LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO
Mostrando entradas con la etiqueta Suiza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Suiza. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de marzo de 2018

El jersey de mi abuela

Mi abuela se llama Regina. Dentro de poco cumplirá 93 años. Hasta hace un par de años vivía sola, era autónoma y funcionaba muy bien. En los últimos tiempos se le ha empezado a ir la cabeza, y ahora está en una residencia a la que voy a visitarla menos de lo que debiera. Algo de lo que seguramente me arrepentiré cuando ya sea tarde, como siempre pasa.
Lleva ya muchos años viuda, pero eso no la paró en absoluto: con los setenta cumplidos cruzó el charco varias veces para visitar a mi tía en Seattle, en la costa oeste de Estados Unidos, y hasta el otro día iba a Barcelona o a Sevilla a pasar temporadas. Cogía trenes, aviones, autobuses. Hasta hace dos años venía a mi casa a cenar en Nochebuena.
Con esa edad está claro que ha visto muchas cosas en su vida. Seguramente más de las que me puedo imaginar. Cuando ahora la voy a visitar, muchas veces tarda en reconocerme, o durante el rato que estoy con ella la cosa viene y va. Por los misterios de cómo funciona la cabeza parece recordar más sus tiempos mozos que los recientes, así que procuro llevarla a esas épocas y le pregunto por múltiples temas de cómo era la vida cuando ella era niña, o moza, la escuela, qué cosas se hacían, cuáles eran las alegrías y las dificultades. Y simplemente alucino con las cosas que me cuenta.

Le tocó vivir una época dura, en la que había poco. Poco de todo. Especialmente de dinero. Época en la que había que saber hacer muchas cosas que hoy en día ni siquiera nos planteamos. Y estoy llegando al tema: entre las mil cosas que hacía le tocó coser, hacer ropa para sus hijos e imagino que también para su marido y para ella. Y tuvo que tejer lana para hacer prendas de abrigo, primero por necesidad y ya luego más tarde, por gusto.

Yo soy su nieto mayor de los diez que tiene. Por circunstancias, tanto mi hermano como yo tuvimos mucha relación con ella. Por gusto me tejió a mí los jerséys de lana con los colores del grupo de montaña en el que empecé a dar mis primeros pasos por el monte allá por el año 82. Por entonces íbamos al monte en grupos de montaña, algo que está a la baja hoy día, que todos nos movemos en nuestros coches particulares y somos más independientes.  Los grupos, por entonces, aún tenían cierta reminiscencia del pasado y el tener un “uniforme” identificador era habitual: en el caso del Codema Aire Libre eran jerséys azul marino, con unas franjas horizontales blancas y rojas. 

Mi abuela me tejió muchos de estos a lo largo de los años, ya se sabe que los niños crecen rápido. Eran de lana gruesa que picaba un montón, pero que me protegieron del frío durante años, cuando los forros polares aún no habían llegado, o si habían llegado no había pasta para comprarlos. Además de los jerséys, también me tejió medias y pasamontañas (esos sí que picaban de verdad). Fui refinando mis peticiones y del cuello redondo le pasé a pedir uno de cuello alto con cremallera hasta el pecho. Y también me lo hizo. Y muy bien.



El caso es que, con motivo de una proyección de fotos de escaladas en Alpes que di hace unas semanas (la primera proyección seria de mi vida), estuve repescando fotos viejas, muchas de ellas diapositivas. Y sucede que de entre las muchas que repesqué, gracias a mi amigo Jorge Alonso, descubrí unas cuantas de mi primera ascensión en los Alpes, en 1994, el Cervino. 

De entre todas las fotos que recuperé de ese viaje, la que más ilusión me hizo fue una en la que aparezco con mi gran amigo Juaco (que parece un guaje), en el refugio Solvai, por primera vez en nuestra vida a 4.000 metros, así que con cierta cara de colocón, con mis relucientes botas dobles Scarpa, con mi mochila Artiach, con mi primer arnés, un Petzl Guru, pero sobre todo lo demás, con el jersey con los colores del Codema tejido por mi Abuela.

El próximo día que la vaya a visitar, tengo que comentárselo.

domingo, 3 de julio de 2011

Piz Badile, Arco di Trento, Dolomitas 2011

19-26 Junio 2011
Pablo Luque

Piz Badile 3308 m, Val Bregaglia, Suiza, "Nordkante" Espolón Norte, 1000 m V


Arco di Trento, Dolomitas di Brenta, "Pantarei", 180 m 6b+


Tercera Torre Sella, 2696 m, Grupo Sella,  Dolomitas, Cara Oeste "Vinatzer" 350 m, V+


Una vez más, de viaje a los Alpes. Una vez más, pero en esta ocasión de forma distinta: nada de paliza de conducción, nada de dormir tirado en áreas de descanso de la autopista con el oído atento al coche, no te vayan a robar… Esta vez en avión desde Santander a Bérgamo.

