LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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jueves, 28 de agosto de 2025

Peña Beza, kilómetro vertical

2 agosto 2025
Soto de Sajambre (950 m), Peña Beza (1963 m), Soto (950 m). Solo


Mucho ambiente en el pueblo ante la semana de fiestas. Hace buen día y no demasiado calor. Después de comer ligero y reposar un rato, a eso de las 4 y media salgo de casa. 

No quiero llegar tarde para poder aprovechar con la familia, así que arranco ligero. 
Voy sin estrés, procuro mantener ritmo que pueda aguantar bien. Después de dejar la pista de los Collaos me enredo un rato entre felechos altos y cotollas pinchudas flanqueado el Jorcueto. Este tramo siempre es peleón. Al salir a los prados la nube asoma desde la Portillera cubriéndose todo. Visibilidad a 20 metros. Mejor, más fresco.

En lo alto de la Canal de Misa paro a echar un trago. Miro la hora. Llevo justo 1 hora. Bastante bien.

Salgo a por el tramo superior, como siempre fuera de la ruta normal hitada, y más bien cerca de la arista, trepando los zócalos calizos para hacer más entretenida la ascensión. 

Cumbre. Mar de nubes. Asoma por encima el perfil del Cornión, Cabronero, Ten y Pileñes, a lo lejos el Mampodre, el Tiatordos. El resto bajo la nube. Una vez más celebro estar en la montaña. Me vienen a la cabeza los amigos. Algunos hoy mismo de monte por el Central o por Pirineos, algunos otros lesionados, otros que hace mucho que no veo. Y otros que ya se fueron...





Bebo casi todo lo que me queda en la botella. Tiro un par de fotos, mando un mensaje a Paula de que arranco para abajo.

Pronto vuelvo a estar metido en la nube. Atento a los pies. Cencerros lejanos. Todo va bien y al rato vuelvo a pasar por los puntos de control, Canal de Misa, collada, enlace con la pista. Una vez en esta, al cabo de un rato caminando, las piernas se me van solas a un trote suave, minimizando impacto, pero que casi podríamos llamar correr... Santa prótesis de cadera.

Al llegar a la plaza paro el reloj y veo que salen 10 km justos ida y vuelta. 5 km por trayecto. Esto es 20% desnivel medio.



Han sido 2 horas 43 minutos total. 1 hora 30 minutos subida. 5 o 6 minutos en cumbre. 1 hora y 8 minutos bajada.


Está muy lejos de mis mejores tiempos para este recorrido, de subida (1 h 10 min) y de bajada (45 min), pero estoy realmente contento con las sensaciones. Y como siempre, ese algo tan especial cuando estoy en el monte...

Entro al pueblo y me encuentro un montón de gente delante de casa de Esther que me saluda, ¡y yo con la gran sudada!

Más tarde disfrutamos en el prado de la Pascualina de un estupendo concierto de un grupo folk. Cerveza en mano, rodeado de familia política, amigos y conocidos.


Casualidades de la vida, me encuentro con mis amigas Rosa, Raquel y algunas más de las UnaaUna que fueron hoy hasta la Bermeja. Tras un rato en el prado, tengo que buscar asiento que el cuerpo está cansado... 

Al día siguiente paseo tranquilo con la familia hasta el mirador de Los Porros, al Fortín como venimos haciendo tantas veces. 


Soto (950 m), Los Collaos (1350 m), flanqueo Jorcueto, Puerto de Beza (1511m), Canal de Misa (1700 m), Pica Beza (1963 m).


jueves, 16 de abril de 2015

Los cuatro elementos

Dice la Wikipedia que muchas doctrinas antiguas usaban un grupo de elementos para explicar los patrones en la naturaleza. En este contexto, la palabra elemento se refiere más al estado de la materia (o sea, sólido/tierra, líquido/agua, gas/aire, plasma/fuego) o a las fases de la materia (como en las cinco fases chinas), que a los elementos químicos de la ciencia moderna.



Tales de Mileto propuso como el principio o arché de todas las cosas el agua, después Anaxímenes consideró el aire, Heráclito el fuego y Jenófanes la tierra (Aecio y Sexto Empírico nos transmiten un fragmento (B 27) en el cual Jenófanes dice que la tierra es principio y fin de todas las cosas. Pero Aristóteles había dicho que ningún pensador había atribuido a la tierra el carácter de elemento primordial.). Para Aristóteles el "eter" o quinto elemento es la quintaesencia, razonando que el fuego, la tierra, el agua y el aire eran terrenales y corruptibles, y que las estrellas no podían estar hechas de ninguno de estos elementos, sino de uno diferente, incambiable, y de una substancia celestial. Los pitagóricos utilizaban las letras iniciales de los cinco elementos para nombrar los ángulos de su pentagrama, y los identificaban con los sólidos platónicos.
La teoría de las cuatro raíces de Empédocles (cerca del 450 a. C.) es mencionada por Aristóteles:

El fuego es a la vez caliente y seco
La tierra es a la vez seca y fría
El agua es a la vez fría y húmeda
El aire es a la vez húmedo y caliente




La Peña Santa asomando vigilante

Dicen algunos estudios por ahí que muchos niños de las grandes ciudades no saben que la leche no viene de los tetrabriks del supermercado. Que en su mundo cotidiano de cemento y asfalto, apenas pisan verde.  Que cuando ven vacas de cerca, creen son toros y que embisten (esto no sólo le pasa a los niños, doy fe). Que muchos de ellos tardan años en ver y sentir la nieve.
Sus vidas están muy lejos del contacto directo con la naturaleza.

Yo haré todo lo posible porque a mis niños no les pase esto.

Creo que el contacto con la naturaleza es fundamental para el aprendizaje de lo que somos, para conocer aquello de lo que formamos parte.




Lo llevamos en los genes. Si le das la opción, un niño jamás podrá evitar agarrar un palo, lanzar piedras al agua o por una pendiente, esconderse entre los árboles, pisar la nieve por más que esté fría y le moje, trotar por los prados, hacer montones con hojas secas, meterse en los charcos de agua o de barro… Son juegos básicos.


El Agua es a la vez fría y húmeda

Veo como parte necesaria de nuestra formación el sentir el viento, sufrir al subir las cuestas, notar el escozor de las ortigas,  ver lo muy grande que es un caballo de cerca,  o lo que se agradece el calor de la chimenea cuando es de noche y hace frío.

Todo es mejor en el campo: la misma merienda de casa sabe mejor sentado en un prado de montaña.
Recolectar los frutos silvestres o recoger astillas para encender la chimenea de casa son  verdaderas aventuras.


El Aire es a la vez húmedo y caliente (según, diría yo)


El Fuego es a la vez caliente y seco

La era urbana y digital nos domina. Pocas cosas me desagradan más que ver a un grupo de niños sentados en batería  a la puerta de un bar, cada uno jugando con su Tablet, o móvil, o consola o como quiera que se llame. Ya veo en casa lo difícil que es evitarlo, sin darnos cuenta Javi coge la Tablet o el móvil de su madre, o se sienta al ordenador y busca juegos. Y cuando se lo permitimos simplemente se queda hipnotizado.
Unos días en el pueblo los transforman. Bajar a la calle simplemente por salir al exterior, por estar a su aire, autónomos, por sentirse libres, es un impulso irrefrenable que no pueden evitar. Me encanta verlo.

Los niños tienen que correr, jugar a la pelota, esconderse. Tienen que caerse y hacerse heridas en las rodillas, levantarse llorando y seguir corriendo dos minutos después.


La Tierra es a la vez seca y fría


A última hora de la mañana del sábado, en contra de lo prescrito por el médico y de lo que me dice el sentido común, me puse de corto, me calcé las zapatillas y salí corriendo pista arriba. Últimamente me permito el lujo de correr un rato de vez en cuando. Precisamente debido a lo poco que lo hago, sumado a un par de kilos de más, sufro bastante, especialmente si es cuesta arriba como era el caso. Curva tras curva seguí la desierta pista de Vegabaño, rodeada de ese gran bosque silencioso de hayas y robles, aún desnudos de hoja. Iba concentrado en las pisadas, intentando reducir en la medida de lo posible el impacto a mis articulaciones. A la vez iba disfrutando el paisaje y el aire frío (hoy estábamos por debajo de 5 grados). Iba encantado a pesar del latir de las sienes, del protestar de las piernas y de la respiración acelerada. Al llegar al Mirador de los Porros me di la vuelta cuesta abajo hacia el pueblo.
Apenas fueron cuarenta minutos pero los sufrí y los disfruté a la vez como si hubieran sido muchos más. Por contradictorio que esto suene.

Unos días estupendos en la montaña aprendiendo con los cuatro elementos. Pura Vida.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Saber sufrir

El sufrimiento físico es algo que, en mayor o menor grado, nos acompaña desde siempre. Siempre está presente, aunque normalmente en dosis muy bajas.
El saber sufrir, conocer tu cuerpo y tu mente, y cómo estos se interrelacionan, es algo que ayuda en muchas situaciones de la vida; de forma directa para la práctica de la montaña, pero también de forma muy importante en algunas totalmente dispares y separadas del deporte o del ejercicio físico.

Kelly Cordes reflexionaba reciéntemente sobre el tema, mezclando como siempre el profundo análisis con la ironía y la sorna que le caracterizan. Una entrada muy buena:  To suffer well

Por supuesto, siempre hablando del sufrimiento relacionado con el deporte. Como dice Kelly Cordes, "en cierto sentido, se trata del sufrimiento autoinfligido de los privilegiados".

A saber sufrir solo llegas a base de acumular callo. Para eso necesitas acercarte a tus límites, probarte. Necesitas repetir situaciones en las que el cuerpo te pide parar, abandonar, dejarlo, y en las que sin embargo te obligas a seguir. Correr es un ejemplo claro de una situación en la que, desde que empiezas, el cuerpo te pide parar. Si además de correr, lo haces cuesta arriba, la voz interior sube de volumen de forma exponencial.

El sábado por la tarde me fui con mis amigos Chus y Tito hasta el Centro Asturiano de Oviedo, para correr la edición de este año de su Carrera de Montaña al Naranco. Por distancia y desnivel se trata de una opción muy buena para iniciarse en las carreras de montaña. 
Las cinco de la tarde. Bochorno. Unos cien corredores en un ambiente excelente. Algo menos de diez kilómetros. Algo menos de quinientos metros de desnivel. Cincuenta y cinco minutos. La mayor parte de ellos sufriendo. 
Llegué a la meta esprintando, con el corazón en la boca y los ojos inyectados. Tardé cinco minutos en recuperar el resuello.
Es parte del eterno aprendizaje. Ya tengo ganas de la siguiente...

viernes, 29 de julio de 2011

Peña Beza rápida

Sábado 23 Julio
Soto Sajambre (950 m) -  Peña Beza (1963 m) – Soto Sajambre
1 h 50 minutos

En el curro, con toda la tarde por delante para estar sentado delante del ordenador, y el resto de la semana parecido (y dando gracias, que no está la cosa como para quejarse…), la perspectiva hace que la mente se escape hacia las cosas que me gustan.


El pasado fin de semana estuvimos en Soto. El sábado por la mañana fuimos hasta Vegabaño: subir con Javi a la espalda, cuarenta y cinco minutos para arriba, jugar un rato en la pradería y otros cuarenta y cinco para abajo, con sus doce kilos y pico más la mochila, unos catorce totales, sirven de recordatorio de lo que es portear mochilas. La vida es entrenar: entre semana tuve con Luque una buena sesión de escalada en la Manzaneda, a pesar de la lluvia, hoy en cambio toca cargar mochila, y luego por la tarde quizá correr un poco. 




Hay muchísima gente paseando por todas partes, hoy el ambiente está muy agradable, la temperatura suave, el verano está retrasado (si sigue así vamos a pasar al otoño directamente) y el verde es aún primaveral.



Por la tarde, charla animada con Pedro que anda de paseo con su niño, Marino, casi igual que Javi: comparamos progresos.
Hacia las siete me cambio y salgo de casa cuesta arriba con intención de subir a Peña Beza, como tantas veces. Subo el primer tramo de pista hasta Los Collaos a buen ritmo, aunque regulando el esfuerzo. Una vez fuera de la pista, los lirios azules destacan entre la hierba y los arbustos, y distraen la mente de las sienes palpitantes, de los muslos que se quejan, y de la respiración acelerada. También están esos cardos azul eléctrico tan guapos.



En lo alto de la Canal de Misa (1700 m) miro el reloj, cincuenta minutos. Desde el pueblo hasta aquí la verdad es que nunca consigo correr demasiado, apenas algunos tramos aislados de pista, el resto es caminar rápido, pero es que el desnivel es demasiado para mí. Continúo ahora hacia arriba por la arista levantando manadas de cabras que, sorprendidas, salen corriendo en todas direcciones. Las trepadas finales se agradecen, ir a cuatro patas relaja el ritmo cardíaco y distrae.

Cumbre, miro el reloj, una hora y siete minutos: ocho menos que el mejor tiempo que recuerdo. Mirada rápida alrededor, los Picos no se dejan ver, cubiertos por una densa nube, de la costa se acerca una niebla rápida que sube trepando desde Amieva. Miro el buzón por costumbre, recojo una tarjeta de una gente que subió cinco días antes, y sin más arranco hacia abajo.



De tanto en tanto me recuerdo prestar atención a los destrepes: a esta altura de la tarde, con poco más de una hora de luz por delante, en camiseta y sin nadie por aquí,  un percance puede ser un buen lío, aunque sólo sea torcer un tobillo...
Entre jirones de niebla y vacas impasibles que me miran trotar cuesta abajo llego de nuevo  a lo alto de la Canal de Misa: una hora y veintiún minutos. Sin parar sigo canal abajo, y desde su base derivo hacia la izquierda buscando el camino más directo para enlazar con la pista hacia Valdelosciegos. Como siempre, equivoco algún giro, y tengo tramos de cotolla.
Una vez en la pista, la cabeza ya puede relajarse y dejarse ir, el correr ya es más automático aquí, y el nivel de atención para sortear los pocos baches y las piedras sueltas se rebaja. Entro en el pueblo por en medio de los árboles de la fuente, con la luz ya baja, paro el crono en el puente: una hora cincuenta minutos. Cuarenta y tres minutos de bajada desde la cruz de la cumbre hasta la fuente. En el tiempo total diez minutos menos que mi mejor registro, pero es que la temperatura fresca de este mes de julio, que más parece octubre, unido al recorrido seco y sin excesiva vegetación, todo ha contribuido. Mil metros de desnivel para arriba y para abajo, en menos de dos horas, pienso lo mismo que antes, todo es entrenar. A ver si se nota en alguna escalada rápida este verano y en alguna carrera este otoño. Estiramientos delante de casa. 

El domingo amanece lluvioso, a jugar con Javi, un plan difícil de mejorar...

viernes, 27 de mayo de 2011

Valle de Samuño “Memorial Marcos Hernández”

15 Mayo 2011
Valle de Samuño “Memorial Marcos Hernández”
22.4 km, 1.500 m desnivel
Dani Martínez, Chus Rivas
lagueyo


Mi primera carrera de montaña oficial.
Después de muchos años corriendo, o como dice un buen amigo “gastando zapatillas”, y gracias a Dani que insistió bastante, por fin me animé a apuntarme a una carrera oficial.
El día amaneció nublado como viene siendo habitual esta primavera. Cuando llegué a Ciaño a recoger el dorsal,  el ambiente en la zona de la salida se veía animado de participantes y muy profesional por parte de la organización. Nos entregan una bolsa regalo con varias cosas con las que no contaba.
Va llegando más gente y entre ellos mis compañeros Chus y Dani. Estamos todos con ganas, yo con algo de nervios por empezar.
Llegada la hora, en el recinto acotado de la salida nos amontonamos los participantes bajo una lluvia fina, un buen grupo que rondará los 150. Por megafonía reclaman la firma pendiente de alguno de los apuntados. Charlando con Iván, que corre el circuito completo de carreras de montaña de Asturias, más alguna otra fuera de la región, le pregunto por la estrategia a seguir: la cosa está clara, cada uno según se ve, correr o caminar, comer y beber o no, pero en principio salir siendo conservador, que la cosa es larga…


