LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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martes, 18 de febrero de 2025

Grasa de caballo

Los pequeños zapatos de Javi de la talla 23 tienen algo de moho, después de dos temporadas en el trastero. Una vez se lo he quitado con un trapo, veo que están más o menos en buen estado: sin duda Jimena va a poder usarlos, como ya viene haciendo con otros pares. Como a todo hermano pequeño, a ella le toca heredar. Decido hidratar un poco la piel para disimular algunas zonas más erosionadas y darles mejor aspecto.



El tacto mismo de la lata de grasa de caballo ya me trae muy buenos recuerdos. Una vez abierta, su penetrante olor me traslada sin remedio, directamente, a tiempos de infancia, a preparativos de excursión, a autobús de grupo de montaña, a jornadas por el monte con sol, mojaduras, fríos, buzones de cumbre. A esas cosas que me hicieron aficionarme a la montaña de forma irremediable.
Mientras aplico una capa de grasa a los zapatos, pienso en las veces que he hecho esto con mis distintos pares de botas a lo largo de los años, y me traslado hasta las que fueron sin duda las más importantes: las primeras.

Cleta Bestard, como estas pero en gris


Por entonces yo no era muy ahorrador. Nada que ver con mi hermano. Si a eso le unimos que recibíamos una paga semanal muy ajustada, el resultado habitual es que nunca tenía pasta.
En las excursiones de los sábados con el grupo de montaña del colegio, como es natural yo me fijaba en el equipo de los demás. Por aquella época todo era muy “de andar por casa”. Entonces no existían las tiendas tipo Decatlón que acercan a la gente con más limitaciones (o poca gana de gastar) la posibilidad de material barato y hasta vistoso. No, que va. Por entonces había pocas tiendas de material deportivo, y este era más o menos un artículo de lujo. Mucho más si cabe en el caso del material de montaña. Apenas había nada. En realidad, ni siquiera se planteaba la necesidad específica (no siendo posible, no tiene sentido planteártelo). Lo que se llevaba habitualmente al monte era ropa desechada de la vida diaria, de ciudad, ya fueran pantalones vaqueros, o de chándal, camisas y jerseys viejos.
Atendiendo al estilo, eran tiempos en que aún se llevaban los pantalones de pana, de corte bávaro para los más preparados. Estos se combinaban muy habitualmente con una camisa tipo franela, de esas de cuadros, y con una camiseta debajo, esta de algodón por supuesto. Cuando refrescaba, sacábamos de la mochila un jersey de lana gruesa, que en mi caso me hacía mi Abuela: me hizo muchos a lo largo de los años, junto con calcetines que picaban, gorros y hasta pasamontañas, que también picaban. Los forros polares estaban aún en gestación. Si llovía o hacía viento, aparecían los clásicos canguros rojos o las capas de agua (el Gore Tex también estaba en fase I+D). Las mochilas eran características de la época y parecidas entre sí, con colores clásicos rojo, verde o azul.
En los pies lo habitual eran las botas de cuero, algunas potentes y pesadas, estilo Galivier (salvando las distancias). Mucha gente llevaba otras llamadas “tipo Cleta”. Estas eran algo más ligeras que las anteriores, y aún teniendo buena capa de piel, suela Vibram y cierto grado de canteo, ya eran casi las precursoras de las botas de Trekking que llegarían casi una década más tarde.

