LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

miércoles, 31 de agosto de 2016

Al filo de la afilada Bionnassay

27 Julio 2016     
Juan y Juaco Piñera, Rafa Belderráin
Aiguille de Bionnassay (4.052 m)


La primera vez que fui a escalar en roca a Chamonix, año 97 o 98, con Estivi, para aclimatar subimos al Montblanc por la normal a la carrera y luego nos fuimos porque entró mal tiempo. Recuerdo a media subida quedarme mirando para la arista de la Bionnassay impresionado por su línea.

Años después, creo que en 2003, en una buena visita con Javi en la que escalamos el Frendo y la Oeste de las Petites Jorases, recuerdo estar entre actividades en un albergue del pueblo donde coincidimos con Pedro Udaondo y sus compañeros. Venían de hacer la Bionnassay y al paisano, entrado ya en años y con mucha montaña encima, le brillaban los ojos contándonos lo bonita que era. Grande Pedro. Desde entonces la tenía en mi lista.


Las tres de la mañana. Leves ruidos a mi alrededor me despiertan. La gente se empieza a mover con gran sigilo en este encaje de bolillos que es el interior del refugio Durier. Las plazas oficiales que admite son 12, hoy estamos aquí 19 o 20 y la verdad que para dormir no hay ningún problema. El lío es más bien para sentarse a comer o para prepararte para salir al exterior.
Desayunar a estas horas tan intempestivas es algo típico de los arranques de jornada alpinos. A veces no te apetece comer, pero hay que meter algo al depósito, porque en breve estaremos en movimiento y es mejor empezar bien.


Para no variar, somos los últimos en salir del refugio. Esto me lleva pasando toda la vida, con distintos compañeros y hacia distintos destinos. A ver si voy a ser yo… Pero no, en este caso hace un rato que estamos todos listos fuera esperando por Rafa.
Para cuando arrancamos por la pala de nieve arriba, las luces de las otras cuatro cordadas ya están muy altas. La verdad es que se gana altura rápidamente y el terreno es cómodo de caminar. Juaco y yo vamos encordados a unos seis metros desde que nos topamos con un resalte de roca que a oscuras no apetecía hacer a pelo.
Nuestra ascensión es básicamente de nieve fácil, con unos tres o cuatro largos de roca en la zona más tiesa de la montaña. Me intriga esa parte.
Nos distanciamos cada vez más de Juan y Rafa, así que en un pequeño lomo nos paramos a esperarlos, no vaya a ser que haya algún problema. Mientras esperamos, observamos el recorrido de las luces de las frontales en el bastión de roca que da paso a las palas finales a la cima, para entender por dónde hay que tirar. Estas cordadas están haciendo estos largos de roca prácticamente a oscuras.

Los colegas tardan aún un buen rato en llegar. Cuando volvemos a arrancar, ya hay luz suficiente para apagar la frontal. Remontamos ahora tramos mixtos y nuevas palas de nieve. Por fin alcanzamos la arista que nos depositará bajo el pilar rocoso en el que se concentran las dificultades de la ascensión.
Una vez apoyados contra la roca, el camino a seguir me parece claro. Cuando llegan Rafa y Juan comentamos la jugada y decidimos hacer una única cordada choricera: yo iré delante. Detrás, por una cuerda vendrá Juaco, y por la otra Juan y Rafa, uno al cabo y el otro unos metros por encima. No me gustan estas cosas, pero seguramente sea la opción más rápida para el grupo: hemos aligerado bastante el material y así además nos mantendremos juntos.

Arranco rápidamente por terreno sencillo, tendente a la derecha. Apuradas las cuerdas monto reunión en una terraza. Cuando llegan los colegas me indican una reunión de cadena unos diez metros por encima: bien, estamos en la vía.




Vamos de crampones y sin guantes casi todo el rato: la trepada es fácil y la roca agradecida.
El segundo largo es más aéreo y espectacular en algún punto, pero sigue siendo fácil y no dudo de por dónde tirar. Termina con un diedro muy vertical pero con un canto tremendo: creo que por aquí puede estar el paso de IV que indican en alguna reseña. Para estar a unos 3.900 metros me encuentro muy bien.