Dejar a Paula y a Javi en casa me ha costado bastante, es normal, desde que nació el niño no me había separado de ellos más de dos días.
El trayecto en coche a Santander es de charla animada y una vez llegamos al aeropuerto,  después de ajustar los pesos de las mochilas para no pasarnos con ninguna, embarcamos y en poco más de dos horas estamos en Italia. Son las doce de la noche: cogemos un taxi al hotel reservado, mañana recogeremos el coche de alquiler y esta combinación todavía nos sale más barato que recogerlo al llegar. Perfecto.
El hotel nos sorprende por el nivel para el precio que vamos a pagar: tiene hasta hidromasaje! Aunque Luque se lleva un chasco cuando después de llenar la bañera se da cuenta de que no funciona… Inaceptable!
El Lancia Epsilon no va ni cuesta abajo, pero así vemos mejor el paisaje del lago de Como. En Lecco, pueblo mítico de escaladores legendarios como Ricardo Cassin, paramos a comprar comida y gas, y seguimos hacia Suiza. 

El Piz Badile y el Piz Cengalo a la izquierda, con mucha nieve aún
Nuestro destino está en Val Bregaglia, un valle alpino precioso, con bosques densos y montañas afiladas. Entre ellas nuestro objetivo, el Piz Badile. Al llegar a Bondo, el último pueblo, por fin lo vemos, y se nos cae el alma a los pies: está totalmente blanco desde nuestra perspectiva. La vía pretendida, la Cassin, es totalmente roquera y de placa, con lo que directamente no se puede hacer. Después de pensarlo, nos decidimos a subir para verlo de cerca. Peaje para una pista entre pinos y luego porteo de hora y pico por un camino con un desnivel tremendo, en medio de un calor húmedo tropical.

Refugio SASC Fura
Después de una gran sudada llegamos al refugio Cabaña SASC Fura que está cerrado, pero la cabaña de invierno tiene de todo, cocina de leña, literas con colchones y mantas, platos, tazas… y nosotros porteando como burros.
Mucha más nieve de la esperada
Tiramos los trastos y salimos hacia arriba con las botas y el piolet para ver de cerca el espolón norte, Nordkante, que se eleva altivo hasta la cumbre: es una vía sencilla, pero una opción interesante en las condiciones alpinas en las que está, con campas de nieve a varias alturas, con rimaya de acceso, con cornisas en la arista hacia cumbre... Tendremos que llevar botas duras, crampones y piolet. La línea es muy llamativa y quedamos contentos con el nuevo objetivo, a pesar de haber rebajado el reto.
De vuelta en la cabaña,nos encontramos a dos puretas suizos con la misma idea para el día siguiente: ambos la han hecho varias veces, así como también la Cassin, de la que nos confirman que hemos venido con unas cinco o seis semanas de adelanto… La ignorancia es lo que tiene.
Nos acostamos temprano y en mitad de la noche llegan otros dos tíos que se acomodan como pueden en los bancos y en el suelo. A las cuatro nos levantamos, desayunamos y a las 4:40 salimos hacia el monte.

El vecino Piz Cengalo al amanecer, con su atrayente espolón norte

La hora y media larga de aproximación, de crampones en la parte final, nos colocan en el collado desde el que se entra al espolón y a la Cassin: podemos ver que la vira de entrada a esta última está delicada y expuesta a lo que va soltando la pared desde arriba.
Sacamos el material, nos encordamos e iniciamos la escalada en ensamble y con botas en los primeros cuatro o cinco largos, en los que sorprendentemente hay bastantes seguros. En un paso fino de placa me cambio de botas a gatos y nos montamos en el filo del espolón. Desde aquí vamos alternando la cabeza, empalmando largos y estirando las tiradas a 90, 100 o 120 metros. La roca tiene una calidad excelente, llevamos por encima a las otras dos cordadas que han escalado sin cuerda bastantes largos, y que siguen de botas, gente muy fina. Una vez más compruebo cómo los locales nos marcan la diferencia en los terrenos sencillos, los de botas, donde se nota la experiencia de vivir estas montañas todo el año.



La vía es interesante, moviéndonos a un lado y otro del filo, cuando estamos a la sombra el frío se nota, aunque son momentos breves. Estamos en el día más largo del año y el sol va muy alto, nos va dando casi todo el tiempo a pesar de la orientación 100% norte. En la Cassin, mucho más Noreste, por la mañana no hay ni una sombra.
Hacemos un flanqueo bajo un desplome hacia la sombra, donde pisamos nieve, desde aquí Pablo tira el único largo de V de la vía.
Tramos mixtos, buscando clavos no tapados, sobre roca mojada
Seguimos veloces hacia arriba, a veces montando algunas reuniones que están tapadas por la nieve, intentando evitarla con flanqueos y escalando otras veces sobre roca mojada de deshielo. Estamos disfrutando mucho la vía.


Alcanzamos y superamos la salida a la arista de la vía clásica de Cassin, y continuamos otros cuatro largos aproximadamente hasta la antecima; aquí decidimos dar la vuelta ante el mal aspecto de la nieve inestable que hace falta cruzar hacia la cumbre. Estamos literalmente al lado, pero está delicado. 

Hemos tardado cuatro horas para los mil metros de vía, son las once menos cuarto: comemos y bebemos algo e iniciamos lo que será una enorme secuencia de destrepes y rápeles de vuelta abajo. 


