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lunes, 16 de mayo de 2022

Franceses primaveral a Peña Vieja: el placer del Alpinismo

7 Mayo 2022

Peña Vieja (2.614 m), Espolón de los Franceses (600 m V más 400 m de arista)

Rubén Díaz

 

Después de un invierno poco escalador y más esquiador, la primavera avanza con tiempo variable. Apenas unos diez días atrás había caído una buena nevada, pero el sol ya circula alto y había limpiado de nuevo. La cosa es que llevábamos meses sin poner el arnés, y más aún sin escalar en roca.


Lo conveniente y recomendable habría sido ir a deportiva, o como mucho a las Peñas del Prado o a Fresnidiello, a acumular unos largos, habituar un poco el cuerpo a la roca, a los pies de gato y a la escalada después de tanto tiempo. La cosa es que, como tantas veces, nos tira más el monte, y nos pareció más apetecible una xatada de alpinismo de esas que te dejan el cuerpo fino.

 


La Peña Vieja junto con su vecina Olvidada se levantan imponentes desde las praderías de Áliva. Es un contraste enorme el paso de los suaves y ondulados verdes a las paredes de roca y nieve. Se elevan casi ochocientos metros.


La vía elegida para hoy es el Espolón de los Franceses. Es una clásica de los Picos, abierta por dos intrépidos jóvenes franceses allá por 1967. Una buena revisión histórica de la misma por parte de Fernandín: muy recomendable. La vía recorre el espolón central de la pared, que quedó bautizado en recuerdo a estos dos audaces escaladores, buscando la lógica y los puntos débiles del mismo. Esa búsqueda del punto débil hace que en su entrada serpentee a izquierda y derecha hasta colocarse sobre propio el filo del espolón cuando ya llevas unos cinco largos recorridos.

 


A partir de ese punto, una segunda parte de la escalada gana en elegancia, algo en dificultad y sobre todo en aire. Se coge altura sobre el puerto y la sensación de grande-course se instala. Son entonces otros cinco o seis largos, según cómo se apuren o no las cuerdas, hasta llegar a la zona de las Torres Rojas y los Gendarmes.

 





Desde aquí, la escalada da paso a la trepada: canales, crestas, aristas, flanqueos, rápeles. Esta zona es más de ir atado en corto y en ensamble, o directamente desatados si se va cómodo, para intentar controlar el tiempo total invertido. No conviene subestimar este tramo de la ascensión: es largo, muy aéreo por momentos, con roca variable que exige atención y lectura adecuada del recorrido. Después de la vía en sí, según tu nivel de forma puedes llegar aquí algo cansado y no conviene despistarse.

Si a esto le sumas, como va a ser nuestro caso hoy, que hay una buena cantidad de nieve en esa parte superior, le añades la necesidad de subir piolet, crampones y botas, lastrando la mochila en todo lo previo.

Y la dificultad de moverte sobre el blanco por tramos, y en condiciones variables.

Alpinismo, en resumen.

 



Yo no estoy para muchos trotes, así que convenzo a Rubén para entrar por Espinama, subiendo el coche hasta el Parador. La aproximación así queda mucho más ligera que si vienes desde las Vegas de Sotres. La otra opción era el teleférico, pero no nos fiábamos de las colas. La cuestión es que, por agenda familiar no podemos madrugar tanto como quisiéramos, así que son casi las diez de la mañana cuando aparcamos, preparamos el material, repartimos trastos y aquilatamos las mochilas. Salimos hacia el pie de vía y con todo, entre una cosa y otra aún echamos casi una hora y son las once cuando Rubén empieza la escalada en sí, intentando evitar en lo posible el nevero de la base.




Sube este primer largo más recto de la cuenta y a continuación yo tengo que hacer una buena travesía a la derecha para retomar la zona de roca marrón escachada por donde entra el recorrido.

Una vez en la vía, seguimos alternando cabeza de cuerda por turno. La mochila se nota algo escalando, pero no me molesta demasiado. No obstante, aprovecho las reuniones para sentarme, anclar y posar la mochila y desatar los gatos. También me obligo a echar algún trago de agua, y picar algo mientras aseguro. Estos gestos de ahorro y avituallamiento seguro que los notaré más adelante.