Con mi hermano, primeras excursiones de chirucas 

El caso es que yo, que llevaba varias temporadas yendo de excursión, me veía equipado más o menos en línea con la media, excepto en el calzado. Yo aún llevaba chirucas, de las clásicas marrones de tela. Esto era también bastante habitual, pero a mí me fastidiaba bastante, tanto por la imagen (algo más cutre), como por lo rápido que llevabas los pies empapados en cuanto cruzabas un prado húmedo, cuando había barro, ni qué decir cuando llovía…
Ya tenía echado el ojo a las botas que quería. Eran unas Cletas marca Bestard que había visto en el escaparate de Deportes Covadonga. Ese escaparate, por cierto, con los años me haría soñar despierto y dormido con sus mosquetones, pies de gato, piolets… con sus pósters de Boreal con gente como John Bachard o Catherine Destivelle…
Viendo los Reyes muy lejos, me planteé ahorrar las 5.000 pesetas que había visto costaban. Durante meses estuve centrado en esta operación ahorro, y cuando finalmente y tras penurias varias tuve reunida la cantidad, me fui muy contento a la tienda, me las probé y solté mi dinero más contento que la leche.


Estas botas me acompañaron varias temporadas (se ve que las compré grandes y que el pie ya crecía más despacio). Con ellas hice muchas excursiones, con ellas pisé barro, nieve, hojas, piedras, prados… Fueron mi primer equipo específico para montaña, y además el primer propósito de ahorro importante en la vida.


La sensación de aplicar grasa de caballo, su olor, el ritual, siempre me trasladará a tiempos lejanos ya. A lugares y a amigos. A inocencia y felicidad por la vida futura por disfrutar.



Esto se me quedó escrito sin publicar hace unos años. En la actualidad mi hijo ya calza un 41 y la niña un 39. Ella ha seguido heredando zapatos del mayor hasta hace poco.... Y yo sigo reviviendo todas estas cosas cada vez que abro una lata de grasa de caballo... ahora ya incluidos los recuerdos asociados a mis niños cuando eran pequeños. Tempus fugit.

sábado, 23 de diciembre de 2023

La hora mágica

Sábado 16 diciembre 2023 Cueto Agero, Espolón Asturcones (180 m, 6a) al Castro Candilejas y Costo Culero (120 m, V+) al Resquilón, con Rubén Díaz
La nieve no termina de llegar, así que volvemos al Agero a disfrutar una nueva jornada roquera. La temperatura al llegar a Allende es baja, dos grados. En el aparcamiento coincidimos con Eduardo que ha quedado para escalar con una pareja. Presta encontrarse con amigos a los que hace tiempo que no ves. Charlamos un rato y nos ponemos al día. Salimos para arriba poco a poco. En la aproximación, en un tramo de bosque cerrado, me engancho con una rama y le hago un buen siete al primaloft. Con lo que me gusta esta chaqueta, me quedo mirando como atontado el desastre que le he hecho a la manga... Finalmente llegamos al pie de vía del espolón Asturcones, no sin habernos perdido un par de veces.
Nos preparamos y arranca Rubén a por el primer largo. Son las once y cuarto de la mañana. La roca va mejorando según ganas altura. Reunión en una encina. Salgo yo a por la segunda tirada, la más dura de la vía. Los primeros metros son tranquilos hasta coger la fisura clave.
Aquí, la escalada se hace atlética y concentrada, y al llegar al clavo realmente me obliga a apretar. Este paso, 6a en unos croquis y hasta 6a+ en otros, es realmente típica escalada Agero. Tras los movimientos más apretones, ya en un buen canto, saco alguna foto hacia abajo.
La siguiente tirada para Rubén es bastante más fea y de peor roca. Raro no la hayan enderezado más a la derecha, pienso.
Vuelvo a salir delante yo, la cosa mejora; mejor roca, más estética, más aéreo. Estiro bastantes metros hasta la reunión de dos clavos (los croquis marcan tres).
Rubén disfruta a continuación el largo de V+ que remonta hasta superar por la derecha el techo cuadrado que nos ciega la salida.
Este es bonito de escalar. Cuando llego yo nos desencordamos para el tramo selvático de transición. Recogemos las cuerdas y trepamos hasta el último zócalo donde volvemos a atarnos.
Cumbre. Son las dos de la tarde. Hemos venido bien. Comemos algo y mirando el reloj decidimos ir hasta el Resquilón a aprovechar un poco más la jornada.
No hay nadie más que nosotros dos. Me maravilla que podamos disfrutar este sitio en exclusiva...
Al llegar al pie de vía, la luz de la tarde empieza a hacerse dorada. Estamos en uno de los días más cortos del año, a punto de comenzar el invierno, pero yo estoy en camiseta.
Comienza Rubén delante la Costo Culero. Son las tres y cuarto. El primer largo estira los sesenta metros de cuerda, y a pesar de los alargues en los seguros, roza considerablemente. La segunda tirada está marcada de IV+. La roca es excepcional. Los seguros separan y hay que prestar atención. Es muy bueno.
Tercer largo para Rubén, V+ muy guapo. Escalada elegante. Tiene un paso curioso en un pequeño techo, después es estirar metros.
Cuando llego yo a la encina de la última reunión son las cinco menos cuarto. Sin demora iniciamos las maniobras. Terminamos los rápeles a las cinco.
Salimos entre los árboles hacia la cabaña, y de allí para abajo.
Nos encontramos de nuevo con Eduardo y sus amigos, que se van a quedar a dormir. Un rato de charla y nos despedimos.
Mientras bajamos hablando, la mirada se me desvía de cuando en cuando hacia arriba. Las paredes brillan doradas por encima de nosotros por entre las hojas de los árboles. La luz ahora es realmente mágica.
A las ocho en casa una vez más encantado con la visita al Valle... Esta vez me acompaña el recuerdo de la roca perfecta y de esa luz dorada entre las encinas.