En la antecima
En los rápeles, algunos van perfectos, otros con leves atascos, y alguno con atasco serio de cuerdas, aunque nada que no se resuelva con algo de paciencia e imaginación. Algún rápel lo montamos sobre cintas en dientes de roca, al tapar la nieve las instalaciones fijas. 



Un error mío con una cuerda enganchada nos hace desviarnos del espolón por tres largos, nos buscamos la vida por la Noreste con instalaciones menos fiables. Una corta trepada posterior nos pone de vuelta en el espolón: no hemos perdido demasiado tiempo, porque los suizos están aún al lado.


Con algunos tramos de destrepe llegamos a la base de la vía a las cinco horas de empezar el descenso: nos ha llevado una hora más que la escalada. Son las cuatro de la tarde.
Aquí tendré que volver para hacer la clásica de Cassin, que se ve muy guapa, y la cumbre, que ha quedado pendiente.

Luque, que también vino, aunque no salga en las fotos
Como hemos decidido quedarnos a dormir aquí (para mañana dan mal tiempo), nos tomamos la tarde con calma, charlamos en el refugio con los suizos y con la otra cordada que llega más tarde, y que resultan ser dos aspirantes a guía austriacos haciendo méritos: no hemos ido mal pensando con quién nos comparábamos…
El miércoles amanece feo, conseguimos llegar al coche sin mojarnos, pero desde ahí, el resto de la jornada está lloviendo sin parar o muy nublado. Una pena porque estamos pasando por sitios muy guapos: San Moritz, el paso Bernina, o Madonna di Campiglio, donde apenas podemos entrever las enormes paredes y torres de los Dolomitas del grupo Brenta. Seguimos hacia Arco di Trento, una zona de escalada mítica de los 80, más lejos de la montaña y donde la meteo da mejor previsión. Arco es un sitio muy bueno para estos periodos entre ventanas de buen tiempo en el monte. Dentro de unas semanas se celebrará aquí el famoso master de escalada en el que participan gallos de la compe y la deportiva de nivel mundial.

Gente ordenada, escrupulosa  y preocupada por la imagen

Nos informamos de las opciones y nos vamos a un camping. En este valle estamos al pie de un mogollón de roca y paredes, con vías de todos los tamaños y estilos. Nos compramos una guía para aclararnos. Hay un montón de escaladores, pero también muchas familias con críos, gente con bicis a montón… sobre todo alemanes.


El jueves amanece muy nublado pero temprano nos vamos a trepar: salimos caminando desde el camping y en quince minutos estamos al pie de la vía elegida, “Concordia”, siete largos bien asegurados y bastante directos, para poder rapelar en caso de lluvia. Tal cual, cuando estoy llegando a la cuarta reunión me empieza a llover torrencialmente: rápeles y al suelo. Hace un calor tremendo y la roca seca rápido, así que esperamos un rato y volvemos a trepar otras cuatro vías, esta vez levantamos como máximo segundos largos, plaqueros y de mucha calidad, hasta 6c/6c+. 


La tormenta anunciada vuelve, esta vez mucho más intensa. Volvemos al camping y el resto de tarde, sin lluvia ya, nos la pasamos paseando por las calles y plazas del pueblo, entrando en las muchas tiendas de montaña, algunas exclusivas como la de La Sportiva, o una de Salewa.  Paseando por las calles y plazas, mientras intento robar conexión WiFi a algún incauto, voy pensando que por estas mismas sitios se habrán paseado Edlinger, Legrand o Moffat, o más recientemente Andrada o Sharma. No nos aburrimos.

Los montajes en el camping son espectaculares: autocaravanas con avances, mesas, parrillas, parabólicas. Por debajo de estos la categoría de las furgonetas, también con múltiples anexos, dispositivos, accesorios. Todos ellos con bicicletas, algunos con motos incluso. Luego están los que vienen en coche, pero con buenas tiendas chatet, con mesas para comer o jugar a las cartas... Por último estamos nosotros: todo está empapado de la última tormenta, no tenemos nada. Para cenar nos sentamos en el suelo sobre la bandeja del coche (esto fue idea de Luque, que está muy viajao), y miramos con tristeza nuestro hornillo con tortelinis, mientras nos llegan los olores de las barbacoas circundantes. Tenemos una cuchara para los dos, todo sea por la ligereza... La gente al pasar nos mira y nos sonríe, con una mezcla que yo interpreto como de educación, pena y de incredulidad ante lo precario de nuestra situación. Somos los parias del camping...
Cada día hablo con Paula y me cuenta cómo se las arregla para lidiar sola con el niño y el resto de cosas.

El plan para el viernes es escalar por la mañana y salir a medio día dirección a Dolomitas para escalar el sábado, que es cuando escampa el cielo. Así lo hacemos, madrugamos y a primera hora y con mucho calor escalamos la “Pantarei” en la pared de San Paolo: seis largos variados de hasta 6b+. Muy guapa. Hoy podemos acabarla sin mojarnos y volvemos al camping a por una ducha antes de coger el bólido.