 


Vamos superando los distintos largos sin incidencias. Lo cierto es que algunos son realmente bonitos. La roca es en general de muy buena calidad. Los seguros fijos son pocos, pero están donde conviene para asegurar lo más difícil y sobre todo para guiar. He hecho esta vía unas cuantas veces ya, y me sigue pareciendo estupenda. En alguno de los tramos más aéreos la memoria me trae al “señor de la gorra”, que no solo ha escaló a pelo, sino que también la destrepó… Vaya máquina.

 

Cuando después de un tramo en ensamble llego al collado de los Gendarmes un gran tapón de nieve nos da la bienvenida a la segunda parte de la ascensión. Cambiamos entonces gatos por botas, friends por piolet, recogemos casi todo el hierro y nos ponemos un forro y los guantes. Salimos atados a media cuerda. 


La nieve está variable, en general hundimos un tramo, pero por debajo se nota dura. No hemos puesto los crampones de momento. Lo peor es cuando se detectan huecos e inconsistencias graves. Hay grietas de retracción y obliga a prestar atención.

 



Cuando se puede nos salimos a la roca adyacente y preferimos trepar sobre algo más sólido. Vamos superando canales, cresteos, flanqueos, colladinas. Hacemos un primer rápel, parece más ágil… Posados en una horcada nevada, de nuevo seguimos alternando zonas tremendamente aéreas con más flanqueos, trepadas, neveros, hacemos un segundo rápel. Te posas otra vez en blanco, blanco empinado y de consistencia dudosa, a veces vertiente Áliva, a veces vertiente Verónica. El cansancio se va haciendo presente. Repetimos la secuencia varias veces más, aunque ya no rapelamos más.



Finalmente llegamos a la cumbre. Son cerca de las seis de la tarde. Nos ha llevado casi siete horas la escalada: algo más de cuatro para la vía y unas dos horas y media la cresta, a pesar de no haber parado de movernos en ningún momento. Sensación estupenda: estoy cansado pero contento. Luz espectacular. No hay nadie alrededor ni huellas recientes cercanas. Tenemos nuestra cumbre y las vecinas enteras para nosotros. Acompañados por las chovas, comemos, echamos un trago, sacamos fotos: 360 grados de panorama. Ahora sí, nos ponemos los crampones.






En las palas iniciales de la normal la nieve se deja caminar cómoda y con seguridad. Perdemos altura de forma continua y constante, a buen ritmo. Vamos derivando hacia la derecha. Los perfiles de cumbres nos rodean. La bajada hacia el Vidrio está perfecta. Grandes palas blancas nos acercan al camino de la canal. Ramasseando con elegancia el último tramo de nieve salimos a la hierba, nos quitamos los pinchos y echamos un trago en un arroyo cercano: está friísimo.



Entramos en la canal en su zona tétrica: los restos de las instalaciones mineras nos hablan de gentes trabajando en condiciones extremas. Vamos comentando lo que deberían ser sus vidas,  cercanas en el tiempo a las nuestras, pero separadas de nosotros por abismos.


Poco a poco alcanzamos la gravera y la base de las paredes. La recorremos sobrecogidos bajo el Espolón de la Mina. Desde allí, Chalet Real y finalmente el Parador.           

Miro el reloj: han sido diez horas de actividad. Estamos cansados pero muy satisfechos con el día de montaña que hemos tenido. El volumen, la variedad de escenarios, la conexión con el compañero.

El placer del alpinismo.

                                                            

Salida desde el Parador 10:00 h

Inicio de escalada 11:00 h

Fin de Vía (Gendarmes) 15:15 h

Cumbre 17:45 h

Inicio Canal Vidrio 18:30 h

Parador 19:40 h

 

 

 

lunes, 17 de julio de 2017

Calor extremo en Franceses, agonizando por la caliza

Domingo, 18 Junio 2017
Peña Vieja (2.613 m), Espolón de los Franceses (600 m, V)
Kike Díaz


Kike y yo nos conocemos hace bastantes años. Entrenamos juntos muchas sesiones de tablón y compartimos tardes de deportiva en las que él me motivaba enormemente con su gran fuerza y estilo. Pero nunca habíamos escalado en el monte juntos, y ya tocaba.
Fuerte escalador deportivo, lleva ya unos años acercándose al monte a repetir clásicas y no tan clásicas. Y en ese proceso, nos planteamos el Espolón de los Franceses de Peña Vieja que él no conocía, que es una imprescindible de los Picos, y que a mí me encajaba bien en mi baja forma…