Mientras aseguro a los amigos me recreo con las vistas: la luz rosada del amanecer colorea todas las cumbres y glaciares que nos rodean. Los valles aún sumidos en la penumbra. Estamos en un sitio simplemente fantástico.

Juacón llegando a la reunión, con vistas a glaciares y cumbres
Reunidos de nuevo en una terraza de bloques, salgo delante a por otra tirada en roca, más tumbada y sin dificultades. Estiro los sesenta metros y vuelvo a recuperar cuerdas. Parece que desde aquí ya saldremos pronto al tramo de nieve de cumbre.


Separados de nuevo en dos cordadas evolucionamos siguiendo la huella que se dirige bastante directa a la cima.



Vamos encantados, disfrutando el momento. Las condiciones son simplemente perfectas: no hay nubes, no hay viento, no hay gente, y la nieve está muy bien a pesar de no hacer frío.
Sigo delante yo. Para cuando por fin alcanzo la arista y por ende la cumbre, me sorprendo ante lo increíblemente afilado de la misma: siendo plana, no da margen para nada. Es una vertiginosa arista que en escasos centímetros se precipita bien al norte, bien al sur, por cientos o miles de metros.

Foto de cumbre con poco margen de maniobra
Los cuatro en la cumbre nos felicitamos sin abrazos, sin apenas fotos, y arrancamos directamente hacia abajo sin siquiera comer nada.


Juaco baja delante de mí, afianzando cada paso, con atención, despacio pero sin pausa. Nos recordamos mutuamente prestar atención a cada momento. Así, poco a poco, recorremos la arista a ratos por la derecha, a ratos por la izquierda, y a ratos por el filo.

En estas circunstancias eres especialmente consciente de lo que significa la cordada, de cómo te pones en manos del compañero y él en las tuyas. Juaco y yo llevamos atándonos juntos veintitantos años. Sin duda, yo no haría esto con cualquiera. Con él voy tranquilo, conscientes de lo que hacemos.



Una vez más nos vamos distanciando de Juan y Rafa, que a diferencia de nosotros que vamos atados en corto, han decidido extender más cuerda, colocar algún seguro intermedio (solo una estaca puede valer), y venir haciendo largos. Después de un buen rato en el collado, comiendo y bebiendo, extrañados por la tardanza, remonto un buen tramo de arista para ver si tienen problemas: cuando los veo, les doy ánimos y vuelvo a bajar.
En el collado les sacamos una media hora en la que comemos y descansamos. Simplemente vienen despacio. Nos estamos quedando fríos. Cuando ya los vemos más cerca, decidimos arrancar hacia la siguiente cumbre de hoy, el Pitón de los Italianos. Más arista afilada (aunque menos), algún tramo mixto y cumbre.


Seguimos después en dirección al Dome de Gouter, buscando un sitio cómodo para parar. En un amplio collado a unos 4.200 metros Juaco y yo nos sentamos de nuevo a comer y esperar por los amigos.
Desde aquí, la cosa ya venía casi definida desde el principio: tirar hacia Gouter y para abajo. La variante grande, que es seguir a la cumbre del Montblanc (e incluso bajar por Cuatromiles) se nos antoja excesiva: la hora y el cansancio dictan.
Cuando llega Rafa (que físicamente está como una moto) aún plantea tirar al Montblanc, pero los tres le decimos que no. Hemos venido  perdiendo tiempo desde antes de salir del mismo refugio, y también en las palas iniciales. Después, el descenso de la Bionnassay les ha llevado más de lo previsto. Calculo que en total podríamos haber ahorrado entre hora y hora y media al menos. Sin esto, quizá podríamos haberlo planteado (no sé si las fuerzas me darían), pero no ahora. Hay horas de luz por delante, pero las cosas no se hacen así.

