LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
DONDE ESCALAR, ESQUIAR, PEDALEAR, CORRER, CAMINAR...
DONDE LOS AMIGOS, EL ESTILO Y LAS FORMAS CUENTAN, Y MUCHO
Mostrando entradas con la etiqueta Pico Fario. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pico Fario. Mostrar todas las entradas

lunes, 2 de septiembre de 2019

Gijón - Vegarada, gran bregada

Domingo 7 Julio 2019
Nando, Noelia, Fernando. Miembros del famoso BT-Tú Team
Travesía Gijón al Puerto de Vegarada. Aprox. 120 km, 4.000 m positivos



No hace falta mucho para vivir aventuras verdaderas.
Salir de casa en bici de montaña y llegar a un puerto de la Cordillera. Ese era en resumen el plan pergeñado por el ideólogo Nando. Bueno, antes de este había pensado en otro más radical que consistía en lo mismo pero terminando en León capital. Mis protestas unidas a su recapacitación (mis protestas solas no habrían sido suficientes) hicieron replanteárselo a esta nueva versión “light”. Claro que la versión aligerada implicaba el agravante de maximizar las pistas frente a la carretera, y no escatimar las subidas que nos pudiéramos encontrar por el camino.
Con este objetivo Nando se puso a pensar por dónde ir. Yo intentaba no hacerle caso ni hablarle del tema,  a ver si se le olvidaba, pero de cuando en cuando me iba contando sus progresos en el diseño del trazado. No me iba a escapar fácilmente.



Desde que no puedo correr (y ya hace siete años) la bicicleta de montaña se ha convertido en mi forma de entreno de fondo. El problema es que la bicicleta exige mucho más tiempo que correr para el mismo volumen de entreno, y como tiempo no tengo, todo redunda en que entreno menos y en que mi forma física y sobre todo mi fondo van mermando.


Viéndolo venir como inevitable, en el mes de junio intenté salir en bici a tiradas un poco más largas de lo habitual para mí. Cuando digo tiradas largas los ciclistas se pueden descojonar. Mi salida habitual es de media de unos veinte kilómetros y entre trescientos y cuatrocientos cincuenta metros de desnivel positivo. Es decir, muy corta. Así las cosas, mis tiradas “largas” suben hasta unos treinta y cinco a cuarenta kilómetros, acumulando unos  ochocientos a novecientos metros positivos. 
Haciendo una cuenta optimista me salían aproximadamente unos 520 kilómetros acumulados en el año. Y creo que era una cuenta muy optimista. 
El caso es que la propuesta de Nando, que no habíamos medido con precisión (en realidad no habíamos acertado ni de lejos como comprobamos más tarde, y esto es muy de nuestro estilo…) nos daba unos noventa kilómetros y unos cuatro mil metros positivos. Vamos que yo no tenía nada claro poder completarla.
El trazado grosso modo venía a ser el siguiente: Gijón (10 m), Pico Fario (700 m), Sariego, Nava (250 m), Les Praeres (750 m), Fayacaba, Campa Gües  (1032 m), Campa Fresneu (887 m), El Condao (350 m), Pola Laviana (300 m), Villoria, La Cuesta, Les Campes, Collada Pelúgano (1.018 m), Pelúgano, Levinco (450 m),  Collanzo, Casomera (650 m), Río Aller (800 m), Puerto de Vegarada (1.555 m). 
Una vez arriba habría que bajar hasta un coche dejado previamente el día antes, en Collanzo o en Casomera.
Uno, que ya ha pasado por esto unas cuantas veces, sabe que se enfrenta a un verdadero reto o aventura cuando:  
primero, no lo ves claro que lo vayas a conseguir, 
segundo, la noche previa duermes mal, 
tercero, al comenzar el día sigues sin verlo claro, 
cuarto, cuando llevas media actividad sigues manteniendo serias dudas… 
En mi caso se dio todo ello.

