LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO

viernes, 7 de mayo de 2021

El eterno peregrinar - Calima en el Corredor Maxi a la Torre de la Horcada

1 Abril 2021
Fernando Calvo
Torre de la Horcada (2.447 m), Corredor Maxi 

Por fin podemos quedar.
Las condiciones no son para tirar cohetes, y el día amenaza lío desde el principio, pero esto es así; aprovechar la opción cuando se da, adaptarse a las condiciones, una búsqueda continua, un eterno peregrinar.


Las restricciones hacen que cuando aparcamos en Pandecarmen seamos apenas tres coches. Repartimos los trastos, variados, con esperanza de poder hacer algo, van desde los dobles piolets hasta los pies de gato, pasando por todos los trastos de en medio. Bueno, todos no, dejamos aquí los tornillos de hielo.
La temperatura es alta y no creemos que vayan a usarse.

Coincidimos aquí con Carlos Llerandi que arranca a la vez que nosotros con un amigo. Su ritmo, mayor que el nuestro, unido a la intención de charlar, hace que subamos a buen paso. Al cabo de un rato tiran delante. En el refugio viejo volvemos a coincidir. Aún vamos en seco, pero la nieve comienza pronto. En seguida ya vamos pisando blanco. Sucio blaco, pero blanco al fin y al cabo. Remontamos laboriosos hasta debajo del Porrubolu, donde nuestros caminos se separan. Carlos y su amigo van dirección a los Argaos, nosotros giramos hacia la Mazada.


El savoir-faire de mi amigo hace que paremos a poner los pinchos en una piedra que asoma, y desde aquí arranquemos a media ladera, ahorrando parte del rodeo hacia el Porru Llagu. Eso sí, a costa de remontar metros a gran velocidad. 
El tiempo va pasando, pero nos vamos acercando al collado: aquí el viendo se hace muy intenso. Por momentos obliga a parar. Como suele pasar con gente que se conoce, sin hablarlo, nuestros pensamientos se han movido en paralelo: ambos descartamos el plan de roca (queda para otro día, no se abandona) y pensamos alternativas. Ambos seleccionamos una, y cuando lo comentamos, obviamente estamos de acuerdo.
Sin parar seguimos del collado hacia el camino de Fuente Prieta: sacamos un piolet porque aquí asoman algunas grietas de retracción, de esas que en Picos te pueden dar un buen susto. Por no hablar de los enormes agujeros que, con sus enormes fauces, nos reclaman. 
Andar y andar, remontar y bajar, flanquear y más andar. Casi a la altura de la Horcada del Alba y de la Torrezuela,  seguimos girando hacia esta vertiente menos habitual. Pronto empezamos a ver nuestro objetivo para hoy: la Torre de la Horcada presenta una cumbre secundaria, que por esta vertiente encaja un llamativo corredor escalado por primera vez por los incansables Salvi y Paco, y que nosotros dos tenemos pendiente.
Paramos a comer algo antes de arrimar el tramo final. Se ve bonito, corto pero bonito. Además, no siempre está uno intentando algo nuevo, y además con la sensación de tener el macizo para nosotros (Carlos y compañía están en la vertiente contraria, tan lejos...). 
El día sigue con cielos tenebrosos, negruras amenazantes y luz de fin de mundo: el polvo sahariano en suspensión que lleva unos días con nosotros transforma todo, empezando por la blancura natural de la nieve. Hacia el Sur la cosa pinta negra.


Completado el avituallamiento, nos disponemos a partir a por la escalada. Justo antes de arrancar, a Fer se le vuela la funda de los crampones; en unos segundos a cientos de metros dirección a las Marías. No lo duda un segundo y sale corriendo a por ella: ligero cual gacela (está flaco cual gacela en temporada de sequía, o cual rebeco de los Picos al final del invierno...) cruza la ladera hasta recuperar la funda. No tanto por la pérdida en sí como por no dejar rastro: hay gente que no solo predica, sino que practica con su ejemplo.


Recuperada la funda voladora nos reagrupamos ya al pie del corredor. Cruzamos la rimaya.



Se ve guapo, encajado y con algún resalte. En su entrada sacamos la cuerda, montamos una reunión, y el guide arranca delante mostrando oficio: da gusto ver moverse a la gente cuando están en su medio. 



Al final de su tirada tiene un resalte, a unos 80 grados, con roca donde asegurar.


Resuelve con la soltura y precisión de quien ha hecho de esto de escalar su forma de vida. Encima del paso, y por dejarme a mí algo del pastel, monta el relevo. 



El largo no tiene nada de dificultad salvo ese paso final, pero resulta divertido y como siempre, me encanta trastear por la nieve y el hielo (algo hay), con los cacharros en las fisuras, y esa sensación especial que tiene la montaña invernal.



El segundo y último largo del corredor es más tumbado, y salvo un pasete al comienzo no tiene misterio. El pasete en cuestión está peleón porque la nieve no ha transformado y tengo que sanear hasta encontrar apoyos en la roca de los lados. Después de esto es un trámite de 45º estirando los sesenta metros hasta llegar al collado. Coloco seguros de cuando en cuando en la pared de la derecha. 



Asegurando a Fer disfruto de las vistas hacia la Peña Santa: ¡qué espectáculo de montañas tenemos! pienso para mí. Cuando llega Fernando se deleita con el mismo panorama, y sus exclamaciones lo confirman. Podríamos hacer cumbre en la Horcada por su normal, que tenemos delante y hacia la derecha, pero preferimos salir girando a la izquierda, hacia la cumbre de la torre secundaria en la que terminará nuestra ascensión. 





Las vistas alrededor me llevan al verano, cuando recorrí la integral con Rubén. Qué bien lo pasamos.
Cumbre, vistas, nubarrones. 
El viento no invita a pararse demasiado: bajamos destrepando con atención hacia la Horcada de Santa María, y ya cuando libramos un poco de la ventolera, paramos a picar algo y recoger los achiperres. 
Fer, que está como una moto, me quita todo el peso del material de escalada y lo lleva él. Con las botas de verano, los guantes finos, y la humedad reinante, estoy incómodo parado, así que mejor seguir moviéndonos.


Desde aquí todo vuelve a ser caminar, piolet en mano algún tramo, y faldear, remontar y bajar, y más andar hasta el coche de vuelta. 


El cielo detrás del Requexón está gris marengo: por la pinta podría ponerse a diluviar en cualquier momento y no darnos tregua ya más. Pero apenas nos caen cuatro gotas.

Llegando al Porrubolu volvemos a coincidir con Carlos y su colega, que han hecho varios corredores de los Argaos, encantados. Casualidad coincidir, volvemos a bajar juntos charlando de mil cosas. Manadas de rebecos campan por sus territorios en los que nosotros cuatro somos intrusos. 


Pandecarmen está tan lejos como siempre, y el llano final se hace tan pesado como siempre...

Cerveza para rehidratar y comentar la jornada: casi cuatro horas de pateo de subida para trepar dos largos, para apenas una hora de escalada, y luego otras tres horas de bajada. Dieciocho kilómetros recorridos entre ida y vuelta para apenas noventa metros de escalada...
Merece la pena, merece mucho la pena. Para nosotros casi siempre merece la pena. Esto esto es así. Los Picos son esto. Y nuestra afición por ellos encaja a la perfección: no nos cansamos.
 
Una búsqueda continua, un eterno peregrinar.




Grande Fernando. Como siempre, un placer.


2 comentarios: