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jueves, 26 de marzo de 2020

Espolón Walker Express

Espolón Walker – Grandes Jorasses




En estos largos días de encierro obligado por el coronavirus, la mente de la gente se evade con las cosas que nos gustan. La mía (¡cómo no!) viaja a las montañas. Uno piensa en los planes que tenía para estos días, también en otros para el verano y más allá. Como no podía ser de otra forma, la mente viaja en los recuerdos de vivencias pasadas.  Me parece que el encierro se va a prolongar, y voy a poder relatar alguno más de esos recuerdos…

Dentro de tres meses se cumplen quince años de un día muy especial para mí: la escalada junto con Javi Sáenz del Espolón Walker de las Grandes Jorasses.  Esta fue sin duda para mí una gran experiencia que me marcó.
La cara Norte de las Grandes Jorasses es una de las llamadas Tres Nortes Clásicas de los Alpes (junto con la del Eiger y la del Cervino). Y dentro de esta cara Norte, una de sus vías míticas (porque tiene muchas) es el Espolón Walker: esta fue la primera vía escalada de la pared, allá por 1938 por una cordada liderada por el fortísimo italiano Ricardo Cassin.



La Norte de las Jorasses es una pared relativamente lejana y aislada (en la escala de los Alpes). La vía tiene unos 1.200 metros de recorrido (40 largos), prácticamente entera de roca (depende de las condiciones, normalmente el último cuarto tiene nieve y hielo), de dificultades medias pero sostenidas, con pocos seguros fijos y mala retirada. Un porcentaje muy alto de gente que la hace pica vivac (nosotros la hicimos en el día). Además tiene un descenso muy largo y nada sencillo por la cara Sur. Todo esto la convierte en una actividad de envergadura.


Cuando el croquis no cabe de una vez...
Con todo no deja de ser una vía abierta hace 82 años (por poner las cosas en perspectiva, porque hay gente que hoy día todavía sale en los periódicos y tal).
Nosotros tuvimos buena suerte con las condiciones de la vía, sin frío, sin apenas hielo. Por otro lado, fuimos en uno de los días más largos del año, seleccionamos bien el material y escalamos rápido.
Con los años olvidamos cosas y los recuerdos se deforman. Afortunadamente, en su momento escribí un resumen de mi experiencia con esta escalada, y la compartí con algunos amigos. 
Para referencias técnicas, mucho mejor consultar el excelente blog de Carlos Gallego:  Montana y Alpinismo Clásico. Muchas gracias por las fotos Carlos.
Rescato ahora aquel relato:


Junio 2005
Javier Sáenz
Espolón Walker, 1.200 m, MD+, 60º, V, A1 (6a)
Punta Walker Grandes Jorases 4.208 m

El murmullo de las olas por encima del griterío de los niños se mezcla con la agradable sensación del sol sobre el cuerpo después del largo invierno. La playa de Estaño parece tan distante de lo vivido esta semana que me cuesta creer que ha sido realidad: si no fuera por las agujetas punzantes y perennes, las uñas negras de los pies, o la fea postilla en el dedo índice de la mano izquierda, podría llegar a pensar que todo ha sido un sueño… 

Una semana antes...

Es domingo por la tarde, hace sol y la ilusión y los nervios me llenan la cabeza. Recojo a Javi en la “Pink House”, en Santander: nuestra cita anual para escalar en los Alpes esta vez tiene un objetivo claro, al menos para mí: “Javi, mañana y pasado dan buen tiempo, ¿nos vamos a la Walker?” A Javi no hace falta demasiado para convencerlo: desde el kilómetro uno del viaje tenemos el objetivo decidido.

Después de conducir hasta las dos de la mañana, dormir tirados al lado del coche en un área de descanso, y de nuevo conducir desde las siete y media hasta las dos de la tarde, por fin llegamos a Chamonix: mil cuatrocientos kilómetros completos conduciendo son duros en sí mismos. Con urgencia vamos a comprobar la meteo en la Casa de la Montaña. Se confirma lo que yo había leído en Internet: hoy hará buen tiempo, mañana también hasta última hora de la tarde, cuando hay posibilidad de tormenta. No hay más dudas, tenemos que preparar las mochilas a toda velocidad y tirar para la estación a coger el último tren cremallera a Montervers. 


Tenemos media hora para seleccionar el material para la vía más importante de mi vida (hasta la fecha): “Joder la ligereza Javi, pero si no llevamos nada: cuatro friends, cuatro tornillos de hielo, cuatro barritas energéticas, pero si llevo más para subir al Tesorero…” No hay nada que hacer, la cosa es así y él manda. Una vez en el tren repaso que no me falte nada: piolets sí, crampones sí, saco sí, hornillo sí. ¡Menudo muerto de mochila de “estilo ligero” para levantarse por semejante tapia!


La estación superior de Montenvers está llena de turistas que esperan el último tren para bajar a la civilización: como siempre, nos quedamos solos encarando la montaña. Bajamos al glaciar y comenzamos la aproximación de casi cinco horas hasta la base de la tapia: Mer de Glace y glaciar de Leschaux. Estoy nervioso, pero todo está pasando tan rápido que apenas tengo tiempo para pensarlo. Además, tengo mucha confianza en que podemos hacerlo bien.