Habíamos quedado inicialmente a las ocho de la mañana, pero el día antes propuse salir antes, siete y media, cosa que terminó quedando en las ocho menos cuarto. Nos agrupamos en la rotonda de La Guía, sobre el puente del río Piles, a unos 10 metros sobre el nivel del mar. Somos cuatro: Nando, Fernando, Noelia y yo. Los miro y vuelvo a pensar para mí que soy el eslabón débil de la cadena.
Primera etapa hacia el Fario: terreno conocido, duro pero conocido. Echamos pie a tierra en alguno de los repechos máximos con objeto de guardar fuerzas. En dos horas hacemos cumbre por el bosque de pinos. Tan guapo como siempre. En la cima estamos envueltos en niebla fresca, que no impide que hayamos venido sudando bien. Son las diez de la mañana, dentro del horario previsto. Parada breve a comer y beber un poco. 




Bajando hacia la collada Fumarea , en una curva a Nando le salen delante de la rueda dos ginetas: preciosas, ágiles cruzan al otro lado, aunque a la segunda poco le faltó para acabar atropellada.
Desde la Collada Fumarea cogemos la pista del Cordal de Peón, la seguimos durante un tramo para tirarnos a la derecha en una bajada vertiginosa hacia Sariego, perdiendo cientos de metros de altura en muy poca distancia. Una vez en la vega, serpenteamos caleyas y carreteras muy estrechas en sube baja continuo: luego hay tres repechos seguidos, durillos, rompepiernas, que Nando había localizado previamente en visita en moto para centrar el tiro en este tramo. Después nos quedan unos kilómetros de carretera general hasta Nava.



En Nava tenemos parada programada: quince minutos en una cafetería a tomar un café y un pincho: hay que meter combustible para el segundo puerto del día: Les Praeres. Yo ya lo hice hace bastantes años pero apenas lo recuerdo: ahora además está casi entero asfaltado (subió la vuelta el año pasado). El día parece que quiere empezar a despejar, cosa que no nos conviene demasiado. Desde Nava sales bajando, pasas por Piloñeta y enfrentas la subida: se ve bien, curvas muy por encima. Adoptamos de nuevo el mantra del día: guardar, guardar y guardar. Bueno, eso yo, y quizá Nando, porque Fernando y Noelia van sobrados y se les ve otra frescura.







Alcanzamos la cabaña-bar con una luz preciosa. Es la una de la tarde.  La niebla entra y sale, los caballos corren alegres y las vacas pastan tranquilas. El sitio es una pasada. Nueva parada programada: tomamos un acuarius (algunos dos) y comemos fruta y barritas. Seguimos reponiendo. 











Salimos ahora dirección Fayacaba, para faldear la Peña Mañor por el Oeste, en un subebaja bastante duro, con repechos serios, todo en tierra, por unos cuantos kilómetros hasta alcanzar un collado muy guapo llamado la Campa Fresneu (unos 900 m). Desde aquí bajaremos (con alguna cuesta intercalada) hasta El Condao (350 m).
Del Condao cogemos la carretera de Tarna dirección a Pola Laviana. Sin parar continuamos por carretera dirección a Villoria, donde paramos a comer.



El local escogido de entre los tres o cuatro abierto, coincide estar regentado por un simpático paisano que, tras responder a sus preguntas de dónde venimos y a dónde vamos, no para de decirnos lo muy mucho que nos falta, lo muy cansados que nos ve (especialmente a mí) y lo poquísimo probable que es que lleguemos a destino. Todo esto entre cachondeo general mientras nos bebemos un buen cañón de cerveza con limón y damos cuenta de medio bocata cada uno (el bocata completo seguramente sí nos habría impedido llegar…). Muy majo el tipo, salimos de allí hacia los pueblos de evocadores nombres de “la Cuesta de abajo” y la Cuesta de arriba”. Obviamente la carretera pica para arriba mucho, y las curvas serpentean sin piedad. Con el mantra de guardar, guardar y guardar seguimos remontando. 



