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martes, 1 de abril de 2025

En recuerdo de Seoane

26 Julio 1992, 
Aguja de la Canalona (2.530 m), vía Normal (AD sup, IV, 90 m)
Torre de las Corteras Rojas (2.453 m), vía de la Chimenea (IV, 160 m)
Invierno 1993,
Los Argaos (2.160 m), Corredores Izquierda (II,2, 170 m) y Derecha (II,2, 170 m)
Con Alejandro Seoane

Mis primeras escaladas en montaña, en los Picos de Europa, fueron el verano de 1.992, cuando yo tenía 17 años, y algunas de ellas las hice con mi amigo Alejandro Seoane.

Las que hoy recuerdo aquí son algunas escaladas sencillas en una zona espectacular del macizo Central y del Cornión de Picos de Europa:

La Aguja de la Canalona es una torre que cualquier escalador que la vea querrá ascender. Nuestra vía de escalada fue su Normal, como es lógico cuando estás empezando en el tema, como era mi caso. Arrancó delante Alejandro en el primer largo y luego me dejó a mí tirar el resto de la vía, otros tres largos cortos. ¡Qué disfrute llegar a esa cumbre espectacular!

Después de bajar de esta, nos dirigimos a la pared vecina, justo al otro lado de la canal.

Los Coteros Rojos, o las Coteras Rojas como también se llama, es una cumbre muy cercana a la anterior. Es una cima secundaria adosada a la Peña Vieja que ofrece una pared interesante en la vertiente que mira hacia Cabaña Verónica. Tiene varias vías en torno al llamado Pilar de Nazaret: a su derecha, la vía de la Chimenea es quizá la menos atractiva, pero a la vez es la más evidente, fácil y clásica. Hicimos la vía alternando cabeza de cuerda en cinco tiradas cortas.

En la cumbre de la Canalona, con Alejandro aquel día, la única foto que tengo

Escalamos las dos vías seguidas, en la misma jornada. En mi libreta de escaladas indica que la primera nos llevó una hora de ascensión y veinte minutos de rápeles. La segunda nos llevó dos horas y cuarto de escalada. De esta se baja caminando.


Aunque el recuerdo que tengo de aquellos días está ya muy difuminado, ha pasado mucho tiempo, poniéndolo en perspectiva resulta que fue iniciático para mí; vivaqueando, vagando por esas paredes y cumbres.

Y mi compañero de acampada y de cordada, compartiendo la experiencia aquellos días, fue Alejandro Seoane. No tengo ni una foto con él...

En aquellos años también compartí cuerda con Alejandro en temporada invernal. En el macizo del Cornión escalamos juntos algunos de los corredores de los Argaos, típica actividad de iniciación, que era lo que yo estaba haciendo por entonces. Recuerdo escalar con un piolet, una maza de invierno y crampones de correas, todo ello alquilado en el club Torrecerredo. Recuerdo meter clavos montando reuniones, rapelar de vuelta hacia la vertiente de la Llampa Cimera… 


Mismas temporadas, mismos corredores, pero aquí con Rubén

Por Ubiña también hicimos alguna cumbre invernal juntos.

A lo largo de los años he hecho otras escaladas a esas mismas cumbres o paredes. Más difíciles, más estéticas e interesantes, con compañeros y amigos variados, también he repetido algunas de estas mismas escaladas en solo. Pero aquellos días están en lugar destacado por el hecho de ser de los primeros vividos en este plan en los Picos; vivaqueando, caminando y escalando.

Después de aquello creo que ya no escalé más con Alejandro en las montañas. Sí que compartimos cuerda alguna vez más en zonas de deportiva. No obstante Alejandro continuó siempre presente.

Apenas hace cuatro meses Alejandro se puso malo. Un día se empezó a encontrar mal, le costaba respirar, y cuando le revisaron en el hospital ya era demasiado tarde para nada. Y así fue la cosa, en apenas unas semanas se apagó, consumido por el bicho. Rapidísimo. Terrible.

Alejandrón, como yo acostumbraba a llamarlo, por su metro noventa. Mis recuerdos suyos son muchos. Tantas sesiones de entrenamiento en el Grupo, saliendo a correr, entrenamientos en el gimnasio: teníamos muchos amigos comunes así que las tertulias eran continuas, largas y entretenidas.

Recuerdo tardes en el Café Gregorio, del que él era un cliente habitual, con charlas de temas variados, pero casi siempre sobre montaña.

