LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

sábado, 15 de octubre de 2011

Vuelta a Fuentescarrionas BTT

Sábado 8 Octubre 2011
Vuelta a Fuentescarrionas (73 km, +1.800 m, -2.300 m)
Dani, Chus, Juan Diego, Alfredo, Santi

Hacia el valle, con la mole del Curavacas dominando el paisaje
La niebla reduce el mundo a unos treinta metros de los focos del coche. Fuera de ese haz todo es gris oscuro. Dentro de ese haz, casi todo es gris claro, con un poco de verde a los lados.
Por suerte, al ser tan temprano no hay nadie. Desde que salí de casa a las cinco y media apenas me he encontrado tráfico, ni en la autopista, ni en la carretera del puerto. Los pueblos aún están empezando a despertarse ahora: solo algunos todoterreno de cazadores delante de los bares.
Corono Tarna y sigo hacia Riaño, la carretera es ahora más ancha, mejor asfalto, la niebla ha levantado un poco, ganando unos metros más de visibilidad, invita a correr más. En la enésima curva del viaje, poco antes de La Uña, un volantazo me libra por los pelos de comerme un caballo, que sorprendido me mira con ojos de terror. Desde aquí levanto un poco el pie, está claro que voy bien de hora. Mejor aflojar, porque me encuentro con más caballos y vacas en la carretera.
De Riaño a Boca de Huérgano se despeja el cielo, la carretera se va secando. Nada más entrar en el pueblo veo la furgo de Dani: aparco a su lado, son poco más de las siete y media de la mañana. Levantarse a las cinco de la mañana el sábado, después de toda la semana currando, para conducir dos horas solo en el coche, ya es señal de afición.
Al entrar al hall del hotel me encuentro con dos tíos con ropas ciclistas, nos miramos y nos autopresentamos: son Alfredo y Juan Diego, este último amigo de varios amigos, a quien ya tenía ganas de conocer. Están bajando a desayunar.
Coordinando la logística de las bicis aparece Santi, el que faltaba del grupo. Somos seis, Dani, Chus, Juan Diego, Alfredo, Santi y yo. Rápidamente nos repartimos en los coches y salimos hacia el alto del Puerto de San Glorio, donde empieza la excursión. En ese trayecto, la luz del amanecer se cuela entre las nubes, colorea las laderas con tonos marrones que no dejan de recordarme a Escocia: el día parece que va a estar bueno.


En el puerto hace frío: son las nueve de la mañana, nos abrigamos y ya sobre las bicis, iniciamos un largo descenso que nos hará perder un buen desnivel, unos 800 metros, primero por carretera y luego por pista, hasta Ledantes, un pueblo muy guapo. Para cuando abandonamos la carretera hacia la primera pista del día, todos estamos bastante fríos: yo sobre todo en las manos. Me veo bastante torpe con la bicicleta, noto los meses de inactividad. Lo del frío no es problema, las cuestas arriba pronto nos hacen entrar en calor y los chubasqueros sobran.




Remontamos por valles de bosques densos, las hayas y los robles esconden algunas cabañas, muy guapas, que vamos dejando atrás a la vez que ganamos altura. La subida es continua, no hay apenas descansos, repechos muy duros se alternan con tramos menos pendientes, pero siempre subiendo. Las hojas que colorean el suelo de la pista van cogiendo tonos más y más amarillos cuanto más altos estamos.




Voy consiguiendo “encadenar” casi toda la cuesta, he apoyado el pie en tres o cuatro sitios (siempre entre protestas y tacos), y me he tenido que desmontar en apenas dos tramos de unos cincuenta metros… (Aquí ya no me daba ni para cagamentos). Seguramente el esfuerzo no merece la pena: sería mejor apearse más veces y desgastar menos, pero es mi forma de pedalear. Por fin salimos del bosque. En la parte alta del cordal nos da el sol, alcanzamos a Santi que llevaba por delante en solitario desde que empezó la subida, nos reagrupamos. Seguimos con bastante niebla y nubes, no hemos podido ver los Picos apenas.




Ya hemos completado la subida grande del día, aproximadamente dos tercios del desnivel positivo del día están ganados.
Hacia el Sur, el Curavacas es una mole enorme cuya presencia domina todo el paisaje. Las formas hacen pensar en eras glaciales, en lenguas de hielo y en mamuts: un amplio valle en forma de U con praderas planas en el fondo, me transportan a latitudes remotas. 






Se van deshaciendo los últimos mantos de niebla y predomina el cielo azul. Ciclamos rápidos por una pista ancha que sube y baja, rebotando con los muchos cantos rodados, ganamos collados, cruzamos mullidas praderías. Algunas vacas, algunas ovejas, algunos mastines, pocas cabañas. A lo lejos cruzamos algún Land Rover.
Estamos bajando poco a poco el desnivel ganado: atentos a las piedras sueltas vamos disfrutando las sensaciones. La bicicleta de montaña es un cacharro duro, absorbe golpes de forma continua y apenas da problemas.




Debajo de un collado verde, protegidos del viento, paramos a comer: hay que meter gasolina al cuerpo, llevamos menos de la mitad de los kilómetros y hay que anticiparse a la flojera. Aquí tirados, las coñas y los chascarrillos son continuos: Dani y Chus son mis amigos porque somos afines, y sus amigos son sus amigos por lo mismo, así que es normal que me parezcan unos tíos estupendos y congeniemos rápido.