Pasamos por encima de Peña Forá, zona clásica de escalada que jamás he visitado… Coincide que hoy hay romería  en el pueblo de Les Campes: hay bastantes coches primero, luego gente, gaitas, comedia. Cuando los superamos dirección a la Collada Pelúgano, alguna voz nos dice “dónde vais? Que por ahí no hay salida! Pero sí que la hay: la pista de tierra continúa subiendo, serpenteando, sin repechos fuertes pero sin apenas descanso. 
Comienza mi rosca personal. 


La suerte es que se mantiene la nube y el sol apenas nos castiga. Llegamos a la Collada: yo ya vendo descolgándome por detrás hace rato, aunque no me dejen más de unos cuantos metros, es obvio que podrían ir más rápido. Por fin la collada: tercer puerto del día, en teoría queda el último empujón. Por los kilómetros que llevamos aquí es evidente que nuestra previsión de 90 kilómetros se va a quedar claramente corta, 100 empezamos a calcular ya. 






Comer y beber de nuevo, con el chubasquero puesto porque refresca. A los cinco minutos nos tiramos collada abajo hacia Pelúgano. La pista es muy rápida y divertida. Pronto tocamos asfalto para bajar hasta Levinco, y de ahí la general de San Isidro hacia Collanzo. Este tramo es prácticamente llano y llego a meter plato grande.
Nos queda el esfuerzo final. Llegamos a Casomera después de haber remontado 200 m desde Levinco. Aquí está el coche aparcado. Son las seis y veinte de la tarde. Aquí llevamos ya 3000 positivos.




La rosca empieza a ser tremenda. Pedaleo levantado, cosa que no hago nunca, tramos cada vez más largos. El culo ardiente. No hay manera de sentarse.
Bien podría tirar la bici a tomar por saco y esperar aquí a que bajen los jabalíes estos… pero es jodido llegar hasta tan cerca para rendirse. El caso es que aún nos quedan casi mil metros positivos. De distancia no lo tenemos claro, unos diez kilómetros. Parada en el bar a tomar una cocacola y apurar provisiones.



Salimos por la carretera, ya en subida continua, entretenidos con el desfiladero antes de llegar a RioAller. Este pueblo, el último, tiene unas rampas de hormigón imponentes, que Nando nos había anunciado ya desde casa que él pensaba subirlas caminando. El caso es que cuando llegamos a ellas, Nando el primero, los remontamos ciclando. Hay que joderse.
Para arriba de nuevo en tierra, buena pista pero de tierra, a mí me toca ya agachar las orejas y sufrir. La cosa no afloja, especialmente cerca del pueblo, revueltas pindias que me hacen echar pie a tierra de cuando en cuando. Ya me sobra hasta el casco…
Luz de la reserva encendida. El contador de autonomía de mi cabeza marca escasos kilómetros.
Me pongo de pie a pedalear cuando el agarre del terreno lo permite, más por el culo que por las piernas.
Pasamos por cabañas que mis colegas nombran como conocidas, pero la duda de lo que falta se mantiene. Ocho y media de la tarde y seguimos subiendo dentro de la nube, como si esto fuera un sueño…





Rosca total. Como si viniera en llanta. Visión túnel…
Resignación por lo poco que falta, alegría por saber que lo vamos a completar. En mitad de la niebla cerrada, cuando la pista parece que empieza a picar para abajo, el altímetro da pérdida de cota, y sin ver nada, damos el puerto por alcanzado. Fernando  o Nando o Noelia (no sé cuál de los tres, yo estaba con la cabeza apoyada en el manillar…) se adelanta en busca de alguna referencia más fiable. Cuando regresa confirma que no hay más que subir. Por fin. 
Son las nueve y media de la tarde. Choques de mano, alegría. Fotos de rigor.
Han sido 111 km. Cuatro mil metros positivos. Trece horas y media desde que empezamos.
Me bajo de la bici, me siento en la cuneta a beber y comer la última barrita. Vaya colocón. 