La cena tampoco ha sido para tirar cohetes, un sobre de pasta a medio cocinar (hay que masticar fuerte para tragar estos tortellinis) con el hornillo posado sobre el hielo del balcón que es este rellano del glaciar, en la fuerte pendiente que lleva a la base de la pared. Con las muchas horas de coche, las prisas y la pateada hasta aquí, estoy hecho polvo: vamos, lo ideal para la vía de mañana... En poco más de veinticuatro horas he pasado de una placentera tarde de domingo en la playa, a estar tirado en un glaciar en el corazón de los Alpes debajo de una pared inmensa. Y no, no he venido en avión, ni en helicóptero precisamente… 

¡¡Cracckkk!! Algo debajo de mí me ha despertado de repente. “¿Qué coño ha sido eso?” A mi izquierda Javi duerme más cómodo que en su casa de Santander; ni se ha enterado el tío… Está claro que el glaciar ha restallado por debajo de nosotros. Claro, el glaciar está vivo, se desplaza a un ritmo lentísimo, pero se desplaza, y cada trozo de hielo que nace aquí arriba, con el tiempo acaba en la morrena terminal…Pero no pasa nada, ayer cuando nos instalamos a dormir estaba claro que este rellano era seguro, voy a dormir otro rato… ¡¡Craacckkk!! “Joder Javi, esto cruje, a ver si vamos a colarnos por una grieta y desaparecemos para siempre, y…” “qué va hombre, qué va, duérmete” dice a la vez que se gira arrebujándose en el saco y reanuda los ronquidos, el muy cabrón. ¿Dormir? ¿Quién puede dormir con esta sensación? Pues ya no dormí más. Suerte que ya eran cerca de las dos de la mañana, y a las tres nos íbamos a levantar igualmente…

Por fin suena el despertador: esto es el comienzo de uno de los días más largos de mi vida. Hacemos un desayuno rápido a la vez que nos vestimos y vamos recogiendo las cosas. Me separo unos metros, pocos, no vaya a terminar resbalando, para echar una cagada antes de arrancar: el alpinismo tiene momentos muy íntimos. Finalmente nos echamos las mochilas a la espalda, son las cuatro y media. Comenzamos a hacer eses sorteando los tramos de grietas y seracs, a la luz de las frontales, camino al pie de vía que parece ahí al lado. La realidad son cuarenta y cinco minutos de remontar cuestas glaciares. Finamente, a las cinco y media, la rimaya nos saluda; nos encordamos y exploramos la zona del puente de nieve para cruzar a la pared Norte de las Grandes Jorasses: ¡Joder, qué ilusión!


Voy bastante abrigado, incluso llevo puesto el pantalón ligero de gore sobre las mallas, las manos desnudas no acusan frío, así que pronto me sobrará ropa. Javi remonta rápido las primeras torres de roca descompuesta, para alternar con campas de nieve tumbadas. Vamos encordados en ensamble a unos veinte metros y sin crampones, Javi con dos piolets y yo con uno, todo sea por  aligerar. De repente resbalo en la nieve y bajo tres metros hasta una repisa. “Vamos bien, faltan mil doscientos metros de vía y ya me estoy resbalando…”. Esto sirve para empezar a meter algún seguro y montar alguna reunión. Cambiamos las botas por los pies de gato, a pesar de que tenemos que cruzar manchas de nieve de cuando en cuando, la dificultad de la roca nos hace ir mejor así. Esto también hace que la mochila aumente de tamaño y sobre todo de peso. 









Ha amanecido y nuestro ritmo aumenta, Javi estira largos de sesenta, setenta, ochenta metros. La dificultad es creciente, la roca súper compacta y los seguros fijos muy escasos, algún clavo aislado. Vamos ganando altura y nos esforzamos por seguir el itinerario sin despistes. Superamos tramos famosos sin apenas notarlo, bastante tengo con seguir el ritmo del amigo… El cielo no está claro del todo, de hecho de cuando en cuando nos envuelven jirones de niebla: esto nos hace correr todavía más: ensamblamos muchos tramos ahorrando reuniones. 


Llegamos a un punto en el que de acuerdo a nuestro croquis, ya roto y sucio de tanto sacarlo, tenemos que hacer un rápel pendular. De mano parece que tienen que ser unos diez o quince metros, pero terminan siendo unos treinta. Ver alejarse a Javi hacia abajo, hasta una repisa nevada es una sensación extraña, yo sólo quiero subir, ganar altura para poder evitar la amenaza de tormenta de esta tarde.


Después de retirar el rápel aún nos movemos otros dos largos casi en horizontal hacia la derecha, hasta que alcanzamos otro espolón sobre el que empezamos de nuevo a ganar altura remontando largos de cuarto grado en ensamble, siempre con pocos seguros emplazados.


“Menudo gallo el amigo Cassin”, “ya te digo”. Es mediodía, por primera vez desde las cinco y media de la mañana nos hemos parado a comer y beber algo. Estamos en el nicho del segundo vivac de los primeros ascencionistas. Empezamos a creer que podemos hacer la vía en el día: esto que podría ser un gran éxito para mí, para Javi era el objetivo desde el principio, y como él dice, “es lo suyo hoy en día; poco mérito tendría repetirla con un vivac…” Pero lo cierto es que el noventa por ciento de las cordadas pican una noche, por lo menos.


“Ostia, ¡pero si está nevando!” “Joder, ¡mierda!, hay que correr, tenemos que salir de aquí”. Estamos a unos diez largos de la cumbre, la nube nos ha envuelto sin darnos cuenta, avanzamos por largos fáciles hacia el característico nevero triangular del tercio superior de la pared. De vez en cuando se oyen voces lejanas por encima: una cordada que entró el día antes.


Las Chimeneas Rojas son el último tramo difícil que nos falta, siempre he leído sobre estos largos cubiertos de verglás, y lo cierto es que cada vez tenemos más hielo alrededor y la roca está mojada en general. 