Durante unos años estuvo en la organización de la Semana de Montaña de Gijón. En esta tarea recuerdo su invitación para que yo hiciera de traductor para Steve House. Aquello me hizo mucha ilusión.

También recuerdo vernos alguna vez en Soto de Sajambre, él al volante de un Landrover largo cargado de turistas, camino de Vegabaño, para seguir más tarde hacia Valdeón.

Una persona especial, a la que le encantaban las montañas, y que siempre las tuvo entre sus prioridades. Adaptando la actividad a su nivel de cada momento, es decir, como todos. Siempre subiendo al monte a caminar, a escalar, en bicicleta, a sacar fotos.

Recuerdo vernos múltiples veces atravesando Gijón en bicicleta, y parar a charlar. Siempre una palabra amable, preguntándome por Paula o por los niños. Ese ritmo propio sin prisas, ese estilo a medias entre lo desordenado y lo agudo.

Una de las últimas veces que coincidimos fue precisamente dando un paseo por el Muro, frente a la playa, lugar habitual tanto para él como para mí. Apenas unas semanas antes de su hospitalización.

En su funeral en la iglesia de San José estaba una buena representación de los aficionados a la montaña de Gijón. Me gustó ver a mucha gente de la montaña despidiendo al amigo.

No somos nada. La vida sigue. Nos olvidamos rápido.

Alejandro, se te recuerda y se te echa de menos.

viernes, 21 de marzo de 2025

Las orejas del Lobo

Sábado 1 marzo 2025
Con Rubén
Peña Santa de Castilla (2.596 m), canal Estrecha.



Vaya día de curtir estamos teniendo. Salimos a las seis de la mañana de Vegarredonda con el cielo muy cerrado, a ratos nevando fuerte. A la luz de la frontal siguiendo huella de días previos hemos pasado el collado de la Fragua sin darnos cuenta. Con la luz del día las nubes abren un poco y aparece la alpina Torre de Santa María con nuestro objetivo del día, la Pili Cristina, pero no lo vemos claro para una escalada tan técnica (incluso con buen tiempo sería un reto serio para nosotros) y con este cielo de nubes entrando y saliendo, copos cayendo por ratos, la temperatura friísima y viento intenso del NE. El resto de vías de la misma torre aparecen en buenas condiciones, pero Rubén ha estado hace unas semanas por aquí y nos apetece otra cumbre.





Decidimos seguir hacia el Jou Santu a ver la Peña Santa. La vista de la Norte tampoco nos convence. Apenas la vemos por momentos; si bien las líneas principales parecen formadas, pero está super expuesta a un viento continuo y muy intenso por momentos. Las nubes circulan veloces de izquierda a derecha barriéndola. 



Nos queda como última opción ir hacia la Canal Estrecha o la Escalonada, más recogidas en estas condiciones. Con esfuerzo llegamos al pie: nieve profunda y pesada. 



Hacemos la canal en las mismas condiciones de nieve pesada pero con buenos resaltes de hielo. Hay coladas continuas de nieve polvo sobre nosotros, viento, ambiente duro, alpino. 





Llegamos a la Brecha Norte hacia las 12 menos cuarto. En ese momento el día nos da una tregua, nos da el sol y se calma algo el viento; justo lo que necesitamos para en lugar de dar vuelta para abajo, decidir continuar a por la cumbre...



La travesía de las llambrias tiene tramos bien expuestos, la nieve no es la mejor, pero llegamos bien. 





A la una y veinticinco estamos en el vértice geodésico. Mucho frío. Mucho viento. Nubes que nos envuelven por momentos, vistas parciales a las erizadas cumbres del Cornión. No podemos ni comer. El agua de las botellas prácticamente congelada. Somos conscientes de nuestra posición de total aislamiento, a la vez estamos muy contentos. 







Tras unos metros de arista nos tiramos en rápel hasta las travesías, volvemos a montar reuniones, a deshacer nuestros pasos por las llambrias expuestas.





Llego yo al rapel que nos enfocaría a la Brecha Norte y a la Estrecha, terreno ya pisado hoy. Pero cuando llega Rubén al collado encima de mí me comenta la opción de la canal Ancha; lo vemos más corto y rápido y decidimos bajar por ella. Todo va bien, bajamos con 2 rápeles a tope de cuerda separados por un largo destrepe intermedio.





