LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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lunes, 9 de enero de 2023

Fozando por una Ubiña escocesa

17 Diciembre 2022 Peña Ubiña (2.417 m), Norte clásica asturiana Rubén, Alberto, Pablo
El invierno sigue haciéndose de rogar. Si bien han entrado algunos frentes, la alternancia con subidas de temperatura y lluvia en altura no dejan que las condiciones se afiancen. Ni siquiera el manto blanco en sí mismo. Con esta incertidumbre y mi limitante estado físico, la opción del macizo de Ubiña parecía lo más razonable. Tampoco tenía mucho sentido liarse a portear material, ante la pinta del monte. Cogimos unos clavos, tres Friends y unos empotradores, unas pocas cintas y un cordino de 30 metros de 8 mm. Es decir, vamos en plan ligero. Con todo, como siempre en invierno, la pareja de piolets, crampones, casco, arnés y ropa… Como éramos cuatro, la otra cordada cogió lo suyo en la misma línea. A una mala entre las dos cordadas teníamos un rack curioso. Cosa llamativa, apenas otro coche en el parking de Tuiza. A las ocho y media de la mañana en un sábado de cielo azul y con buena previsión, es bastante extraño. Va a ser verdad eso de que la gente no va al monte hasta que leen en redes que alguien ha ido antes… Subimos charlando sin prisa. A la altura del Meicín nos reciben los tres snauzers negros de los guardas, pero no vemos gente. Continuamos trabajosamente hacia Covarrubias, ganando metros de forma constante y acercándonos por fin a la nieve. Cuando alcanzamos la cabecera del valle paramos a comer algo, a poner el arnés y a sacar un piolet. Desde aquí la nieve es continua, con algún tramo corto en roca. También nos vestimos de cara a la norte: hace frío y las manos se quedan tiesas.
Después de cruzar la media ladera bajo Puerta del Arco paramos en un rellano a poner los crampones: la nieve en principio está bien para caminar. A ver si se mantiene cuando coja ángulo en la cara norte, menos expuesta al sol y por tanto menos propensa a transformaciones. Dudamos un rato entre tirar a coger la arista a nuestra derecha y mixtear, o bien seguir a por la norte clásica. Está la pared ahora envuelta en nube, se sueltan algunos copos apretados. Esto sumado a cómo nos vemos movernos (especialmente a Pablo), decidimos continuar por la clásica. Conforme nos acercamos a la pared la nieve empieza a estar menos transformada: ha cogido menos sol. No está muy pesada ni profunda, pero no tiene la consistencia deseada.
Los primeros resaltes, habitualmente cubiertos y suavizados, están hoy más peleones. Vamos desatados, Rubén va delante liderando y resolviendo con solvencia. Los demás vamos librando más o menos bien. Pablo pasa algo apurado.
Después de estos pasos delicados del comienzo, la cosa tumba y se abre en el tramo intermedio, donde se trata más que nada de aguantar la cuesta regulando el esfuerzo.
Ganada la arista, seguimos inmersos en la nube, flanqueamos a la vertiente leonesa para entrar en la canal final. Aquí de nuevo hay que moverse con cuidado: la nieve es mala y escasa, terminamos escarbando entre piedras sueltas.
En un momento dado, ante un mixto más fino, Alberto y yo, que vamos circunstancialmente por delante, le pedimos a Rubén que amarre a Pablo: le damos uso al cordino, que para eso lo hemos traído. Con esta seguridad extra se sube ya sin problemas.
Continuamos de este modo los metros finales, alcanzando la cumbre con la satisfacción habitual: no por repetida menos gratificante.
Aquí no hay quien pare de frío: hace viento y apenas sacamos una foto, recogemos trastos y arrancamos hacia abajo. En cuanto perdemos unos metros respecto a la arista cimera la sensación cambia: la temperatura se hace más llevadera, y bajamos charlando amigablemente. Apurada la nieve llegando al collado Terreos, paramos a quitar arnés, guardar piolet y sacar bastones. Desde aquí hacia abajo empezamos por fin a cruzar alguna pareja de paseo. Ya nos parecía raro tener toda la zona para nosotros. En el Meicín hay más gente, nosotros continuamos hacia el pueblo. Cuando llegamos finalmente al coche paro el reloj: hemos estado 6 horas prácticamente sin parar. Nada del otro mundo, pero lo hemos pasado muy bien. Constato como preveía que esto viene a ser mi límite actual de actividad: tanto por volumen como por dificultad técnica, la cadera no me deja hacer más.
Hay mucha gente por la zona y un helicóptero en el parking de abajo: parece que han organizado una fiesta a un paisano, le han dado un vuelo de regalo por el macizo y el bar está repleto de familiares y amigos festejando. Nos tomamos una birra y arrancamos para casa.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Endurance con Miguel

Era finales de noviembre, o primeros de diciembre, y daban mala previsión de tiempo, pero había muchas ganas. 