martes, 21 de noviembre de 2023

La trave del Piles

Está pulida. En algunos tramos, como el cristal. No es para menos, se lleva escalando sobre esas presas seguramente cuatro décadas. Es aquí precisamente donde me agarré a la roca con intención de escalar por primera vez.
Yo suelo hacer la parte derecha, desde la última ventana cegada y hacia el puente del río. Este tramo concentra más dificultad y es más mantenida. Ida y vuelta saldrán unos cincuenta metros. La dificultad para mí es difícil de cotar. Llevo tanto tiempo haciéndola que ya no sé qué decir, pero en grado de vía diría que puede ser un 6b/b+. La verdad es que lo pulido de los cantos le da un plus de dificultad.
Si empiezas desde la escalera le añades unos cuantos metros más. Más fáciles pero que suman. En general va subiendo y bajando aprovechando las mejores presas disponibles en cada momento.
Recuerdo la mirada extrañada del compañero de pupitre al comienzo de las clases de la tarde. Eran las cuatro en punto y en teoría veníamos de casa de comer y descansar, después de haber salido de clase a la una y media. Él venía repeinado y bien vestido. Yo llegaba sudoroso, descamisado y con las manos sucias...
Salíamos de clase, yo llegaba rápido a casa y nada más terminar de comer me largada a toda prisa a la playa. Teníamos una nueva afición que a mí personalmente me tenía absorbido. Aprovechábamos el hueco de tiempo hasta el último momento. Hasta llegar sofocado a clase...
Cada día resolvíamos algún paso nuevo, o enlazábamos mejor las secuencias. El día que la encadené por primera vez recuerdo irme de allí como en una nube. Con las antebrazos hinchados pero encantado de la vida. En su momento fue para mí un hito al mismo nivel que cuando encadené por primera vez 6c, 7a o 7b... Con el tiempo fui cogiendo forma y la hacía dos, tres y hasta cuatro o cinco veces ida y vuelta sin bajarme. Ahora me contento con hacerla un par de veces por sesión y bajando al suelo entre series!
Esta travesía tiene varias ventajas; es la más próxima a la ciudad, tiene el suelo de arena fina con pocas variaciones de altura, por su orientación y roca seca rápido, además las farolas te dejan escalar de noche.
Como inconveniente el estar muy expuesto a las miradas (y hasta comentarios en ocasiones) de los numerosos paseantes.
Con el paso de los años he seguido viniendo de vez en cuando. No con la frecuencia de esos primeros tiempos, pero sí de cuando en cuando a "disfrutar" de sus movimientos. Es una de las referencias que utilizo para evaluar mi nivel de forma. ¡Una joya!