Después de dos tiradas escaladas por Javi con atención pero muy rápidas, ahora me espera en una incómoda reunión colgando debajo de un desplome que tiene la placa de la base cubierta de hielo. Del labio superior del desplome gotea a ritmo el desagüe del deshielo. Arranca de nuevo y supera el desplome con maestría. Continúa unos cuantos metros y me avisa de que ha montado reunión y puedo salir. La mochila tira de mí hacia atrás, el desplome es mayor de lo que parecía, el agua helada me entra por el cuello. La tensión de las cuerdas recuperadas por Javi me obligan a entrar al paso más de frente de lo que quisiera, estoy tirando con fuerza de una laja para poder alcanzar el borde superior. De repente, me veo en el aire, la laja ha saltado convertida en un bloque de unos quince kilos que sostengo en las manos y que me golpea fuertemente en el muslo derecho cuando la cuerda se tensa y quedo colgando como un jamón. “¡No pasa nada, todo bien, me ha saltado una laja!” Me repongo y resuelvo los pasos que me faltan hasta la reunión, a la que llego con las manos heladas. Javi me mira con aire serio un corte que tengo en la mano izquierda, en el dedo índice, y que no tiene buena pinta: saco un pañuelo de papel, le doy dos vueltas de esparadrapo y por primera vez en el día, me pongo el guante encima. Parece que lo que queda es una trepada muy fácil. Envueltos en la nube, con la luz de la tarde declinando, con el cansancio en las piernas, en los brazos, y en la cabeza, continuamos trepando en esta escalada que me parece infinita.

Me llegan de arriba gritos de júbilo, Javi está en la cumbre: la vía termina justo en la cima de la Punta Walker de las Grandes Jorases, 4208 metros. Son las 8 y media de la tarde, llevamos quince horas escalando sin parar casi ni para mear. Javi está eufórico; yo sólo estoy reventado. En mitad de la nube nos sacamos en autorretrato dos fotos y miramos al abismo de la vertiente sur hacia el que nos tenemos que tirar en la decreciente luz de la tarde. 



En unas cuarenta y ocho horas he pasado de mi casa a la cumbre de esta montaña, por en medio más de mil cuatrocientos kilómetros de coche, aproximación a lo largo de dos glaciares y una escalada de envergadura.
Hay mucha nieve, pero en principio tenemos huella de la cordada a la que casi alcanzamos y que habían entrado el día antes. Realmente lo hemos hecho muy bien, fenomenal, pero aún quedan casi tres mil metros de descenso hasta Courmayeur…

La cara Sur de las Jorasses, que bajamos casi entera de noche, entre truenos

En mitad de una niebla espesa, más bien inmersos en la nube, con truenos sonando a nuestro alrededor, comenzamos el descenso por unas palas de nieve profunda a casi cuarenta grados de ángulo. Pronto perdemos las huellas. Las grietas interrumpen nuestra línea de descenso de cuando en cuando, obligándonos a hacer travesías. De repente comienza a llover, esto se está poniendo desagradable. La pendiente aumenta y ahora montamos tres rápeles consecutivos a sesenta metros, abandonando otros tantos tornillos Black Diamond, de a sesenta euros unidad, en un couloir de hielo aguado. Hay que perder altura rápido. La noche se cierne sobre nosotros cuando alcanzamos un rellano en el glaciar. Ha dejado de llover pero los rayos centellean entre la nube. Ahora esto es más complicado, no sabemos hacia dónde ir… Guiados por la intuición avanzamos desencordados flanqueando zonas de seracs, otras de grietas, resaltes rocosos… Es medianoche y yo voy ciego. 

Vamos moviéndonos en travesía, flanqueando a la derecha para alcanzar lo que creemos que es el roñón rocoso que termina sobre el plató del glaciar que lleva al refugio de Boccalatte. Ahí se terminarán nuestros problemas, pero aún está lejos. Javi se ha quedado sin pilas en la frontal, así que para mayor emoción, le he dado la mía, ya que él va más fresco para guiarnos abajo. Ahora yo me tambaleo tres metros detrás de él, hundido por el peso de la mochila, deshidratado, famélico, pero sobre todo muerto de cansancio y sueño. De repente me cuelo en el suelo de nieve, quedo trabado por la mochila a la altura del pecho y siento cómo mis piernas se balancean libremente en un extraño vacío: “¡Joder Javi me he colado en una grieta!” Vamos desencordados para “ganar tiempo”, estoy asustado: con cuidado y agarrado por Javi que tira de mí salgo del agujero arrastrándome hacia lo que parece terreno más seguro. Nos encordamos a cuatro metros y seguimos avanzando. 

Estamos por fin sobre roca y me siento mejor al pisar terreno firme. Pero a las dos de la mañana, con crampones, sin luz y entre bloques sueltos voy tropezando continuamente. Mi avance es lamentable. Empiezo a implorarle a Javi que paremos a dormir un rato, pero él insiste en continuar perdiendo altura. Son las tres, mientras Javi está buscando una instalación de rápel para salvar un cortado, yo me siento en un bloque, y poco a poco me voy echando. 

Finalmente Javi se rinde a la evidencia, ya no consigue moverme más. Son las tres y media de la mañana, llevamos veintidós horas non-stop. Nos instalamos en una terraza inclinada, Javi saca el hornillo y la comida que nos queda. Para cuando ha fundido nieve para beber yo ya llevo un rato durmiendo: me despierta, bebo y como algo y me vuelvo a quedar dormido.


Es de día. Despierto con la espalda doblada entre piedras, con dolores varios, pero con mucha energía: son las siete y media y me encuentro bastante recuperado. Después de poco más de cuatro horas ya estamos en marcha de nuevo. El cielo plomizo amenaza descargar: al menos no nos hemos mojado mientras dormíamos. Vemos el refugio Boccalatte al fondo del glaciar, esto está hecho. Encontramos en seguida los rápeles que anoche no localizábamos, en dos tiradas  cortas estamos en la base del roñón de roca para entrar al último tramo de glaciar que nos queda. 

El roñón de roca donde está Boccalate
En una hora estamos tomándonos un café con galletas en el refugio, la gente se interesa por nosotros, les parece un buen horario para la Walker. Estoy ufano. De nuevo en marcha hacia el valle, ahora ya entre vegetación, vamos descendiendo los últimos mil metros de desnivel. Javi me espera cada poco, pero mi ritmo es lentísimo: las agujetas generales se ven incrementadas por el golpe de la laja en el muslo, que me hace cojear cada vez más intensamente. Cuando ya estamos relativamente cerca de la carretera, Javi se distancia más, yo sigo a mi máximo ritmo, el del caracol...