Como no teníamos claro qué podríamos hacer, metimos en el coche el material de escalar (objetivo prioritario) y también las bicicletas. Gente necia. 

Salimos de casa a intentar escalar una vía de largos. Tiramos hacia las Peñas del Prado. Cuando llegamos allí después de una hora de coche, empezó a llover, así que tuvimos que pensar un plan alternativo. 
De allí condujimos hacia otros valles roqueros para ver si teníamos más suerte, pero ni en Vegacervera ni en Pedrosa estaba el tema para pies de gato, así que seguimos conduciendo. 
Y seguimos conduciendo, seguramente charlando de mil historias de montaña. Especialmente de planes, porque Miguel era un tío siempre lleno de planes, que no perdía tiempo pensando en hazañas pasadas. Para él esas cosas eran mucho menos interesantes que las que tenía por delante.
Y el cielo seguía feo, y la carretera seguía mojada, y seguimos conduciendo hasta San Isidro, y hasta las Señales, y hasta Tarna. Allí bajamos dirección a Bezanes, desde donde ya teníamos urdido el plan para hoy. 





Íbamos a intentar hacer la circular al Canto del Oso, subiendo a Brañagallones, después a Valdevezón, para seguir girando hacia la Vega del Pociello y desde allí de vuelta al pueblo de Tarna y por carretera hasta Bezanes. Bastantes kilómetros, bastante desnivel y malas condiciones climáticas. ¡Pero algo había que hacer! 
Para cuando salimos pedaleando cuesta arriba, la mañana ya estaba mediada... La cosa arranca bruta y los primeros kilómetros remontan mucho desnivel. Más tarde, la pista suaviza y permite ir más relajados y hablar. Como tantas veces que salía con Maikel, estábamos solos. No había nadie por allí. 





Llegamos a Brañagallones bajo la lluvia y un cielo opresivo. Después de comer algo, sin perder demasiado tiempo para no enfriarnos, continuamos cuesta arriba hacia Valdevezón. La pista aquí está menos definida, empieza a abundar la hierba y a aparecer la nieve, y el rodar se hacía más laborioso. Con esfuerzo alcanzamos esta nueva braña. El cielo continuaba cerrado, y la luz mortecina invitaba a espabilarnos. 








Ahora teníamos que remontar hasta el último collado del día, el Collado Arenas, a casi 1.700 metros. La pista ya había desaparecido y empezamos a enfrentarnos al típico terreno que cuando caminas no hay mayor problema, pero que para la bicicleta empieza a ser malo: senda profunda, acanalada, rodeada de cotollas, y para más emoción, nieve cada vez más abundante… 









La visibilidad es muy baja, una mezcla de nubes y niebla meona no nos deja coger referencias. La cosa empezó a obligar a echar la bici al hombro en tramos cada vez más continuos. Habíamos coronado el collado y empezamos a bajar, pero el terreno se mantenía complicado, entre bosque a ratos, con bastante nieve y agua saturando el suelo. 




En un momento dado, en un pequeño prado nos encontramos una antigua construcción humana hecha con piezas grandes de madera. Se trata de un ingenio hidráulico que, usando un pequeño arroyo iba cargando una tolva que cuando alcanzaba un peso x, descolgaba bruscamente la viga que golpeaba con otra pieza causando un ruido fuerte y seco. A continuación volvía a la posición inicial y se repetía el inicio de la secuencia. Servía para espantar a las alimañas, especialmente a los lobos. Hay que ver cómo pensaban los antiguos… 




Teníamos los pies mojados después de al menos una hora caminando. Las dudas de si llegaríamos a buen término empezaron a aflorar… 



A estas alturas seguramente fuera más corto seguir adelante que dar la vuelta, pero no estábamos seguros de estar en el buen camino para Vega Pociello, y no nos gustaría que nos cogiera la noche intentando encontrar la salida al laberinto bajo la aguanieve... A pesar de que no nos gustaba retirarnos a ninguno de los dos, decidimos dar la vuelta a lo malo conocido. 
Volvimos a ganar el collado y empezamos a bajar hacia Valdevezón. Una vez en pista, aunque haya agua y nieve, las bicis hacia abajo iban solas, y en poco tiempo llegamos a Brañagallones. Y desde aquí, cada vez más veloces, pista abajo hacia el pueblo. 