Tres horas de carretera hacia el norte nos llevan hasta Bolzano y de allí a Wolkenstein, un sitio donde ya se te caen las pistolas al suelo con el paisaje de Dolomitas: enormes macizos de caliza con tapias impresionantes, rodeados de valles idílicos de prados y bosques, con instalaciones de esquí alucinantes, pueblos impecables… Esto es precioso.

El valle hacia Wolkenstein y Bolzano

Impresionante Sassolungo

La tapia por la que discurre la Miccelucci

La carretera es una pasada y riadas de motos fluyen continuamente arriba y abajo. Subimos al Passo Sella, donde tenemos localizada nuestra cumbre objetivo: la Tercera Torre Sella. La torre en concreto es muy guapa, tiene una buena pared y la ventaja de una aproximación ridícula de veinte minutos. Otros objetivos que hemos comentado, la Marmolada o el Lavaredo, tienen demasiada nieve para la primera experiencia de Dolomitas, y para los días disponibles (y dan miedo).
La vía elegida es una clásica de los años treinta (ojo al dato), la “Vinatzer” tiene unos 350 metros, máximo V+. El descenso tiene algo más de incertidumbre, con destrepes y rápeles, y esperemos que sin nieve porque aquí vamos de playeros.

La Tercera Torre en el centro de la imagen, la vía por el centro de la pared
Bajamos a dormir a Canazei no sin parar varias veces por el camino a admirar las tapias del Sassolungo, el resto del grupo Sella, la Miccelucci, el Cattinaccio, a lo lejos, muy nevada, la Marmolada… Esto es enorme. En el pueblo buscamos el camping, que se llama “La Marmolada” y salimos a pasear un rato mirando al cielo, confiando que no vuelvan las tormentas. Aún así nos caen algunas gotas sueltas. Los moteros lo tienen invadido todo, parece que regalasen las bemeuves de mil.
Sábado: seis de la mañana en pie, salimos del camping y conducimos hasta el collado mirando el termómetro: cuando cogemos las mochilas marca 1ºC. En la misma carretera hay otras dos cordadas cogiendo los trastos, salimos delante para ganar la posición. A medio camino de las torres nos cruzamos a dos fulanos que vienen de vuelta, se retiran por el frío… Luque y yo nos miramos desde debajo de la capucha y con los guantes puestos. Seguimos hacia el pie de vía.
Cruzar de playeros el empinado nevero de la base exige atención; está helado y la rampa de doscientos metros no apetece patinarla a esta hora. En la terraza encontramos un clavo y empezamos a mirar los 3 croquis que traemos sin encontrar similitudes entre lo que vemos en la roca y en el papel. Esperamos a los italianos que llegan, y que conocen la vía, les dejamos ir delante. Van muy lentos, pero los tenemos de referencia todo el rato.

En una reunión con Luccio, treinta y pico años escalando en Dolomitas
La vía va pasando por las zonas lógicas de una apertura de la época, diedros, fisuras. Es bastante aérea pero fácil en general y se asegura muy bien. Hay clavos de cuando en cuando, que parece ser lo único que chapan los italianos; nosotros metemos cosas por el medio. La roca es una caliza muy vieja y gastada, con aspecto desagradable y fracturado en muchos sitios, sin embargo en realidad es muy sólida. 
Algún resalte y desplome y otras tiradas más nos dejan en la vira intermedia por la que va el descenso.
En frente, en la segunda torre, observamos a varias cordadas progresar por vías como el Spígolo Demetz o la Messner, y alguna más: es un espectáculo verlos escalar.

Hace frío y llevamos puesta toda la ropa: aquí en la vira tenemos que esperar una hora hasta que los italianos resuelven el largo clave: una fisura de unos doce metros que termina contra un techito y sigue luego otra vez por fisura-diedro. Es V+, nada del otro mundo, pero estos bufan bastante: para cuando me toca a mí, estoy frío, pero en cuanto arranco lo veo fácil. Se asegura muy bien y tiene canto. Salgo tranquilo a la reunión, que aún tiene mucho tráfico. 





De ahí para arriba, otros cuatro largos de III y IV nos dejan en la cumbre. En el medio de esos cuatro largos, estando en una reunión asegurando a Luque, cojo el mosquetón de la cámara como tantas veces para tirar una foto y se me sale la cámara: vuela por muchos metros antes de pegar una, dos y tres veces, y vuela más hasta llegar al nevero de la base. Me cago en todo: todas las fotos de la semana (y algunas eran muy buenas) se han ido al garete. Aún así intentaremos buscarla para ver si la tarjeta de memoria no se ha roto…




Llegamos a la cumbre a las seis horas de empezar, mucho tiempo para 350 metros relativamente fáciles, pero el frío y el atasco de cordadas han hecho su parte. Hemos disfrutado mucho de nuestra primera vía de Dolomitas, desde luego un destino para repetir.