Por fin empezamos y mientras el pelotón se va estirando ya nos vamos metiendo en un bosque espeso con cuesta pronunciada, camino embarrado y muy estrecho. Las primeras sensaciones son buenas, vamos calentando y poco a poco empiezo a coger ritmo, aún así, cada poco, la cuesta y el atasco de gente obliga a caminar.
Cuando alcanzamos el primer punto de avituallamiento me parece que llevamos una eternidad, y todavía estamos en el kilómetro 4…
Las rampas entre árboles, con piso embarrado son muy duras y lo serían mucho más aún si no fuera por el gran trabajo previo de la organización tallando escalones, marcando las curvas, balizando…


Chus y yo vamos acoplados al ritmo de un pequeño grupo que nos parece que podemos aguantar (aunque más tarde se nos escaparon), y a mí se me van sucediendo las fases de euforia, de pensar estoy como un cañón, con las de pesimismo y sensación de cansancio total, y esto no necesariamente en función de subir o bajar, cosa que vamos alternando.
Nuevo avituallamiento, km 7.5, en un pequeño collado verde, muy guapo: comemos algo de fruta y bebemos agua y acuarius. Recuperados arrancamos entonces en un descenso vertiginoso  hasta el valle, para arrancar de nuevo hacia arriba por dentro de un denso bosque donde incluso remontamos algún tramo de escalera hecha de troncos. A ratos tiro de Chus, a ratos es él quien tira de mí. El ambiente general es muy positivo, tanto entre participantes como con la gente de los controles y el poco público que nos saluda abrigados en la mañana nublada y húmeda.



El cansancio va afectando y me concentro en dosificar, acabamos de pasar la mitad del recorrido y ahora afrontamos un tramo largo de subida sobre el cordal de varias cumbres que toca crestear: aquí el terreno es más abierto, hay más luz, más de montaña, entre arbustos y rocas vamos siguiendo las banderitas que nos marcan cada pocos metros el camino. Con niebla estas banderas habrían sido imprescindibles. Chus delante me marca el paso, las sienes me laten con fuerza, el corazón acelerado en los repechos, los cuadriceps no quieren más... Por fin coronamos la última cumbre y empezamos a bajar: todo es distinto ahora, revivo, parece que no cansa y que puedes correr eternamente, aunque continuamente me recuerdo ser cuidadoso con las rodillas. Llegamos al punto kilométrico 15 y empiezo a ver más color a esto, llevamos dos horas y veinte minutos, calculamos que como mucho nos debería llevar otra hora, es el optimismo de la bajada… Volvemos a adentrarnos en un denso terreno boscoso, de luz atenuada, de atención al barro, de agarrarse de los árboles, de patinaje controlado. Las zapatillas van muy bien, suela nueva, mejor que las de Chus que resbalan más. A ratos me separo y lo espero, pero poco a poco me voy distanciando y pronto ya corro solo.

Tramos cortos de subida en medio de la gran bajada, algún llano pero muy corto y excepcional. Empiezo a notarme muy cansado. Los chavales de los controles me animan, me recomiendan por dónde afrontar los tramos complicados, y uno de ellos, mientras me tira fotos, me avisa de la cercanía del último avituallamiento, km 18. En un tramo de subida con barro profundo en el que se me quedan los pies clavados, como tantos otros en la carrera, ahora me está costando mucho mantener el trote y llegar al control.

Por fin llego, y algo colocado me paro a comer y beber un poco como en los anteriores, me noto muy cansado. Arranco de nuevo con la sensación de que los 4 km que quedan me van a costar un montón. El “hombre del Mazo” me ha visitado sin contar con él: intento mantener el ritmo a duras penas, voy solo y me cuesta. De lejos empiezo a oír las voces alegres que ya escuché varias veces a lo largo del día, siempre por detrás: vienen de un elemento veterano, con barba y pañuelo a la cabeza, que va dando ánimos a voz en grito: “Jerónimoooo!!!! Somos los mejores!!!”. Me alcanzan él y un colega, y sin contemplaciones me obliga a engancharme a ellos, me pregunta cómo me llamo y me empieza a animar sin parar, parece que revivo, me acoplo a su ritmo y nos lanzamos al tramo de bajada final de bosque, abrazando árboles, deslizando en el barro y adelantando a otros corredores a los que también anima a unirse a nosotros. En el último kilómetro ya hay más gente a los lados del camino animando y aceleramos el ritmo. Vuelvo a sentirme bien y en la recta final estiramos la zancada casi hasta el sprint, cuando por fin cruzamos la línea de meta me abrazo a Miguel, que así se llama, que me ha salvado de mí mismo y del “hombre del Mazo” en esta fase final de la carrera.

