LA MONTAÑA COMO PASIÓN, COMO ESCENARIO INFINITO SOBRE EL QUE DISFRUTAR INTENSAMENTE DE LA VIDA,
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martes, 23 de septiembre de 2014

El abrazo forestal

Primavera 2004
Argentiere
Javi Sáenz

El estruendo fue atronador.
No hubo que pensar nada. No tuvimos que decirnos nada el uno al otro. Fue un acto reflejo. Puro instinto de supervivencia. De repente la mochila no pesaba nada. De un salto nos abrazamos a un pino cada uno, por el lado del valle, esperando la embestida primero de la onda expansiva y luego de la propia avalancha. Imaginando la inminente y arrolladora ola de nieve, nos apretábamos cada uno contra el tronco de nuestro pino salvador, confiando en poder soportarla sin ser arrancados.
Después de unos cuantos segundos inquietantes nos soltamos del árbol y miramos con desconfianza hacia arriba.
Finalmente no pasó nada. Tras la atronadora descarga de los explosivos no vino ningún alud. O bien se paró más arriba o bien no se movió nada. La mochila vuelve a tener su peso anterior. Eso sí, yo tengo la corteza marcada en bajorrelieve en la jeta, de lo fuerte que me abracé al pino...



Mientras holgazaneábamos aburridos por el refugio, me leía por enésima vez el cartel de advertencia pegado en la pared de la cocina. La cosa es así: cuando la carga de nieve se acerca a dimensiones peligrosas para las pistas de la estación, hacen voladuras controladas.
Llevábamos casi tres días metidos en el refugio de Argentiere confiando en que la horrible meteo anunciada cambiara y nos dejase intentar alguna de las goulottes del fondo del valle. La Petit Viking u otra similar. No pedíamos mucho, considerando que nos habíamos pegado una buena paliza abriendo huella bajo la nevada para subir hasta aquí. Por no hablar del coche bajo la lluvia. Pero nevaba inmisericorde.


Fundiendo nieve, rutina invernal (en la pared el cartel)
La previsión era de mala a muy mala. Cuando les dijimos a los vascos que íbamos a subir a intentar algo nos dijeron que tuviéramos cuidado. La cosa no estaba para nada. Pero el caso es que después de venir, pues hay que intentarlo. La subida al refugio fue bastante épica: conseguimos que los chavales del teleférico nos subieran hasta la estación intermedia: Lognan. Desde allí salimos andando bajo el peso de las mochilas, buscando el mejor camino con poca visibilidad y abriendo huella. Nos llevó una cuantas horas alcanzar el refugio. No había nadie, pero la parte libre abierta fuera de temporada es confortable y tiene suficientes comodidades. Tenemos mantas y gas. No podemos pedir más.
Al tercer día sin ver nada por la ventana, decidimos irnos. Preparamos las mochilas y nos vestimos para enfrentar el frío exterior. Salimos a media mañana sabiendo que tenemos unas cuantas horas por delante hasta llegar al pueblo. 
En el glaciar, poco rato desde que empezamos, voy pensando que hemos estado casi tres días aquí y no he conseguido ver ninguna de las fantásticas y famosas caras norte que se levantan delante de nosotros. Manda huevos. En estas, de repente, el suelo cede. Me he colado en una grieta y estoy trabado a la altura del pecho, sujeto por la mochila y por los brazos abiertos, pero las piernas se menean libres en un desagradable vacío que asusta, asusta mucho…
Javi me ayuda a salir tirando de mí con cuidado. No íbamos encordados: nos atamos y seguimos ahora con más atención.



Navegamos en mitad de la nube, blanco arriba blanco abajo, white out, guiados por el instinto (más el de Javi que el mío). Las horas se suceden y por fin hemos salido del glaciar. Ahora remontamos cuesta arriba hacia la zona de bosque. Buscando la orientación en la que nos parece ha de estar el teleférico, no por subirnos a él, que estará cerrado, sino por orientarnos. Vamos progresando acercándonos a la línea de árboles. Apenas acabamos de meternos entre ellos cuando nos sorprende el estallido.



El resto de la bajada fue la clásica paliza de agachar la cabeza, resignación y filosofía: curva tras curva vamos recorriendo la pista de esquí por entre los pinos: al menos aquí no hay que pensar.
Cuando llegamos a Argentiere, unas ocho horas después de arrancar, nos metimos en un bar a tomarnos una jarra de cerveza. No es el que el tiempo invitara a tomar cerveza fría, lo que pasa es que teníamos que rehidratarnos. Hay estudios de universidades de mucho prestigio que demuestran lo bien que va la cerveza para las piernas cansadas, los hombros machacados y el ánimo gacho...



De allí para casa. Un viaje a los Alpes en blanco. En blanco literalmente por volver de vacío y por las nevadas que nos cayeron. Suerte que siempre aprendes algo. 

6 comentarios:

  1. Hay que ver lo que dan de sí unos días en "blanco"... esperando en un refugio desolado, sin ver las ansiadas nortes, y luego las horitas de regreso.
    Desde luego... lo mejor siempre, la cerveza.
    Y esperar... que seguro llegará la ocasión.
    Saludos.

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    1. Desde luego Carlos, así es. Uno tiene tiempo para pensar, y también mucho tiempo para hablar de montaña, más aún cuando estás solo con un tío como Javi. Y claro, aprendes cosas.
      Un saludo

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  2. Buenas,
    'Eu' también me colé en una grieta del glaciar de Argentiére... hará cosa de 28 años. Me salvó la mochila, que no pasaba. Parece un clásico de la zona.
    Saludos,
    Anton

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    1. Antón, suerte hemos tenido los dos! Es ahí cuando te das cuenta de por qué hay que ir encordado por los glaciares. Aunque yo no escarmenté del todo, años después me colé en otra...
      Un saludo

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  3. Ostia no habia visto la entrada..normalmente en estas bazas de pringar, suele tener uno mas aventuras que en las de triunfar, sin duda los petardos los tiran sin contemplaciones, no eres el primero que se amarra a un arbol jejeje, un saludo.

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    1. Totalmente Edu, disparan y no preguntan! Como siempre, aprendiendo, y como siempre, más de los fracasos que de los triunfos.
      Un saludo

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