Madrugamos que el viaje es largo. En Potes nos saludamos de coche a coche con Estivi y Javi que suben a hacer alguna de las suyas. Nosotros subimos por Espinama: mi coche protesta en algún punto de la pista, pero llega al Parador de Áliva donde aparcamos. Son algo más de las nueve cuando salimos de pantalón corto hacia la pared, muy cercana desde aquí.
Cargamos agua: un litro y medio cada uno.
La temperatura de los días anteriores era alta, demasiado para esta época del año, pero lo cierto es que la previsión para Picos no hacía pensar lo que nos iba a tocar.




Empezamos a escalar pasadas las nueve y media, y ya desde los primeros pasos nos aprieta un sol de justicia. Vamos alternando cabeza de cuerda estirando tiradas a sesenta metros (o incluso con algún pequeño ensamble). El Espolón es una vía clásica de grado fácil, con algo de hierba en la zona baja, pero estética y con unas vistas muy buenas.



En el lardo seis, ya sobre el propio filo, Kike se embarca en una chimenea más a la derecha de lo debido (por fiarse de la descripción de la guía que trae) y tiene que hacer una travesía algo fina para retomar la vía. Es lo que tiene ir sobrado de grado, que no notas que por donde vas ya no es IV+ (ni V+ en el paso concreto).



En cada reunión vamos bebiendo, echando crema también.
Largos elegantes en esta segunda parte, buena roca. Disfrutones.
Como siempre me pasa en el monte, yo voy pensando en los amigos, y especialmente en Miguel. Me lo imagino trepando la vía sin cuerda, pero sobre todo pienso en cuando la destrepó a pelo, y en los infelices que se cruzaran con él ese día... Genio y figura.



Llegamos a los gendarmes sobre las dos y media, después de hacer diez largos casi a tope de cuerda todos. Unas cinco horas para la vía. Una media hora por largo. No es para tirar cohetes, pero es no corre ni gota de aire y el calor realmente aplana.
Mientras recogemos los trastos y las cuerdas para afrontar el tramo de trepada hasta cumbre, comemos algo por primera vez. Kike termina su agua aquí. A mí me queda el clásico cuarterón, que ya prevemos no va a saciar nada…
La primera parte de la trepada vamos encajados e incluso algo en sombra, cosa que se agradece. Con todo, yo me tengo que sentar cada pocos minutos de la flojera que me invade.
Ya en zona de arista, como siempre, vamos buscando el terreno más fácil. En un momento dado me separo de Kike y me enredo en un resalte que me obliga a poner gatos de nuevo (no vaya a ser). Alcanzamos las pequeñas torres donde adelantamos a los chavales que llevábamos encima en la escalada. Yo voy sentándome cada vez más a menudo: parece que estoy en un ochomil. Hacemos un par de rápeles cortos. Otros resaltes los destrepamos.
Finalmente, dos horas más tarde estamos en la cumbre. El sol abrasa. Los Picos están más secos que muchos agostos.Comemos un poco más y terminamos el agua.Creo que estoy en un estado combinado de insolación y deshidratación, cercano a la temida pájara. Hace muchos años que no me encuentro así.
Kike me empieza a atender como a un enfermo.


La idea de bajar por la Canal del Vidrio se desecha pensando en sus delicados destrepes y mi lamentable estado: hasta mareos me dan.  Salimos hacia el Collado de la Canalona, parando a comer nieve en el último triste nevero que queda bajo Coteros Rojos. Combino la nieve con una barrita energética con la esperanza de ir recuperando.
Bajo la Canalona no hay nieve, seguimos hacia Bustamante. Aquí volvemos a comer algo de nieve mientras veo las zetas del camino tantas veces recorrido hacia Fuente De. No hay ni un alma.
Parece que voy recuperando poco a poco y ya estiro tramos más largos. También es porque el sol ya está más bajo y su impacto es menor. En la Vueltona aprovechamos la última sombra que queda hasta Tajahierro. Me tiro al suelo.
Última tirada bajo la Olvidada, Lloroza, Cobarrobres, y enfocamos hacia Áliva. Voy pensando en el caño de agua junto al parador.
Llegamos por fin y bebemos. El agua y el haber terminado parece que me resucita.
En el Parador entramos a tomar algo. Kike saluda a sus conocidos por haber currado allí varios veranos en tema de astronomía. Yo me tomo dos cervezas con limón (sin alcohol): cuando me quito las gafas de sol noto la cara de sorpresa del camarero. Luego en el coche, me miro en el espejo y me veo realmente demacrado, con los ojos hundidos en las cuencas…