Ya estamos “en el suelo”, todo correcto, recuperamos las cuerdas y las guardamos en la mochila. Son las tres y media de la tarde. Estupendo. Ahora solo queda “andar” las dos horas hasta Vegarredonda, allí recoger los sacos y en otra hora más aproximadamente, coche y para casa. Todo ha salido estupendamente. Una escalada en un ambiente tremendo y condiciones duras, estamos muy contentos.

En estas estamos de charleta animada buscando la mejor bajada para llegar a nuestra propia huella de esta mañana, apenas cien metros por debajo.

Vamos caminando, Rubén delante de mí unos ocho o diez metros, asomando a las canales y tubos comentando para ver la mejor opción.

De repente todo cambió.

Todo el suelo se pone en movimiento. Como a cámara lenta, Rubén que iba muy cerca del borde, se ve envuelto en una masa de bloques de nieve que lo tumban, lo giran, da unas leves voces, y sale volteado resalte abajo…Yo estoy apenas a diez metros, pero a mí no me afecta: mi suelo sigue quieto. Primer pensamiento: se va a hacer daño.

Unos pocos segundos y se para la nieve. Con el corazón acelerado busco ángulo y me asomo: lo veo, está bastantes metros por debajo, sentado con nieve hasta la cintura, pero está braceando como si estuviera apartándola de alrededor. Le doy una voz. Me responde, pero en medio del viento reinante no le entiendo. Parece que no está mal, pero estamos aún muy separados para entendernos. Empiezo inmediatamente a destrepar pero me paro en seco y me digo, ojo amigo por dónde vas, no vayas a repetir lo mismo. Observo la nieve y me parece que por donde acaba de bajar la avalancha puedo destrepar bien. Arranco toda leche cara a la pared, aunque por ángulo no hace falta. Voy perdiendo altura rápido y hacia la mitad de recorrido me vuelvo a parar a intentar hablar con él: me dice que llame al 112. Me pongo a sacar el móvil, pero me lo vuelvo a guardar: primero he de llegar a él, evaluar la situación, intentar ayudarlo y luego ya llamar pudiendo explicar bien las cosas.

Finalmente lo alcanzo: está sentado tapado de cintura para abajo, atrapada la pierna derecha y la otra ya fuera: esta es la herida, el tobillo. Está entero, salvo ese pie no hay nada más roto aparentemente. Está muy nervioso y dolorido. Trato de calmarlo, le ayudo a desenterrar la otra pierna, clavada en nieve a tope. También un piolet que enganchado a la goma está a más de un metro de profundidad… Quitamos toda la nieve posible a su alrededor, me saco mi plumífero de la mochila y se lo pongo. En cuanto me confirma que la lesión es el tobillo izquierdo, pero que lo demás está bien, respiro aliviado. No podemos salir de aquí solos, estamos en un sitio remoto y aislado, pero no hay nada realmente grave… Milagroso: todos esos metros de bajada, rebotando entre la nieve y cortados, con dos piolets en las manos, crampones en los pies... Realmente una suerte.

Desde su posición mi móvil no me da red, pero en cuando me muevo unos cien metros hacia el Boquete cojo cobertura. Son las cuatro en punto cuando hago la llamada a Emergencias: primero me cogen en Cantabria, explico la ubicación, me derivan a Asturias, vuelvo a explicar ubicación y situación general, pero me derivan a Castilla y León. Hablo con la persona, le explico la situación de nuevo, me pasa con la médico, le comento el alcance de la lesión. Me da instrucciones de abrigarlo, intentar protegerlo del viento, darle un analgésico si tenemos… De vuelta con el técnico me pide que le comparta las circunstancias del accidente y la ubicación exacta de GPS; me pasa un número de móvil, lo guardo y le mando por WhatsApp la ubicación. En contra de mi opinión (estaba equivocado por unos 200 metros) estamos en León, nos corresponde el rescate del equipo de Castilla León. Esto no me suena nada bien e intento convencerlos de que me deriven a la Morgal, ellos están a veinte minutos de vuelo y controlan la zona al dedillo… No hay nada que hacer. Les corresponde a ellos. Ponen en marcha el operativo: me dicen que pueden tardar una hora. Nosotros por ahora estamos al sol pero con bastante viento y un frío intenso. Por debajo hay mar de nubes. Me dice que si no pudiera entrar el helicóptero se activaría el rescate por tierra: pienso para mí que mejor que llegue el pájaro o vamos a pasar mucho frío…

Vuelvo con Rubén, está temblando violentamente, quizá entrando en hipotermia. Le ayudo a quitarse nieve de encima, a sentarse sobre las cuerdas para aislarse. Le doy un ibuprofeno 400 que trae en su mochila. Saco una manta de emergencia, aunque realmente no sirve de mucho, pero algo de viento le quitará. Está nervioso, pero intento transmitirle calma: el helicóptero nos sacará. No viene de Asturias, que habría sido mucho mejor por tiempo y por logística general, pero eso ahora es lo de menos.