En el medio Miguel, pura energía y motivación
3 horas 21 minutos: el doble de tiempo que en mi única media maratón, pero es que los 1500 metros de desnivel y el tipo de terreno embarrado, me han hecho imposible correr más.
Ha sido una experiencia buenísima: correr y sufrir por el monte (porque he sufrido bastante), con este ambiente de compañerismo, con una gran organización. Desde luego para repetir. Me ha encantado.

viernes, 29 de abril de 2011

Las cosas pequeñas

Sajambre
20 a 22 Abril 2011

El tiempo no daba para mucho: un manto neto de nubes gris amenazante, por zonas muy oscuras, lo cubría todo opresivamente. Dentro de lo malo, apenas llovió. De hecho, el jueves al mediodía salió un rato el sol, justo cuando salíamos de paseo por la pista hasta el mirador de los Porros. Javi iba cansado de jugar y se quedó dormido en la mochila a media subida. Sus doce kilos y medio se llevan mejor cuando son estáticos, aunque vayan desplazados a un lado… Una vez en el mirador ya volvió a la actividad incansable, corriendo, saltando, explorando los límites que le dejamos: todo es nuevo cuando apenas tienes dos años, los árboles, los caracoles, el canto de los pájaros, las cabras… Cuando la luz del sol penetra, vemos que el bosque está increíble, con un verde especial, joven, de renacer a la vida después del invierno.

Después de comer, enredando por casa, jugando con el crío y charlando con la gente en la bolera, se me ha hecho más tarde de lo que quería, pero igualmente me preparo para salir a correr un rato.
Son ya las ocho, así que creo que repetiré algún circuito conocido, de tiempo controlado: salgo del pueblo (950 metros) por la pista de Vegabaño, con ritmo tranquilo para ir calentando cuesta arriba. Por segunda vez hoy, paso por delante del desvío de los Porros, miro el reloj, dieciocho minutos. Desde aquí la pendiente afloja y la pista serpentea en un falso llano por entre el bosque. La luz va declinando y cae sin parar una lluvia fina, aunque no es suficiente para ponerme el chubasquero que llevo amarrado a la cintura.
Hasta ahora no me he cruzado más que a un chaval bajando (y será el único).
Cuando alcanzo la portilla de cierre para los coches miro otra vez el crono, treinta y seis minutos; voy algo más lento que otras veces. No me preocupa. Ya hace un rato que he decidido ir hasta la majada, por asomarme una vez más a esa vista idílica. Cruzo la portilla y continúo subiendo hasta Vegabaño. Una vez allí, abandono la pista para pisar la alfombra verde y acolchada. No miro el reloj y giro a la izquierda hacia el camino de Carombo y la Jocica. Otra vez dentro del bosque, ahora con menos luz, continúo sube-baja hasta alcanzar el puerto de Barcinera (1345 metros). Cuarenta y nueve minutos. No voy mal, a Paula le dije que correría como una hora (claramente va a ser algo más).
Inicio el descenso por lo que ahora es un camino de montaña, estrecho, irregular, embarrado a ratos, con piedras que sortear, en la luz mortecina de este atardecer nublado de abril. Hay que ir atento a los tobillos. Mi respiración se regula, me siento en equilibrio con el paisaje y con el esfuerzo.
Ya he salido del bosque y ahora troto por la hierba y entre helechos en dirección a la pista de Valdelosciegos, que viene de la Portillera de Beza, por donde pasa el Arcediano. Con los años, por fin me voy aprendiendo los nombres.
Bordeando la falda de peña Beza voy levantando la vista cuando puedo, a intervalos muy breves, para observar las cumbres en el escarpado horizonte que tengo delante: el Niajo, Pileñes, peña Ten, el Jario. Apenas unos pocos parches blancos de nieve agonizan de forma temprana en esta primavera extraña.
Voy pensando que no he visto ningún animal, ni siquiera ganado, que todavía está en cuadra o en tierras más bajas. Hoy nos han dicho que este año, a Adolfo el lobo le ha matado un montón de cabras. En estas estoy cuando de repente un gruñido a unos ocho metros a mi izquierda me indica un jabalí que huye, a los pocos segundos salen otros dos más. Menos mal, echaba de menos ver vida salvaje, aunque sea con los muy abundantes jabalíes. Reconfortado con el encuentro voy acercándome a la pista, la cojo y recorro aún por ella algún kilómetro más, ahora de fuerte desnivel, hasta el pueblo. Arrecia la lluvia y acabo poniéndome la chaqueta. 
Por fin alcanzo la fuente, paro el crono; hora y catorce minutos. No sé calcular bien la distancia, trece o catorce kilómetros, quizá más, quizá menos, y unos cuatrocientos metros de desnivel. Ha estado fenomenal; no el tiempo, sino la experiencia. Lo único malo es la molestia de la rodilla izquierda que ya venía chirriando hace rato. Ya más tarde, una vez enfrió, la molestia se transformó en un dolor sordo, que me recuerda que hay que cuidarse: quizá convendría incluso ir a ver al médico, por si resulta que hay suerte y la cosa tiene solución, y no es como yo creo, fruto de los años de caña y que ya me acompañará para siempre.


Al día siguiente, otra vez bajo cielos encapotados aunque menos,  disfrutamos de la tranquila vida del pueblo; echo una mano a mi amigo Diego a colocar una portilla en un prao, charlamos con los vecinos, jugamos con Javi, leemos mientras duerme la siesta… cosas sencillas que me equilibran. Me recargan las baterías. Es el encanto de las cosas pequeñas, que finalmente son lo importante y dan sentido a la vida, y que poco a poco voy aprendiendo a apreciar.