Era media tarde y no quedaba mucha luz. No habíamos encontrado a nadie en todo el día (no es de extrañar), pero cuando más rápidos íbamos por la pista hacia el túnel del Crestón, adelantamos a una pareja caminando, que nos saludaron. Su voz conocida nos hizo pegar un gran frenazo: casualidad, eran José Moriyón y Susan: quién más iba a andar por estos lares que gente con semejante afición a la montaña! Charlamos un rato y continuamos hacia abajo. 
Desde aquí ya hubo poco misterio, prácticamente dejarse caer hasta el pueblo. Llegamos mojados, fríos y derrotados, pero felices. 


Huellas de lobo alrededor de los mordisqueados restos de un ciervo
Gente necia, quizá también algo recia, con R, pero especialmente con N. Y es que cuando te gusta el barro… 
Se te echa de menos amigo.

lunes, 17 de julio de 2017

Calor extremo en Franceses, agonizando por la caliza

Domingo, 18 Junio 2017
Peña Vieja (2.613 m), Espolón de los Franceses (600 m, V)
Kike Díaz


Kike y yo nos conocemos hace bastantes años. Entrenamos juntos muchas sesiones de tablón y compartimos tardes de deportiva en las que él me motivaba enormemente con su gran fuerza y estilo. Pero nunca habíamos escalado en el monte juntos, y ya tocaba.
Fuerte escalador deportivo, lleva ya unos años acercándose al monte a repetir clásicas y no tan clásicas. Y en ese proceso, nos planteamos el Espolón de los Franceses de Peña Vieja que él no conocía, que es una imprescindible de los Picos, y que a mí me encajaba bien en mi baja forma…



Madrugamos que el viaje es largo. En Potes nos saludamos de coche a coche con Estivi y Javi que suben a hacer alguna de las suyas. Nosotros subimos por Espinama: mi coche protesta en algún punto de la pista, pero llega al Parador de Áliva donde aparcamos. Son algo más de las nueve cuando salimos de pantalón corto hacia la pared, muy cercana desde aquí.
Cargamos agua: un litro y medio cada uno.
La temperatura de los días anteriores era alta, demasiado para esta época del año, pero lo cierto es que la previsión para Picos no hacía pensar lo que nos iba a tocar.




Empezamos a escalar pasadas las nueve y media, y ya desde los primeros pasos nos aprieta un sol de justicia. Vamos alternando cabeza de cuerda estirando tiradas a sesenta metros (o incluso con algún pequeño ensamble). El Espolón es una vía clásica de grado fácil, con algo de hierba en la zona baja, pero estética y con unas vistas muy buenas.



En el lardo seis, ya sobre el propio filo, Kike se embarca en una chimenea más a la derecha de lo debido (por fiarse de la descripción de la guía que trae) y tiene que hacer una travesía algo fina para retomar la vía. Es lo que tiene ir sobrado de grado, que no notas que por donde vas ya no es IV+ (ni V+ en el paso concreto).



En cada reunión vamos bebiendo, echando crema también.
Largos elegantes en esta segunda parte, buena roca. Disfrutones.
Como siempre me pasa en el monte, yo voy pensando en los amigos, y especialmente en Miguel. Me lo imagino trepando la vía sin cuerda, pero sobre todo pienso en cuando la destrepó a pelo, y en los infelices que se cruzaran con él ese día... Genio y figura.



