LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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viernes, 16 de marzo de 2018

El jersey de mi abuela

Mi abuela se llama Regina. Dentro de poco cumplirá 93 años. Hasta hace un par de años vivía sola, era autónoma y funcionaba muy bien. En los últimos tiempos se le ha empezado a ir la cabeza, y ahora está en una residencia a la que voy a visitarla menos de lo que debiera. Algo de lo que seguramente me arrepentiré cuando ya sea tarde, como siempre pasa.
Lleva ya muchos años viuda, pero eso no la paró en absoluto: con los setenta cumplidos cruzó el charco varias veces para visitar a mi tía en Seattle, en la costa oeste de Estados Unidos, y hasta el otro día iba a Barcelona o a Sevilla a pasar temporadas. Cogía trenes, aviones, autobuses. Hasta hace dos años venía a mi casa a cenar en Nochebuena.
Con esa edad está claro que ha visto muchas cosas en su vida. Seguramente más de las que me puedo imaginar. Cuando ahora la voy a visitar, muchas veces tarda en reconocerme, o durante el rato que estoy con ella la cosa viene y va. Por los misterios de cómo funciona la cabeza parece recordar más sus tiempos mozos que los recientes, así que procuro llevarla a esas épocas y le pregunto por múltiples temas de cómo era la vida cuando ella era niña, o moza, la escuela, qué cosas se hacían, cuáles eran las alegrías y las dificultades. Y simplemente alucino con las cosas que me cuenta.

Le tocó vivir una época dura, en la que había poco. Poco de todo. Especialmente de dinero. Época en la que había que saber hacer muchas cosas que hoy en día ni siquiera nos planteamos. Y estoy llegando al tema: entre las mil cosas que hacía le tocó coser, hacer ropa para sus hijos e imagino que también para su marido y para ella. Y tuvo que tejer lana para hacer prendas de abrigo, primero por necesidad y ya luego más tarde, por gusto.

Yo soy su nieto mayor de los diez que tiene. Por circunstancias, tanto mi hermano como yo tuvimos mucha relación con ella. Por gusto me tejió a mí los jerséys de lana con los colores del grupo de montaña en el que empecé a dar mis primeros pasos por el monte allá por el año 82. Por entonces íbamos al monte en grupos de montaña, algo que está a la baja hoy día, que todos nos movemos en nuestros coches particulares y somos más independientes.  Los grupos, por entonces, aún tenían cierta reminiscencia del pasado y el tener un “uniforme” identificador era habitual: en el caso del Codema Aire Libre eran jerséys azul marino, con unas franjas horizontales blancas y rojas. 

Mi abuela me tejió muchos de estos a lo largo de los años, ya se sabe que los niños crecen rápido. Eran de lana gruesa que picaba un montón, pero que me protegieron del frío durante años, cuando los forros polares aún no habían llegado, o si habían llegado no había pasta para comprarlos. Además de los jerséys, también me tejió medias y pasamontañas (esos sí que picaban de verdad). Fui refinando mis peticiones y del cuello redondo le pasé a pedir uno de cuello alto con cremallera hasta el pecho. Y también me lo hizo. Y muy bien.



El caso es que, con motivo de una proyección de fotos de escaladas en Alpes que di hace unas semanas (la primera proyección seria de mi vida), estuve repescando fotos viejas, muchas de ellas diapositivas. Y sucede que de entre las muchas que repesqué, gracias a mi amigo Jorge Alonso, descubrí unas cuantas de mi primera ascensión en los Alpes, en 1994, el Cervino. 

De entre todas las fotos que recuperé de ese viaje, la que más ilusión me hizo fue una en la que aparezco con mi gran amigo Juaco (que parece un guaje), en el refugio Solvai, por primera vez en nuestra vida a 4.000 metros, así que con cierta cara de colocón, con mis relucientes botas dobles Scarpa, con mi mochila Artiach, con mi primer arnés, un Petzl Guru, pero sobre todo lo demás, con el jersey con los colores del Codema tejido por mi Abuela.

El próximo día que la vaya a visitar, tengo que comentárselo.