lunes, 17 de enero de 2011

Entrenar con la mente ocupada

Domingo 16 Enero 2011

Senda Peña Francia
13 km, 57 minutos, a 4 y medio el km

Correr como entrenamiento es rápido y efectivo. 
Ayer domingo al mediodía salí del Grupo Covadonga bajo un cielo azul, sabiendo que en esos mismos momentos, a pesar de las altas temperaturas de la costa, había unas condiciones muy buenas de nieve y hielo en Picos, y que amigos míos las estaban aprovechando. Con ese pensamiento le imprimes un impulso de rabia/envidia que te hace ir más rápido de lo habitual. 
Había hecho unas cuantas llamadas infructuosas para contactar con mis habituales.
Hay más días que longaniza, pero conviene no perder las buenas oportunidades. Para esta semana la previsión empeora, enfriará bastante y precipitará algo de nieve: los inviernos en Picos a veces duran sólo unos pocos fines de semana en condiciones... Creo que si consigo compañero, intentaré subir al monte igualmente.
Tendré que volver a abrir el abanico.
Al menos servirá de algo esto de correr, quiero creer.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

XXI Ruta Santa Bárbara 2010

Domingo 28 Noviembre 2010
Chus Rivas, Dani Martínez, Tito Rodríguez

Este año tocaba de Sama a Mieres, son unos 14 kilómetros, y yo nunca la había corrido pero me apetecía. Acabó siendo una experiencia de las que dejan ganas de repetir.

Salgo de casa hacia las nueve y cuarto, ¡nieva! ¡en Gijón!... la cosa pinta interesante. El coche marca 1,5º y tarda en desempañar lo suyo. Por la Minera la termómetro sigue bajando hasta 0º a la altura de Noreña. Habíamos quedado en Sama para recoger los dorsales; al llegar ya se ve gente por la zona en ropa de deporte, aún abrigados: en el suelo hay una capa fina de nieve aguada, a ratos llueve a ratos nieva, pero los ánimos están altos. Tiramos con los dos coches hacia Mieres para dejar uno allí y recoger a Tito: lleva corriendo las 20 ediciones anteriores y esta tampoco se la quiere perder.
Hacemos el trayecto por la carretera de San Emiliano: está nevada y hay que prestar atención. La temperatura sigue muy baja y trapea con intensidad. En Mieres la cosa pinta igual, después de pensar la logística de mochilas, ropa y demás, nos juntamos en mi coche para volver a Sama, algo apurados ya de tiempo. Charlando animados llegamos y aparcamos; dentro del coche nos colocamos los dorsales, fuera hace 1º y nieva. Una vez listos tiramos hacia el punto de salida, pero a medio camino cruzamos a un voluntario de Protección Civil que nos informa, cinco minutos antes de la hora de salida, de que han cancelado la carrera: ¡vaya chasco!
Rodeados de gente con cara desconcertada (algunos en camiseta de tirantes, estos igual estaban hipotérmicos además de desconcertados) llegamos a la zona de la salida oficial; me encuentro con Arturo que no lo ve claro, el caso es que ahora en el cielo se empieza a dejar ver el azul... Yo quiero correr; después de madrugar, el rollo de los coches y demás, hay que correr aunque sea de forma extraoficial. Como mis amigos piensan igual y también hay más gente que piensa lo mismo, al cabo de unos pocos minutos nos damos la salida a nosotros mismos y arrancamos trotando tranquilamente por el paseo del margen del río. Delante vemos otros grupos que ya han salido antes.
La carretera está muy guapa, con los prados y los árboles de alrededor nevados, es un paisaje invernal agradable para correr: todo será que se tuerza de nuevo el tiempo... Pero no, sigue aguantando mientras nos vamos elevando por las curvas de Cuestanaval y El Carmen: aquí llaneamos hasta San Tirso y a partir de aquí, en el kilómetro nueve y medio de los catorce totales, empezamos el descenso hacia Mieres. Vamos tranquilos hablando cuando nos cruzamos con gente que ha bajado corriendo hasta Mieres y vuelve de nuevo  hacia Sama, estos sí que son atletas.
Alcanzamos finalmente a la zona urbana y después de un breve callejeo llegamos al parque donde estaba prevista la meta: allí unos pocos nos reciben con aplausos, entre ellos la mujer de Tito y la de Dani con los niños.
Ha estado muy bien, sin ser carrera oficial el ambiente ha sido relajado (aunque tampoco hubiera sido tenso siendo oficial) y la nieve ha dado un toque al paisaje. Por supuesto, la compañía cuenta. Lo he disfrutado y espero repetir el próximo año: a ver qué depara la meteo.

lunes, 25 de octubre de 2010

Domingo lluvioso de Otoño


24 Octubre 2010

Fin de semana en el pueblo. El otoño ha entrado con algo de retraso pero los bosques ya se tiñen de color.
El sábado el tiempo estaba bueno, y lo aprovechamos bien paseando por los prados de alrededor del pueblo, jugando con Javi, buscando vacas y caballos que enseñarle, y más tarde buscando nueces que recoger. Hay pocas cosas que den tanto placer como el recolectar los frutos del bosque; las nueces silvestres son, como todos los frutos de los bosques de montaña, pequeñas, pero muy sabrosas. Aunque no encontramos muchas lo pasamos bien.


El domingo amaneció lloviendo tal y como habían predicho en el telediario. El plan de salir a correr peligraba, a ratos diluviaba. Hacia la una estaba ya cambiado, con los playeros puestos y el chubasquero en la mano, mirando por la ventana cómo caía una densa cortina de agua. En esos momentos dudas, en la tele iba a empezar la fórmula 1, y aunque ya sabía el resultado, la tentación era grande...