He llegado a la carretera pero no veo a este elemento por ningún lado. Sigo caminando, controlando a ver si lo localizo, pero empiezo a hacer autostop a todo el que pasa. A los pocos minutos, se para un Fiat Uno conducido por una amable señora francesa con sus hijos en los asientos traseros. Se ofrece a acercarme a Courmayeur. Hacen sitio en la plaza de delante y me acomodo a duras penas. Sé que tengo que oler muy mal, pero no parece molestar a la señora, que me va preguntando de dónde vengo, qué hemos hecho, y demás. Le va traduciendo a sus hijos lo que yo le cuento en inglés: estos valles son cuna de alpinistas, llevan la montaña dentro y forma parte de su cultura. Sabe lo que es la Walker.

Me bajo dando las gracias a mi benefactora en la plaza de la estación de autobuses de Courmayeur. Ha salido un poco el sol entre las nubes, miro alrededor pero no veo a Javi, así que me acomodo en una terraza y me tomo una gran jarra de cerveza con un bocadillo de queso con tomate. Al acabar me siento en un banco de la plaza, me quito las botas, me apoyo en la mochila y OFF: me quedo dormido automáticamente. Cuando me despierto ha pasado más de una hora, este tío no está, así que me voy a la taquilla a preguntar horarios para tirar en bus hacia Chamonix. Cojonudo, el último salió hace una media hora y hasta mañana no hay más. No sé qué hacer, ando pensando las opciones cuando de repente me suena el móvil: es Javi. “Imposible”, pienso, “pero si este dejó el teléfono en el coche (todo por aligerar claro)”. El tío llegó a la carretera, se tiró en un prado y se quedó dormido, cuando despertó como no me vio, hizo autostop y unos tíos lo llevaron hasta Chamonix… “Está chupao, tío, ponte y verás que en media hora estás aquí…”. Me pongo a hacer dedo en la salida del pueblo: ha empezado a llover cada vez con más intensidad. Paran varios coches, la gente es muy amable, pero nadie va hacia Chamonix. Cuando llevo una hora en remojo, reventado, vuelvo para el pueblo de Bonatti, busco una pensión, pido alojamiento y subo a la habitación a darme una ducha. No me puedo cambiar de ropa, no tengo recambio: de nuevo, todo por aligerar… Como tengo la malla mojada, no me queda más que el pantalón de gore, agujereado… Bajo al comedor y entre la cojera y las pintas, me mira todo el bar: me pido una cerveza, una pizza, y un tiramisú y me subo a dormir las diez horas más profundas que recuerdo.

Por la mañana cojo un bus y me reúno con Javi. Esta noche nos damos una cena de homenaje: hicimos una buena ascensión, en un estilo alpino rápido, a una vía famosa en una pared famosa. 

Nos planteamos la escalada de la forma más eficiente y rápida; Javi siempre delante, algo más ligero de mochila y ensamblando lo máximo posible, ahorrando maniobras a los cuarenta largos que marcaba el croquis, la estrategia funcionó bien. Llevamos muchas escaladas juntos, nos entendemos bien y eso se nota. 

Recogiendo para marchar, cojera impresionante
Al día siguiente preparamos las cosas y nos volvemos para casa. Otros mil cuatrocientos kilómetros al volante. El viernes estamos de vuelta, cinco días y medio después de salir. 

Se me caerán tres uñas de los pies, cojearé de agujetas toda una semana y tendré para toda la vida una pequeña cicatriz en el dedo índice de la mano izquierda: la Walker bien vale una cicatriz así.

Un recuerdo...
Siempre recordaré este viaje y esta escalada.

Resumen del viaje Alpes Express 2005:
Domingo 17:30 h Gijón
Lunes 14:30 h Chamonix (1.400 Km. al volante!)
Lunes 16:30 h Último Tren a Monentevers, de 17:30 a 21:30 h Aproximación: Mer de Glace, Glaciar Leschaux.
Martes 04:30 h Inicio aproximación, 05:30 h Rimaya, Inicio escalada, 20:30 h Cumbre (15 horas de vía)
Miércoles 03:30 h Vivac en el roñón rocoso (23 horas non-stop), 07:30 h En pie, 09:00 h Refugio Boccalatte, 14:00 h Coermayeur
Jueves 11:30 h Chamonix
Viernes 9:00 h Salimos de Chamonix, 21:30 h Gijón (1.400 Km. al volante!)

Grande Javi Sáenz, gracias!

viernes, 18 de julio de 2014

Finale Ligure, primavera 99

Cuando llegamos a la zona de acampada pirata de Monte Cucco, aún sin haber estado, me vino directamente a la cabeza el Campo 4 de Yosemite: las tiendas de colores diseminadas entre los árboles, los tenderetes de ropa al sol, los melenudos con aspecto hippie, las cuerdas y el material desparramado delante de los campamentos, la música variada, las botellas de cerveza y el olor a chocolate o a maría… Luego, cuando pasando por delante de la zona de duchas, una plataforma de madera abierta, vi una tía duchándose en pelotas a la vista de todos, me quedó claro que el sitio era especial. 
Ese día, con las manos aún blancas de magnesio (no sé por qué no nos duchamos…), cenamos una pizza en el chiringuito de madera de enfrente.


Había salido esa mañana temprano de Manchester, después de pasar una “cómoda” noche tirado en los bancos del aeropuerto: los diseñadores de ese mobiliario o bien odian a los colgaos o bien tienen instrucciones contra ellos. Después había hecho escala en Amsterdam: con la mochila facturada iba de ligero, podía moverme por la terminal como si fuera un experto viajero. Sentado en un banco leyendo, viendo al enjambre de gente ajetreada, joven, autónomo, viajando, con todo por delante, me sentía un poco como el Holden Caulfield de Sallinger, descubriendo la vida: menudo flipao.