Sigue haciendo frío, así que iniciamos el descenso con un rápel a la vertiente contraria. Desde ahí, destrepes muy aéreos aunque fáciles nos van llevando a tornillo alrededor de la torre. Alcanzamos la vira sin rastro de los italianos por detrás y continuamos bajando. Cruzamos a dos ingleses que inician la retirada a media vía, han entrado muy tarde, pero también los dejamos atrás en cuanto cogemos los rápeles de la canal con la segunda torre. En cuatro rápeles estamos en el nevero de la base. Recogemos los trastos y gastamos una hora buscando la cámara: la encuentra finalmente Luque en la nieve, está reventada como era de esperar, y está casi todo menos la tarjeta de memoria. Una pena.



Cogemos el coche y nos despedimos de Dolomitas camino de vuelta a Arco: preferimos tirar unas horas de viaje para acercarnos a Bérgamo y evitar sorpresas el último día. 


Llegamos al camping a última hora de la tarde, nos registramos, montamos nuestro ínfimo campamento (se ve muy cutre al lado de los montajes de autocaravanas, californias, tiendas-chalet que dominan la zona), nos damos una ducha y de aquí nos vamos a cenar. La pizzería la Linterna está bajo las paredes, en la terraza disfrutamos de una pizza y un par de cervezas, el único lujo de la semana desde que dejamos el hotel de la primera noche, y es que Luque es un espartano de la leche.
El domingo por la mañana después de desmontar el chiringuito, les damos a la pareja alemana que tenemos acampados delante, y que también tienen un despliegue discreto, el cartucho de camping gas que nos va a sobrar y no podremos meter en el avión. Después de que se vayan hacia la piscina también les damos los dos paquetes de tortelini que nos van a sobrar (Luque tiene una obsesión con los tortelini y ha comprado paquetes como para parar un tren, pero cada uno tenemos lo nuestro...).
El viaje a orillas del lago di Garda es una pasada: yates, tablas de windsurf, pueblos con estilo, italianos conduciendo a su manera... Más tarde paseamos por el centro de Bérgamo, muy guapo. Nos comemos un bocata de tirados en un parquecillo, mientras nos preguntamos si tendremos un aspecto muy marginal para los locales…
Entrega de coche, facturación al límite del peso y embarque de nuevo consiguiendo las plazas de puerta de emergencia de mitad del avión (con alguna truñida por Luque que es grande). El vuelo sin problemas, Santander y coche de vuelta a casa en mitad de unos calores tremendos, atascos hasta Torrelavega, ha sido día de playa para los castellanos.
A las once de la noche en casa.
Un viaje perfecto (a excepción de la cámara), he disfrutado mucho tanto los destinos, como los estilos y la compañía: hemos escalado cuatro días de los seis posibles, a pesar de haber llovido tres de ellos.
La vuelta a casa y el reencuentro con la familia mejores aún, si es posible.


lunes, 16 de mayo de 2011

Norte de Les Courtes - Los Suizos, Abril 09

Javi Sáenz,
Tita

5-Abril-2009 - Grindelwald
El viaje ha sido pesado, pero el sol reinante hace que estemos de buen humor. Acabo de conocer a Tita, el amigo alemán de Javi con el que hizo el Cerro Torre hace un par de años. Es un tipo alto, delgado, agradable y que, casado con una gaditana habla muy buen español. Su hijo mayor se llama Diego, así que no tendrá problemas para recordar mi nombre.

Tita y Javi: una cervecita y selección de Material
6-Abril-2009 - Kleine Scheidegg

La Nordwand desde Kleine Scheideigg
Estamos en la primera semana de abril, el invierno aún está muy presente este año: ha nevado de forma muy intensa en toda Europa, incluso en España. Esta mañana estábamos enterrados hasta la cintura a unos trescientos metros de la entrada, en el zócalo de la Norte del Eiger. 

Javi hasta la cintura: por fin retrocede


Seguramente, para intentar una escalada de este estilo sería mejor esperar unas semanas, o incluso unos meses, a que la cosa asentara más, que ganáramos luz de día, que subiera algo la temperatura… En realidad, la época no es mala, simplemente no está en condiciones. Yo no puedo escoger: es ahora o nada. Paula ya tiene mucha barriga, los siete meses se notan mucho, y en adelante la cosa se puede poner en marcha en cualquier momento. 


La Rote Fluh con su imponente desplome


Después de intentarlo, de remontar abriendo zanja hasta el inicio de las dificultades bajo la Rote Fluh, la enorme cantidad de nieve no asentada nos hizo darnos la vuelta y viajar a Chamonix en busca de otras opciones.

Secando las cosas y rehaciendo la mochila para tirar hacia Chamonix
Las tres horas de viaje me las hice solo, Javi fue con Tita para ponerse al día. "Otra noche sin dormir" con Rosendo, Barricada y Aurora Beltrán sonaba repetida en la radio del coche, claramente la banda sonora de este viaje.

7-Abril-2009 - Glaciar de Argentiere
La luz de la Luna inunda la cuenca glaciar con una intensidad mágica. Casi parece que se pueda masticar. El reflejo lechoso de las inmensas paredes de La Verte, Les Droites, Les Courtes, El Triolet, la Aiguille de Argentiere, la Chardonnet nos rodean envolviéndonos, atrayéndonos, invitándonos a acercarnos a ellas. Acabamos de salir de la estación superior del teleférico de Grand Montets descendiendo dirección a ese inmenso río de hielo que es el glaciar de Argentiere.

