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viernes, 22 de junio de 2018

Ecce homo. Roca en los Picos.

20 Mayo 2018
José Antonio Estévez
Sureste de Peña Olvidada “Ecce Homo” 170 m, 6b


Allende, el Agero, Fuentedé, escalar en Picos… Hubo una época en que esto era pura rutina para mí. Bueno para mí y para Estivi. La vida avanza, las cosas cambian, y un fin de semana como este se convierte en algo totalmente excepcional. Claro que Javi sigue igual.

El sábado de tarde nos vamos a Allende, para subir a la cabaña del Agero a tomarnos una cerveza con Miguel.
Somos cuatro: Javi, Jose Ramón, Estivi y yo. Nos sentamos bajo las encinas, rodeados de bloques de caliza que ocultan parcialmente la vista a las paredes, en la luz de la tarde, con los colores y las fragancias de la primavera.
Miguel está allí físicamente, de eso nos encargamos hace ya dos años. Pero sobre todo está allí en espíritu. O así lo percibimos nosotros.

La bajada la hacemos por una zona desconocida para mí. Bosque antiguo, sectores tranquilos, luz declinante, charleta.
La cena en casa de Javi se hace amena. Nos reímos y recordamos. Al día siguiente nosotros nos vamos a Picos a escalar algo, así que nos acostamos pronto.


El horario del teleférico sigue en modo invierno, el primero a las diez. Entre eso y la gran cantidad de nieve, la opción de Tajahierro o la Sureste de Peña Olvidada es la mejor.

Después de un rato en la cola, rodeados por esquiadores y turistas, por fin salimos al espectáculo de esta entrada de Picos.


La aproximación apenas da para calentar, y en poco más de veinte minutos ya estamos bajo la pared. Un largo por encima serpentean intimidantes (intimidantes para mí) los dos largos de fisura que dan sentido a la vía.


Estivi y yo, antaño cordada por largas temporadas, llevábamos mucho tiempo sin atarnos juntos. Como siempre ocurre con alguien con quien has vivido mucho, la sensación es como si no hubieran pasado todos estos años.


El primer largo (V), que es algo feo, se justifica porque te acerca a las fisuras, que atraen como imanes desde el suelo.
Cuando ya estoy en la reunión y bajo la fisura, el imán parece haber cambiado de polaridad y repelerme. Es el respeto natural cuando estás desentrenado y tienes por encima largos de este estilo y con esta firma…

El segundo largo (6a+) me pone a prueba: fisura de autoprotección, escalada atlética obligada, pocas concesiones. Resoplo, aprieto, confío. Y la cosa funciona. Es corto pero intenso.




El tercer largo igual, fisura de 6b. Vuelvo a resoplar, a apretar y a confiar. Y la cosa vuelve a funcionar.
Este ya estira unos cuantos metros, quizá cuarenta, pero hacia la mitad la cosa ya afloja y me deja respirar.

Gracias a Javi que me recomendó repetir algunos intermedios de Camalot, y llevar el 4, que quizá no es totalmente necesario, pero que hay que ver cómo tranquiliza cuando lo pones...

Estando fuerte es para probar lo que él me sugirió, y a lo que yo por supuesto no presté la más mínima atención: empalmar las dos tiradas en una.



El cuarto largo es más fácil, quizá 6a, es más variado de estilo y menos obligado. Más típico de Picos. Igualmente bonito y sobre una roca con un tacto tremendo.



Existe un largo más, y que ya se interna en terreno más “sucio”, digamos que de transición, y esto complica la bajada al llegar a la zona de las agujas. Así que rapelamos desde aquí. En dos rápeles largos llegamos al suelo.



La vía la abrieron juntos Javi, Estivi y Miguel. Se está convirtiendo en una clásica de la zona. Estoy muy contento de haberla escalado a vista, este grado y en este estilo.