Llegamos a los gendarmes sobre las dos y media, después de hacer diez largos casi a tope de cuerda todos. Unas cinco horas para la vía. Una media hora por largo. No es para tirar cohetes, pero es no corre ni gota de aire y el calor realmente aplana.
Mientras recogemos los trastos y las cuerdas para afrontar el tramo de trepada hasta cumbre, comemos algo por primera vez. Kike termina su agua aquí. A mí me queda el clásico cuarterón, que ya prevemos no va a saciar nada…
La primera parte de la trepada vamos encajados e incluso algo en sombra, cosa que se agradece. Con todo, yo me tengo que sentar cada pocos minutos de la flojera que me invade.
Ya en zona de arista, como siempre, vamos buscando el terreno más fácil. En un momento dado me separo de Kike y me enredo en un resalte que me obliga a poner gatos de nuevo (no vaya a ser). Alcanzamos las pequeñas torres donde adelantamos a los chavales que llevábamos encima en la escalada. Yo voy sentándome cada vez más a menudo: parece que estoy en un ochomil. Hacemos un par de rápeles cortos. Otros resaltes los destrepamos.
Finalmente, dos horas más tarde estamos en la cumbre. El sol abrasa. Los Picos están más secos que muchos agostos.Comemos un poco más y terminamos el agua.Creo que estoy en un estado combinado de insolación y deshidratación, cercano a la temida pájara. Hace muchos años que no me encuentro así.
Kike me empieza a atender como a un enfermo.


La idea de bajar por la Canal del Vidrio se desecha pensando en sus delicados destrepes y mi lamentable estado: hasta mareos me dan.  Salimos hacia el Collado de la Canalona, parando a comer nieve en el último triste nevero que queda bajo Coteros Rojos. Combino la nieve con una barrita energética con la esperanza de ir recuperando.
Bajo la Canalona no hay nieve, seguimos hacia Bustamante. Aquí volvemos a comer algo de nieve mientras veo las zetas del camino tantas veces recorrido hacia Fuente De. No hay ni un alma.
Parece que voy recuperando poco a poco y ya estiro tramos más largos. También es porque el sol ya está más bajo y su impacto es menor. En la Vueltona aprovechamos la última sombra que queda hasta Tajahierro. Me tiro al suelo.
Última tirada bajo la Olvidada, Lloroza, Cobarrobres, y enfocamos hacia Áliva. Voy pensando en el caño de agua junto al parador.
Llegamos por fin y bebemos. El agua y el haber terminado parece que me resucita.
En el Parador entramos a tomar algo. Kike saluda a sus conocidos por haber currado allí varios veranos en tema de astronomía. Yo me tomo dos cervezas con limón (sin alcohol): cuando me quito las gafas de sol noto la cara de sorpresa del camarero. Luego en el coche, me miro en el espejo y me veo realmente demacrado, con los ojos hundidos en las cuencas…

El viaje de vuelta en coche ya fue normal: me encontraba bien y el líquido repuesto me recuperó rápidamente.
A pesar de venir bebiendo todo el viaje, cuando al llegar a casa me peso: he perdido cuatro kilos hoy, obviamente la mayor parte son de agua…
Pensando en la siguiente ya, esperemos que menos agónica.

Gijón 6:00 h
Áliva 9:00 h
Pie de Vía 9:40 h
Fin escalada 14:30 h
Cumbre 16:30 h

Áliva 18:30 h

sábado, 29 de octubre de 2016

El porcentaje ciclable: explorando valles por Somiedo

Domingo 25 Septiembre 2016
Nando del Pozo, José Antonio Estévez
Ruta exploratoria zona Valle del Lago, Somiedo (+-25 km, +1200 m, 6 horas)


-   Finu, ¿el domingo cómo lo tienes?
-      Diiime. Lo tengo… bien
-       ¿Una betetera de día completo?
-       Bueno
-       Dan algo de riesgo de agua pero pa la bici vale. Sobre todo hacia Occidente
-       Ahí tamos
-       ¿Somiedo?
-        Vale
-        Vete pensando ruta
-        Tengo pendiente una de exploración por allí, si te atreves…
-        Siempre
-        (Iconos varios de aceptación)

Así quedamos, por watsapp. Ya ni hablamos por teléfono…
Como siempre, lo que me apetecía era ir a escalar algo por el monte. Una vez más, cuando tengo libre la previsión no era segura, así que optamos por la bicicleta de montaña: no es que en bici no fastidie mojarse, pero no te quedas tan fuera de juego como si fueras a escalar en roca.
El recorrido propuesto se dividía en dos partes claras: la ida, por valles y collados en los que el mapa marcaba pista, y la vuelta, donde parecía que no estaba nada claro. Y así fue.
Salimos de casa con nube baja mojándonos mientras colocamos las máquinas en el techo del coche. En la hora y media de camino el cielo alterna, y la carretera a ratos está seca a ratos no.
La ruta comienza en el pequeño pueblo de Veigas (811 m) en la carretera que sube hacia la Farrapona. En medio de la niebla salimos carretera arriba. En menos de un kilómetro la abandonamos para internarnos en un angosto valle, por una pista que serpentea cuesta arriba en medio de arboleda.