El viaje de vuelta en coche ya fue normal: me encontraba bien y el líquido repuesto me recuperó rápidamente.
A pesar de venir bebiendo todo el viaje, cuando al llegar a casa me peso: he perdido cuatro kilos hoy, obviamente la mayor parte son de agua…
Pensando en la siguiente ya, esperemos que menos agónica.

Gijón 6:00 h
Áliva 9:00 h
Pie de Vía 9:40 h
Fin escalada 14:30 h
Cumbre 16:30 h

Áliva 18:30 h

martes, 27 de mayo de 2014

Tajahierro Peña Vieja, la arista quirúrjica

Viernes 16 Mayo 2014
Martín Moriyón
Intento integral Ajujas Tajahierro-Peña Olvidada-Peña Vieja (2.613 m)

Ultimo punto alcanzado, a punto de retirar
Las agujas de Tajahierro te saludan altivas nada más salir del teleférico. Son la bienvenida a los Picos desde esta entrada cántabra, la más cómoda: estás casi a 1.900 metros. Por detrás de ellas se eleva Peña Olvidada, una gran mole que se solapa con Peña Vieja, hasta sus más de 2.600 metros. En la vertiente Este, la de Áliva, destaca especialmente el farallón de Peña Vieja, de considerables dimensiones, por donde se elevan vías clásicas imprescindibles como el Espolón de los Franceses. En la vertiente Oeste, la de Lloroza, es aún más impresionante, pero en este caso es la Olvidada la protagonista, con una tapia compacta de más de 400 metros.
Habiendo escalado en ambas vertientes y por varias vías en cada una, me llamaba la atención desde hace años hacer la cresta que las une, y que comienza casi desde el mismo camino. El filo arranca en la maraña de agujas y torres de Tajahierro: Ostaicoechea, Sin Nombre, El Cuarte, y la Punta Covadonga. Después hay que navegar en terreno de arista cada vez más fina conforme avanzas hacia Peña Vieja. Un recorrido sin duda muy alpino.



El día antes había mandado un mensaje a Javi, por si estaba libre y quería apuntarse con nosotros. Me llamó para decirme que curraba, pero que nos veríamos por allí a primera hora. Estuvimos un buen rato al teléfono poniéndonos al día, últimamente hablamos poco. Y así fue: nos vimos ya en la cola del teleférico, qué alegría coincidir con él: alegre, compacto, incombustible, inconfundible.


Javi Sáenz, guía de montaña
Vamos ligeros de equipo: una cuerda simple de 9.2 mm, 8 express alargables, 6 fisureros, 4 friends y 4 clavos por si acaso. Llevamos piolet y crampones.
En el pie de vía el aire era fresco, aunque no hacía frío. Casi ideal para escalar. Después de echarnos unas fotos con el Gallo, arranqué por la normal de Ostaicoechea, una de mis primeras vías en Picos allá por el 92, junto con Rubén y Ramonín Juidía. También recuerdo hacerla años después con Miguel, pero aquella vez los dos sin cuerda. Con estos pensamientos alcancé la primera reunión y pronto llegó Martín para relevarme. Y al rato también llegó Javi, que venía con un cliente, dando formación.
El último largo de esta aguja ya lo evitamos, despidiéndonos de Javi y cruzando por terreno sencillo hacia el collado con la siguiente torre. Amarrados en corto, fuimos navegando por entre bloques, resaltes y pequeñas chimeneas para colocaros debajo de la Torre del Cuarte.