Finalmente, y pensando que cualquiera que me viera, pensaría que soy idiota saliendo a correr con este tiempo, salí de casa, me puse la capucha, arranqué el cronómetro y empecé a correr.
La densa arboleda del primer tramo de pista me atechaba ligeramente, pero más tarde la lluvia me caía encima sin piedad. Fui calentando poco a poco, las sensaciones iban mejorando a pesar de la cuesta continua. Curva a curva fui ganando altura hasta alcanzar el mirador de los Porros, ahí la cosa afloja: recuerdo que la pista, aunque sigue subiendo ya es más llevadera. Me cruzo con tres excursionistas bajando que me saludan sonrientes, se ve que disfrutan el paseo a pesar del agua.
Las ráfagas de viento me lanzan el agua a la cara, y también me traen hojas de haya, amarillas y naranjas que se me pegan en la chaqueta, yo las miro en medio de ese trance de esfuerzo regulado en el que parece que podrías seguir corriendo eternamente (esa sensación dura poco, pero es termenda).
Mi recuerdo de esta carrera en el verano me decía que lo duro estaba hecho. La leña apilada en los bordes de la pista tal y como José Luis y Diego nos dijeron ayer me avisó de que ya casi había llegado a la unión con el camino viejo: unos cientos de metros y me daré la vuelta.
Al llegar a la portilla miro el crono, treinta y seis minutos, "no está mal pienso" al darme la vuelta. Para bajar cojo el camino viejo, en la primera curva adelanto a otro grupo de unos diez excursionistas, estos me sueltan algún chascarrillo desde debajo de sus paraguas, capas y chubasqueros chorreantes. Sigo trotando con cuidado de no resbalar, la alfombra mullida de hojas de haya y roble esconde a veces baches y piedras.
Cuando cruzo entre las primeras casas del pueblo paro el reloj; 49 minutos, no está mal, 1 minuto más que en Julio...
La carrera ha estado genial: no ha parado de llover en todo el rato, pero lo he disfrutado en cada minuto.
Para cerrar el fin de semana, de la que nos vamos paramos el coche entre Soto y Oseja debajo de unos nogales y recogemos en dos minutos una buena bolsa que saborearemos durante una buena temporada: a mí seguramente me sepan a carrera por el bosque.

domingo, 15 de agosto de 2010

Correr entre los 0 y los 2000 metros

Al final todo es entrenar...

Está claro que para moverse rápido por el monte, hace falta estar en forma. También es obvio que para estar en forma hace falta entrenar. Hace mucho que pienso que la diferencia se marca casi siempre en los terrenos de aproximación, en los intermedios y en las zonas que precisamente parecen no tener importancia: es exactamente en esas fases en las que moverse rápido cambia las cosas. Escalando uno puede ir más o menos deprisa; hay gente que escala muy lento, algunos increíblemente lento, esta gente también se ha de centrar en esta parte, pero en mi caso sé que escalo bastante rápido, por lo que me centro en el resto.

Si entrenar se hace necesario, hay veces que esa obligación pesa. Con los años de rutina uno se ha acostumbrado a cierta disciplina, nada exagerado tampoco. Aún así, a veces no apetece. Otras en cambio, el entreno se convierte en sí mismo en un placer: esto es lo que me sucedió hace unos días, por dos veces:

3 de Agosto, Playa de El Palmar, Cádiz
En el declinar de la tarde, correr descalzo por la orilla durante unos 40 minutos, a lo largo de la kilométrica playa, prácticamente en estado salvaje, semidesierta, seminudista, con las olas del Atlántico acariciándote los pies, aunque carga algo los gemelos, resulta un auténtico placer. Al acabar, un baño en las olas con Javi.
9 Agosto 2010
Sajambre
Carrerita ascensión al Pico Jario.
A las 19:00 h salgo de Soto (950 m): subo corriendo por el camino viejo de Vegabaño hasta la primera curva por encima de los prados de Miraño: aquí los pulmones, el corazón y las piernas me obligan dejar de correr y seguir caminando hasta salida a la pista. Arranco de nuevo a correr, alcanzo la Vega y sigo así hasta el refugio, saludo a Julián sin parar y continúo caminando/corriendo a ratos hasta la cumbre del Jario (algo más de 1900 m). Un respiro en el buzón e inicio la bajada. La luz oblicua del atardecer me da desde la izquierda, veo mi sombra proyectada sobre el perfil de la ladera de hierba. La sensación es mágica, la describiría como de equilibrio total con el entorno. Levanto una manada de unos treinta rebecos que pacían tranquilos. Al poco me encuentro a José Luis, echando la tarde con los caballos, charlamos un poco y de nuevo continúo corriendo. Hay que ir atento a los pies, los tobillos pueden sufrir. Ya en el bosque, un corzo sale corriendo asustado a unos quince metros a mi izquierda, la hojarasca amortiguaba mis pasos.
Una niebla como de algodón se engancha en Carombo y Vegabaño, sigo corriendo hasta Soto con muy buenas sensaciones.
Son las nueve menos cinco; he bajado en poco más de 40 minutos. Los conocidos que me vieron salir y me ven llegar, me miran con una mezcla de incredulidad y desconfianza cuando les confirmo que sí, tal y como les dije al salir, he pasado por la cumbre del Jario, aunque haya sido ida y vuelta en menos de dos horas. Yo pienso para mí, si conocieran a un corredor de montaña de verdad…
Mientras estiro un poco (demasiado poco, como siempre) debajo de casa, en la bolera, y rehidrato con una lata de cocacola, pienso que hay muchos placeres baratos en la vida.

martes, 15 de junio de 2010

Media Maratón de Teverga: Hora y media muy larga


Faltaban cuatro días. Me había apuntado casi por impulso después de que Dani y Jose Camino me tiraran el anzuelo. Aún la semana anterior lo comentaba con mi tío Jose, atleta de toda la vida, pero me lo planteaba para dentro de unos meses, quizá en otoño. Ahora me preguntaba si sería capaz de llegar a La Plaza.