La espera se nos hace larga. Le doy algo de comer. El agua de las botellas está prácticamente congelada. Llevamos todo el día bajo cero: en cumbre daban las previsiones a medio día 15 negativos. Calculamos por sensaciones que ahora aquí al sol podemos estar a diez negativos. El viento continuo aumenta la sensación de frío. Rubén se echa, se incorpora, está muy dolorido e incómodo, pero es un tío duro. Los nervios de antes están más controlados. Él ya está en sombra así que decido intentar moverlo unos metros para aprovechar más el sol que aún queda. Así además vemos realmente cómo está del resto. Se incorpora apoyándose en mí, a la pata coja puede caminar así: remontamos unos metros y se vuelve a sentar de cara al sol declinante que en breve desaparecerá por la Forcadona y el Torco. Últimos minutos antes de entrar en sombra y que la temperatura se desplome. Hablamos analizando la situación. Está controlada.


Ya se nos ha ido el sol. El frío aumenta. Menos mal que hoy, a diferencia de lo habitual, ambos nos hemos puesto cubrepantalón y hemos traído plumífero…

Vuelvo al collado a llamar de nuevo a preguntar cómo va la cosa: me informa la misma persona (todo muy profesional): el pájaro está en el aire, a la altura de Velilla del Río Carrión me dice, y que le calcule unos diez minutos más.

Al cabo de un rato más oímos finalmente el helicóptero. Son las cinco y cuarenta. Asoma por la Forcadona. Yo en el collado con los brazos en Y. Ellos se arriman, acerca un patín a tierra y se baja un bombero rescatador y una sanitaria. Vienen con mochila.

Hablan con Rubén, analizan cómo está para sacarlo. Yo me separo con el bombero y las mochilas. En una maniobra corta de torno la sanitaria saca a Rubén. Se separan, entran dentro del aparato y vuelven a por nosotros. El bombero me explica que bajaron con mochilas por si tenían que abortar misión y quedarse en tierra con nosotros… Me une a él con mosquetón de seguridad y cinchas, igual con las mochilas. El pájaro vuelve, el viento muy intenso con nieve me obliga a cerrar los ojos. Unos segundos más y estoy sentado al borde de la cabina colocándonos para entrar. Nos quitamos los crampones y nos sentamos relajados. Se acabó el lío. Santos helicópteros.

El vuelo es breve, paisajes espectaculares, charla acelerada por nuestra parte, los nervios. El bombero nos saca fotos…

Aterrizamos en Riaño en el campo de fútbol, apenas a 50 metros del centro de salud: trayecto de medio  minuto de ambulancia y estamos entrando, Rubén en silla de ruedas. El médico lo revisa con calma y determina que no puede saber si tiene algo roto. Hace falta una placa. Nos llevarían en ambulancia a León. Lo pensamos, y les decimos que preferimos coger un taxi hasta Arriondas, que la logística es más sencilla (el coche está en los Lagos, la familia en Gijón…).

Una hora y cuarenta y cinco minutos de taxi, puerto del Pontón, desfiladero de los Beyos, Cangas de Onís, finalmente Arriondas. En el trayecto revisamos lo sucedido.

Ha sido la rotura de placa de viento: no muy gruesa, quizá unos treinta o cuarenta centímetros de espesor, y de unos treinta metros de ancho. Yo me quedé fuera (pura suerte). Esto es algo difícil de controlar, casi imposible de anticipar. Realmente fuera de nuestro control. Especulamos mucho con otras cosas que podrían haber pasado. Casi todas peores.

Rubén no se cayó por un fallo suyo. Él no hizo nada mal. Es prácticamente imposible anticipar la situación ¿Y qué? En el fondo da igual; el accidente lo tienes. Y eso es lo que hay.