Al calor de la calefacción de los baños
Hace unas horas que llegamos con el último teleférico, y desde las cinco de la tarde hemos intentado dormir algo, tirados en el duro cemento de los pasillos, con el plumífero hasta las orejas. Bueno, eso hasta que nos dimos cuenta de que en los baños, dos franceses están en camiseta; hay calefacción. Viviendo y aprendiendo, allí nos apretujamos a esperar a que llegara la hora.

Ahora son las doce y media de la noche, caminamos desencordados y en silencio por mitad de este valle blanco, rodeados de caras norte de fama mundial, siguiendo las huellas para evitar zonas de grietas, y con una sensación extraña: estamos empezando nuestra actividad a esa hora en la que el cuerpo cree que debe tirarse a dormir y descansar, empezando lo que previsiblemente va a ser un día largo, muy largo.

En un momento determinado decido apagar la frontal para ver las cosas con su verdadera luz: es suficiente para caminar. Trato de grabar en la memoria las imágenes de mis retinas, esas que la cámara rápida del alpinista no puede captar; haría falta un trípode, conocimientos fotográficos y tiempo, tres cosas que no tenemos. Las raquetas ayudan en el avance sobre toda esta nieve fresca. Hace frío, bastante frío en realidad, porque en una sola hora desde que salimos ya se nos ha helado una botella de 2 litros de agua dentro de la mochila. Yo decido envolver la mía con algo de ropa para retrasar ese efecto.

Después de unas dos horas de aproximación nos encontramos delante de nuestro objetivo, la cara norte de Les Courtes. Es una montaña grande, una clásica de referencia, pero no me siento tan impresionado o asustado como con la que nos rechazó en Suiza anteayer; allí la sensación de miedo era totalmente clara para mí. El Eiger tiene una leyenda que me grita en silencio nada más verlo. Este nuevo objetivo me ofrece mucho respecto, pero me siento más cómodo, además estoy muy arropado por mis compañeros, Javi y Tita son alpinistas de mucha experiencia.
Empezamos a aproximarnos a la vía, los pasos en terreno llano van cambiando a laderas de creciente inclinación, empiezan las zetas. Aprovechando un pequeño rellano nos ponemos los arneses, los crampones y los cascos. Dentro de poco comenzará la escalada.

La nieve sigue profunda y el frío intenso. Nos turnamos en cabeza para abrir huella buscando el punto flaco de la rimaya: hace dos años, Javi y yo hicimos esta misma aproximación, con la misma ilusión, sólo para darnos de narices con un vacío de más de cinco metros de grieta insalvable. Retirarte a las tres de la mañana es muy frustrante. Pero seguro que esta vez tenemos suerte.

Encordándonos en la rimaya hacia las 2 y media
Por fin Javi se detiene, hemos llegado al punto de encordarnos y comenzar la escalada: delante de nosotros se abre la grieta que un precario puente de nieve nos permitirá flanquear. Después de unas pocas palabras, nos pasamos el material, desenrollamos las cuerdas y empezamos a asegurar al Pequeño, que cruza la grieta y se remonta por la pared de enfrente con suma facilidad. En pocos minutos ha agotado las cuerdas de sesenta metros, y ha montando la reunión. Tita comienza su escalada, y después de unos metros de margen empiezo yo: la nieve de la pared opuesta de la rimaya está totalmente echada a perder después de que hayan cruzado mis colegas, y me está costando mucho remontarme. De repente pierdo el equilibrio y sin apenas darme cuenta aparezco tirado de espaldas sobre el puente de nieve, con la negrura de la grieta saludándome a mi izquierda. Vaya, ¡Les Courtes me ponen en mi sitio en la misma rimaya! 

“There is no adventure until something goes wrong” Ivon Chouinard.

Después de recuperarme unos segundos (y de pedirle a gritos a Javi que tense la cuerda), consigo remontar el paso y avanzar ya a ritmo por la pala de 60º en que nos vamos metiendo.
Alcanzo la reunión número 1 y comienza el ritual que repetiremos hasta la saciedad, intentando hacerlo con eficacia, sabiendo que en la agilidad de esas maniobras de reunión está el secreto de resolver una escalada de estas dimensiones en un horario aceptable. La Luna se ha ocultado en la vertiente sur y trabajamos únicamente con la luz de las frontales. Javi arranca de nuevo remontando un corredor sencillo, y en cuanto se acaban las cuerdas Tita y yo salimos en ensamble para estirar el largo a unos ochenta metros. Esta secuencia se va a repetir hasta que perdamos la cuenta: Javi apurando a tope las cuerdas o incluso obligándonos a abandonar la reunión hasta que encuentra un lugar idóneo para el próximo relevo. Escalar en ensamble es muy rápido, pero requiere confianza en tus compañeros. Así vamos ganando altura sobre el glaciar. Las dificultades aumentan, los resaltes mixtos se alternan con los heleros amplios. La pared gana un poco de verticalidad haciendo interesante cada largo de cuerda, aunque cada vez tenemos más la sensación de estar en una variante a la derecha de nuestra vía: no es posible que los Suizos subieran por aquí hace tantos años con el material de la época: en ocasiones me veo gancheando en la roca, recuperando friends, tornillos, empotradores. Cada vez más tieso.
“Seguro que estamos en esa zona intermedia de la pared donde se concentran las mayores dificultades” pienso. El caso es que se nos está haciendo más duro de lo que esperábamos. Claro que Javi y Tita suben silbando…