El nombre se lo dio Miguel cuando se quejaba del lamentable estado en que le habían quedado las manos después de currar limpiando las excelentes fisuras: antes estaban cegadas de tierra, plantas y piedras.
Me lo puedo imaginar perfectamente, protestando en voz baja, gesto socarrón.


Qué mejor forma de recordarlo que escalando una vía de su creación, con un buen colega de ambos, y habiendo tenido que apretar para conseguirlo. Como a él le gustaba.

Gran fin de semana.

martes, 27 de mayo de 2014

Tajahierro Peña Vieja, la arista quirúrjica

Viernes 16 Mayo 2014
Martín Moriyón
Intento integral Ajujas Tajahierro-Peña Olvidada-Peña Vieja (2.613 m)

Ultimo punto alcanzado, a punto de retirar
Las agujas de Tajahierro te saludan altivas nada más salir del teleférico. Son la bienvenida a los Picos desde esta entrada cántabra, la más cómoda: estás casi a 1.900 metros. Por detrás de ellas se eleva Peña Olvidada, una gran mole que se solapa con Peña Vieja, hasta sus más de 2.600 metros. En la vertiente Este, la de Áliva, destaca especialmente el farallón de Peña Vieja, de considerables dimensiones, por donde se elevan vías clásicas imprescindibles como el Espolón de los Franceses. En la vertiente Oeste, la de Lloroza, es aún más impresionante, pero en este caso es la Olvidada la protagonista, con una tapia compacta de más de 400 metros.
Habiendo escalado en ambas vertientes y por varias vías en cada una, me llamaba la atención desde hace años hacer la cresta que las une, y que comienza casi desde el mismo camino. El filo arranca en la maraña de agujas y torres de Tajahierro: Ostaicoechea, Sin Nombre, El Cuarte, y la Punta Covadonga. Después hay que navegar en terreno de arista cada vez más fina conforme avanzas hacia Peña Vieja. Un recorrido sin duda muy alpino.



El día antes había mandado un mensaje a Javi, por si estaba libre y quería apuntarse con nosotros. Me llamó para decirme que curraba, pero que nos veríamos por allí a primera hora. Estuvimos un buen rato al teléfono poniéndonos al día, últimamente hablamos poco. Y así fue: nos vimos ya en la cola del teleférico, qué alegría coincidir con él: alegre, compacto, incombustible, inconfundible.


Javi Sáenz, guía de montaña
Vamos ligeros de equipo: una cuerda simple de 9.2 mm, 8 express alargables, 6 fisureros, 4 friends y 4 clavos por si acaso. Llevamos piolet y crampones.
En el pie de vía el aire era fresco, aunque no hacía frío. Casi ideal para escalar. Después de echarnos unas fotos con el Gallo, arranqué por la normal de Ostaicoechea, una de mis primeras vías en Picos allá por el 92, junto con Rubén y Ramonín Juidía. También recuerdo hacerla años después con Miguel, pero aquella vez los dos sin cuerda. Con estos pensamientos alcancé la primera reunión y pronto llegó Martín para relevarme. Y al rato también llegó Javi, que venía con un cliente, dando formación.
El último largo de esta aguja ya lo evitamos, despidiéndonos de Javi y cruzando por terreno sencillo hacia el collado con la siguiente torre. Amarrados en corto, fuimos navegando por entre bloques, resaltes y pequeñas chimeneas para colocaros debajo de la Torre del Cuarte.