Viniendo del invierno de Inglaterra, con poca luz durante meses, y habiendo hecho escala en Amsterdam, donde la nube a ras de suelo daba una sensación de opresión total, la luz mediterránea me sorprendió nada más salir del aeropuerto. Además de la luz, había un importante salto térmico: debía de haber algo más de veinte grados que, corriendo por el andén de la estación con la mochila de 80 litros me hacía sudar de lo lindo. Si le sumamos la cara de despiste que debía llevar, provocaba a menudo la sonrisa de los que me cruzaba.
De repente me parecía que estaba dentro de una película de Mastroiani: Italia tiene su ritmo propio, y eso que estoy en el Norte… La estación central de Milán era, como todas las estaciones, un sitio “delicado”: por allí había una fauna interesante, atenta al despiste de cualquiera para sacar algún beneficio poco lícito. Claro que yo no debía de parecerles una presa interesante de ninguna forma.

Míticos Kendo!
Había quedado con mi amigo Peter en Finale Ligure, un pueblo en la orilla del mar Mediterráneo, cerca de Génova. En aquellos tiempos aún no teníamos móviles, ni whatsapp, ni gepeses. En realidad poco faltaba ya: era el final de una época. Pero aún no había. Así que yo trotaba por la estación para llegar a coger el último tren del día a Génova, donde tenía que cambiar a otro de cercanías que me dejara en destino. Ya había perdido un enlace y no sabía qué iba a hacer si finalmente no llegaba.



Peter y yo nos habíamos conocido unos años antes en Gredos, en una concentración de escaladores de toda España y algunos de fuera, entre ellos tres austriacos: Peter era uno de ellos. Iñaki y yo fuimos seleccionados por nuestra Federación autonómica para asistir. Lo pasamos fenomenal. Claro que nosotros habíamos presentado los curriculums para optar a otra concentración de escalada que se iba a celebrar en Dolomitas. No fuimos los elegidos. Al año siguiente también fuimos a otra concentración, en este caso fue en casa, en Urriellu. También vino Peter y también lo pasamos fenomenal. Pero también nos habíamos presentado para intentar optar a la versión internacional de la concentración, que en esta ocasión era en Crimea.

Peter apretando en desplome
Muros de huecos
 Las dos veces parece que el “seleccionado” fue una persona “cercana” a la Federación. Mamoneos: dudo mucho que tuviera más historial de escalada en roca que nosotros. Pero bueno, esa es otra historia.
El caso es que Peter y yo hicimos buenas migas y después seguimos en contacto por correo electrónico. Ese año yo estaba estudiando en Inglaterra y decidimos quedar para escalar juntos unos días en Italia: primero barajamos Arco, también el Vall Di Mello, para finalmente elegir Finale Ligure.
Finale es una zona mítica de escalada deportiva, situada en la costa mediterránea, presenta un montón de sectores dispersos por las colinas cubiertas de encinas y bosque bajo. Con esta ubicación y buen clima era una opción estupenda.





Para cuando llegué a la estación de tren del pueblo aquella tarde, con horas de retraso respecto a lo planeado, no vi a nadie esperándome. Mochila a la chepa empecé a caminar en busca del camping municipal, no sin algo de incertidumbre. Afortunadamente, ya antes de llegar a la puerta, vi a mi amigo Peter. 
Pasamos los siguientes días en una peregrinación entre sectores, moviendo las tiendas cada día de un sitio a otro, acampando en mitad del monte, en los claros de bosque. A veces nos perdíamos en los trayectos, y acabábamos en mitad del sotobosque, sudando como perros, enganchados en los espinos, maldiciendo y riendo. Escalamos un montón de vías, grado medio casi siempre, para poder conservar yemas (y porque no escalábamos mucho más). Disfrutamos de sectores variados, de sol y de sombra, desplome y placas, de uno y de varios largos.




Mi amigo Peter
Recuerdo estar haciendo una vía de 7a que iba paralela a otra más dura, en la que aparece escalando Gullich en su biografía. Como ya me había pasado antes en Verdon, recuerdo pensar que él y otros lolos habrían calentado en la vía que yo estaba haciendo.
Bañarse en la playa después de un día entero escalando y sudando bajo la mochila también era una experiencia buena.



Los días pasaron rápido. Mis amigos austriacos tenían que volver a casa dos días antes que yo, así que me fui a Milán y estuve por allí de turismo de solanas. Guapa ciudad. Después, me cogí el avión y volví, como dirían los ingleses “overseas”, de vuelta  a la pérfida Albión.



Cuando unos días después de llegar a Sheffield fui a recoger las diapositivas del viaje recién reveladas (un carrete porque la economía estaba muy achuchada), me encontré con la desagradable sorpresa de 36 diapos negras. Había colocado mal el carrete por lo que no había corrido. Ahora había pagado una buena pasta por nada, y encima no tenía ni un recuerdo. Menos mal que Peter me envió una copia de las suyas!

domingo, 3 de julio de 2011

Piz Badile, Arco di Trento, Dolomitas 2011

19-26 Junio 2011
Pablo Luque

Piz Badile 3308 m, Val Bregaglia, Suiza, "Nordkante" Espolón Norte, 1000 m V


Arco di Trento, Dolomitas di Brenta, "Pantarei", 180 m 6b+


Tercera Torre Sella, 2696 m, Grupo Sella,  Dolomitas, Cara Oeste "Vinatzer" 350 m, V+


Una vez más, de viaje a los Alpes. Una vez más, pero en esta ocasión de forma distinta: nada de paliza de conducción, nada de dormir tirado en áreas de descanso de la autopista con el oído atento al coche, no te vayan a robar… Esta vez en avión desde Santander a Bérgamo.