Sin la luz de la Luna, nuestra perspectiva se reduce al haz de la frontal
Largo tras largo alternamos los corredores con las palas, los resaltes mixtos con las pequeñas cascadas. Ahora parece que nos enfrentamos a un largo más delicado. Javi lo resuelve eficazmente. Cuando nos toca escalar, Tita comienza sus maniobras y yo le sigo a unos diez metros. De repente oigo al alemán maldecir en su idioma, y casi simultáneamente siento un golpe en la mochila. A los pocos segundos le entiendo entre protestas que se le ha caído un piolet. ¡Coño, eso sí puede ser un problema! Inmediatamente reacciono, ¿no será el golpe sobre mi mochila, su piolet? Clavo los piolets, me coloco contra la pendiente, con sumo cuidado me quito la mochila, la voy girando y, ¡bingo!; sí, enganchado de milagro en una de las correas está el piolet de Tita. Lo anclo al arnés, les informo de la buena suerte que hemos tenido y continúo hasta la reunión donde celebramos la casualidad.


El día va ganando paso a la noche y la luz del amanecer se hace cada vez más presente. El sueño me hace bostezar en las reuniones mientras aseguramos al Javi. De cuando en cuando vislumbramos algo que parecen huellas de cordadas anteriores, la pared se ha repetido en los días precedentes, pero nunca son concluyentes. Lo que apenas vemos es material, con la excepción de uno o dos pitones no hemos visto nada en toda la escalada.

La tónica de la vía, aquí en los largos finales
“Moved los pies, mantened la sensibilidad, que en estas condiciones las congelaciones son más rápidas de lo que se piensa uno” nos dice Javi. Tita y yo hacemos caso y pateamos cuanto podemos en las reuniones semi-colgadas en las que pasamos los breves espacios de tiempo que al de Santander le lleva estirar las cuerdas en la cinta blanca de la pared. Lo cierto es que excepto en la nieve fresca de la rimaya donde se me quedaron las manos como tablas, el resto del tiempo me encuentro realmente cómodo, y los pies igual. Sorprende por estar en la primera semana de Abril, lo que en Alpes son condiciones invernales, y llevando guantes finos y las botas de cuero. Con el mismo equipo paso más frío en Picos.


Ya es de día y esto parece no tener fin. Hacemos apuestas sobre el número de largos que restan hasta la arista somital: “Cinco” propongo yo. “Ni de coña, mínimo ocho” dice Javi. “Sí, por ahí serán” opina Tita: todos nos quedamos cortos. El terreno se va haciendo más tumbado, pero a la vez mantiene su encanto, nos hace circular entre roñones de roca, que ofrecen emplazamientos para los seguros a parte de los tornillos de hielo, y rompen la monotonía de una pala de hielo uniforme.
Por fin llegamos a lo que parece la arista cimera. Sí que lo es, pero tenemos que remontar por la misma otros cien metros hasta una antecima para poder coger la bajada hacia la ruta Normal de la cara Sur. Los últimos metros de ascensión los hacemos entre jirones de niebla: el mal tiempo puede aparecer en cualquier momento en estas altitudes...

El Gallo
Al cabo de unos minutos alcanzo a Javi, que está sentado por primera vez desde que empezamos anoche. Después de mí llega Tita. Son las once de la mañana. Llevamos doce horas sin parar, casi diez de ellas en la vía, y aún tenemos que bajarnos de este filo… Nos felicitamos por la ascensión, ha sido estupenda. Creo que todos nosotros esperábamos una escalada más fácil, pero la montaña nos ha sorprendido con una actividad más técnica, en la que hemos disfrutado mucho. Les Courtes se ha hecho respetar.


Recogemos el grueso del material, comemos y bebemos para recuperar fuerzas y a la vez le vamos echando un ojo a nuestro siguiente objetivo: destrepar la vertiginosa asista que conduce dirección a Les Droites, para una vez en el collado, echarnos abajo hacia el glaciar de Talefre. La guía hablaba de pasos delicados.


Con un rápel de sesenta metros desde la misma antecumbre ahorramos parte del destrepe, a partir de aquí, con suma atención, vamos flanqueando placas de hielo que conducen a toboganes sin retorno: no hay opción al error, así que me tomo mi tiempo, aunque veo a mis colegas distanciarse.

