LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO
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martes, 29 de septiembre de 2020

Avanzando en el descubrimiento

Las cosas sencillas suelen ser las mejores. Y el contacto cercano con la naturaleza es, en mi opinión, esencial.

Los niños de hoy día viven inmersos en un mundo muy rápido, muy lleno de cosas, rodeados permanentemente de estímulos, no siempre positivos. Apenas les dejamos tiempo para aburrirse, ni tampoco suelen tener que sudar demasiado la camiseta para ganarse las recompensas. Y ambas cosas son necesarias. 

Estar cerca del suelo, de lo real y de lo básico, ayuda a coger referencias y asentar criterio. 




Una noche en una cabaña, cuando es la primera, es toda una aventura. Atizar la chimenea. Calentar la cena en el hornillo. Preparar los sacos de dormir. Salir a hacer un pis en mitad de la oscuridad y la niebla de la majada. Recibimos la visita tardía de Iñaki, que mientras nos tomamos tranquilamente una cerveza nos habla de cosas interesantes para todos. Jimena poco a poco se va echando y para cuando Iñaki se va, ya está dormida... 

Por la mañana desayunamos tranquilamente al sol. Luego nos vamos de paseo hasta la Cotorra de Escobaño. Desde Vegabaño se va en poco tiempo, y como además ya es una cumbre conocida, disfrutamos la subida. A la bajada, aún entrando en el bosque, sorprendemos a un corzo que subía hacia nosotros. A los pocos metros, nos sale otro que huye saltando veloz hacia Carombo. Desde ese momento caminamos en silencio con la esperanza de ver más. No hubo más suerte: bastante tuvimos.




Esa misma tarde arrancamos de nuevo, esta vez más cargados, con intención de acampar a nuestro aire.

La situación actual de regulación, en general de todas las cosas, está en máximos. Un Parque Nacional no va a ser la excepción. Algo tan sencillo como subir al monte, plantar una tienda al anochecer, dormir, y al día siguiente desmontarla e irte, sin dejar huella alguna, resulta que está prohibido en casi todas partes. 


Consciente de que no conviene buscarse problemas gratis, a media tarde pasamos discretamente por la majada, evitando las zonas transitadas, ocultos tras las hayas frondosas. Superada la zona cercana al refugio, y a esta hora, las probabilidades de encontrarnos gente se reducen mucho, y vamos más relajados. Relajados aunque no demasiado: la cuesta y el peso se hacen notar. Hacemos paradas para descansar. La mochila pesa, y la sed parece que nos acosa. Una vez salimos del bosque, el paisaje se abre y disfrutamos de las vistas. Jimena ya no quiere subir más. A lo lejos las yeguas de Jose Luis se recortan contra el cielo. Remontamos los prados. Superamos el cadáver de una vaca, bastante aprovechado ya por los carroñeros. Esto sirve para despistar cansancios por un rato...



Después de bastante subir camperas y rodear bloques, cercanos ya al collado, encontramos un pequeño rellano donde plantar nuestra tienda. Una atalaya en la ladera, con imponentes vistas desde Peña Beza al perfil del Cornión, Vegabaño, el bosque de Cuestafría, el Frade, Llos, la Bermeja. Las nubes y la niebla juegan por las laderas, abriendo y cerrando la perspectiva. Montamos nuestra pequeña casa azul. Seguramente desde abajo no se vea...


Una vez montado el campamento, subimos a coger red para hablar con mamá: en la arista entra la señal: mandamos besos a casa. Aprovechamos para hacer cumbre en la cercana pica Neón. Sentados comiendo gominolas observamos el ganado pastando bajo nosotros. En la luz declinante, comentamos lo que nos han dicho de que una manada de lobos patrulla la zona...

Bajamos a la tienda anocheciendo. La luna llena se empieza a levantar. Aparece a ratos entre las nubes algodonosas. Abrigados, cenamos y nos acostamos. Para cuando dan las diez estamos en los sacos. Al poco rato todos dormimos. 

En mitad de la noche me despierto: no sé por qué. De repente escucho unos ruidos raros. Son como llantos. Medio dormido no entiendo qué es. Inquieto, especulo sobre cuál puede ser su origen... Al rato el sueño me vence.

Son las siete y Javi ya no para de moverse. Ayer ya me dijo que quería madrugar para salir con la cámara a ver si coge despistado algún rebeco. Se viste con todo, hace frío fuera, y sale en la tenue luz. Solo.