Me tocaba de nuevo a mí tirar delante cuando parecía que teníamos encima un largo más continuo, así que Martín se paró en una repisa para darme más cuerda y asegurar lo que parecía un tramo más tieso y largo que los anteriores. La roca no era para nada compacta, pero dos clavos casi seguidos parecían confirmarnos que íbamos bien dentro de las aparentes múltiples opciones. A la altura del segundo clavo me encontré en un paso atlético, casi desplomando, con muy buen canto pero con muy mala roca: buenas presas si es que no te quedabas con ellas en la mano… después de mirarlo un poco me remonté con tiento en el bloque y ya estaba saliendo del paso cuando a medio movimiento sentí que algo se había desprendido debajo de mi pie derecho, algo grande... La mirada se me fue automáticamente a Martín, que estaba unos diez metros por debajo y justo en mi vertical, y por tanto en la trayectoria del misil… En los segundos siguientes, el bloque estalló a su lado en mil pedazos. Me quedé helado e inmóvil mientras él se recuperaba del susto y me confirmaba nuestra suerte: muy buena porque a él no le había ni rozado, muy buena porque yo no me había ido para abajo, pero ya no tan buena porque nuestra única cuerda había quedado “algo tocada”: estaba seccionada totalmente en un punto a unos cuantos metros del cabo que subía hasta mí, el corte era limpio, quirúrgico. También tenía varios toques más en otros puntos. Bueno, luego lo analizaríamos, ahora lo importante era salir del punto en el que estaba yo, montar una reunión y ver nuestras opciones.


Martín en la terraza donde aterrizó el bloque
Ahora todas las presas me daban mal rollo, todos los cantos me parecían malos: es verdad que seguía sobre roca sospechosa (bastante), y después de este susto ninguno me parecía valer. Escalé otros diez metros y monté reunión sobre dos friends y un fisurero. Martín se ató a nuestro nuevo cabo de cuerda (nada deshilachado, sino un corte limpio que parecía hecho con un cúter) y recogió el desastre de la otra mitad. Una vez reunidos, aún algo nerviosos, celebramos nuestra suerte y continuamos para arriba en busca de terreno más amable: Martín siguió encontrando por encima reuniones y clavos viejos, así que estaba claro que estábamos en la vía.

Al fondo Javi y su cliente en la Ostaicoechea
Cruzadas unas voces con Javi, en la cumbre de la Ostaicoechea (que nos llamó animales y también nos dio las gracias por “sanear”), avanzamos ahora hacia la Punta Covadonga, su cumbre bastante por encima de nosotros. Esta tampoco la hicimos sino que flanqueamos por su vertiente Este. No llevábamos croquis ni información más allá de cuatro frases cruzadas con Fer y con Javi, así que nos dejábamos guiar por nuestro instinto. El terreno era fácil, II y III grado, con algún paso suelto, y roca variada.


Altiva Punta Covadonga, detrás la Olvidada
III grado con mucho aire...

Encordados a unos diez metros fuimos avanzando hasta alcanzar el collado entre la Covadonga y la Olvidada. Aquí, al pie de un nevero, hicimos un análisis más serio de la situación: teníamos unos 25 metros de cuerda sana, y en el otro tramo cuatro toques muy importantes, alguno casi de sección completa. Desde este punto podíamos hacer la cumbre de la Olvidada, trepada fácil en teoría, y retirarnos para abajo por la normal de esta (tiene 3 rápeles, pero ya nos buscaríamos la vida). También podíamos continuar a por nuestro objetivo inicial, Peña Vieja, y ver qué nos deparaba el recorrido: creíamos que apenas tendríamos tramos serios, que necesitaran encordarse, aunque tampoco estábamos seguros. Como era temprano y de momento el recorrido era el mismo, nos pusimos las botas y salimos a por la arista.


Momentos de análisis y reflexión


Nos paramos a observar los muchos fósiles de animales marinos que tapizan las rocas. Alcanzada la arista nos pasamos a la vertiente de Aliva, que caía vertiginosa por debajo, pero que hacia arriba permitía trepar desencordados, buscando un poco el recorrido.



En la antecima de la Olvidada nos encontramos con unos rebecos aparentemente menos miedosos de lo habitual: el motivo de que no huyeran es que una de ellos acababa de parir una cría que apenas se tenía en pie. Con la placenta medio colgando aún, nos miraba con miedo mientras rodeaba a su cría. Nunca había visto un rebeco tan joven: calculábamos que tenía unas pocas horas a lo sumo. Acababa de venir al mundo a unos 2.400 metros de altura, en una soleada mañana de mayo. Le sacamos unas cuantas fotos.