Ahora solo falta bajar a Casomera hasta el coche. Chubasqueros cerrados. El descenso se hace largo a pesar de estar la pista en muy buenas condiciones, pero para abajo todo es más fácil y parece que el cuerpo revive. Con todo, me esfuerzo en mantener la atención y el control, una caída en bicicleta sucede de forma muy fácil (más estando agotado como estoy) y sus consecuencias pueden ser serias.
El viaje a casa sin cambiarnos de ropa (pequeño fallo logístico sin importancia en mitad de semejante gesta).







Gijón – Puerto de Vegarada - Casomera
122 km, 4000 metros positivos, 10 horas y media de pedaleo, casi catorce horas total. 

Ninguna avería siendo cuatro. Estas máquinas son duras de verdad.
Mis compañeros, fortísimos, me esperaron por turnos en muchos tramos, sin decir nunca nada, cosa que agradezco porque sicológicamente cambia mucho la cosa.
Hemos tenido gran suerte con el día, sin apenas sol y sin excesivo calor. Con todo, calculamos haber bebido unos seis litros cada uno.

Esta ha sido sin duda la paliza del verano. Al menos en cuanto a BTT. De hecho es la mayor paliza de mi vida, y llevo en bicicleta de montaña casi treinta años. Nando que hizo hace unos años el Soplao dice que esto ha sido más duro. Seguro que ya está pensando en la siguiente…


lunes, 14 de abril de 2014

La conexión mágica

Domingo 6 Abril 2014
Entreno BTT: Viesques-Pico Fario-Viesques

Yo la llamo así.
Aunque no con este nombre, se menciona en los manuales de psicología del deporte y en los de escalada más explícitamente. Hay libros dedicados al tema de forma específica (“Guerreros de la roca” por ejemplo). Otros lo tratan sin ser manuales, como “De qué hablo cuando hablo de correr” del multi maratoniano Murakami, que habla de ello desde su punto de vista personal.
También se lo leí hace muchos años a Castaneda, que lo explica muy a fondo y muy psicotrópicamente en “Las enseñanzas de don Juan”, “Una realidad aparte”, “Relatos de Poder” o “Viaje a Ixtlan”.
Para mí es muy difícil de entender, y mucho más difícil aún de alcanzar de forma voluntaria.
Sé que existe porque personalmente lo he experimentado algunas veces, pero desde luego cuesta encontrar el punto.

Son momentos en que parece darse una conjunción astral para que tú puedas lograr tu objetivo, o mejorar mucho tu nivel de forma puntual.
Casi siempre necesita que estés solo, o que al menos consigas aislarte de los que te rodean.
En esos momentos te liberas totalmente, dejas atrás las ataduras y las presiones, tanto interiores como exteriores.
No es que no te cuesten las cosas, pero desde luego parece que mucho menos de lo habitual.
Es entonces cuando alcanzas tus más altos niveles de eficiencia.
Pueden ser unos pocos segundos, unos minutos, o quizá algo más. A mí nunca me dura mucho.
Me ha pasado pocas veces en la vida, y casi siempre me he dado cuenta cuando ya se había evaporado la sensación.

Lo he sentido varias veces y muy claro escalando en deportiva.
En escalada deportiva la seguridad está prácticamente garantizada y te permite centrarte totalmente en la dificultad.
Sucede muy a menudo cuando estás apurando tu límite personal en una vía y ya llevas unos cuantos pegues (o muchos), que llega un momento en que la presión psicológica por lograr el encadene juega muy en tu contra. Esta presión llega a hacerte caer incluso cuando vas bien.
La conexión mágica me ha llegado algunas veces en estas situaciones. No sé muy bien por qué es, pero cuando por fin te despreocupas del fracaso, te olvidas del caer, del encadenar, de la gente que está mirando y demás,  entonces, click! sucede.
Puede que teóricamente ya no sea el pegue bueno del día. Puede que ya debieras estar demasiado cansado para lograrlo, y que incluso quizá en zonas fáciles inferiores no lo hayas hecho bien. Y sin embargo, sin saber por qué, sucede la conexión mágica (o la desconexión, no sé): entras en la zona dura y los movimientos fluyen, los pasos se suceden sin aparente dificultad (incluso los más duros). Parece que no eres tú el que los está haciendo. Y te sorprendes a ti mismo chapando la cadena.