Lo dejo un rato a su aire y luego me uno a él. Juntos buscamos en silencio con los prismáticos. El amanecer es espectacular. Le nombro los picos que nos rodean. Observamos las nubes, el sol asomando. No hay suerte hoy con los bichos. 

Saludamos a un pastor que sube a ver el ganado. Nos pregunta si oímos anoche a los lobos. Ahora ya sé qué fue lo que me despertó anoche y que me parecían llantos: era la manada residente, aullando a la luna llena.

Cuando el sol da a la tienda vamos a despertar a la Bella Durmiente. Ha dormido como en casa... 

Desayunamos sentados en las esterillas: un nesquik caliente con cereales, galletas, alguna magdalena. Aquí arriba todo sabe tan bien!  Les saco fotos a los niños. Creo que estos momentos son importantes para ellos. Pero estoy totalmente seguro de que lo son para mí.  


Desmontamos la tienda, recogemos los trastos, hacemos las mochilas, y arrancamos de vuelta para el pueblo.

Apenas dos días en la montaña. Pero unas horas intensas y una experiencia magnífica. Confío en poder ayudarles a seguir avanzando en el descubrimiento.


domingo, 15 de agosto de 2010

Correr entre los 0 y los 2000 metros

Al final todo es entrenar...

Está claro que para moverse rápido por el monte, hace falta estar en forma. También es obvio que para estar en forma hace falta entrenar. Hace mucho que pienso que la diferencia se marca casi siempre en los terrenos de aproximación, en los intermedios y en las zonas que precisamente parecen no tener importancia: es exactamente en esas fases en las que moverse rápido cambia las cosas. Escalando uno puede ir más o menos deprisa; hay gente que escala muy lento, algunos increíblemente lento, esta gente también se ha de centrar en esta parte, pero en mi caso sé que escalo bastante rápido, por lo que me centro en el resto.

Si entrenar se hace necesario, hay veces que esa obligación pesa. Con los años de rutina uno se ha acostumbrado a cierta disciplina, nada exagerado tampoco. Aún así, a veces no apetece. Otras en cambio, el entreno se convierte en sí mismo en un placer: esto es lo que me sucedió hace unos días, por dos veces:

3 de Agosto, Playa de El Palmar, Cádiz
En el declinar de la tarde, correr descalzo por la orilla durante unos 40 minutos, a lo largo de la kilométrica playa, prácticamente en estado salvaje, semidesierta, seminudista, con las olas del Atlántico acariciándote los pies, aunque carga algo los gemelos, resulta un auténtico placer. Al acabar, un baño en las olas con Javi.
9 Agosto 2010
Sajambre
Carrerita ascensión al Pico Jario.
A las 19:00 h salgo de Soto (950 m): subo corriendo por el camino viejo de Vegabaño hasta la primera curva por encima de los prados de Miraño: aquí los pulmones, el corazón y las piernas me obligan dejar de correr y seguir caminando hasta salida a la pista. Arranco de nuevo a correr, alcanzo la Vega y sigo así hasta el refugio, saludo a Julián sin parar y continúo caminando/corriendo a ratos hasta la cumbre del Jario (algo más de 1900 m). Un respiro en el buzón e inicio la bajada. La luz oblicua del atardecer me da desde la izquierda, veo mi sombra proyectada sobre el perfil de la ladera de hierba. La sensación es mágica, la describiría como de equilibrio total con el entorno. Levanto una manada de unos treinta rebecos que pacían tranquilos. Al poco me encuentro a José Luis, echando la tarde con los caballos, charlamos un poco y de nuevo continúo corriendo. Hay que ir atento a los pies, los tobillos pueden sufrir. Ya en el bosque, un corzo sale corriendo asustado a unos quince metros a mi izquierda, la hojarasca amortiguaba mis pasos.
Una niebla como de algodón se engancha en Carombo y Vegabaño, sigo corriendo hasta Soto con muy buenas sensaciones.
Son las nueve menos cinco; he bajado en poco más de 40 minutos. Los conocidos que me vieron salir y me ven llegar, me miran con una mezcla de incredulidad y desconfianza cuando les confirmo que sí, tal y como les dije al salir, he pasado por la cumbre del Jario, aunque haya sido ida y vuelta en menos de dos horas. Yo pienso para mí, si conocieran a un corredor de montaña de verdad…
Mientras estiro un poco (demasiado poco, como siempre) debajo de casa, en la bolera, y rehidrato con una lata de cocacola, pienso que hay muchos placeres baratos en la vida.