viernes, 19 de mayo de 2023

La Lloca - el sitio de mi recreo

Sentado en las rocas descansando entre series charlo con Jose, recordamos las muchas tardes pasadas aquí con viejos amigos.
Algunos de los amigos recordados ya no están con nosotros: Miguelón y Emlio eran de los puretas habituales... justo esta semana es el aniversario de Miguel. Cuántas tertulias animadas, cuántos planes de escaladas, cuántas risas.
Pensar en ellos me trae nostalgia pero a la vez se me dibuja una sonrisa. Vaya par. Las traves de la Lloca son para mí un sitio muy especial. Aquí, apretando regletas, junto con las traves del Piles, aprendí a escalar.
Me sorprendo escuchando a un par de chavales con los que entro a turnos a la travesía corta decirse que tienen 25 años; pienso para mí que ya hacía búlder aquí 5 años antes de que ellos nacieran!! Estoy fuera de forma y pronto tengo los antebrazos como madera. Congestionado para escalar más me deleito con las vistas a la mar, el perfume del salitre, y el ambiente de paz.
El sitio me encanta y de hecho vengo a pasear por la zona prácticamente todas las semanas. El nombre viene de la estatua dedicada a la Madre del Emigrante, a la que los cachondos gijoneses bautizaron hace décadas como la Lloca del Rinconín.

viernes, 16 de marzo de 2018

El jersey de mi abuela

Mi abuela se llama Regina. Dentro de poco cumplirá 93 años. Hasta hace un par de años vivía sola, era autónoma y funcionaba muy bien. En los últimos tiempos se le ha empezado a ir la cabeza, y ahora está en una residencia a la que voy a visitarla menos de lo que debiera. Algo de lo que seguramente me arrepentiré cuando ya sea tarde, como siempre pasa.
Lleva ya muchos años viuda, pero eso no la paró en absoluto: con los setenta cumplidos cruzó el charco varias veces para visitar a mi tía en Seattle, en la costa oeste de Estados Unidos, y hasta el otro día iba a Barcelona o a Sevilla a pasar temporadas. Cogía trenes, aviones, autobuses. Hasta hace dos años venía a mi casa a cenar en Nochebuena.
Con esa edad está claro que ha visto muchas cosas en su vida. Seguramente más de las que me puedo imaginar. Cuando ahora la voy a visitar, muchas veces tarda en reconocerme, o durante el rato que estoy con ella la cosa viene y va. Por los misterios de cómo funciona la cabeza parece recordar más sus tiempos mozos que los recientes, así que procuro llevarla a esas épocas y le pregunto por múltiples temas de cómo era la vida cuando ella era niña, o moza, la escuela, qué cosas se hacían, cuáles eran las alegrías y las dificultades. Y simplemente alucino con las cosas que me cuenta.

Le tocó vivir una época dura, en la que había poco. Poco de todo. Especialmente de dinero. Época en la que había que saber hacer muchas cosas que hoy en día ni siquiera nos planteamos. Y estoy llegando al tema: entre las mil cosas que hacía le tocó coser, hacer ropa para sus hijos e imagino que también para su marido y para ella. Y tuvo que tejer lana para hacer prendas de abrigo, primero por necesidad y ya luego más tarde, por gusto.

Yo soy su nieto mayor de los diez que tiene. Por circunstancias, tanto mi hermano como yo tuvimos mucha relación con ella. Por gusto me tejió a mí los jerséys de lana con los colores del grupo de montaña en el que empecé a dar mis primeros pasos por el monte allá por el año 82. Por entonces íbamos al monte en grupos de montaña, algo que está a la baja hoy día, que todos nos movemos en nuestros coches particulares y somos más independientes.  Los grupos, por entonces, aún tenían cierta reminiscencia del pasado y el tener un “uniforme” identificador era habitual: en el caso del Codema Aire Libre eran jerséys azul marino, con unas franjas horizontales blancas y rojas. 