De nuevo sobre las bicis, seguimos ahora por un tramo largo en el que hay que cruzar el río en repetidas ocasiones: a veces más estrecho, a veces más ancho, siempre sobre piedras redondeadas. Es inevitable empapar los pies al pedalear dentro del agua.



Nos paramos a reagruparnos otra vez, y al llegar Juan Diego viene pinchado. De repente yo me doy cuenta de lo mismo: hemos tenido suerte, al pinchar juntos no nos retrasamos dos veces.


Los kilómetros pasan, llegamos a Vidrieros sin agua en los bidones ni los camelbaks, y sin ver dónde repostar, seguimos hasta Triollo, donde sí cargamos en la fuente. Ahora tenemos un tramo de carretera, el primero desde San Glorio, a orillas del embalse de Camporredondo: los chopos tienen un amarillo de postal, el embalse refleja nítido el paisaje. Aunque el tramo es bastante llano, las leves subidas me están costando mucho, no encuentro el desarrollo adecuado, o me quedo corto o no lo muevo. Me descuelgo del grupo, se me escapan, no llego a su ritmo de pedaleo. La brisa me molesta, el casco me molesta, las gafas me molestan… Las rectas de carretera las llevo mal de siempre, pero en estos momentos peor aún.


Coronamos un alto y bajamos hasta Cardaño de Abajo, donde salimos a tierra otra vez: la pista va en subida por un pequeño valle abierto, con algunos árboles. El Espigüete vigila desde la altura. 






La pendiente es mucho mayor que en la carretera, sin embargo me encuentro mejor. Ahora sí consigo mantenerme en el medio del grupo y encadenar el tramo con 0 puntos, como en el trial. Sin piñones de margen llego al collado donde esperan Santi, Dani y Chus, en orden de llegada. Han sido otros 300 metros de desnivel positivo. Nos reagrupamos, bebemos y comemos lo que nos va quedando. Tirado en la hierba casi me quedo dormido…Estoy muy cansado.


Cuando reanudamos la marcha hay dudas sobre el camino a seguir, los gps mandan tirarse por una ladera sin camino evidente, con bastantes arbustos tipo escoba. Después de unos minutos de dudas obedecemos a la tecnología y ciertamente vamos bajando bastante bien (yo casi no llevo freno trasero) hacia el fondo del valle, donde una pista ancha nos marca el destino. Entre árboles, cruzamos puentes sobre ríos cristalinos, seguimos avanzando.
En Valverde de la Sierra quedan unos seis kilómetros según los tracks, pero aún falta la subida final. La pista cómoda por el fondo de valle nos vuelve a sacar a la derecha ladera arriba. Mentalizado intento mantener el tipo: juego con el desarrollo entre los chirridos de la cadena. Los repechos se repiten, pero ahora parece que me encuentro mejor, quizá porque sé que es la última subida: quizá también está haciendo efecto lo que he comido y bebido, que empieza a llegar a las piernas. Aún así, se me hace larga esta subida final. Por fin la pista cambia de ángulo y la bicicleta vuelve a avanzar sola, la última bajada discurre por entre zonas arboladas, con colores de otoño, en la temperatura del final del sol de la tarde.
Me esfuerzo conscientemente en ser prudente y no rebajar la atención: me encuentro muy cansado y sé que en estas circunstancias los reflejos se ralentizan, mi capacidad de reacción está bajo mínimos, y la posibilidad de darme un cañonazo aumenta exponencialmente. Eso unido a que definitivamente me he quedado sin freno trasero…
Alcanzamos Villafrea de la Reina, y tras unos minutos más al lado del río, las primeras casas de Boca de Huérgano. Sobre asfalto otra vez recorremos los metros finales hasta el hotel. Me bajo de la bici muy cansado, la luz de la reserva lleva encendida mucho tiempo.

Sin pérdida de tiempo entramos al bar, donde Santi nos espera rehidratando con su cerveza mediada, pronto ya estamos igualados (en lo de la cerveza). En todo el día he bebido dos bidones de bicicleta, esto es un litro más o menos, muy por debajo de lo recomendable en este tipo de esfuerzos.
Con algunas discrepancias entre los gps, la cosa se queda en torno a los 73 kilómetros de recorrido, unos 1.800 metros de desnivel positivo, unos 2.300 metros de desnivel negativo, y nueve horas totales.
Me ha encantado la excursión: ha sido muy completa, variada, con paisajes espectaculares, y me ha exprimido a tope, todas estas cosas son las que me gustan de la bicicleta de montaña. Esta entra directamente en la lista de clásicas a repetir.




Me despido de los amigos, especialmente de los nuevos, ellos se quedan para ciclar mañana por Sajambre (son gente dura); seguro que repetiremos juntos otras excursiones. Conduzco de vuelta a casa disfrutando de la carretera, de la luz del atardecer y de las vistas del Mampodre, Tarna, Redes… parece un anuncio de BMW.  El paraíso al lado de casa.

5:15 h despertador
5:30 h arranco coche
7:35 h Boca de Huérgano
9:00 h Inicio pedaleo Puerto San Glorio
18:00 h Boca de Huérgano
20:30 h Gijón