Dejar a Paula y a Javi en casa me ha costado bastante, es normal, desde que nació el niño no me había separado de ellos más de dos días.
El trayecto en coche a Santander es de charla animada y una vez llegamos al aeropuerto,  después de ajustar los pesos de las mochilas para no pasarnos con ninguna, embarcamos y en poco más de dos horas estamos en Italia. Son las doce de la noche: cogemos un taxi al hotel reservado, mañana recogeremos el coche de alquiler y esta combinación todavía nos sale más barato que recogerlo al llegar. Perfecto.
El hotel nos sorprende por el nivel para el precio que vamos a pagar: tiene hasta hidromasaje! Aunque Luque se lleva un chasco cuando después de llenar la bañera se da cuenta de que no funciona… Inaceptable!
El Lancia Epsilon no va ni cuesta abajo, pero así vemos mejor el paisaje del lago de Como. En Lecco, pueblo mítico de escaladores legendarios como Ricardo Cassin, paramos a comprar comida y gas, y seguimos hacia Suiza. 

El Piz Badile y el Piz Cengalo a la izquierda, con mucha nieve aún
Nuestro destino está en Val Bregaglia, un valle alpino precioso, con bosques densos y montañas afiladas. Entre ellas nuestro objetivo, el Piz Badile. Al llegar a Bondo, el último pueblo, por fin lo vemos, y se nos cae el alma a los pies: está totalmente blanco desde nuestra perspectiva. La vía pretendida, la Cassin, es totalmente roquera y de placa, con lo que directamente no se puede hacer. Después de pensarlo, nos decidimos a subir para verlo de cerca. Peaje para una pista entre pinos y luego porteo de hora y pico por un camino con un desnivel tremendo, en medio de un calor húmedo tropical.

Refugio SASC Fura
Después de una gran sudada llegamos al refugio Cabaña SASC Fura que está cerrado, pero la cabaña de invierno tiene de todo, cocina de leña, literas con colchones y mantas, platos, tazas… y nosotros porteando como burros.
Mucha más nieve de la esperada
Tiramos los trastos y salimos hacia arriba con las botas y el piolet para ver de cerca el espolón norte, Nordkante, que se eleva altivo hasta la cumbre: es una vía sencilla, pero una opción interesante en las condiciones alpinas en las que está, con campas de nieve a varias alturas, con rimaya de acceso, con cornisas en la arista hacia cumbre... Tendremos que llevar botas duras, crampones y piolet. La línea es muy llamativa y quedamos contentos con el nuevo objetivo, a pesar de haber rebajado el reto.
De vuelta en la cabaña,nos encontramos a dos puretas suizos con la misma idea para el día siguiente: ambos la han hecho varias veces, así como también la Cassin, de la que nos confirman que hemos venido con unas cinco o seis semanas de adelanto… La ignorancia es lo que tiene.
Nos acostamos temprano y en mitad de la noche llegan otros dos tíos que se acomodan como pueden en los bancos y en el suelo. A las cuatro nos levantamos, desayunamos y a las 4:40 salimos hacia el monte.

El vecino Piz Cengalo al amanecer, con su atrayente espolón norte

La hora y media larga de aproximación, de crampones en la parte final, nos colocan en el collado desde el que se entra al espolón y a la Cassin: podemos ver que la vira de entrada a esta última está delicada y expuesta a lo que va soltando la pared desde arriba.
Sacamos el material, nos encordamos e iniciamos la escalada en ensamble y con botas en los primeros cuatro o cinco largos, en los que sorprendentemente hay bastantes seguros. En un paso fino de placa me cambio de botas a gatos y nos montamos en el filo del espolón. Desde aquí vamos alternando la cabeza, empalmando largos y estirando las tiradas a 90, 100 o 120 metros. La roca tiene una calidad excelente, llevamos por encima a las otras dos cordadas que han escalado sin cuerda bastantes largos, y que siguen de botas, gente muy fina. Una vez más compruebo cómo los locales nos marcan la diferencia en los terrenos sencillos, los de botas, donde se nota la experiencia de vivir estas montañas todo el año.



La vía es interesante, moviéndonos a un lado y otro del filo, cuando estamos a la sombra el frío se nota, aunque son momentos breves. Estamos en el día más largo del año y el sol va muy alto, nos va dando casi todo el tiempo a pesar de la orientación 100% norte. En la Cassin, mucho más Noreste, por la mañana no hay ni una sombra.
Hacemos un flanqueo bajo un desplome hacia la sombra, donde pisamos nieve, desde aquí Pablo tira el único largo de V de la vía.
Tramos mixtos, buscando clavos no tapados, sobre roca mojada
Seguimos veloces hacia arriba, a veces montando algunas reuniones que están tapadas por la nieve, intentando evitarla con flanqueos y escalando otras veces sobre roca mojada de deshielo. Estamos disfrutando mucho la vía.


Alcanzamos y superamos la salida a la arista de la vía clásica de Cassin, y continuamos otros cuatro largos aproximadamente hasta la antecima; aquí decidimos dar la vuelta ante el mal aspecto de la nieve inestable que hace falta cruzar hacia la cumbre. Estamos literalmente al lado, pero está delicado. 

Hemos tardado cuatro horas para los mil metros de vía, son las once menos cuarto: comemos y bebemos algo e iniciamos lo que será una enorme secuencia de destrepes y rápeles de vuelta abajo. 


En la antecima
En los rápeles, algunos van perfectos, otros con leves atascos, y alguno con atasco serio de cuerdas, aunque nada que no se resuelva con algo de paciencia e imaginación. Algún rápel lo montamos sobre cintas en dientes de roca, al tapar la nieve las instalaciones fijas. 



Un error mío con una cuerda enganchada nos hace desviarnos del espolón por tres largos, nos buscamos la vida por la Noreste con instalaciones menos fiables. Una corta trepada posterior nos pone de vuelta en el espolón: no hemos perdido demasiado tiempo, porque los suizos están aún al lado.


Con algunos tramos de destrepe llegamos a la base de la vía a las cinco horas de empezar el descenso: nos ha llevado una hora más que la escalada. Son las cuatro de la tarde.
Aquí tendré que volver para hacer la clásica de Cassin, que se ve muy guapa, y la cumbre, que ha quedado pendiente.