Me ha pasado corriendo, aquí bastantes veces, aunque en este caso siempre por periodos de tiempo limitados dentro de carreras largas. Son momentos en que parece que no estás ahí, que no te cansas, que podrías seguir corriendo para siempre. Entras en conexión con el todo y tu carrera se integra en el paisaje, formas parte del conjunto.

El pasado domingo 6 me sucedió mientras pedaleaba. No me había ocurrido antes en bicicleta.



El fin de semana se me estaba escapando entre los quehaceres familiares. Eran las tres de la tarde del domingo cuando me senté a comer, con la intención de salir a rodar nada más terminar. Quería meterme algunas cuestas para entrenar un poco. No por eso me corté demasiado con los garbanzos con bacalao que Paula se había currado (estaban de escándalo). El caso es que, con la barriga bastante llena, me puse culot y maillot cortos (hacía calor) y cogí la bici. Hacia las tres y media salí de casa con el piloto automático hacia uno de mis recorridos habituales para entreno de volumen: la clásica subida al Pico Fario.

Tenía que estar de vuelta para llevar a Javi a natación a las seis y cuarto. Contando con unos veinte minutos entre ir al grupo, cambiarlo y llegar a la piscina, me establecí  un tope de hora para dar la vuelta, estuviera donde estuviese, sabiendo que en cuarenta y cinco minutos vuelvo a casa (salvo avería o cañonazo). El tope de hora eran las cinco de la tarde, y por tanto, todo parecía indicar que no me daba tiempo a llegar arriba: no suelo hacer la subida en menos de 1 hora 40 minutos, o 1 hora 35 como muy poco. Demasiado justo.
Los primeros cinco o seis kilómetros son casi llanos, bien para calentar. A partir de ahí las cuestas son casi continuas. Sólo hay algunos tramos cortos de carretera y alguna rampa de hormigón en repechos duros enlazando las pistas de tierra y los caminos trialeros. Hay que remontar casi 700 metros.

Como salí sin convicción de llegar, pero con intención de entrenar, desde el comienzo fui exigiéndome, apretando desarrollos y bebiendo periódicamente. Tampoco tenía claro si acabaría cambiando el recorrido hacia alguna variante más corta, pero cuando ya estaba a más de la mitad, me planteé simplemente continuar por el bosque de pinos hasta alcanzar el tope de hora, y entonces darme la vuelta. Y con esa idea me centré en ir encadenando los tramos.

Subir cuestas duras en bicicleta, cada uno en su nivel, exige tenacidad y concentración. Si son por terreno técnico o suelto, más aún. Yo soy bastante cabezota en cuanto a desarrollos por repechos conocidos, a la hora de cumplir mis referencias. Igual de terco con el “encadenar” sin posar el pie. Imagino que fue esa terquedad unida a la despreocupación por el logro en sí mismo, lo que hizo que me centrara en lo importante y alcanzara involuntariamente ese “estado de gracia”.

Cuando a falta de unos pocos repechos y el tramo final ya más suave miré la hora, me sorprendí enormemente por lo temprano. Entonces me apliqué en lo que restaba, ahora ya sí por recortar al máximo. Es evidente que no fue en ese tramo final en el que logré el ahorro principal de tiempo, sino en todo lo anterior que hice despreocupado por todo y concentrado en el entreno en sí mismo.

En la cumbre, para mis referencias futuras, tiré una foto y salí para abajo echando leches (tampoco iba sobrado).

Al llegar a casa tiré otra foto.