La vida se renueva
Poco después de esta positiva visión cogimos ángulo para ver un buen tramo de la arista hasta Peña Vieja y con nuestro perenne optimismo, ya olvidado el percance de la cuerda, nos centramos en acelerar el paso para intentar completar el objetivo.
Hicimos la cumbre principal de la Olvidada y seguimos por el filo, a ratos muy afilado ahora, hacia el Norte. Las trepadas eran sencillas en general, pero hay que estar atento: a ambos lados y especialmente hacia Áliva el vuelo potencial era digno de salto base.



En un momento dado nos enfrentamos a una torre, un gendarme afilado que se eleva en mitad del paso: por la derecha imposible librarlo, desploma, por la izquierda parece muy poco probable. Exploramos un rato ambas vertientes hasta que de repente encontramos una reunión con tres clavos y unos cordinos que, en la base misma del gendarme, están enfocados hacia la vertiente de Áliva. Nos asomamos para ver un volao bastante tieso, que calculamos (tiramos alguna piedra para hacernos una idea) tendrá unos treinta metros hasta tocar unas llambrias que se unen al nevero del corredor que nos llevaría hasta la arista de Peña Vieja, ya cerca entonces de la salida de Franceses y de la cumbre.


Ultimo punto alcanzado y rápel y corredor a seguir
Sopesamos nuestras opciones: son las tres de la tarde, el último cable es a las seis, pero ya dejando el teleférico a un lado y pensando solo en la escalada, las dudas nos invaden: deberíamos rapelar montando un tinglado de cordelé con el tramo roto de cuerda, para poder recuperarla, esto para llegar a un terreno en sombra bastante aéreo y compacto por el que circular hasta tocar la nieve de un corredor de unos doscientos metros, con varios agujeros y cortes de rimaya. Parece cercano a la salida del espolón Don Valentín. Una vez completado este, estaríamos en la arista de Peña Vieja, en terreno conocido aunque no sus condiciones, para hacer la cumbre y bajar luego por la Normal hacia la Canalona, después a la Vueltona y por último bajar a Fuente Dé por el Achero o por la Jenduda, en ambos casos otros mil metros de desnivel… Nos preguntamos si, caso de no ver claras las condiciones del corredor, seríamos capaces de remontar de vuelta el largo de escalada del rápel: es tieso a tope.
Una vez más, toca retirar.


Mirando otra arista: la Madejuno-Llambrión
Tomada la decisión todo es fácil. Echamos un vistazo a ver si podemos destrepar hacia la base de la Vía de los Cántabros de Peña Vieja, y de ahí hacia la Vueltona, pero tampoco parece sencillo, así que nos damos la vuelta hacia la Normal de Peña Olvidada.
Antes de empezar la bajada, paramos a comer un bocado y disfrutamos de la compañía de un Treparriscos muy guapo, con su elegante plumaje negro, gris y rojo se va colando por los huecos de la roca que tenemos detrás, ajeno a nuestra presencia.
Siguiendo los hitos de la normal de Olvidada alcanzamos el primero de los tres rápeles que debemos hacer para llegar al nevero. Aquí se pone en marcha la eficiencia del profesional: Martín extiende el tramo sano, bloquea con un nudo y mosquetón, y empalma el tramo roto (está roto en otros tres puntos) anudando los trozos para que nos sirva de cordelé para recuperar el bueno.
Los veinticinco metros de rápel nos dejan llegar a un nevero encajonado y orientado al norte, bastante duro, que nos obliga a poner crampones y a sacar el piolet, ronda los 40º de inclinación.