Me tocaba de nuevo a mí tirar delante cuando parecía que teníamos encima un largo más continuo, así que Martín se paró en una repisa para darme más cuerda y asegurar lo que parecía un tramo más tieso y largo que los anteriores. La roca no era para nada compacta, pero dos clavos casi seguidos parecían confirmarnos que íbamos bien dentro de las aparentes múltiples opciones. A la altura del segundo clavo me encontré en un paso atlético, casi desplomando, con muy buen canto pero con muy mala roca: buenas presas si es que no te quedabas con ellas en la mano… después de mirarlo un poco me remonté con tiento en el bloque y ya estaba saliendo del paso cuando a medio movimiento sentí que algo se había desprendido debajo de mi pie derecho, algo grande... La mirada se me fue automáticamente a Martín, que estaba unos diez metros por debajo y justo en mi vertical, y por tanto en la trayectoria del misil… En los segundos siguientes, el bloque estalló a su lado en mil pedazos. Me quedé helado e inmóvil mientras él se recuperaba del susto y me confirmaba nuestra suerte: muy buena porque a él no le había ni rozado, muy buena porque yo no me había ido para abajo, pero ya no tan buena porque nuestra única cuerda había quedado “algo tocada”: estaba seccionada totalmente en un punto a unos cuantos metros del cabo que subía hasta mí, el corte era limpio, quirúrgico. También tenía varios toques más en otros puntos. Bueno, luego lo analizaríamos, ahora lo importante era salir del punto en el que estaba yo, montar una reunión y ver nuestras opciones.


Martín en la terraza donde aterrizó el bloque
Ahora todas las presas me daban mal rollo, todos los cantos me parecían malos: es verdad que seguía sobre roca sospechosa (bastante), y después de este susto ninguno me parecía valer. Escalé otros diez metros y monté reunión sobre dos friends y un fisurero. Martín se ató a nuestro nuevo cabo de cuerda (nada deshilachado, sino un corte limpio que parecía hecho con un cúter) y recogió el desastre de la otra mitad. Una vez reunidos, aún algo nerviosos, celebramos nuestra suerte y continuamos para arriba en busca de terreno más amable: Martín siguió encontrando por encima reuniones y clavos viejos, así que estaba claro que estábamos en la vía.

Al fondo Javi y su cliente en la Ostaicoechea
Cruzadas unas voces con Javi, en la cumbre de la Ostaicoechea (que nos llamó animales y también nos dio las gracias por “sanear”), avanzamos ahora hacia la Punta Covadonga, su cumbre bastante por encima de nosotros. Esta tampoco la hicimos sino que flanqueamos por su vertiente Este. No llevábamos croquis ni información más allá de cuatro frases cruzadas con Fer y con Javi, así que nos dejábamos guiar por nuestro instinto. El terreno era fácil, II y III grado, con algún paso suelto, y roca variada.


Altiva Punta Covadonga, detrás la Olvidada
III grado con mucho aire...

Encordados a unos diez metros fuimos avanzando hasta alcanzar el collado entre la Covadonga y la Olvidada. Aquí, al pie de un nevero, hicimos un análisis más serio de la situación: teníamos unos 25 metros de cuerda sana, y en el otro tramo cuatro toques muy importantes, alguno casi de sección completa. Desde este punto podíamos hacer la cumbre de la Olvidada, trepada fácil en teoría, y retirarnos para abajo por la normal de esta (tiene 3 rápeles, pero ya nos buscaríamos la vida). También podíamos continuar a por nuestro objetivo inicial, Peña Vieja, y ver qué nos deparaba el recorrido: creíamos que apenas tendríamos tramos serios, que necesitaran encordarse, aunque tampoco estábamos seguros. Como era temprano y de momento el recorrido era el mismo, nos pusimos las botas y salimos a por la arista.


Momentos de análisis y reflexión


Nos paramos a observar los muchos fósiles de animales marinos que tapizan las rocas. Alcanzada la arista nos pasamos a la vertiente de Aliva, que caía vertiginosa por debajo, pero que hacia arriba permitía trepar desencordados, buscando un poco el recorrido.



En la antecima de la Olvidada nos encontramos con unos rebecos aparentemente menos miedosos de lo habitual: el motivo de que no huyeran es que una de ellos acababa de parir una cría que apenas se tenía en pie. Con la placenta medio colgando aún, nos miraba con miedo mientras rodeaba a su cría. Nunca había visto un rebeco tan joven: calculábamos que tenía unas pocas horas a lo sumo. Acababa de venir al mundo a unos 2.400 metros de altura, en una soleada mañana de mayo. Le sacamos unas cuantas fotos.


