material. Mientras me
pongo el arnés, echo vistazos a los remolinos de nieve que se levantan en la
soleada pared de detrás, soleada no como la mía que está en sombra. Hay un
ambiente muy guapo de montaña, que a la vez impone respeto.
Monto la reunión con un fisurero, un friend y
un diente de roca, todos orientados para trabajar en tracción ascendente. Anclo
la cuerda de 9 mm y la paso por la placa seguro en el arnés; entonces le hago
nudos cada cuatro metros, a la vez que la voy metiendo en la mochila.
Todo está listo, miro la hora en el móvil: son
las cinco y me estoy quedando sin batería.
No sé si no estaré prestando atención a las
señales que me llegan: el coche en reserva, atasco en el nevero, el móvil sin
batería… Escuchar a esas señales me ha hecho abortar algún plan antes de
empezar, pensando que se iba a torcer: nada, pienso para mí, son las dudas
típicas del pie de vía. Además, esta vía ya la había hecho en solitario unos
años antes y no tiene por qué dar problemas.
Última mirada al tinglado, todo correcto, me
pongo la mochila y empiezo a trepar: la roca está fría, voy poniendo algún
friend, chapando los clavos de la primera repisa (reunión falsa) y remonto una
panza de roca dudosa hasta la primera reunión oficial. Hasta aquí todo bien,
solo hay que prestar atención a la roca y evitar pisar la nieve de las repisas.
El sistema de autoseguro funciona bien, así
que chapo la reunión y continúo hacia el largo de V+: el terreno aquí se hace un
poco más vertical, la roca está algo pulida y tiene unos pasos de placa y
equilibrios hasta coger las fisuras de la derecha, pero hay seguros fijos cerca
y con concentración, siempre en libre, lo resuelvo bien. La dificultad afloja y
estiro los últimos metros del largo (y de la cuerda) para alcanzar la segunda
reunión de la vía. Me anclo yo, anclo la cuerda, me quito la mochila y empiezo
a rapelar: tengo que volver a la base, desmontar la reunión y volver a subir
hasta aquí para poder continuar.
Mientras rapelo, retirando parte de los
seguros y dejando otros que guíen la cuerda, voy pensando en lo aislado de mi
situación. Pese a ver las casas y los pueblos del valle relativamente cerca, lo
cierto es que no queda mucha luz, la temperatura ha empezado a bajar y no he
dicho a nadie a dónde iba: no me puedo permitir errores. En realidad, esto es
lo que vengo buscando, algo de aventura para un viernes por la tarde.
Llego a la base, desmonto la reunión y
empiezo a trepar de nuevo. Pronto estoy de vuelta en la segunda reunión de la
vía, que ha sido la primera para mí.
Me organizo el material en el arnés y vuelvo
a hacer la maniobra de la cuerda; nudos cada cuatro metros y a la mochila, la
paso por la placa seguro después de fijarla al punto central de la reunión.
Empiezo a escalar ahora por el filo del espolón, bloques aéreos aunque fáciles,
en los que el ambiente es espectacular. Después de unos doce o quince metros la
cosa empieza a tumbar y simplemente continúo estirando la cuerda, y cuando se
va terminando, busco emplazamiento y monto la reunión abrazando con la propia
cuerda varios bloques grandes del filo del espolón. Repito las maniobras:
bajar, retirar las cosas y volver a subir. Llevo dos largos de cuerda, que
equivalen a unos tres largos aproximadamente de los originales de la vía.
En este punto las dificultades han bajado,
así que recojo la cuerda, la meto en la mochila y continúo en solo. Estoy
trepando tranquilo, a unos quince metros desde que empecé sin cuerda, cuando
oigo un beep-beep procedente de la tapa de la mochila, el móvil se ha muerto.
Ahora sí ya estoy solo de verdad.
Un poco más arriba, me asaltan las dudas en
un paso en una pequeña panza (algunos croquis marcan IV+, otros V), mosquetono un
seguro con una cinta larga unida al arnés, y con esta seguridad salgo para
arriba sin problema.
Llego a la cumbre; una capa de nieve de
treinta centímetros tapiza las llambrias, ocultando agujeros en los que cuelo
algún pie. Me quito el arnés y los gatos y lo meto todo en la mochila. Sin
móvil no tengo hora, y he quedado con Paula en Gijón a las ocho y media para
hacer la compra, así que salgo a toda
leche hacia la normal: después de medio torcer un tobillo en un destrepe (uno
se relaja después de lo difícil y entonces es cuando rompes un pie, y te ves a
kilómetros de nadie, sin móvil, anocheciendo, con nieve alrededor...): ojo,
atención, me recuerdo.
Cuando llego al coche,
sin apenas luz, miro la hora y veo que son las 7:00. Todo el periplo en poco
más de dos horas!
Mientras conduzco para casa (parando a llenar
el depósito en Pola Lena) rememoro algunas escenas y pienso en lo intenso de la
experiencia: según en qué condiciones, cualquier vía puede ofrecer una aventura.
Más tarde, haciendo la compra, en la cola en la charcutería,
la cabeza volvía inevitablemente a las escenas de un rato antes: Ubiña, alta
montaña al lado de casa, ¡qué lujo!
Esto ha sido para mí esta tarde en el espolón
Tabuyo a la Mesa, una pequeña aventura de dos horas.
Qué buena Diego!!! tanto la actividad como tu forma de relatarlo pues has conseguido ponerme en vilo mientras lo leía, sigue así, con tan buenas actividades.
ResponderEliminarUn saludo.
Está claro, Diego... ésas combinaciones bici/escalada dan resultados... ¡qué rapidez!.
ResponderEliminarRecuerdo el espolón Tabuyo como una escalada agradecida... algo pulida y en un entorno magnífico.
En solitario pues ya es la repera. Enhorabuena.
Saludos.
Francisco, gracias por tu comentario, somos muchos los que Soñamos con Montes, un saludo
ResponderEliminarCarlos, como bien dices, es una escalada muy agradecida y el ambiente de aquella tarde era precioso, y efectivamente, en solitario todo es más intenso...
ResponderEliminarUn saludo
Como te prometí te mando un saludo desde esta tierra tan extraña, buen relato y que sepas que me has hecho pasar un buen momento.
ResponderEliminarUn abrazo, cuidate.
Jesús, qué ilusión tu comentario desde 7.000 km, me alegro de que te haya gustado la entrada. Recuerdos desde aquí para Afganistán
ResponderEliminarCuídate y ánimo (que sepas que el frío y el hielo aún lo vemos muy lejano...)