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jueves, 9 de julio de 2020

Por los Portillines con cuidado

Sábado 20 Junio 2020
Rubén Díaz 
Integral Portillines (2.258 m) desde Arista Sureste

No es fácil encontrar compañero para según qué cosas. En general, para ir al monte a escalar no sobra la gente. Si además le sumas que la actividad en sí tiene una fama regular, la cosa se complica. Además, ya no es solo que no sobre gente, sino que para estas cosas tampoco me ato con cualquiera. 


El Macizo de Ubiña, por cercanía a casa y poca complicación logística, sumado a su enorme atractivo, concentra muchas de mis salidas al monte. Así las cosas, con los años he ido subiendo a la mayoría de sus cumbres (no me las doy de coleccionista ni mucho menos), y repitiendo los itinerarios más atractivos y fáciles de coger en condiciones. 


De entre las cumbres principales que tenía pendientes, me quedaban varias de las de los Portillines (solo había ascendido hacía muchos años al Oriental).

Los Portillines se ven muy bien desde el parking del pueblo, destacando afilados a la derecha de Peña Ubiña. Ese perfil llamativo es el Oriental. Detrás de este se solapan una serie de cumbres casi idénticas de cota, en diente de sierra, hasta la última cumbre, el Occidental, que cae luego hacia la Pasada del Siete. Se trata por tanto de unas cumbres menores en altura que sus vecinas cercanas, Siete, Crestón, o Fontánes, pero que resultan bastante esquivas por no presentar accesos sencillos, y porque su roca “estilo Lego”, es decir, desmontable, les precede.


Hace ya muchos años que Miguel me había recomendado hacer la arista Sureste que mira directa al Meicín: en ella habían hecho él y sus compiches sus primeros escarceos de escalada. Por una cosa o por otra, no había ido nunca. También me imaginaba por estos terrenos a generaciones muy anteriores a ellos, como el Boti y el Noi, amantes de Ubiña, cuando venir aquí era poco menos que una expedición…


Hace año y medio, en una fase muy seca del invierno, Nando, Juaco y yo nos metimos en ella, pero nos tocó retirar a media arista: ese día íbamos lentos, era diciembre, no la conocíamos… Desde entonces, como siempre pasa cuando te rechaza una actividad, la tenía en la lista de pendientes. Bueno, por eso y porque las referencias de varios amigos respecto a esta primera parte eran buenas.

Rubén ya la había hecho con un colega y no le pareció tan rota, quizá algo cutre en algún sitio: su criterio para mí es válido, escalamos parecido y tenemos gustos similares. Así que, como no le importaba repetir, para allá que nos fuimos.


Salimos a las siete de casa. A las ocho y poco estamos aparcados en Tuiza, donde hay un montón de coches ya. Cogemos una cuerda de 8.1 mm, y un pequeño rack de material: cinco cintas, seis fisureros, cuatro Friends y unas cintas largas. Así, de ligeros, arrancamos cuesta arriba. Hasta el Meicín ya pasamos algún grupo numeroso que sube a disfrutar alguna de las cumbres del macizo. 

El día está despejado, nube en los valles por debajo de nosotros. En la fuente que hay camino a la Forqueta cargamos agua y salimos hacia el pie de la arista Este del Portillín Oriental. Ya hay un buen desnivel hasta aquí, pero hemos venido rápidos.
Bajo la canal herbosa de entrada nos ponemos el arnés, el casco, echamos un trago, y salimos para arriba. Son las nueve y media. Rubén se ha puesto los gatos, yo sigo de botas. Vamos desencordados pero listos para atarnos cuando proceda. 

La cosa es que tiramos sin atar un buen trecho: la escalada es fácil, y la roca en general buena. Ante un tramo más aéreo nos atamos, primero en corto, luego estiramos un largo, luego en corto de nuevo. 

En un momento dado me encuentro un camalot del 0.75 nuevecito, pero no me hago muchas ilusiones porque creo que sea de Gelo, pues vi fotos suyas de días atrás haciendo la misma escalada. 


Superamos el punto en el que me retiré en su día: desde aquí coge un poco más de ángulo pero sigue fácil y bonita. Tras dos largos salimos al tumbao: quitamos gatos, recogemos la cuerda y nos vamos a la cumbre caminando.



Pocas veces he hecho algo recomendado por Miguel que no me gustara. Teníamos un gusto parecido por la escalada, por supuesto él con más nivel. Gran tipo Miguel, sigue siempre a mi lado cuando estoy de monte.



Hacemos cumbre a las once y diez. Poco más de hora y media para la escalada: con Rubén las cosas son rápidas. Mientras comemos un bocado confirmo con casa que no me esperan pronto, así que decidimos continuar hacia la arista del resto de los Portillines (esta sí tiene más fama de rota).


Gente por Ubiña, Castillines, Siete, Fontanes... 



Arrancamos a por la cresta, primero caminando, destrepando alguna zona fácil, trepando otras. Por momentos se va poniendo aéreo. Vamos de botas y sin atar: encontramos varias instalaciones rápel que destrepamos. Flanqueamos alguno de los torreones secundarios de la zona intermedia. 


A ratos vamos por el norte, colgados sobre Cuevapalacios, a ratos por el sur, colgados sobre Covarrubias. Hay dos destrepes que realmente me parecieron delicados, en los que no puedes fallar, y donde a qué te coges es importante. Quizá no tenga sentido apurar tanto alguno de estos… El caso es que seguimos a pelo.



Encontrar el mejor camino es lo más importante. En algún punto reculamos para buscar mejor paso.


Al cabo de un rato ya estamos en las instalaciones de rápel que nos van a dejar en la Pasada del Siete, terminando la actividad. Son tres rápeles cortos, el primero apenas ocho metros, por el mismo filo. El segundo unos quince metros, oblicuo desde la vertiente norte hacia un collado. El tercero y último, el más largo, en torno a veinticinco metros, nos posa ya en terreno de caminar. 


Las instalaciones son clavos o cintajos abrazando bloques, alguno de ellos aparentemente “posado”. Solo el tercero es realmente aéreo y obliga a cargar el peso en la reunión. Los otros son casi destrepes asegurados.


Miramos la hora: la una menos diez.  Aproximadamente hora y media desde la cumbre Este. 

La actividad es estética, alpina e interesante. Pero tiene que gustarte el barro. Mejor que seas ligero moviéndote sin cuerda, o puedes echar allí una larga jornada.

Bajamos hacia el Meicín primero, y hacia Tuiza después charlando de mil cosas, hablando de nuestros hijos, de amigos, de lesiones y salud, de planes para el futuro… 

En Tuiza no había visto tantos coches en treinta años que llevo viniendo.

Paramos a tomar una cerveza en Casa Angel, en Espinedo. El sitio me recuerda a María y a Almu, y con ellas a Majo, a Santi, a Carmen, a Manuela… que ya hace años que se fueron, antes de tiempo, pero que para algunos siguen muy presentes. Como el caso de Miguel, su recuerdo también me dibuja una sonrisa en la cara. Señal de que fue gente con la que fui feliz. 
La vida.