El ángulo es duro, y el hormigón aparece más de lo que nos gustaría: cuando hay hormigón (que cuesta una pasta), es porque hay repecho duro. Estivi tiene problemas con el piñón del 1, y unido a la falta de forma, echa pie a tierra antes y más a menudo que Nando o yo. Aunque yo me sumo a empujar de vez en cuando, especialmente cuando el terreno muy  suelto me hace perder el equilibrio.
Son unos cuatro kilómetros hasta un collado en los que remontamos 400 metros de desnivel, así, para calentar (una media directa del 10% habla de repechos del 20% seguro…). Paramos un poco a disfrutar las vistas hacia el pueblo de Valle de Lago y hacia el valle que le da nombre, y hacia su cabecera, donde está el lago que los nombra a todos… Bajamos al pueblo y lo cruzamos en pocos minutos. Desde aquí el valle sube suave, salvo en dos o tres repechos, durante unos 6.5 km y unos 350 m de desnivel, en un paraje precioso, que lo convierte en una excursión típica de esta zona, tan típica de excursiones por otra parte.




Hasta aquí terreno ciclable al 100% (si te dan las piernas y el corazón). En adelante, comienza la exploración, y comienza como ya apuntaba el terreno: bici al hombro, remontar de ladera, cotolla, bloques de cuarcita… Vamos retrocediendo por el valle por la ladera Norte, ganando metros poco a poco. A ratos empujamos las bicis, a ratos tiramos de ellas. Otros, los peores, las porteamos.





El paisaje sigue precioso. Las nubes ayudan a mejorar la luz. Nos recreamos con las vistas y con el vuelo de los buitres mientras recuperamos resuello y comentamos resignados que siguen pintando bastos. Por fin, el estrecho camino mejora y podemos montarnos en las bicis, aunque sea alternando con desmontes.





Llegamos a la Vega Camayor, donde el camino tira hacia los lagos de Saliencia y de allí a la Farrapona. Las dudas vuelven a aparecer: aseguramos ruta o seguimos con el plan original de exploración? Las nubes abren un poco más y nos dejan ver nuestro siguiente collado objetivo, el Tarambicu, a más de 1.800 m. Decidido, seguiremos sufriendo. La subida vuelve a ser desmontados, y ya llevamos hora y media desde el lago…





En el collado empezamos a ciclar, trialero a ratos, luego por buenas camperas donde nos reconciliamos con las bicis, disfrutando como enanos con un paisaje espectacular, solitario. Sin camino ni senda recorremos los puertos ante la mirada de algunas vacas, algunos rebecos y me imagino yo, algún oso oculto (estamos justo al límite de una gran zona restringida). Pasamos brañas con restos abundantes de cabañas, señales inequívocas de la gran actividad ganadera que antaño existía por estos lugares solitarios hoy. Tras unos momentos de duda en los que sacamos el mapa (no somos gente de gps), aprovechamos para comer y echar un trago, reemprendemos un nuevo tramo malo, apenas ciclable independientemente del seguro médico que tengas (Nando siempre apura más que nosotros, debe de tener cobertura premium).


En el Cantu de Bobia empezamos a atisbar el estrecho valle por el que subimos esta mañana: ya estamos rematando el tema. Pero aún nos toca bajarnos por una empinada ladera (bicicleta en mano gran parte) hasta entrar en el bosque, donde las cabañas de Llamera ya nos dan paso a una empinadísima pista de hormigón (una caída sería fatal) y después de esta, soltando frenos ya, dejarnos ir  por el primer tramo de la mañana y hasta el coche.


Resumen de la ruta:
Unos 25 km,
Desnivel positivo aproximado 1.200 metros,
Porcentaje ciclable (aquí hay opiniones encontradas): digamos una franja entre el 60% y el 80% (ja!)
Horario invertido total: 6 horas (casi para hacerla caminando…)
Disfrutada: muuuuucho
Recomendable? Sí, para la gente que le “gusta el Barro” (es decir, salirse del camino trillado).

Nada como salir de monte con amigos y sufrir un rato para justificar las birras y demás: en Pola de Somiedo recuperamos sales, proteínas y grasas perdidas a base de productos de la tierra.