La vida se renueva
Poco después de esta positiva visión cogimos ángulo para ver un buen tramo de la arista hasta Peña Vieja y con nuestro perenne optimismo, ya olvidado el percance de la cuerda, nos centramos en acelerar el paso para intentar completar el objetivo.
Hicimos la cumbre principal de la Olvidada y seguimos por el filo, a ratos muy afilado ahora, hacia el Norte. Las trepadas eran sencillas en general, pero hay que estar atento: a ambos lados y especialmente hacia Áliva el vuelo potencial era digno de salto base.



En un momento dado nos enfrentamos a una torre, un gendarme afilado que se eleva en mitad del paso: por la derecha imposible librarlo, desploma, por la izquierda parece muy poco probable. Exploramos un rato ambas vertientes hasta que de repente encontramos una reunión con tres clavos y unos cordinos que, en la base misma del gendarme, están enfocados hacia la vertiente de Áliva. Nos asomamos para ver un volao bastante tieso, que calculamos (tiramos alguna piedra para hacernos una idea) tendrá unos treinta metros hasta tocar unas llambrias que se unen al nevero del corredor que nos llevaría hasta la arista de Peña Vieja, ya cerca entonces de la salida de Franceses y de la cumbre.


Ultimo punto alcanzado y rápel y corredor a seguir
Sopesamos nuestras opciones: son las tres de la tarde, el último cable es a las seis, pero ya dejando el teleférico a un lado y pensando solo en la escalada, las dudas nos invaden: deberíamos rapelar montando un tinglado de cordelé con el tramo roto de cuerda, para poder recuperarla, esto para llegar a un terreno en sombra bastante aéreo y compacto por el que circular hasta tocar la nieve de un corredor de unos doscientos metros, con varios agujeros y cortes de rimaya. Parece cercano a la salida del espolón Don Valentín. Una vez completado este, estaríamos en la arista de Peña Vieja, en terreno conocido aunque no sus condiciones, para hacer la cumbre y bajar luego por la Normal hacia la Canalona, después a la Vueltona y por último bajar a Fuente Dé por el Achero o por la Jenduda, en ambos casos otros mil metros de desnivel… Nos preguntamos si, caso de no ver claras las condiciones del corredor, seríamos capaces de remontar de vuelta el largo de escalada del rápel: es tieso a tope.
Una vez más, toca retirar.


Mirando otra arista: la Madejuno-Llambrión
Tomada la decisión todo es fácil. Echamos un vistazo a ver si podemos destrepar hacia la base de la Vía de los Cántabros de Peña Vieja, y de ahí hacia la Vueltona, pero tampoco parece sencillo, así que nos damos la vuelta hacia la Normal de Peña Olvidada.
Antes de empezar la bajada, paramos a comer un bocado y disfrutamos de la compañía de un Treparriscos muy guapo, con su elegante plumaje negro, gris y rojo se va colando por los huecos de la roca que tenemos detrás, ajeno a nuestra presencia.
Siguiendo los hitos de la normal de Olvidada alcanzamos el primero de los tres rápeles que debemos hacer para llegar al nevero. Aquí se pone en marcha la eficiencia del profesional: Martín extiende el tramo sano, bloquea con un nudo y mosquetón, y empalma el tramo roto (está roto en otros tres puntos) anudando los trozos para que nos sirva de cordelé para recuperar el bueno.
Los veinticinco metros de rápel nos dejan llegar a un nevero encajonado y orientado al norte, bastante duro, que nos obliga a poner crampones y a sacar el piolet, ronda los 40º de inclinación.



Nuevo tramo de destrepe hasta el segundo rápel, repetir operación.
El último rápel es más corto y podemos hacerlo en simple con el tramo de cuerda sana. Alcanzado el nevero nos tiramos deslizando hacia la Vueltona, y de allí caminando a Fuente De.


La cuerda, "algo" tocada
En el viaje de vuelta a casa en coche no podemos dejar de comentar lo vivido, lo aprendido, y las ganas de volver a completar esta fantástica arista. Además de la escalada, hemos disfrutado de cosas pequeñas como un rebeco recién nacido, los fósiles marinos, la compañía del Treparriscos, y por supuesto de la del Rabadilla!
Suerte además que el cumpleaños de Martín es pronto y ya se ha pedido una cuerda idéntica…
Volveremos.