Luque, que también vino, aunque no salga en las fotos
Como hemos decidido quedarnos a dormir aquí (para mañana dan mal tiempo), nos tomamos la tarde con calma, charlamos en el refugio con los suizos y con la otra cordada que llega más tarde, y que resultan ser dos aspirantes a guía austriacos haciendo méritos: no hemos ido mal pensando con quién nos comparábamos…
El miércoles amanece feo, conseguimos llegar al coche sin mojarnos, pero desde ahí, el resto de la jornada está lloviendo sin parar o muy nublado. Una pena porque estamos pasando por sitios muy guapos: San Moritz, el paso Bernina, o Madonna di Campiglio, donde apenas podemos entrever las enormes paredes y torres de los Dolomitas del grupo Brenta. Seguimos hacia Arco di Trento, una zona de escalada mítica de los 80, más lejos de la montaña y donde la meteo da mejor previsión. Arco es un sitio muy bueno para estos periodos entre ventanas de buen tiempo en el monte. Dentro de unas semanas se celebrará aquí el famoso master de escalada en el que participan gallos de la compe y la deportiva de nivel mundial.

Gente ordenada, escrupulosa  y preocupada por la imagen

Nos informamos de las opciones y nos vamos a un camping. En este valle estamos al pie de un mogollón de roca y paredes, con vías de todos los tamaños y estilos. Nos compramos una guía para aclararnos. Hay un montón de escaladores, pero también muchas familias con críos, gente con bicis a montón… sobre todo alemanes.


El jueves amanece muy nublado pero temprano nos vamos a trepar: salimos caminando desde el camping y en quince minutos estamos al pie de la vía elegida, “Concordia”, siete largos bien asegurados y bastante directos, para poder rapelar en caso de lluvia. Tal cual, cuando estoy llegando a la cuarta reunión me empieza a llover torrencialmente: rápeles y al suelo. Hace un calor tremendo y la roca seca rápido, así que esperamos un rato y volvemos a trepar otras cuatro vías, esta vez levantamos como máximo segundos largos, plaqueros y de mucha calidad, hasta 6c/6c+. 


La tormenta anunciada vuelve, esta vez mucho más intensa. Volvemos al camping y el resto de tarde, sin lluvia ya, nos la pasamos paseando por las calles y plazas del pueblo, entrando en las muchas tiendas de montaña, algunas exclusivas como la de La Sportiva, o una de Salewa.  Paseando por las calles y plazas, mientras intento robar conexión WiFi a algún incauto, voy pensando que por estas mismas sitios se habrán paseado Edlinger, Legrand o Moffat, o más recientemente Andrada o Sharma. No nos aburrimos.

Los montajes en el camping son espectaculares: autocaravanas con avances, mesas, parrillas, parabólicas. Por debajo de estos la categoría de las furgonetas, también con múltiples anexos, dispositivos, accesorios. Todos ellos con bicicletas, algunos con motos incluso. Luego están los que vienen en coche, pero con buenas tiendas chatet, con mesas para comer o jugar a las cartas... Por último estamos nosotros: todo está empapado de la última tormenta, no tenemos nada. Para cenar nos sentamos en el suelo sobre la bandeja del coche (esto fue idea de Luque, que está muy viajao), y miramos con tristeza nuestro hornillo con tortelinis, mientras nos llegan los olores de las barbacoas circundantes. Tenemos una cuchara para los dos, todo sea por la ligereza... La gente al pasar nos mira y nos sonríe, con una mezcla que yo interpreto como de educación, pena y de incredulidad ante lo precario de nuestra situación. Somos los parias del camping...
Cada día hablo con Paula y me cuenta cómo se las arregla para lidiar sola con el niño y el resto de cosas.

El plan para el viernes es escalar por la mañana y salir a medio día dirección a Dolomitas para escalar el sábado, que es cuando escampa el cielo. Así lo hacemos, madrugamos y a primera hora y con mucho calor escalamos la “Pantarei” en la pared de San Paolo: seis largos variados de hasta 6b+. Muy guapa. Hoy podemos acabarla sin mojarnos y volvemos al camping a por una ducha antes de coger el bólido.

Tres horas de carretera hacia el norte nos llevan hasta Bolzano y de allí a Wolkenstein, un sitio donde ya se te caen las pistolas al suelo con el paisaje de Dolomitas: enormes macizos de caliza con tapias impresionantes, rodeados de valles idílicos de prados y bosques, con instalaciones de esquí alucinantes, pueblos impecables… Esto es precioso.

El valle hacia Wolkenstein y Bolzano

Impresionante Sassolungo

La tapia por la que discurre la Miccelucci

La carretera es una pasada y riadas de motos fluyen continuamente arriba y abajo. Subimos al Passo Sella, donde tenemos localizada nuestra cumbre objetivo: la Tercera Torre Sella. La torre en concreto es muy guapa, tiene una buena pared y la ventaja de una aproximación ridícula de veinte minutos. Otros objetivos que hemos comentado, la Marmolada o el Lavaredo, tienen demasiada nieve para la primera experiencia de Dolomitas, y para los días disponibles (y dan miedo).
La vía elegida es una clásica de los años treinta (ojo al dato), la “Vinatzer” tiene unos 350 metros, máximo V+. El descenso tiene algo más de incertidumbre, con destrepes y rápeles, y esperemos que sin nieve porque aquí vamos de playeros.