Bajada hacia Gouter con vistas a la arista de hace un rato

No importa. Lo estamos pasando de cine. La bajada hasta Gouter sigue siendo muy atractiva, las dimensiones de lo que nos rodea son tremendas. En Gouter Rafa aún plantea quedarse para hacer cumbre del Montblanc al día siguiente por les Bosses; tras confirmar lo evidente, que no hay plazas, salimos hacia el valle.
Los destrepes de la zona de cables (excesivo hierro a mi entender) se hacen engorrosos por la cantidad de gente que transita, tanto para arriba como para abajo, y no todos ellos en las mejores condiciones a juzgar por su velocidad. Me distancio de los amigos. Llego al paso de la Bolera: lo paso corriendo y con todo, me pegan un buen susto unos bloques de tamaño variado entre microondas y lavadora que vienen rebotando desde las alturas. Una vez en terreno seguro me siento a esperar a los chavales. Mientras llegan, observo sorprendido la pachorra con la que pasan algunos por este punto: aquí muere gente año sí año también y parece que no se enteran.


Después, el tramo final hasta el tren se nos hace muy largo: todos hemos pasado antes por aquí, alguno varias veces, y no lo recordamos tan pesado. Como los dos días anteriores, la tormenta se arma y se descarga, aunque sin exceso.
Por fin en el tren. Luego autobús desde Saint Gervais hasta Les Contamines, recoger el coche, para Chamonix donde nos pegaremos una ducha en la Gité y después una buena cena en terraza en la calle principal. Por supuesto, cayeron unas cervezas de premio.


Al día siguiente remoloneamos callejeando por Chamonix, entrando en las tiendas, tomando café en sus terrazas. Como siempre, me da pena marchar.
El viaje de vuelta lo fraccionamos: la primera parte hasta las Landas, la segunda al día siguiente hasta casa.
Encantado una vez más de disfrutar la montaña con grandes amigos. Repetiremos. Seguro.



lunes, 8 de agosto de 2016

Les Domes de Miage

24 a 29 Julio 2016
Juan y Juaco Piñera, Rafa Belderrain
Travesía de Les Dômes de Miage (3.673 m)


Después de varias temporadas por fin consigo volver a los Alpes. Es una visita express, como todo últimamente, pero estoy feliz.
Como siempre, los compañeros y el destino final no se definieron hasta el último momento. Es difícil cuadrar las ventanas de tiempo disponibles de los amigos, y que además estas se ajusten a los distintos gustos de actividad. Nos vamos cuatro: Rafa, Juan, Juaco y yo.
Yo quería volver a las montañas, sin importar demasiado la dificultad de las vías o ascensiones a acometer. Bueno, sin importar, pero que fueran fáciles, que no está uno en forma precisamente.
Hasta dos o tres días antes de salir, la intención era tirar a Ecrins, con multitud de opciones a intentar por allí. Pero Rafa sugirió probar con la travesía Dômes de Miage-Bionnassay, y claro, esto es irresistible.
Las referencias de la web de la Casa de la Montaña hablaban de buenas condiciones, así que para allí nos fuimos.

Cuatro paisanos con sus correspondientes aperos montañeros ocupan lo suyo, así que mi coche iba hasta arriba. Salimos a primera hora del domingo con intención de llegar esa misma tarde a la Meca. El viaje por Clermont-Ferrand se hace pesado, pero el paisaje nos parece más interesante que por la ruta del sur. Hacia las nueve y media de la tarde/noche estábamos en Chamonix, entrando en la gité que Rafa había reservado por teléfono. Para 18 € la noche está más que bien. Dormimos como lirones.
Por la mañana, la vista de las agujas de Chamonix, el Dru, la Aiguille de Midi, el Montblanc... Me sorprende lo muy grande que lo veo todo. La falta de costumbre.

A media mañana, en Les Contamines, paramos en la Oficina de Turismo a informarnos de los horarios de los autobuses para la vuelta y de paso entramos en el Bureau de Guides: nos informan de que la ruta normal para subir al refugio de Conscrits está cerrada y que debemos subir por el glaciar. Bueno, menos mal que nos hemos enterado, pensamos.