Media Maratón: nunca había corrido tanto, no más de catorce o quince kilómetros. Mis amigos me animaban diciendo que seguro que no tenía problema, y yo me animaba pensando que en bici o en el monte uno se enfrenta a esfuerzos continuados y de volumen. Pero correr es otra cosa y las dudas me acosaban: ¿sería mejor adoptar un ritmo bajo y reservar energías para la fase final, o por el contrario correr a un ritmo cercano al habitual y afrontar el final como pudiera? Ya había probado a correr por debajo de mi ritmo, y suelo ir mal. Decidí que me tendría que plantear el tema casi sobre la marcha.

Quedé con Dani en la meta para dejar un coche: en el trayecto de regreso a la salida comentábamos lo largo que parecía ahora que lo teníamos que hacer corriendo… El cielo estaba cubierto de una nube baja, amenazando lluvia, y no sabíamos si llevar chubasquero o correr en camiseta. La entrega de dorsales era algo nuevo para mí y los nervios del estómago me recordaban a los momentos antes de los exámenes, o de una reunión de trabajo, o de alguna escalada.

Por fin nos acercamos a la línea de salida, saludos a José Camino y a Mode que acompaña a Nerea. Suena el disparo y arrancamos a trotar torpemente entre los charcos e intentando no chocar entre todos: el ambiente es bueno, hay cachondeo en el pelotón, aunque seguro que los de delante ya están en modo carrera.

En el primer túnel nos tenemos que parar del todo. Seguimos calentando bajo una lluvia fina, mientras el grupo se va estirando. Dani y yo hemos empezado juntos, pero poco a poco lo he dejado atrás y pronto voy solo entre dos grupos de gente, buscando mi paso.

Los kilómetros están indicados, pero entre el agua y el barro, algunos no se ven: voy algo más alto de los cinco minutos, aunque lo voy corrigiendo. En el primer avituallamiento en el kilómetro cinco la gente coge agua, esponjas, limones, no lo entiendo, apenas hemos empezado.

En Proaza pasamos frente al cercado de las osas, que aparecen trotando y mirando la hilera de color que corre frente a ellas: los soldados del Noval, con sus camisetas rojas son una constante en la hilera. Mi grupo de referencia no para de adelantar gente, pero me encuentro bien en su paso, así que intento seguirlos. Ya vamos a algo menos de cinco.

El continuo control de tiempos no es tanto por hacer una marca decente, como por no ir más rápido de la cuenta y no poder terminar: yo creo que en torno a cinco por kilómetro sí puedo llegar a meta.

Los kilómetros se suceden y el paisaje es exuberante: el río baja fuerte de las lluvias de los últimos días, los bosques explotan de vida. La pista sube de forma continua, apenas perceptible excepto en algunas zonas concretas, pero siempre subiendo.

No voy mal, después de Peñas Juntas he pasado el desvío hacia el valle de Teverga, más o menos mitad de recorrido, y las piernas parecen funcionar bien de momento. Segundo avituallamiento y tampoco bebo. El día fresco y nublado ayuda, esto mismo con calor sería muy diferente…

Me ajusto al ritmo de uno de los soldados y adelantamos gente aunque cada vez menos, el pelotón está muy estirado ya. La media de tiempo sigue siendo buena. Alcanzo el quince y último avituallamiento, tampoco bebo. Aquí empieza lo nuevo para mí, nunca he cruzado esta línea, y eso me inquieta.

Los puentes nos pasan a un lado y otro del río, la roca va cambiando de cuarcita a caliza y nos acercamos a las zonas de escalada, presiento que el final se va acercando.

El kilómetro diecisiete se hace muy largo, parece no terminar, los túneles parecen no terminar, la cabeza empieza a acusar el esfuerzo. También contribuyen las marcas repetidas o tachadas el suelo. Desde el diez o el once no miro referencias de tiempo, prefiero centrarme en correr…

Sigo intentando mantener el ritmo, adelanto y me adelantan. Cuando llego a la marca del diecinueve miro el reloj; hora y media, voy bien, quedan “sólo” dos: …van a ser dos kilómetros muy largos, la cuesta parece más acusada y se me hacen muy duros. La gente anima, esto ya casi está. En la marca veinte y medio adelanto a un chaval caminando, lo ha hecho casi todo pero el final le ha podido, yo también voy fundido.

Enfoco Aladino y veo la Meta: cien, cincuenta, fin. Alegría y alivio al cincuenta por ciento. Entrego el dorsal y recupero el aliento, bebo, como fruta y estiro un poco. Veo a Mode y a Nerea y me acerco a saludar: ha quedado segunda, ¡menuda máquina!. Al rato entra José Camino y un poco después Dani, con sus dos niños de la mano en los últimos veinte metros. Hay muy buen ambiente.

La climatología ha estado ideal, tiempo fresco y húmedo. Ha sido poco más de hora y media, ¡¡pero ha cundido como mucho más…!!

Estoy contento, ha sido una gran experiencia para repetir, lo tengo claro y eso que acabo de terminar.

1 hora 40 minutos 50 segundos

4min 48 segundos el kilómetro