Nuevo tramo de destrepe hasta el segundo rápel, repetir operación.
El último rápel es más corto y podemos hacerlo en simple con el tramo de cuerda sana. Alcanzado el nevero nos tiramos deslizando hacia la Vueltona, y de allí caminando a Fuente De.


La cuerda, "algo" tocada
En el viaje de vuelta a casa en coche no podemos dejar de comentar lo vivido, lo aprendido, y las ganas de volver a completar esta fantástica arista. Además de la escalada, hemos disfrutado de cosas pequeñas como un rebeco recién nacido, los fósiles marinos, la compañía del Treparriscos, y por supuesto de la del Rabadilla!
Suerte además que el cumpleaños de Martín es pronto y ya se ha pedido una cuerda idéntica…
Volveremos.

viernes, 5 de julio de 2013

El vuelo sin motor

La vida puede cambiar en un segundo.

La pared Sur de Horcados Rojos

Julio 1998.
La enfermera nos mira con cara alucinada. No entiende las bromas que nos vamos gastando entre nosotros desde las camillas, mientras nos lavan la sangre reseca, nos limpian las heridas y nos cosen. Fuera de contexto, nuestro humor seguramente sea difícil de entender.
Yo llegué hace un rato, no había nadie más, así que me atendieron directamente. Lo del hombro no es más que un arañazo, sangra bastante, pero sin importancia. En la mano izquierda un par de puntos y unos rasponazos. Lo peor está en la rodilla derecha: la herida tiene los bordes muy deteriorados y le está costando mucho enganchar los puntos: ya lleva trece o catorce… Por supuesto, sin anestesia. El efecto de la adrenalina dura bastante rato.
Cuando entró Javi por la puerta del centro de salud de Potes con los demás, yo creía que venían a verme, pero se subió rápidamente a otra camilla al lado de la mía: tenía la espinilla de la pierna derecha totalmente manchada de sangre: nada serio, cuatro puntos y listo.
En la cabina del teleférico, la gente se apartaba de mí como si tuviera la lepra. Estivi y yo charlábamos animados de nuestras cosas, procurando no comentar el hecho de yo fuera sin mochila, con la camiseta desgarrada en el hombro izquierdo, por donde se veía bastante sangre, igual que en las manos y sobre todo en la pierna derecha, arrollando desde la rodilla. En realidad no era nada grave, sólo rasguños escandalosos…
Los rápeles fueron bien, con cuidado yo rapelaba por una cuerda mientras Estivi me aseguraba por la otra. Sobre todo al principio, que era muy aéreo y no era cosa de que me diera un vahído. Las maniobras, bien miradas, no nos dieron problemas.
Cuando las cuerdas se tensaron de golpe me quedé colgando como un chorizo por debajo del desplome. Giraba en el aire sin tocar roca. Lo primero que hice fue revisarme el cuerpo. Había pegado varias veces y con distintas partes: en una inspección rápida confirmé que no había nada roto ni ninguna herida grave: en la rodilla tenía una buena boca abierta, pero no parecía demasiado profunda.
Estivi me llamaba a voces. Yo lo oía como desde muy lejos. No lejos en la distancia, pero era como si no estuviéramos en la misma situación juntos… Cuando me di cuenta le contesté que estaba bien, que no tenía nada grave, y que fijara una cuerda para que yo intentara subir por ella, mientras me aseguraba por la otra.
El largo iba más tieso de lo que esperaba, salí de la reunión colocando como indicaba el croquis un friend del 4 en una fisura horizontal. Desde ahí me remonté al muro, colocando otros dos friends en una fisura poco profunda. Estaba tranquilamente mirando los siguientes movimientos cuando de repente me vi en el aire: me había saltado una pequeña laja de la mano izquierda, aparentemente roca sana. Mientras estuve en el aire, sentí cómo los tres seguros saltaban. En el medio de esto, pegué una vez contra la pared de forma leve, y luego otra más fuerte a la altura de la reunión, y seguí hacia abajo. En realidad, esto es una secuencia que reconstruí posteriormente analizando los recuerdos que me quedaron de esos segundos en forma de fotogramas.
Fue un vuelo de unos veinte metros, quizá algo más. Menos mal que la pared aquí va bien tiesa: de caerte, mejor que sea en una vía dura…
La reunión no era gran cosa, un clavo que reforcé al llegar con un fisurero y un friend pequeño. Los largos anteriores me habían costado, pero la vía a partir de aquí ya aflojaba. La parte dura estaba hecha y la cabeza podía relajarse un poco. “Chico Problemático”, además de una canción muy buena de ACDC también es una vía no menos buena de Horcados Rojos. Muy buena e intensa. Pero ahora ya estaba, las travesías de los largos anteriores ya hechas. La tirada de placa expo del tercero fue resuelta con cuidado. Los nervios al empezar estaban superados. Sólo me quedaban dos tiradas, las más fáciles de la vía, para salir a la arista...