Aparcamos en Cougnon y después de preparar las mochilas con mimo, arrancamos bosque arriba a por los mil quinientos metros de desnivel que tenemos que remontar. Hace calor y hay mucha humedad. Sudamos como pollos hasta alcanzar el refugio de Trè de la Tette, donde hacemos una parada a descansar. Desde aquí, el paisaje empieza a ser más alpino y hay menos gente. Vamos acercándonos a la cabecera del glaciar, hay que destrepar bastante.




Desde lejos vemos gente cruzando el torrente glaciar con dificultad. Cuando llegamos al punto en cuestión, dudamos por dónde ir. Parece que con lo avanzado del día, el caudal ha subido mucho y las zonas de paso están complicadas. Después de quitarnos las botas y cruzar las gélidas aguas a un lado y al otro, finalmente volvemos atrás y remontamos por la ladera izquierda. Somos ocho personas buscando el paso a la parte alta del glaciar, lidiando con peligrosas morrenas. Yo me pego un buen susto en una grieta tapada por la nieve.
Sufriendo con las últimas cuestas y bajo las gotas de lluvia de una inminente tormenta, llegamos al refugio. Nos damos cuenta de que la gente no ha subido ni de coña por donde nosotros: estaba delicado y no había ni una huella. Creo que la chica del Bureau de Guides no nos ha informado bien.

La tarde, la cena y la noche fueron bien. A las cuatro de la mañana ya estamos desayunando (somos de los últimos). Salimos a las cinco pasadas aún de noche, ladera arriba. La nieve está perfecta. Vamos ganando altura a la vez que va a amaneciendo.




Cuando llegamos debajo de la aguja Bérangeré y su franja rocosa, adelantamos a dos grupos numerosos que son cursillos. Primera cumbre, de casi 3.600 metros: tocan ahora trepadas sencillas de roca para bajar al collado con el siguiente Dome.
Desde aquí el paisaje es el esperado de esta travesía: cumbres blancas, redondeadas, con arista nevada, a ratos más afilada a ratos menos.



A partir de la segunda cumbre nos empezamos a cruzar con gente que viene haciendo la travesía desde el otro lado. Todos ellos, igual que nosotros mismos, llevan una enorme sonrisa en la cara. Es terreno sencillo pero no permite errores: las laderas heladas se escapan cientos de metros a cada lado.



Vamos disfrutando como enanos, enlazando las cumbres de 3.600 metros, hasta un collado en el que la gente se tira a la derecha al glaciar para volver a Conscrits, y donde nosotros tenemos que ascender a una última cima para poder bajar hacia el pequeño refugio Durier, una cajita metálica en un collado a los pies de la Bionnassay, con vertiginosas laderas glaciares a los dos lados.
Esta última cima se presenta más difícil, y por primera vez en el día nos encordamos. Trepadas fáciles sobre roca, sube-baja e incluso un pequeño rápel final para posarnos en el último tramo de arista que finalmente nos lleva al refugio.
Mientras recorremos los últimos metros, vemos a dos cordadas destrepando en la parte alta de la Bionnassay hacia nosotros. Qué alpina se ve. Será para mañana.



Una vez en el refugio de Durier, a más de 3.300 m, nos pasamos el resto de la tarde primero holgazaneando al sol. Mientras comemos y bebemos, bromeando, nos deleitamos con las vistas: la sobrecogedora vertiente italiana del Montblanc se eleva inmensa, la arista del Brouillard, los enormes glaciares. Las enorme caída de dos mil metros hacia los valles de Saint Gervais. A lo lejos identificamos macizos vecinos como los Ecrins. Estamos colgados en una atalaya privilegiada…
Nuestro objetivo de mañana me transmite incertidumbre, con su bastión rocoso y su afiladísima arista de bajada.


Más tarde, cuando la nube nos envuelve, nos metemos dentro a dormir la siesta en las literas y a charlar con el resto de la gente en el pequeñísimo refugio donde nos hacinamos casi veinte personas.
Cena temprana y a dormir, que el día siguiente empieza a las tres!

Hoy ha sido sin duda para nosotros una gran jornada de montaña en un ambiente espectacular. Totalmente recomendable.
Seguro que el día siguiente también lo va a ser.