Concluimos que, en realidad, no deberíamos estar allí de cualquier manera: la montaña estaba muy cargada, reciente. El día estaba perro, nubes, viento, nieve, frío intenso. Tuvimos suficientes señales a lo largo del día como para habernos dado la vuelta. Abortar la misión. Salimos del refugio con otros tres, y había otra gente por encima, pero ninguno de ellos pasó del Boquete. Nevaba a menudo. Estábamos solos en una de las mayores montañas de Picos de Europa y a ratos no veíamos apenas a cincuenta metros. A ratos sobre hielo, a ratos abriendo huella profunda. Aun así, continuamos hacia arriba. Escalamos bien, resolvimos los problemas que se presentaron con eficiencia, hicimos cumbre seguros y nos bajamos. Todo en buen horario. 

Llevamos más de treinta años en el negocio, y atados juntos muchísimas veces. Eso se nota. Pero también para mal: juntos apuramos en ocasiones en las que ya no deberíamos hacerlo. Esto es algo fácil de decir desde casa y quizá no tan fácil de evitar cuando eres alpinista y estás en la montaña.

En los días siguientes, hablando con amigos alpinistas y bomberos de Asturias, me explican que ese helicóptero que nos sacó, solo uno da cobertura a toda Castilla León, algo increíble para semejante superficie. Además, su base está al sur de Valladolid, muy lejos de los Picos. Está claro que los repartos de los rescates tienen su lógica política, geográfica y económica, y que las lesiones de Rubén no eran críticas, pero la cosa es que nuestra posición a unos 300 metros en línea recta a la frontera cambió un rescate desde Asturias y en unos veinte minutos desde la llamada, a una hora y media larga. Incluso a nivel de costes del vuelo, la diferencia parece enorme. Luego la bajada a Riaño (centro de salud) en lugar de directos a Arriondas (hospital), aunque esto es ya realmente secundario. 

Los chicos del teléfono, el helicóptero, la ambulancia, el centro de salud, todos encantadores y muy profesionales. Un diez.

Recuerdo cuando bajaba conduciendo el coche de Rubén por la carretera de los Lagos, a las diez de la noche, total soledad obviamente. Y pensar que podría estar haciendo este trayecto hacia casa, pero con una noticia mucho peor y definitiva…

Rubén tuvo mucha suerte (yo mucha más). No hubo rotura. Fue un esguince muy fuerte. Se quedará en unas semanas de muletas, rehabilitación y muchas complicaciones de trabajo. Ser autónomo tiene peajes.

Después de conversaciones con varios colegas alpinistas que han vivido experiencias similares de avalanchas, ya sea escalando, esquiando o caminando, todos llegamos a la misma conclusión: difícil de prever, una cuestión de estadística, y la única opción para reducir riesgo pasa por elegir bien el día. Evitar las condiciones dudosas y caso de estarlo, simplemente no ir. Porque si vas, aunque haya señales, terminas metiéndote más de la cuenta.

Esperamos haber aprendido algo de todo esto. De eso se trata en el fondo, de aprender e intentar seguir adelante, recordando que el alpinismo es intrínsecamente peligroso, y en último término, algo simplemente absurdo.

Le hemos visto muy bien las orejas el lobo en esta ocasión.



domingo, 20 de octubre de 2024

Placeres ventosos otoñales

El viento y su ruido... Con la capucha puesta percibo peor mi entorno. El rápido enfriar de las manos... Y en la cabeza, aunque sea en segundo plano, la sensación de soledad y de exposición... Todo esto junto y combinado lo noto en mi equilibrio y en el fluir de mis movimientos, y hace que el IV grado del largo (segundo largo de "Amistad con el Diablo",  incluso III+ en algunos croquis) se perciba tan diferente a escalar esto mismo en otras condiciones... Como tantas veces en circunstancias similares, me esfuerzo en concentrarme en el momento, en el siguiente paso. Y además me recuerdo a mí mismo que es esto exactamente lo que hemos venido a buscar.


Domingo 13 OCtubre 2024

Rubén Díaz

Pico Urriellu (2.519 m), Cara Este, Cepeda (350 m, V+)

Después de nuestro intento frustrado a mediados de septiembre por la falta de sitio para aparcar, volvemos a probar suerte ya metidos en otoño, y además de domingo, que siempre hay menos gente. 

El día antes había estado fresco de temperatura y muy ventoso en altura, con rachas hasta 100 km/h. Esto y que ya estamos a mediados de octubre nos ha dado nuestra oportunidad de escalar en el Picu. Manda narices.