El vivac en Villa Ratón no es cómodo, todo piedras que se te clavan en la espalda mientras duermes, no hay agua lo que obliga a portear todo lo que quieras beber, pero el ambiente es excelente. Aquí nos juntamos cada fin de semana con nuestros amigos de Santander, y disfrutamos de los Picos y sus escaladas. Compartimos experiencias.
El día antes habíamos hecho una vía muy buena. Por la mañana, después de subir en el primer cable, remontamos con el mochilón las pedreras hasta la base de la vía de “Las Placas” de Peña Olvidada. Sacamos los trastos de trepar y dejamos el resto detrás de una piedra. Ya conocía la vía de unos años antes con Miguel y con Iñaky. Escalamos los cuatrocientos metros de la vía sin incidencias: fui siempre de primero y en libre, los diez largos, alguno de ellos con exposición o intrincado, pero eso me gusta. Estivi funciona como un reloj, nos entendemos bien como cordada y hacemos cumbre en un buen horario. Nos dirigimos a la normal para volver a la gravera, recoger las mochilas con los sacos y subir al vivac.

El muro por el que discurre "Las Placas" de Peña Olvidada
Un nuevo fin de semana nos vamos a Picos, a la zona de Fuente De. Llevamos un verano muy activo de escalada en roca. Las cosas están saliendo bien y últimamente siempre conseguimos hacer lo que nos planteamos.
Quizá la confianza estaba llegando a límites peligrosos.

Estuve con la rodilla vendada unos tres o cuatro días, curando los puntos que no terminaban de sellar. En el hombro me ha quedado un rayado muy decorativo, seguro que con unos tres o cuarto puntos, la cicatriz sería más discreta, pero aquella tarde no quería ver más agujas.
Javi, que bajaba mi mochila además de la suya, se coló por el borde de un nevero, y pegó con la espinilla en una laja de caliza, un pequeño corte.
En mi casa dije que me había caído en la canal de la Jenduda. Dije que bajando la canal, en una curva se me había ido una piedra de un pie, y que con el peso de la mochila había bajado rodando unos metros. No era cuestión de que se preocuparan más cada vez que me fuera a escalar. Cualquiera que conozca el sitio, sabe que esto es totalmente posible. Ahora, cada vez que bajo por allí, me obligo a prestar atención, no me vaya a suceder de verdad lo que por entonces me inventé.
Dos semanas después, aún con las postillas frescas, hice la “Casiopea” a la Norte de la Torre de Salinas. De nuevo entera de primero. Y el resto del verano continuó parecido.

Sin embargo, lo sucedido ese domingo fue un gran toque de atención, y desde aquel día me quedó más claro que en esto puedes hacerte daño. Desde entonces procuro fijarme bien en lo que me rodea, en las reuniones que monto, en los seguros que coloco, y en la roca a la que me cojo. Y a no caer en excesos de confianza.

Uno sólo escarmienta en cabeza propia.


(“Chico problemático” sigue en mi lista de pendientes)