Mi abuela me tejió muchos de estos a lo largo de los años, ya se sabe que los niños crecen rápido. Eran de lana gruesa que picaba un montón, pero que me protegieron del frío durante años, cuando los forros polares aún no habían llegado, o si habían llegado no había pasta para comprarlos. Además de los jerséys, también me tejió medias y pasamontañas (esos sí que picaban de verdad). Fui refinando mis peticiones y del cuello redondo le pasé a pedir uno de cuello alto con cremallera hasta el pecho. Y también me lo hizo. Y muy bien.



El caso es que, con motivo de una proyección de fotos de escaladas en Alpes que di hace unas semanas (la primera proyección seria de mi vida), estuve repescando fotos viejas, muchas de ellas diapositivas. Y sucede que de entre las muchas que repesqué, gracias a mi amigo Jorge Alonso, descubrí unas cuantas de mi primera ascensión en los Alpes, en 1994, el Cervino. 

De entre todas las fotos que recuperé de ese viaje, la que más ilusión me hizo fue una en la que aparezco con mi gran amigo Juaco (que parece un guaje), en el refugio Solvai, por primera vez en nuestra vida a 4.000 metros, así que con cierta cara de colocón, con mis relucientes botas dobles Scarpa, con mi mochila Artiach, con mi primer arnés, un Petzl Guru, pero sobre todo lo demás, con el jersey con los colores del Codema tejido por mi Abuela.

El próximo día que la vaya a visitar, tengo que comentárselo.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Bodas de Plata

Verano 1992

Rubén Díaz Gutiérrez, Iñaki Diez Maneiro, Alejandro Seoane, Iván Blanco...
Urriellu, Canalona, Coteros, Peña Santa, Tajahierro, Porrubolu, Tercer Castillín...

Érase una vez hace veinticinco años… Yo tenía diecisiete por entonces.

Llevaba poco más de un año escalando; básicamente en escuela (antes, a las zonas de escalada deportiva se las llamaba escuelas, porque la escalada “de verdad” era otra, en montaña).
Este verano, empecé a escalar en montaña.

Montañero desde niño, la atracción de las cumbres me dominaba. Y de entre las cumbres, por cercanía y por mito, estaba por supuesto el Naranjo, el Picu.

El 28 de Junio tuve mi bautismo en escalada en montaña: había hecho mi primera vía alpina en la zona de Ubiña. Fue la vía San Claudio al Tercer Castillín (180 m, V+), con Rubén y con Ramón Juidía. Allí Rubén tiraba de primero, metía clavos, organizaba, tenía experiencia. Ramón me indicaba a mí las cosas en las que debía fijarme.
En aquella ocasión había ido toda la vía de segundo.

Con trece o catorce años había estado en Vega Urriellu con unos amigos.  Recuerdo estar allí sentado en una piedra, mirando pa la tapia flipaocon la boca abierta, identificando las pequeñas figuras de escaladores que por ella se movían como hormigas. Me quedé impactado. Cuando más tarde empecé a escalar, tenía claro que allí quería subirme.

Llevábamos subiendo a la Vega Urriellu tres fines de semana seguidos. Los dos primeros, el tiempo no acompañó. Era temprano en la temporada y recuerdo estar con mi amigo y tocayo Diego vagando perdidos por la nieve del Jou tras el Picu, en mitad de una niebla que podías cortar con cuchillo. Resistiéndonos a retirarnos hasta el último momento. Al siguiente fin de semana llovía,  otra vez para abajo con el rabo entre las piernas.
Al tercer fin de semana, por fin, el tiempo era mejor.
El día antes subimos Rubén y yo al refugio y matamos la tarde por allí, yo nervioso con la escalada del día siguiente. Rubén y yo nos conocimos en las excursiones del club Torrecerredo. Un tío muy majo y fuerte deportista. Habíamos subido el material que teníamos, poco. En mi caso seguramente cosas prestadas. Quizá incluso el arnés. No tenía nada. Nada, menos ganas y empuje.