La Tercera Torre en el centro de la imagen, la vía por el centro de la pared
Bajamos a dormir a Canazei no sin parar varias veces por el camino a admirar las tapias del Sassolungo, el resto del grupo Sella, la Miccelucci, el Cattinaccio, a lo lejos, muy nevada, la Marmolada… Esto es enorme. En el pueblo buscamos el camping, que se llama “La Marmolada” y salimos a pasear un rato mirando al cielo, confiando que no vuelvan las tormentas. Aún así nos caen algunas gotas sueltas. Los moteros lo tienen invadido todo, parece que regalasen las bemeuves de mil.
Sábado: seis de la mañana en pie, salimos del camping y conducimos hasta el collado mirando el termómetro: cuando cogemos las mochilas marca 1ºC. En la misma carretera hay otras dos cordadas cogiendo los trastos, salimos delante para ganar la posición. A medio camino de las torres nos cruzamos a dos fulanos que vienen de vuelta, se retiran por el frío… Luque y yo nos miramos desde debajo de la capucha y con los guantes puestos. Seguimos hacia el pie de vía.
Cruzar de playeros el empinado nevero de la base exige atención; está helado y la rampa de doscientos metros no apetece patinarla a esta hora. En la terraza encontramos un clavo y empezamos a mirar los 3 croquis que traemos sin encontrar similitudes entre lo que vemos en la roca y en el papel. Esperamos a los italianos que llegan, y que conocen la vía, les dejamos ir delante. Van muy lentos, pero los tenemos de referencia todo el rato.

En una reunión con Luccio, treinta y pico años escalando en Dolomitas
La vía va pasando por las zonas lógicas de una apertura de la época, diedros, fisuras. Es bastante aérea pero fácil en general y se asegura muy bien. Hay clavos de cuando en cuando, que parece ser lo único que chapan los italianos; nosotros metemos cosas por el medio. La roca es una caliza muy vieja y gastada, con aspecto desagradable y fracturado en muchos sitios, sin embargo en realidad es muy sólida. 
Algún resalte y desplome y otras tiradas más nos dejan en la vira intermedia por la que va el descenso.
En frente, en la segunda torre, observamos a varias cordadas progresar por vías como el Spígolo Demetz o la Messner, y alguna más: es un espectáculo verlos escalar.

Hace frío y llevamos puesta toda la ropa: aquí en la vira tenemos que esperar una hora hasta que los italianos resuelven el largo clave: una fisura de unos doce metros que termina contra un techito y sigue luego otra vez por fisura-diedro. Es V+, nada del otro mundo, pero estos bufan bastante: para cuando me toca a mí, estoy frío, pero en cuanto arranco lo veo fácil. Se asegura muy bien y tiene canto. Salgo tranquilo a la reunión, que aún tiene mucho tráfico. 





De ahí para arriba, otros cuatro largos de III y IV nos dejan en la cumbre. En el medio de esos cuatro largos, estando en una reunión asegurando a Luque, cojo el mosquetón de la cámara como tantas veces para tirar una foto y se me sale la cámara: vuela por muchos metros antes de pegar una, dos y tres veces, y vuela más hasta llegar al nevero de la base. Me cago en todo: todas las fotos de la semana (y algunas eran muy buenas) se han ido al garete. Aún así intentaremos buscarla para ver si la tarjeta de memoria no se ha roto…




Llegamos a la cumbre a las seis horas de empezar, mucho tiempo para 350 metros relativamente fáciles, pero el frío y el atasco de cordadas han hecho su parte. Hemos disfrutado mucho de nuestra primera vía de Dolomitas, desde luego un destino para repetir.



Sigue haciendo frío, así que iniciamos el descenso con un rápel a la vertiente contraria. Desde ahí, destrepes muy aéreos aunque fáciles nos van llevando a tornillo alrededor de la torre. Alcanzamos la vira sin rastro de los italianos por detrás y continuamos bajando. Cruzamos a dos ingleses que inician la retirada a media vía, han entrado muy tarde, pero también los dejamos atrás en cuanto cogemos los rápeles de la canal con la segunda torre. En cuatro rápeles estamos en el nevero de la base. Recogemos los trastos y gastamos una hora buscando la cámara: la encuentra finalmente Luque en la nieve, está reventada como era de esperar, y está casi todo menos la tarjeta de memoria. Una pena.



Cogemos el coche y nos despedimos de Dolomitas camino de vuelta a Arco: preferimos tirar unas horas de viaje para acercarnos a Bérgamo y evitar sorpresas el último día. 


Llegamos al camping a última hora de la tarde, nos registramos, montamos nuestro ínfimo campamento (se ve muy cutre al lado de los montajes de autocaravanas, californias, tiendas-chalet que dominan la zona), nos damos una ducha y de aquí nos vamos a cenar. La pizzería la Linterna está bajo las paredes, en la terraza disfrutamos de una pizza y un par de cervezas, el único lujo de la semana desde que dejamos el hotel de la primera noche, y es que Luque es un espartano de la leche.
El domingo por la mañana después de desmontar el chiringuito, les damos a la pareja alemana que tenemos acampados delante, y que también tienen un despliegue discreto, el cartucho de camping gas que nos va a sobrar y no podremos meter en el avión. Después de que se vayan hacia la piscina también les damos los dos paquetes de tortelini que nos van a sobrar (Luque tiene una obsesión con los tortelini y ha comprado paquetes como para parar un tren, pero cada uno tenemos lo nuestro...).
El viaje a orillas del lago di Garda es una pasada: yates, tablas de windsurf, pueblos con estilo, italianos conduciendo a su manera... Más tarde paseamos por el centro de Bérgamo, muy guapo. Nos comemos un bocata de tirados en un parquecillo, mientras nos preguntamos si tendremos un aspecto muy marginal para los locales…
Entrega de coche, facturación al límite del peso y embarque de nuevo consiguiendo las plazas de puerta de emergencia de mitad del avión (con alguna truñida por Luque que es grande). El vuelo sin problemas, Santander y coche de vuelta a casa en mitad de unos calores tremendos, atascos hasta Torrelavega, ha sido día de playa para los castellanos.
A las once de la noche en casa.
Un viaje perfecto (a excepción de la cámara), he disfrutado mucho tanto los destinos, como los estilos y la compañía: hemos escalado cuatro días de los seis posibles, a pesar de haber llovido tres de ellos.
La vuelta a casa y el reencuentro con la familia mejores aún, si es posible.