Madrugamos como procede, y hoy sí conseguimos aparcar arriba del todo. Repartimos trastos a la luz del amanecer y a eso de las ocho arrancamos por los prados que remontan hacia el collado de Pandébano. La luz está guapa y el día se va despertando mientras nosotros vamos charlando, pasando por delante de la Terenosa, por el collado Vallejo, y luego ya las primeras cuestas a la vista del Picu. Un recorrido que hemos hecho decenas de veces. Me encuentro bien, y Rubén dice lo mismo. Yo se lo achaco claramente a los entrenos en bicicleta, Rubén ya viene en forma de fábrica. Nos cruzamos alguna gente que viene de bajada mañanera del refugio, y también adelantamos a unos pocos que suben. En el desvío hacia la Celada nos cruzamos a Iñigo, pero yo empanado no lo reconozco y no lo saludo, lástima. Vamos a por el último empujón de cuesta.

Las nubes cruzan veloces desde el Sur, apareciendo desde las cumbres del Jou tras el Picu y sobrevolándonos. Está bien fresco y Rubén viene algo destemplado y con frío en las manos a pesar del ritmo vivo de nuestro caminar.

Llegamos a la base de la Este: está vacía. Un lujo poco habitual. Toda para nosotros. Ideal.


No habíamos hablado nada de qué via hacer, y no sé por qué yo ya venía pensando en la “Amistad con el Diablo”. Era la que queríamos haber hecho en septiembre cuando la falta de parking nos mandó al exilio de Fresnidiello. Lo cierto es que cuando nos estamos preparando en su base, ya no nos queda más ropa por poner: yo llevo camiseta, forro fino, primaloft y el chubasquero encima. Las capuchas de los dos últimos caladas sobre el casco, y los guantes calentando en el pecho… Básicamente llevo lo mismo que en invierno.  


Animo a Rubén a empezar él, y no es buena idea: son cerca de las once de la mañana cuando levanta del suelo. A medio camino del primer largo tiene las manos como tablas: escalada en modo muñón, algo muy desagradable y también peligroso. Se las arregla para llegar bien a la reunión. Arranco yo detrás de él después de asegurarle con los guantes puestos. El viento nos zarandea, y el sol apenas nos ha dado, por no haber levantado lo suficiente, y por la presencia de nubes. Calculamos estar quizá a siete u ocho grados, pero con este viento reinante, la sensación térmica es más fría. 



Yo no voy tan frío y para cuando llego a la reunión cojo los trastos y salgo a por la siguiente tirada. 

El segundo largo es del estilo: rocaza y grado fácil, pero compacto para asegurar. Lazo un par de puentes de roca y coloco un friend para llegar a la reunión. Apenas tiene veinte metros, pero mientras escalo noto que me he de esforzar para moverme con atención: el frío, el viento hacen que no vaya cómodo.



Mientras aseguro (de nuevo con guantes), miro alternativamente hacia arriba y hacia abajo a Rubén. La verdad que no está agradable la cosa… ya no hay nubes pero el viento persiste.

Cuando llega Rubén me dice que no lo ve claro, y es justo lo que yo necesitaba, dado que pensaba igual: él llega aún con el frío dentro, no ha recuperado sensaciones y ni uno ni otro nos vemos apretando en hueveras de V+ y apurando algún alargue obligado con estas sensaciones de frío y este viento.  

Lo que tenemos encima puede sonar fácil desde casa mirando el croquis, pero todo cambia rápidamente en este ambiente de montaña, con este frío. Pocas bromas.

Decidimos rápido: rápel de sesenta metros y al suelo. Al llegar apenas debatimos: sacamos las cuerdas y nos vamos a la vecina Cepeda.  

Creemos que aunque en la Cepeda se nos irá antes el sol, por un lado es una vía más fácil y a la vez estaremos más protegidos del incómodo viento que entra de Sur. Es tal cual.


Son las doce menos diez cuando arranca Rubén a por el primer largo y resuelve en un pispás.  

El siguiente lo tiro yo y también va fluido: la cosa parece ir atemperando. En la segunda reunión comentamos que quizá si hubiéramos seguido habríamos ido bien en la Amistad, pero a la vez, si no hubiera mejorado algo el tempero… Nada, para arriba.  

El tercer largo vuelve a ser para Rubén, y nos pone en la punta del brazo izquierdo de la Y.  


Cuarto largo, el de V, lo disfruto yo delante, rocaza.



Quinto largo Rubén, lo hacemos más difícil de lo debido, pero no hay problema.  