No estoy precisamente en mi mejor momento de forma, y sin embargo, rebajé mi anterior mejor tiempo de subida en casi diez minutos. La marca no es buena ni mala, pero es la mejor que he hecho en más de veinte años de subidas.
Estoy seguro de que hice ese tiempo gracias a esa fase, que el domingo me duró en torno a una hora, en la que volví a estar en “conexión mágica” con “una realidad aparte”.

Para referencia en futuros entrenos:
Tiempo de subida 1 hora 24 minutos
Tiempo de bajada 43 minutos
Desnivel positivo aproximado 700 metros
Distancia total aproximada 32 kilómetros

jueves, 23 de diciembre de 2010

Detrás de casa

Domingo 19 Diciembre 2010

Los alrededores de Gijón son propicios para la bicicleta de montaña, justo detrás de mi casa empieza el parque fluvial, una alargada mancha verde con caminos de tierra pisada que llegan hasta La Camocha, y también la ruta del Peñafrancia, hacia Deva. La mañana del domingo aproveché para uno de mis recorridos favoritos: la subida al Fario. Dentro de las muchas opciones posibles, escojo la más rápida, ya que tengo poco más de dos horas disponibles: iré por Caldones y por el Bosque de Pinos, son casi setecientos metros de desnivel pasando por paisajes variados, con menos de un 10% de asfalto. No sé los kilómetros, nunca lo he medido y tampoco me preocupa.
Salgo de casa a las 10:40, con muy poca gente aún por el parque pedaleo abrigado siguiendo el curso del río hasta el cruce con la carretera de la Pola, aquí abandono el camino del parque para coger un carreteruca estrecha a la izquierda, que pronto se convierte en caleya, y que sube serpenteando hacia La Bombilla, Caldones, con algún tramo de plato pequeño sobre graba suelta. Las primeras rampas me hacen sufrir, pero poco a poco voy calentando y el chubasquero con el que salí de casa ya me sobra: aprovecho para quitarlo al parar a coger agua en el lavaderu habitual. Los meses sin coger la bici parece que se notan menos que con el correr o el escalar, aguanto mejor la forma: esto lo compruebo con las clásicas “cuestas test” en las que tengo controlados los desarrollos con los que me mido desde hace años y veo que, aunque sufra, consigo superarlas.

Voy dejando atrás las últimas caserías, donde los perros me ladran sin piedad,  llegando a los ocalitales del Monte Deva, en los que apenas entro para abandonarlos con dirección al Bosque de Pinos: Este es un cordal muy guapo que culmina en la cumbre del Fario y continúa en forma de herradura por Cuatro Jueces, rodeando el valle de Rioseco y separando a éste del vecino valle de Peón.

Para llegar a la cumbre aún hay que superar unos cuantos repechos fuertes, que tapizados de agujas, olor a resina y con la luz invernal, ofrecen un escenario muy guapo en el que sufrir apretando los pedales. Es importante mantener la concentración si se quieren “encadenar” estos tramos, a veces es igual de importante que tener la fuerza o la resistencia, el hecho de escoger bien el trazado entre los baches o las piedras, y ajustar la postura del cuerpo para que la rueda delantera no se levante y mantener el peso en la trasera asegurando tracción. Todo esto te mantiene entretenido para no escuchar los latidos del corazón saliendo por la boca, o el ardor de las piernas protestando.
Llego a la cima y miro la hora, son las 12:15: me ha llevado algo más de hora y media, está bien. Como siempre, me subo al vértice geodésico y tiro alguna foto.



Me abrigo de nuevo y arranco hacia abajo. Enlazo con dos chavales que empiezan a bajar ahora también: en toda la subida sólo encontré algún solitario caminando, pero ahora sí nos cruzamos con bastante gente subiendo en bicicleta (o empujándola en algunos casos). Saludos cordiales de ánimo. Me quedo solo de nuevo, estos tíos bajan demasiado fuerte para mí… A la 1:10, después de unos 45 minutos de bajada, estoy en el portal de casa, a tiempo para los siguientes compromisos, cansado pero contento.