Madrugamos y salimos Celada arriba con prisa por ser los primeros en la vía: la Directa de los Martínez (180 m, IV+). Al llegar nos preparamos y sorteamos quién tiraba: yo estaba allí para escalar, no para que me subieran. La escalada la recuerdo vagamente, pero lo que sí recuerdo era el buen rollo entre nosotros, cómo resolvíamos sin problema los largos, y las maniobras en las reuniones fluidas. Al llegar arriba, la grandeza del escenario histórico. En la cumbre, la Virgen. No la de ahora, ni la anterior, sino la anterior a esas dos.

No tengo fotos: yo desde luego no tenía cámara, y creo que Rubén tampoco.

Fue llegando más gente y nosotros nos fuimos hacia los rápeles. Volví a casa feliz. Creo que yo ya estaba por entonces enganchado a la montaña y a la escalada. Aquel 19 de Julio fue un día muy especial.

Una semana después escalé con Alejandro en la Aguja de la Canalona, y en la torre de los Coteros Rojos. Luego en Tajahierro… El Porrubolu con Iván, con su padre y con Iñaki,  con aventura previa incluida... Semana tras semana, al monte, a caminar o a escalar. Sin fallo.

Al mes siguiente, en agosto, hice mi primeravía en la cara Este del Picu: la Martínez-Somoano (280 m, V+), con Iñaki, en su primera escalada al Picu. A largos. Desde entonces fuimos cordada.

Ya en septiembre Iñaki y yo hicimos nuestra primera vía larga de verdad: la Sur clásica a Peña Santa de Castilla (600 m V). A largos. Éramos dos mindundis. Cómo lo pasamos de bien!

Al año siguiente, en Junio, nuestra primera Oeste, ya con Miguelón. La Leiva. A largos. Siempre.

La única foto que tengo de todo ese verano de escaladas es esta que me sacó Alejandro en la cumbre de la Canalona, camisa de franela y pies colgando al vacío…


Así que, desde hace ya veinticinco años, Bodas de Plata, de cuando en cuando, aún me da por ir a subirme por las rocas. Será que lo paso bien.

Para mí sin duda fue un verano mágico el del año 92.

domingo, 23 de octubre de 2016

Recordando a Miguel

Sábado 15 Octubre 2016
Pablo Luque
Espolón Asturcones (180 m, V+), Castro Candilejas, Queroseno (120 m, V+) Cueto Agero


La salida del día era al Cueto Agero. El motivo era reunirnos unos cuantos para despedir a Miguel en ese sitio que tanto le gustaba, y dejar un punto de referencia suya allí.
Han pasado cinco meses ya. Aunque pueda parecer demasiado tiempo para esto, creo que la época elegida y el día que finalmente quedó han sido ideales. Fue Eduardo quien tomó las riendas del tema y lo coordinó todo. Y se lo agradezco. Lástima lo que pasó y que al final no pudiera estar allí.

No se me ocurre ningún sitio mejor que el Agero para recordar a Miguel y para sus cenizas. En realidad, yo para recordarlo no necesito nada especial: me viene a la cabeza cantidad de días y en los lugares más insospechados. Es lo que pasa con la gente que te marcó en la vida, que los tienes presentes aunque ellos ya no estén. En todo caso, el Agero es sitio es ideal por muchas cosas: historia, belleza, ambiente, accesibilidad…

Fotaza de Simón, Luismi y Miguel tras la segunda repetición del Espolón Sur del Agero (gentileza de Luismi)
La cita es a media tarde, así que madrugar a escalar parecía buena opción; seguro que Miguelón preferiría que estuviéramos escalando un día como este. Y puestos a escalar, qué mejor que buscar una vía suya de las varias de la zona: el Espolón Asturcones lo abrió en el año 81 junto a Luis Rubio. Si a esto le sumamos que yo no la tengo hecha, no puedo pedir nada más.