El collado con Les Droites entre la niebla
Cuando alcanzamos terreno menos problemático me relajo, la cosa ya está hecha. Sólo queda aguantar el tipo en las muchas horas que tenemos por delante. Muchas horas y muchos metros de descenso hasta Chamonix, ya que es más que obvio que no llegamos a coger el último tren de Montenvers, y yo quiero llegar abajo hoy.
Me he quedado sin batería en el móvil, creo que el frío ha hecho que se agotara prematuramente. Igual que con la cámara de fotos, pero eso no me importa. Mi única preocupación en este momento es que no he podido llamar a Paula, para preguntarle cómo se encuentra (está embarazada de siete meses, el médico le acaba de decir que guarde reposo, y yo estoy lejos y en el monte) y para decirle que aquí todo ha ido bien y ya que estamos en terreno de caminar.

La nieve se hace más y más profunda; menos mal que ayer alquilamos las raquetas; si no esto sería una tortura real, entonces sí que nos tocaría dormir a medio camino en uno de los tres glaciares que estamos recorriendo: Talefre, Lexchaux, Mer de Glace. Incluso con las raquetas, la nieve recalentada por el sol de la tarde hace que nos hundamos hasta la rodilla. Cuando la inclinación lo permite, practicamos el “Culoski”, así ahorramos unos cuantos pasos y nos reímos. 

Miro hacia Couvercle y recuerdo aquella semana de diciembre hace unos años, cuando Estivi y yo disfrutamos de toda esta parte del macizo para nosotros en exclusiva.

Apuramos los tragos de la poca agua que nos queda, ahora por fin deshelada. No obstante podremos recargar en alguna de las surgencias glaciares que de cuando en cuando suenan a nuestro alrededor.

Las horas se suceden, a ratos hablamos de cosas varias, de sitios en los que hemos estado, de aquellos a los que nos gustaría ir, de vías de escalada… Yo interrogo a mis viajados amigos, que han estado en tantos sitios del Mundo. Otras veces nos pasamos largo rato sin hablar nada, cada cual ensimismado en sus meditaciones, intentando engañar al cansancio y al sueño.

Por fin llegamos a la altura de Montenvers; no vamos a subir a la estación del tren, ¿para qué? Intentaremos seguir bajando por el glaciar por donde los esquiadores se tiran en su descenso del Valle Banco hasta Chamonix cuando la carga de nieve es suficiente (esa esquiada la tengo que hacer algún día). Nos salimos finalmente de la morrena para adentrarnos en el bosque, donde a ratos llaneando, y a ratos subiendo para nuestra desesperación, cada uno por su lado mientras la noche nos alcanza de nuevo, vamos cerrando el ciclo de luz del día en este maratón blanco. Las señales nos confirman finalmente que estamos en el buen camino. Sólo queda agachar la cabeza y seguir caminando hacia la luz, abajo en el valle. Tras lo que parecen ser interminables giros y rectas entre los pinos, por fin nos acercamos al pueblo: al alcanzar unos descampados cerca de la estación, decidimos abandonar la vía del tren cremallera que veníamos siguiendo los últimos kilómetros. Nada más saltar la valla lateral y adentrarnos en un parking ilegal, Tita identifica una autocaravana aparcada a unos cuantos metros como la de unos amigos suyos. Nos acercamos en mitad de la noche, llamamos a la puerta y nos abren con gran efusión de saludos los dos alemanes que conocimos ayer; dos tipos grandotes, en la cincuentena, curtidos en mil batallas, contentos de vernos. Son las diez y media de la noche, llevamos casi veintitrés horas sin parar, con unos mil metros de desnivel positivo y unos tres mil de desnivel negativo. En ese momento, al pie de una autocaravana en mitad de un solar a las afueras de Chamonix, y ahora hablo por mí, con los pies mojados, los hombros machacados, mucho sueño y cansancio de la tensión del día, nos ofrecen y nos tomamos la que hasta la fecha es la Mejor Cerveza de Mi Vida.

Más tarde, trasladados a Les Gaillands, cenamos macarrones en la autocaravana invitados por estos puretas, comentando nuestra escalada y hablando de sus actividades, su forma de vivir, viajando tanto como pueden para esquiar, volar en parapente, escalar o hasta hacer surf. Confirmo para mi satisfacción algo que ya había observado antes; cuidando los detalles, la vida da para mucho y que se puede seguir disfrutando durante largos años de lo que nos gusta.

Yo duermo en mi coche, Javi en el de Tita, y este último en la autocaravana con sus colegas. A la mañana siguiente madrugamos y a las siete y media estamos en la carretera, afrontando una vez más los mil quinientos kilómetros de volante hasta casa. Javi es un gran amigo y alpinista, estoy pensando en pagarle yo la autoescuela, a ver si se saca el carnet, aunque no tengo muchas esperanzas ya… El viaje de vuelta siempre es más tedioso que el de ida, donde la ilusión te hace sobrellevar mejor las largas horas de conducción. Sin embargo, en esta ocasión, con la brillante actividad realizada y lo que me espera en casa, estoy muy contento. Llego a las nueve de la noche después de sufrir atascos en Burdeos, en la frontera de Irún, en la ronda de Bilbao y en la de Santander. Agotado, con los ojos rojos de los focos, la espalda tiesa, pero feliz.

La Norte de Les Courtes desde Argentiere, foto de 2007
Referencia "El Macizo del Mont Blanc, las 100 mejores ascensiones" Gaston Rebuffat
Actividad 94 Les Courtes 3.856 m