Sexto largo y vamos derivando hacia la izquierda en la transición de la vira superior de la cara Este.  


Séptimo largo por Rubén: es precioso, tirada de casi sesenta metros para llegar a la reunión del Rompetobillos. Los croquis lo dan de IV+. Buena roca y realmente muy bonito.




 
El largo del Rompetobillos me toca a mí: resuelvo tranquilo, colocando un alien por encima de la chapa, secuencia controlada a pesar de lo jabonoso de algún agarre. Y salgo por el agujero al Anfiteatro y estoy de vuelta expuesto a la ventolera.  


Mientras aseguro, saludo a una cordada de tres que ya están iniciando el segundo de los rápeles. Vamos a tener el placer de disfrutar el Picu para nosotros dos solos. Esto es poco habitual: lo celebro.

Llega Rubén, salimos a las terrazas, recogemos las cuerdas y caminamos hasta la primera reunión de los rápeles donde las dejamos para ir a cumbre.

Trepamos la canal, la arista, y llegamos a la cima. Son las tres menos diez. Hemos tardado tres horas desde el comienzo de la Cepeda.


Comentamos las buenas sensaciones a nivel de fondo (los dos nos encontramos en forma), y a la vez cuánto cuentan las condiciones: yo hoy he escalado toda la vía con el primaloft puesto, y a ratos incluso con el chubasquero encima. Ahora sigue haciendo viento, pero no molesta mucho. 


Como siempre aquí arriba disfrutamos de las vistas tremendas, unas fotos, un bocado y un trago, mensajes de saludo a casa. Diez minutos de disfrutar del sitio mágico. Repasamos las últimas veces que habíamos subido: yo el año pasado no había venido.

En movimiento de nuevo, destrepamos hasta donde hemos dejado las cuerdas, y una vez allí las recogemos y también destrepamos el primer rápel (muy tumbado y pesado para recuperar cuerdas: tardas y cansas más).

Montamos nuestro primer rápel a sesenta metros, baja delante Rubén y para cuando estoy llegando yo veo que estamos alcanzando a la cordada de tres que vimos antes: desde que los vi cuando salimos por el agujero del anfiteatro y que ellos ya estaban rapelando, nosotros recogimos las cuerdas, cruzamos hasta los rápeles, fuimos a cumbre, echamos nuestros buenos diez minutos allí, volvimos a bajar a los rápeles, destrepamos el primero, montamos el nuestro, rapelamos los dos, ¿y esta gente aún está aquí? (…)

Otro rápel a sesenta metros igual de fluido y estamos en el suelo: yo bajo el último y me separo de la base todo lo que dan las cuerdas. Sorprendentemente uno de los chavales de la cordada que nos precedía está justo en esa vertical recogiendo sus cuerdas (aún no ha terminado) y está sin casco. En cuando quito la placa me pongo a recuperar nuestras cuerdas y le recordamos que está justo en la vertical, pero el hombre no se altera (...)

Recogidas las cuerdas nos vamos a la entrada de la Amistad, donde hemos dejado la otra mochila y los zapatos. Una vez allí comemos otro poco, guardamos los trastos en las mochilas y finalmente, a eso de las cuatro arrancamos canal abajo.


El pateo de vuelta lo hacemos charlando sin parar: la bicicleta de carretera nos ocupa bastante la tertulia. Cruzamos y pasamos gente. Hay una luz preciosa, la atmósfera limpia recorta los perfiles, las cabañas salpicando las camperas por debajo de Pandébano, el ganado menea los cencerros.  

A las seis en el coche. Nos cambiamos. Una cerveza en Tielve comentando con los locales la mejorable gestión del Parque. Charla muy interesante por cierto.

Conduciendo en el coche de vuelta comentamos que vamos cumpliendo años, y que antes o después estas jabatadas de hacer el Picu en el día desde casa y por la Este serán demasiado para los paisanos... Cuando llegue ese momento volveremos al estilo antiguo de subir el día antes a vivaquear o al refugio.

Algo después de las ocho en casa.

Gran día de montaña. Qué buena es la Cepeda. Qué guapo es el Picu.


Gijón 6:00 h

Pandébano 8:00 h

Pie de Vía 10:15 h

Inicio “Amistad con el Diablo” 10:45 h

Inicio “Cepeda” 11:50 h

Cumbre 14:50 h  

Fin Rápeles 15:30 h

Pandébano 18:00 h