Cuando llegamos a Allende, el cielo está azul, pero algunas nubes corren veloces en altura. Hacemos la aproximación a las paredes hablando sin parar (no sin algún despiste, como viene siendo habitual). A las diez de la mañana ya estábamos amarrándonos.
Pablo y yo estamos bastante flojos últimamente (más yo), por circunstancias similares, pero el grado de la vía nos encajaba bastante bien a ambos.


Empiezo yo delante en el primer largo, donde después de navegar un poco entre bloques y desplomes, monto reunión en una terraza. El segundo largo tiene el paso más duro de la vía, un V+ de los de antes: una fisura corta pero atlética en la que resoplé para chapar el clavo, después ya bien.
La roca es excelente, y el trazado elegante. Ni siquiera los arbolillos que pueblan algunas terrazas la afean. Además sirven para montar cómodos relevos.


Pablo estira casi sesenta metros por terreno variado. El viento ha ido in crescendo y a ratos hay que esperarse a que amaine la ráfaga antes de emprender algún paso. Después de una transición sencilla vamos a por las últimas dos tiradas: aquí está el largo con más seguros de la vía, unos cuatro o cinco clavos. Escalada realmente bonita.



Ya en la arista, mientras aseguro a Pablo, zarandeado violentamente por el viento, me recreo con las vistas mientras me vuelven a la cabeza fotogramas de mis primeas escaladas en estas paredes, hace más de veinte años, por supuesto con Miguel.


Al llegar abajo, como aún es temprano, aprovechamos para escalar otro rato en el Resquilón. La Queroseno es la opción elegida: cuatro largos sobre roca buenísima, con chapas separadas con alegría siempre que haya alternativa para colocar trastos. Hacemos tres de los cuatro largos y rapelamos para llegar a tiempo a la cita.




En la cabaña ya está bastante gente que se ha acercado para la cita. Saludamos a Miguel hijo, y a Javier,  hermano. Están Luismi, Simón, Emilio…
Luismi nos cuenta lo del suegro de Edu, y cómo se tuvieron que ir. Una pena que no estén él y Noe, y más aún por un motivo tan triste.
Más tarde llegan Estivi, Javi, José Ramón… Pero esperaba más. Echo de menos a otra gente con la que contaba. Gente diría casi que imprescindible. Comentado esto entre nosotros, nos sorprende. Imagino que unos por unas cosas y otros por otras, o no han podido o no han querido venir. 
En fin, no importa, los que estamos aquí somos suficientes para lo que queremos hacer hoy. 
Además Miguel nunca fue amigo de muchedumbres y huía de los saraos y de los focos de atención como de la peste…


El ambiente es relajado, las risas están presentes de continuo recordando anécdotas varias del amigo. Simón y Emilio van buscando el sitio ideal entre las hermosas encinas que nos rodean.



Van a ser dos arbolinos, un haya y un acebo. Excavan los agujeros, colocan los cepellones, los riegan y hasta los abonan con estiércol recogido de las cercanías. Los protegen con piedras para evitar que sean pisados.


Finalmente, Javier, hermano de Miguel, saca las cenizas y las echa en la tierra de cada uno de los dos árboles. Son momentos emocionantes en los que a mí se me hace un nudo en la garganta, y se ve alguna lágrima. La luz baja del atardecer de otoño nos envuelve, filtrada entre las ramas de las encinas. La temperatura va cayendo.



Todo se ha hecho con cariño, es un símbolo y una muestra de respeto. Ha sido bonito.
Un abrazo a Miguel hijo, estrechar manos con el hermano, Javier, saludos cordiales con el resto. Nos despedimos y salimos hacia el pueblo.

Amigo Miguel, ya tengo un motivo más para venir por el Agero de vez en cuando.